32. ELEGÍA DE FERNANDO DE HERRERA A LA MUERTE DEL MAESTRO JUAN DE MALARA
No se entristece tanto cuando pierde
desnudo, el ramo fértil y florido
ya sin vigor cortado, el árbol verde,
cuanto yo viendo suelto y dividido
de la alma el lazo estrecho, con la muerte
que velo no podrá cubrir de olvido.
¡Oh duro corazón que en mal tan fuerte
no rompes!, ¿cuándo esperas ablandarte
después de esta terrible y grave suerte?
De mi alma murió la mayor parte
y el cielo, que en mi llanto es buen testigo,
ve que nunca el dolor de mí se parte.
¡Oh ejemplo de virtud!, ¡oh caro amigo!,
que en mis entrañas vivas juntamente
lo mismo que ya fuiste eres conmigo.
Que la fe del amor jamás consiente
que la muerte consuma con tu vida
la llama que mi pecho ardiendo siente.
Cortóse el paso a la amistad crecida,
que nuestro dulce trato es acabado
y el corazón de amarte no se olvida.
Pensaba yo que el cuerpo desatado
de los nudos de la alma, antes viviera,
que yo sin ti esperar solo, apartado.
Al fin pasé esta vida lastimera,
y la sufrí. ¿Qué aguardo? ¿Por qué al cielo
no te muestras mi guía verdadera?
Cansado ya procuro alzar el vuelo
al lugar glorioso y soberano,
que al ánimo es pequeño asiento el suelo.
Amor terreno, y un deseo vano,
cuidado y engañosa la esperanza,
no me dejan un punto de la mano.
¿Cuándo pondré en mi estado tal mudanza
que solo amor celeste en mí respire,
con segura firmeza y confianza?
Divino celo al corazón inspire,
y le dé tal virtud que solo sienta
el alto bien que a mortal pecho admire.
No me deje caer en esta afrenta
donde me veo en confusión perdido,
donde el mal que conozco me atormenta.
Tú, que en el cielo estás esclarecido,
ruega por mí al Señor de cielo y tierra,
porque no muera en sombra del olvido.
Valga la peligrosa y larga guerra
que en mi alma se traba noche y día,
con quien el paso a bien obrar me cierra.
Después que llevó muerte oscura y fría
de tu mortal cuidado los despojos,
huyó de mí el contento y alegría.
Lágrimas abundaron en mis ojos,
y por tu arrebatado apartamiento
en mí se renovaron los enojos.
El inmortal y claro ayuntamiento
celebró los trofeos de tu gloria,
y gimió Betis lleno de lamento.
Sonó una voz llorosa en tu memoria,
el ingenio y bondad junto acabaron,
cuando el Hado gozó de tu vitoria.
El valle y alto monte suspiraron,
y a Híspalis vestida en negro manto
pluvias y ciegas nubes ocuparon.
Contigo pereció el alegre canto,
y en reliquias del daño doloroso
quedó grave y quejoso y triste llanto.
Betis, que al sacro Océano espumoso
llevaba el son de tu dorada lira
altivo, y con grandeza glorioso,
mudo en su gruta oscura se retira,
y en el profundo vaso con gemido
las tardas ondas discurriendo mira.
De tu canto quedaba suspendido
el español osado, y el romano,
y el francés orgulloso y atrevido.
Por ti, el ilustre príncipe tebano
es más famoso, y vive su memoria,
que por vencer al bárbaro africano.
Aunque se estime con eterna gloria
por la fiera de Arcadia embravecida,
más valor le dará tu noble historia.
Era trueno tu voz, pero tu vida
claro rayo, que puro resplandece,
con llama presurosa y encendida.
Que tu virtud y nombre reflorece
con perpetua memoria, y sube al cielo
la fama, que con honra tuya crece.
Aunque tú me dejaste en este suelo,
queda con Dios, ¡oh alma venturosa!,
cubierta de purpúreo y rico velo.
Que, si mi pena grave y dolorosa
me da lugar en la pasión que siento,
yo cantaré tu gloria generosa.
En tanto, lo que sufre mi lamento,
permite este lloroso verso mío,
triste muestra de duro sentimiento.
Aquí yace sin vida el cuerpo frío
de Malara, que roto el mortal nudo
donde a Vandalia riega el grande río
voló al cielo su espíritu desnudo.
64. EGLOGA
Este es el fresco puesto, esta la fuente
donde se recogía la hermosa
Leucotea, del prado y bosque gloria.
De aquí se parte a la ribera umbrosa
de Pisuerga, que corre blandamente,
y goza con su vuelta la victoria;
y cubre la memoria
de Betis cristalino,
que al mar lleva el camino.
Pierde el campo su bien en su partida
y nace en mí la pena sin medida.
Mas pues el llanto crece en noche y día
y al dolor me convida,
versos de Betis suena , avena mía.
Betis murmura en su ribera y prado
y los pinos responden a su canto;
siempre escucha el amor de los pastores
y a Pan que esparce el doloroso llanto,
en amorosos fuegos inflamado.
Betis siente las quejas y dolores
de tiernos amadores.
Betis sabe qué sea
amar a Galatea.
Será testigo el levantado pino,
el prado verde, el bosque sin camino,
la selva con oscura sombra fría,
que al sol cierra el camino.
Versos de Betis suena, avena mía.
¿A do llevas, pastora, tu ganado?
¿A qué pasto, a qué río caudaloso
con oro y plata? ¿A qué hermosa fuente?
¿A qué bosque encubierto y sonoroso?
¿A qué selva, arboleda y a qué prado?
¿Qué dura voluntad te lleva ausente
de este puesto presente?
¿Quién lleva en tu partida
nuestra gloria y la vida?
¿Cómo podrán vivir sin ti pastores?
¿Cómo podrás vivir sin tus pastores?
¿Por qué niegas, pastora, la alegría
al campo y a las flores?
Versos de Betis suena , avena mía.
Si ya de hoy más en cuanto Betis baña
con turbio cielo, el tempestuoso viento
derribare los árboles hojosos
y al ganado dañare el grave aliento,
y si huyeren ya de la campaña
con temor los pastores dolorosos,
tristes y congojosos,
no turbe a quien lo vea,
pues se va Leucotea.
Partiendo, Leucotea, los collados
mirabas y los bosques consagrados,
deseosa de ver la selva fría
de Pisuerga y sus prados.
Versos de Betis suena, avena mía.
Admirados se muestran los pastores
y de la selva mírante llorando,
que dejas de Vandalia el rico puesto
y de Betis dorado el fértil bando
por Pisuerga, y olvidas sus dolores.
Pastora, quien tu ausencia ve suspira, y así, espantado, mira
cuán dulce y fresco asiento
dejas por tu contento;
y viendo la ribera y bosque y prado,
vuelve contra Pisuerga congojado,
y dice sin consuelo y alegría: "Ya todo está trocado."
Versos de Betis suena, avena mía.
Jamás veré la fuente, el prado, el río
que llorando no diga: "Aquí yo vide
a Leucotea, altiva, con Albano,
y agora de esta fuente se despide."
¿Cómo podré mirar sin dolor mío
en su ausencia la selva y bosque y llano?
Aquí con blanca mano
la vi despojar flores,
mirando los pastores
su hermosura, y con mi pena veo
que está apartada más que yo deseo.
Pisuerga ve lo que mi Betis vía
y goza su deseo.
Versos de Betis suena , avena mía.
Cualquier pastor que pasa, sola viendo
sin ti esta selva triste, que hermosa
era contigo, y es ya sola y fea,
dice: "Con Leucotea era dichosa
esta selva, sus árboles creciendo,
y desdichada es ya sin Leucotea."
Sola, sin Leucotea,
aquel día que Albano
trocó el florido llano
por Pisuerga, huyeron con espanto,
turbadas de su daño y de mi llanto,
las ovejas. Mas triste, con porfía
y con lloroso canto,
versos de Betis suena, avena mía.
No pacieron las tristes lamentándose
y la agua rehuyeron de esta fuente;
los bueyes en la noche no llegaron
al heno, y las cabrillas tardamente
vuelven del alto monte querellándose.
Los pastores, confusos, se espantaron
y tu ausencia lloraron;
pero yo, aborrecido, así dije perdido:
"No descienda a la hierba y al rocío,
pues Leucotea va a Pisuerga frío
y a su estéril ribera y selva fría
y deja al Betis mío.
Versos de Betis suena, avena mía."
Hermoso valle y abundosa fuente,
alegre prado, de árboles ornada
sombría selva, cuando con terneza
os vía Leucotea coronada
de rojas flores la dorada frente,
¡cuál estaréis, no viendo su belleza,
con perpetua tristeza!
Valle, la hermosura
y la corriente pura
perderás, fuente; tornaraste, prado,
con las espinas duras erizado;
los ramos secarás, selva sombría,
del árbol despojado.
Versos de Betis suena, avena mía.
Y es justo que olvidéis, valle hermoso,
la belleza, y las ondas, limpia fuente,
y la alegría, prado; y tú, adornada
selva espesa, los árboles, doliente;
pues la gloria del campo deleitoso,
oh valle, fuente, prado, selva amada,
os deja, y no le agrada
la purpúrea ribera,
adonde honrada fuera.
De los árboles altos no se acuerde
la selva, y de la flor el prado verde,
y tú, fuente, la vena estanza fría;
valle, lo bello pierde.
Versos de Betis suena, avena mía.
Betis triste, cuánto a que yo te vide
sereno y argentado espacioso;
ahora torna turbio con tristeza
y el curso inclina alzado y espumoso
y las tendidas ondas ya despide.
Cuántos ríos, temiendo tu grandeza,
te daban la nobleza,
y Tajo, igual primero,
mostrábase postrero,
lugar te concedía , aunque presente
cantase a Elisa su pastor doliente;
mas ya que Leucotea se desvía,
primero alza la frente.
Versos de Betis suena, avena mía.
Betis, que altivo de tu hermosura,
Tajo te dio y Pisuerga la ventaja,
pues se va Leucotea con tu gloria,
da al Tajo y a Pisuerga la ventaja,
y al fondo mete la cabeza oscura.
Con tu daño levanta y con victoria
Pisuerga su memoria
y el vaso de ovas lleno hinche en su curso ameno;
con flores y con violas dichosas
sus aves la resuenan amorosas
y al numeroso canto y armonía
se extienden deleitosas.
Versos de Betis suena, avena mía.
Venturoso quien viere sin trabajo
su gracia, su sosiego y su belleza;
dichosos, ¡oh dichosos!, los pastores
que tienen tal beldad en la aspereza
de Pisuerga, ¡oh pastores!, y de Tajo.
A cuyo son siguiendo sus amores
los faunos amadores,
de las grutas callando,
se quedan admirando.
Vos, oh pastores, gloria de la avena
que iguala Tajo cuando el curso suena,
con el canto que Betis alto envía resonad con voz llena.
Versos de Betis suena, avena mía.
Irás, pastora , a tu querido Albano,
y los abrazos tiernos y amorosos
le darás; él pondrá las variadas
guirnaldas en tus rubios y hermosos
cabellos, escogiendo con su mano
las frutas en los árboles colgadas,
con oro señaladas.
Iréis ambos trabados
con abrazos mesclados:
con tu pastor, pastora venturosa,
con tu pastor, pastora más hermosa.
El cielo siempre os abra un nuevo día
con luz pura y dichosa.
Versos de Betis suena, avena mía.
Albano, del sagrado Betis gloria,
¿mitigó Leucotea tu esquiveza?
El suspiro primero, él te ha causado;
por él precias, pastora, tu belleza,
por él con ella ganas la victoria.
Los dos ha en dulces nudos enlazado,
viendo vuestro cuidado,
el Amor tiernamente,
favorable y presente,
al blando yugo puesto por su mano.
¡Dichosa Leucotea con Albano,
que gemiste por él con agonía!,
triste es nuestro llano.
Versos de Betis suena, avena mía.
De selvas gloria y honra, Leucotea,
domar la fuerza y el rigor pudiste
del lozano pastor, dichoso Albano;
el suspiro primero a ti dio triste.
Dichoso Albano con tu Leucotea,
dichosa Leucotea con tu Albano.
Tú le das con tu mano,
en medio tus amores,
frescas y bellas flores;
él te da con su mano las hermosas
violas y purpúreas nuevas rosas,
que el sol templado abiertas esparcía
sus hojas olorosas.
Versos de Betis suena, avena mía.
Dichoso Albano, Leucotea bella
contigo arde en amor y está contigo;
tus versos cantáis ambos juntamente,
los versos de quien Betis es testigo
que sonando su canto y su querella
se espanta Filomela, y, dulcemente,
os responde presente.
Contigo Leucotea
el sueño, el día emplea.
Agora que contigo está, a ti mira
segura , a ti contempla , a ti suspira,
por ti muestra los ojos de alegría,
sin tristeza y sin ira.
Versos de Betis suena, avena mía.
A ti concede, Albano venturoso,
la tierra hierba, el prado varias flores;
a tu canto serena todo el cielo.
Dichoso tú, que en medio los pastores
de Pisuerga, con árboles hermoso,
alegre cantas sin tener recelo.
Contigo tu consuelo,
contigo Leucotea
coge el fresco y marea,
y entre la verde grama recostado
tu amor le muestras, y ella su cuidado,
y cuenta las querellas que decía
a este bosque apartado.
Versos de Betis suena, avena mía.
Mas ya el dolor que al llanto te ha llevado,
Jolas, cese con tan larga pena,
pues dura del tormento la aspereza
hasta que vea en la ribera, llena
de ninfas y pastores y ganado,
a Leucotea, altiva en su belleza,
y entonces la tristeza
fallezca, y venga junto
Albano, al mismo punto.
Venid los dos, que en tanto que el rocío
ame la abeja, el bosque alto y sombrío
el jabalí, los cisnes la onda fría,
sois ambos amor mío.
Versos de Betis deja, avena mía.
65. ESTANCIAS
Dichoso sea el tiempo y sea el día
y el lugar soberano y venturoso
en que ardí en vuestro ardor, oh Lumbre mía,
y el fuego me abrazó más glorioso.
Dichoso yo, y mis ojos que son guía
a mi bien, y mi pecho el más dichoso,
que está lleno de amor, y venturosos
los suspiros que envío, a vos llorosos.
Como la rosa extiende los colores
y los colores se abren en la rosa,
así mudáis el rostro en los colores
de limpia nieve y de encendida rosa.
Cuando los blancos lirios, rojas flores
veo resplandecer con luz hermosa,
compárolos a vos en la belleza,
pero menores son a vuestra alteza.
Mi fuego veo en vos, mis bellos ojos,
y el lazo en tersas y doradas hebras;
y cuanto me encendéis, divinos ojos,
me prenden tanto las sagradas hebras.
Si el pecho me abrazáis, ardientes ojos,
el cuello anudan las compuestas hebras;
sois mi prisión y muerte, nudo y llama,
y así, enlazado, vivo y muero en llama.
Sois estrellas, mis ojos; frescas rosas,
hermoso rostro; y blanca nieve, cuello;
estrellas sois y nieve, frescas rosas,
y no sois ojos, dulce rostro y cuello;
hebras del oro puro, sois hermosas,
y no doradas hebras del cabello:
no sois oro ni rosas, nieve o estrellas,
que más valor tenéis y sois más bellas.
La llama, el lazo, la prisión, el dardo
que el pecho arde y anuda y ata y hiere,
sois ojos, hebras; vos, mirar gallardo,
causa porque, esperando, desespere.
Veloz al daño y al remedio tardo
fui por donde el Amor mi afrenta quiere:
trenza, flecha , armonía y la luz alma,
enlaza, llaga y prende, abraza al alma.
Yo sufro el lazo, flecha, ardiente llama,
y pésame que tengo solo un pecho
para llevar el mal, pero bien ama
quien procura tornar a ser deshecho.
Cuanto Amor me persigue, hiere, inflama
tanto está de mi fe más satisfecho.
¿Qué puedo yo a mi bien dar por mi gloria
si no muero? Mas muerte es mi victoria.
La vida me dio Amor para la pena,
con ella satisfago el mal que siento,
y el descanso en la muerte a la alma ordena,
pero yo vivo alegre en mi tormento.
Amor, quien a tus males se condena,
merece que le des algún contento;
mas bien pagado está de tu grandeza
quien arde en fuego eterno de belleza.
68. EGLOGA
Paced, mis vacas, junto al claro río.
mientras yo, en su ribera recostado,
ahora que el suave y blando aliento
del Céfiro se mueve sosegado,
canto la gloria y bien del amor mío,
con amoroso y lastimado acento.
Sabrá mi pensamiento
Betis, cual supo Tormes,
y ambos serán conformes
resonando mi gloria y bien, y en tanto
las ondas paren a mi alegre canto;
pues solo glorias cantaré y despojos,
por no acabar en llanto
estos mis tristes y cansados ojos.
¡Oh dulces sombras, olorosas flores
de verdes prados! ¡Oh marea fresca!
¡Oh árboles! ¡Oh hierba deleitosa,
que en mi memoria siempre se refresca!
¡Oh bella Nais, presente a mis amores,
cuando con mi pastora más hermosa,
en la fuente dichosa,
gocé de mi sosiego,
ardiendo en tierno fuego,
y ella con varias rosas me adornaba,
y yo con mis abrazos la estribaba,
el dorado cabello dando al viento,
que al sol su lustre daba,
y a mí la gloria y bien y oro el contento!
¡Oh dulce resonar del viento blando,
cuando cantaba yo y me respondía
Filomela suave tiernamente,
y celebrabas, bella Cintia mía,
nuestros amores tiernos suspirando,
y al canto murmuraba aquella fuente,
adonde Amor presente
se mostró laborable!
Tanto no es agradable
a seca tierra pluvia, a estéril prado
verde grama, en verano deseado,
tanto tu voz en mí, que en mi memoria
el Amor ha formado,
que no me olvidaré de aquesta gloria.
En tanto que la vid ciña hermosa
el olmo espeso, y que levante el pino
su corona extendida en la ribera
de Betis, siempre te amaré con tino,
aunque tú dura seas o amorosa.
Cuanto es más grata dulce primavera
que la aspereza fiera
del invierno terrible,
cuanto es más apacible
la Aurora que la noche oscura y fría,
tanto te quiero más, pastora mía.
Testigo es este pino, a do cortado
está; primero el día
será sin luz que olvide a mi cuidado.
¿Estás, pastora mía, por ventura,
en el cerrado bosque y mismo puesto
adonde yo te vi la vez primera,
donde Amor en tus ojos se vio puesto
y donde me venció tu hermosura
del río deleitoso en la ribera?
¿Dónde mi suerte fiera
me llevó por mi daño,
para mayor engaño,
por ventura suspírasme apartado,
triste, solo, y a ausencia condenado,
a las selvas de Betis conducido,
llorando mi cuidado,
entre árboles desnudos escondido?
Dadme flores, oh ninfas, dadme rosas
que envíe a mi pastora, a quien si veo,
Amor me da temor y el pecho enciende.
Dad a vuestro querido Meliseo
los lirios y violas amorosas,
ninfas, si hay alguna a quien ofende
Amor, que en mí pretende
nuevo mal mi pastora.
Decid si espera ahora
mi vuelta, así yo vea coronado
vuestro crespo cabello y de oro ornado;
si habéis visto en pastora más belleza
en todo el bosque y prado;
si habéis visto en pastora más terneza.
A espigas rojas, que del sol ardiente
tocadas muestran resplandor del oro,
vencen las hebras tuyas, que esparcidas
descubren el valor de su tesoro,
a quien el viento mueve mansamente
como ondas de oro, de quien vi perdidas
de mil pastores vidas.
Cual parece Diana con beldad soberana
suelto el cabello, en oro convertido,
habiendo al fiero jabalí seguido,
de cazadoras ninfas rodeada,
tal, Cintia, has parecido
de pastoral escuadra acompañada.
Cuanta ventaja al mirto deleitoso
da la humilde gemista, al fuerte pino,
al lento sauce, y cuanta da la fuente
a las ondas de Tormes cristalino,
cuanta el carnero al toro generoso,
tanta, Cintia, en belleza refulgente
te dan humildemente
las pastoras hermosas
y ninfas amorosas.
Los sátiros lascivos, admirados,
su pena declaraban y cuidados;
mas tú, los ojos de tu Meliseo
en los tuyos trocados,
hacías vanos de ellos el deseo.
Esta dorada trenza recogida,
en color roja y en azul mezclado,
de quien tu bella frente despojaste,
tan preso acá me tiene y enlazado
y tan sujeta de su ardor mi vida,
cuanto allá, Cintia mía, me anudaste.
No hay llanto que baste,
viendo ante mis ojos
estos bellos despojos,
y que tan lejos de ese bosque ausente
estoy, Cintia, abrazado en fuego ardiente,
aunque es algún consuelo ver que tengo
una parte presente
de ti, con quien mis males entretengo.
Juro por esos ojos, Cintia mía,
que son fuego en que está abrazado el pecho,
que no gozo sin ti de alguna gloria,
ni estoy de cosa alguna satisfecho.
Tú sola eres regalo y mi alegría,
tú sola eres eterna en mi memoria;
por ti llevó victoria
de mí el Amor primero,
que me será postrero;
por ti mi mal y mi gemido envío
y responde a mi llanto triste el río.
Suspiro amargamente y llamo: “¡Cintia!"
Resuena al canto mío
el monte y prado y bosque atento: "¡Cintia!"
Acuérdate, pastora, cuando al cuello
anudaste tus brazos amorosa,
callando, y de temor y amor turbada,
mesclando los abrazos vergonzosa,
en mí esparciendo tu sutil cabello,
y que dijiste, abriendo la rosada
boca, en voz alterada:
"Goza la gloria mía,
mi luz y mi alegría,
mi bien, mi dulce amor; no quiera el cielo
que yo ame otro, ni que vea el suelo
igual amor, y toma del tormento
premio justo, en consuelo,
y sea alegre ya tu pensamiento."
dejome entonces tu suave boca,
con el dichoso aliento recibido,
casi sin vida; el tierno Amor, muriendo,
volvió el camino luego, arrepentido,
y a perderse en tus labios se provoca;
de abejas el rocío recogiendo,
sus gozos confundiendo,
mil veces ya callando, en ti ya suspirando.
Dichoso yo, que merecí esta gloria
presente, y siempre viva en mi memoria
alegre tiempo, y bien y dulce aliento
que me dio tal victoria,
blando el dolor y grato mi tormento.
¡Ay tiernos hurtos de la noche oscura,
en el secreto y solo apartamiento!
¡Ay bien perdido y ay perdida gloria!,
¿cuándo veré ese puesto y fresco asiento
y la luz de mi dulce hermosura,
y esta gloria que lloro mal perdida?
¡Ay suerte aborrecida!,
por ti solo me veo
lejos de mi deseo,
suspirando, gimiendo, lamentando,
sin ver el tiempo deseado, cuando,
sin pena alguna y lleno de alegría,
estos bosques dejando,
en tus brazos me halle, Cintia mía.
69. ELEGÍA
Si puede dar lugar a mi tormento,
llena de Cintia bella tu memoria,
Moxquera, cantaré el dolor que siento.
Y en tu dichosa y bien tratada historia
tendrá vida el amor de mi cuidado,
que un tiempo fue que mereció más gloria.
Tú, aunque del frío Tormes apartado,
gozas de tu trofeo los despojos
y vas altivo de ellos y adornado;
mas yo, por mis crueles bellos ojos,
padezco, y mayor daño siempre espero,
que Amor me obliga a todos sus antojos.
¡Dolor terrible, dolor crudo y fiero,
que solo en mí se pruebe la crudeza
de quien mi vista le agradó primero!
Cintia, con piedad y con terneza,
llena de amor, regálase contigo,
y muestra en larga ausencia gran firmeza.
Mas yo, que de mi mal solo testigo
puedo ser, diré bien en tal estado,
que me trata mi Luz como a enemigo.
Y de sus dulces ojos desviado
estoy, como en ausencia allí presente,
pues un tierno mirar aún me es negado.
Extiende el rojo sol su nueva frente
a todos agradable, y las estrellas
tiemblan con claridad resplandeciente;
pero mi bien sus puras luces bellas
a mí solo da graves y enojosas
y me abraza el ardor de sus centellas.
Cintia te escribe las antiguas cosas,
memoria leda del amor dichoso,
que agora en referir son deleitosas;
aquel temor confuso y piadoso,
el recelo, esperanza confundida,
y al fin, con quietud vuestro reposo;
pero yo en mi fortuna aborrecida
veo eterno dolor y grave suerte
y la esperanza rota y abatida,
asaltos crudos de terrible muerte;
que muero en el temor de su braveza
y no tengo valor al rigor fuerte.
Infausta fue a mi vista su belleza,
que a mi vida y mi alma fue tan cara,
cuanto triste lo muestro en mi flaqueza.
Si por alguna vía yo esperara
tanto mal, según de él con daño entiendo,
el mar de Amor incierto no surcara.
Mas ¡ay! que con mis males más me ofendo
y la razón que hallo en mi fatiga
descubro a mi dolor cuando me enciendo.
Esta mi cruda y dulce mi enemiga
sujeto a su deseo me condena,
y a más que padecer mi mal me obliga.
Cintia sufre contigo igual la pena,
que la gloria es de Amor más verdadera
cuando el amante, con quien ama, pena.
Si Amor solo este bien me concediera,
yo fuera entre amadores venturoso
y en su loor mis años consumiera,
¿qué templo hubiera insigne y suntuoso
a Júpiter sagrado o a Diana
igual al nombre suyo glorioso?
Siempre la honra ilustre y soberana
de mi fulgente Luz le diera parte
con verso y armonía más que humana.
Cintia es la muestra de tu ingenio y arte,
y esclarecida con tu noble canto,
su fama vuela en una y otra parte.
¿A quién su bella luz, el rico manto
del enlazado resplandor del oro
no pone de ti envidia y causa espanto?
Dichoso amante , a quien el alto coro
de Febo y sus bellísimas doncellas
da su riqueza y su mayor tesoro,
Cintia más clara es ya que las estrellas,
y tú gozas por Cintia de la gloria
cuando con amor tierno te querellas.
Ella tendrá la honra y la victoria
entre cuantas exalta la edad nuestra,
sin que ofenda el olvido su memoria.
Hieres la dulce lira con la diestra,
y Amor, que cantas en su honor, se mueve
alegre al canto y la voz tuya adiestra.
Entonces de los bellos ojos llueve
de Cintia pluvia mansa y amorosa
y Amor de ellos contigo el humor bebe,
cual ave puesta en fértil y olorosa
planta que coge con la boca abierta
el rocío en su rama deleitosa.
Varios efectos del dolor concierta
piadoso el Amor, y dulcemente
la ocasión os presenta llana y cierta.
Yo, con mísero canto y voz doliente,
celebro de mi Luz la hermosura,
la crespa y sutil trenza de oro ardiente.
Para tan gran sujeto y tal ventura
corto ingenio, mas digno de tal canto
por el amor, por mi firmeza pura.
Pero si su memoria no levanto
al purpúreo Oriente desde Atlante,
y si mi verso siempre suena en llanto,
es por su pecho, en mi dolor constante,
que me trae rendido a su crudeza,
más dura que el perpetuo diamante.
Porque el valor de su inmortal belleza
mi espíritu en sus honras enriquece
y de Helicón iguala con la alteza.
Que con el fuego que en mi alma crece
me mueve un generoso y alto brío
para la gloria que en su nombre ofrece.
Mas aunque el furor noble al canto mío
incita, por mi mal ella pretende
que muera de su helado, estéril frío;
y así el bien que mi Luz me da me ofende.
70. CANCIÓN
Jamás alzo las alas alto al cielo,
de rosados colores adornado,
mi tierno y amoroso pensamiento,
que de vos, ¡oh Luz mía!, no olvidado,
temiese nombre dar al ancho suelo,
del cerúleo Neptuno hondo asiento,
como ahora que el blando y dulce aliento
del manso Amor, que favorable espira,
temo para cantar la gloria vuestra,
si a la alma no me inspira
la lumbre que a subir al cielo adiestra;
porque para estimar tanta belleza,
no hay espíritu igual a su grandeza.
Vos, a quien el ardiente pecho mío
en vuestras aras se consagra puesto,
con el olor suave desparcido,
aunque tengáis el corazón honesto
armado contra mí de hielo frío,
guiad mi plectro, en vuestro amor herido,
porque de vos merezca ser oído;
y sea mi dichoso y noble canto
muestra de la divina hermosura
que nueueco y solo espanto;
será admirado de la edad futura,
que se puede quejar del tiempo injusto,
pues en vos le negó un milagro augusto.
Hermosos nudos, crespas trenzas de oro,
en coronas lucientes sustentadas,
que enriquecéis la blanca y roja frente,
llena de puras perlas y lazadas,
del propio, rico y celestial tesoro,
odores esparciendo de Oriente,
al rubio sol, cuando en León ardiente
los rayos altos tiende a nuestro suelo,
vuestros cercos rebatan, y, rendido,
huye del azul cielo,
que vuestro resplandor esclarecido
a tierra y mar y aire alumbra, y muestra
cuánto es mayor la ilustre lumbre vuestra.
Claros zafiros, esmeraldas bellas,
dulcemente mezcladas, en quien tiene
Amor su llama y el dolor mi pecho,
de quien mi muerte al corazón proviene;
del alma luces y del cielo estrellas,
que alegre me tenéis del daño hecho,
del mal cuanto de gloria satisfecho,
vuestra llama envió dulce a mis ojos
el ardor que me abraza, y la centella
se alienta en los despojos
que restan de mi alma , ardiendo en ella
vuestra luz. Si me hiere Amor, me sana
con vuestra virtud alta y soberana.
Coral lustroso, antes rubí encendido,
donde el risueño Amor alegre espira,
que cubrís de las piedras la blancura
que el rojo mar en su corriente mira;
espíritu celeste y recogido,
principio dulce a toda mi ventura,
deseo eterno de mi gloria pura,
grato parlar y tierno acogimiento,
respuesta humilde y piadosa vista,
causa de mi tormento,
que me lastima, prende y me conquista,
de vos me viene el bien, de vos procede
todo el favor que el blando Amor dar puede.
Rosada, tierna y bien compuesta mano,
de las perlas de Idaspes reluciente,
llena de mil victorias con trofeo;
puras plantas, en quien perder consiente
la nieve el color vivo; altivo y llano
y mesurado paso, por quien veo
colgado arder en llama mi deseo,
que el purpúreo coturno, en lazos de oro,
por vos soberbio, cierra con grandeza
el dichoso tesoro
de la divina y celestial belleza,
vos causáis mi dolor y pena fuerte;
vos, mano y plantas, me buscáis la muerte.
Hermoso blanco pecho, enhiesto cuello,
limpio marfil de acerbas pomas bellas,
que dulcemente muestra el sutil velo,
los ojos de oro y luz de las estrellas
y de Febo el ardor luciente y bello
no ven en cuanto cubre el ancho cielo
belleza tal en el terreno suelo;
vos sois mi mal, y junto sois mi gloria,
aunque ingratos y crudos en mi pena;
no tenéis ya memoria,
después que me enlazasteis la cadena
que no podrá romper desdén y olvido,
ni el dolor de mi tiempo mal perdido.
Gracia, valor, ingenio, entendimiento
no visto en nuestra humana compostura,
humilde brío llano y gran reposo
que esmaltáis la sagrada hermosura,
digna de soberano y claro asiento;
semblante tierno, grave y amoroso,
alegre risa, trato generoso,
que la gloria lleváis a la belleza,
llevándoos la belleza y a la gloria,
dais gloria a la belleza,
y la belleza os da valor y gloria,
como el sol, que da al orbe eterna lumbre
y tiene en sí los lustres de su lumbre.
En el alto y divino simulacro
que en mis entrañas vuestra lumbre forma,
por los ojos rompiendo el paso, lleva
ardiente fuego de la ardiente forma
del semblante real, hermoso y sacro;
y siempre en la presencia se renueva
para abrazarme en amorosa prueba,
y tan firme se muestra cuando ausente,
cuan cierta y bella en propia fuerza ofrece.
Aquesa Luz presente
Amor de sus efectos engrandece,
que no puede crecer más la belleza
ni verse más constante mi firmeza.
Los rayos que esparció Amor en mi vista
con la ardiente virtud de vuestros ojos
abrazan en su fuego el pecho mío
y, en él quemando, dejan los despojos,
sin que mi alma a su valor resista;
que no hallo en mi fuerza tanto brío
y fuera contrastalle desvarío.
Herido el corazón, temió su pena
en la sangre alterada al hecho extraño,
y aquella sangre ajena
mi cuerpo inficionó con nuevo daño,
tal que enfermo padece en su veneno,
que porque vive en él lo da por bueno.
Tiempla el ardor que siento la armonía
del amoroso verso y dulce llanto
y con doradas alas subo al cielo,
imitando al sublime y grave canto
que sigue vuestra luz, Estrella mía;
y la frágil corteza dejo al suelo,
que impide con su peso el leve vuelo;
y contemplo por vos la suma alteza,
el celestial espíritu y la gloria
de la inmortal belleza,
y a vos os debo aquesta gran victoria,
pues me prestáis el soberano aliento
con alto y generoso atrevimiento.
¿Qué debo, pues, hermosas bandas de oro,
rayos y bellas piedras y corales,
blanca mano, rosadas plantas, pecho
gallardo, apuesto cuello y celestiales
pomas, y marfil terso a quien honoro,
dar igual al valor de tan gran hecho
que pueda ser en parte satisfecho,
sino es que yo me abrace siempre en fuego,
y ardiendo pueda ver la edad futura?
Que de esos rayos ciego
conté vuestra grandeza y hermosura
y vi con vuestros ojos tanta gloria,
que hice eterna mi ínclita memoria.
Canción, queda conmigo en testimonio
del bien de mi dolor, si no te agrada
llegar ante las luces de mi Estrella,
y arder como yo en llama consagrada,
que sola una centella
de ella puede abrazar con fuego ardiente
cuanto el sol ve del Euro al Occidente.
71. ELEGÍA
Debo os, mi Luz, tan poco de mi gloria
y tanto sois en cargo a mi tormento,
que no oso confiallo a mi memoria;
porque no habrá valor de sufrimiento
que pueda sostener tanta dureza,
ni permite el dolor más sentimiento.
Veo el mal que temí y mayor crudeza,
porque para mi pena siempre crece
ocasión de recelos y tristeza.
Nunca Amor en sosiego permanece,
que hiere con las flechas de mudanza
a quien de sus servicios más merece.
Si desviar pudiese esta esperanza
del bien que yo no tengo ni lo quiero,
no daría a mis lástimas venganza.
Podéis creer, mi Luz, que si no muero
es porque no sufrís que mis enojos
se valgan de este bien que en vano espero;
y pues que yo os miré con estos ojos,
para dolor del alma, no sería
justo que diese a muerte mis despojos.
Matáisme dando vida, que la mía
es merecer por vos quedar desierto
mi cuerpo en esta tierra estéril, fría.
Acabaráse todo el desconcierto
de mis grandes afanes, y gozara
la gloria, que por vos soy de vos muerto;
mas vos, Luz mía, la vendéis tan cara,
que no la hallo precio, y así quedo
culpando mi temor, mi suerte avara.
Un espacio pequeño me concedo
de reposo al dolor, y es la memoria
del tiempo ya pasado en que fui ledo.
Y como veo esta mi nueva historia
cercada de tristezas y suspiros,
doy principio a mi llanto con mi gloria.
Tal estoy, Lumbre mía, por serviros,
que siento más la pena que la muerte,
y no oso algún remedio al mal pediros.
Mas ¿cuál no puede ser más buena suerte,
si yo muero por vos y no en ausencia,
duro hielo a mi fuego inmenso y fuerte?
Amor me dio y Fortuna esta sentencia:
que cuando más amase lastimado,
huyese de mirar vuestra presencia.
Y vos, como si fuese yo culpado,
me condenáis a muerte del olvido,
que poco os pareció verme apartado.
Pero el mal que padezco en ser perdido
por vuestra hermosura soberana,
estimo en más que el bien más escogido.
Desde la oscura noche a la mañana
y desde que el sol pinta el Oriente
hasta que da la blanca luz su hermana,
os llamo, ¡oh Estrella mía! , en voz doliente,
y llevo vuestra efigie en mis entrañas,
que más daño me hace estando ausente.
En esta selva y soledad extrañas,
voy contando mi gloria y dolor mío,
y de Amor el valor y sus hazañas.
Si la tierra calienta el seco estío,
el fuego de mi pecho presuroso
la quema, y arde juntamente el río.
De mí todo me olvido sin reposo,
por acordarme el mal que me habéis hecho,
y huélgome de verme doloroso.
Agradezco mi lástima a mi pecho,
que tuvo sufrimiento en tanta pena,
y dejo a mi enemigo satisfecho.
Mas ya que estoy sin vos en tierra ajena,
do el sol no tiende rayos de alegría,
que toda yace en vuestra luz serena,
y tuve algún valor en mi osadía,
para osar levantar el pensamiento
donde no mereció la suerte mía;
pues deseáis que crezca mi tormento
para hacerme mal, tened memoria,
y acordad renovar mi sentimiento.
Porque yo estimaré de tanta gloria
que de mi mal tenéis, aquella parte
que me dará de este acordar victoria.
Y en tanto, pues, que vos por esta parte
do todo el bien me huye, la esperanza
irá de mi dolor adonde parte
quien causó a su memoria esta mudanza.
72. AMARILIS EGLOGA
A la muerta Amarilis lamentaba
Delfis, amor de musas, y la fuente,
el sacro río y ninfas amorosas
consolaban su mal; que en voz doliente
en la ribera sola se quejaba
a las ondas airadas y espumosas
con ansias dolorosas,
y sin tomar consuelo
así decía al cielo:
"Vos dríades, napeas, ninfas bellas,
que el canto lamentable y las querellas
oísteis del pastor enamorado,
referid todas ellas
a quien canta su lástima y cuidado.
"Este pino contiene las señales
del dolor de Amarilis y su muerte;
montes, vos sois testigos de mi llanto;
vos escuchasteis con llorosa suerte
mis lágrimas y quejas desiguales,
y en lamento aullasteis a mi canto,
doblando mi quebranto.
¡Qué dolor, qué tristeza
os tendrá en aspereza,
oh valle, sierra, breña, cueva y prado!
Y con qué llanto, todo congojado,
triste se mostrará con el exceso
del miserable hado
de mi pastora y su cruel suceso.
"Aun creo ahora que en el campo abierto
que nace en vez de fértil sementera
(según la suerte a todo mal se esfuerza)
el cardo áspero, espina hórrida y fiera;
y que está el bosque estéril y desierto
y que las ondas corren ya por fuerza
.....................erza
del puro movimiento,
que va quieto y lento.
Ni trae su ganado al pasto, al río,
cantando Jolas por el llanto mío,
ni muestra el vivo Téstilis humoso
en el ardiente estío
al labrador cansado y caluroso.
"Fértil prado y hermosa fuente clara,
sombría gruta y árboles ramosos,
mientras mi dulce amor aquí vivía;
fértil, clara, sombría voz, ramosos,
ahora que muriéndoos desampara,
desnudos, turbia, estéril, no sombría,
ajenos de alegría,
¡cuál quedaréis, cuitados,
tristes y congojados,
con la partida suya y mi lamento,
como yo quedo agora descontento,
viéndome de mi bien arrebatado,
con eterno tormento,
hasta que llegue el tiempo deseado!
"Oh hermosa Amarilis, mayor parte
de mi alma, no habrá jamás olvido
que pueda de mi pecho enamorado
borrarte, ni aún habiendo fenecido
la vida, y siempre duraré en amarte.
Mientras el tomillo verde su cuidado
la abeja hubiere amado,
la cigarra el rocío,
serás tú dolor mío;
y cuanto me contentan dulcemente
las cabras, gloria mía ; así al presente
tan triste mes aquella dura muerte,
que te me llevó ausente.
¡Ay cómo fui engendrado en triste suerte!
"Tu muerte ya las ninfas la lloraron.
Vosotros, pino, sois testigo, y río.
Las vacas aquel tiempo no pacieron;
espantadas de oír el llanto mío,
la grama y la agua clara no tocaron.
Tu muerte aún crudas fieras la gimieron
con dolor que tuvieron.
Los montes resonando
responden suspirando.
Están los campos secos y sin gloria,
viendo que muerte ensalza su victoria;
las selvas gimen y peñascos fríos
tu llorosa memoria,
y las montosas cumbres y los ríos.
"Vengan las fieras tristes a mi llanto,
sus quejas crezcan, suspirando suenen
los árboles, y hieran con lamento
las peñas impelidas, que resuenen
con un largo clamor que ponga espanto,
el nombre de Amarilis por el viento,
doblando el movimiento;
esparcido contino,
y por mi mal, mezquino,
desvanezca el rocío, y juntamente
niegue la miel la abeja diligente,
los árboles la fruta conocida;
séquese el prado y fuente,
y todo falte a quien faltó la vida.
"Aymé mísero, veo yo cargada
la vid, con verdes pámpanos hermosa,
al olmo maridable sustentarse,
y en la haya que crece ambiciosa,
las palomas contemplo en paz amada,
con dulces juegos dulces arrullarse,
porque pueda inflamarse,
creciendo en ellas luego
el amoroso fuego;
y yo, cuitado en culpa de fortuna,
sin luz, sin bien, sin esperanza alguna,
que es lo que menos (triste) ya presumo,
por la suerte importuna,
viviendo solitario, me consumo.
"¿Por qué, muerta Amarilis, estos ojos
desearán mirar la luz del cielo?
Oh ¿para qué, mi lumbre escurecida,
debo esperar (¡ay Laso!) algún consuelo?
¿Por qué no entrego a muerte mis despojos
y sigo con el vuelo aquella vida
que tanto fue querida
de mí, que la estimaba
y como dea honraba?
¿A qué me tardo? ¿Para qué, tendido
en la tierra cruel, do está escondido
mi bien, lloro la muda sepultura,
fatigando perdido?
Murió la luz, nació la sombra oscura.
"Venid conmigo, dríades, al llanto,
y náyades que en corros os juntaba
mi pastora suave y amorosa
y con vos en las ondas se bañaba.
Venid ahora, Oreas, a mi canto,
Hamadrias, Napea lastimosa,
que en la ribera umbrosa
del río derramado
y en el herboso prado
os acordáis de corros concertados,
hechos allá en los montes levantados;
los lamentos doblad en la espesura,
que suenen congojados.
Murió la luz, nació la sombra oscura.
"Ya no caiga el rocío deleitoso,
ni amiga pluvia; caían el rocío
y pluvia en tristes lágrimas mudados,
de donde corra un querelloso río
con ribera y concurso doloroso;
y los mismos murmureos redoblados,
confusos y mezclados,
resuenen suspirando,
su muerte lamentando;
la arena crezca en lágrimas bañada,
do la urna en cristales sustentada
tiene Betis, y triste , en su hondura,
hiera la voz cansada.
Murió la luz, nació la sombra oscura.
"Los robles van los ramos despidiendo;
vos, mirto, y lauro, vos, romped ahora
vuestras cabezas, con los ramos sueltos,
mientras se mezclan juntos en un hora,
con un confuso y esparcido estruendo,
por las mareas blandas casi envueltos,
a todas partes vueltos, y sopla con aliento
el sacudido viento.
El aire, ramos, hojas, impelidos
con el ruido, suenen conmovidos,
y resuelta con número lloroso
tu nombre a mis oídos,
porque acreciente el llanto doloroso.
"¿Quién te me arrebató, Amarilis mía,
Amarilis, dulcísima y hermosa,
en un tiempo que quiso el alto cielo
que gozases de vida deleitosa,
de mi vida descanso y alegría?
Dolor eterno ahora y desconsuelo,
mientras fuere en el suelo,
mísero y desdichado,
ciego, sin bien, cuitado,
pues no pude gozar con Himeneo
próspero y largo cuanto mi deseo
quisiera, siendo justo, concedido.
Más eres según veo.
Ya sombra es esta piedra con olvido.
"Por ti el campo y ganado me alegraba,
ahora de él me aparto y lo aborrezco
con dolor que del alma no está ausente;
pues veo mayor pena que merezco,
y, lo que yo jamás nunca esperaba.
Aquí viere sonar alegremente,
estando tú presente
con las ninfas hermosas,
coronada de rosas,
sus versos, aunque rústicos, pastores,
llenos de blandos celos y de amores.
Ahora calla el campo y el ganado,
y viendo mis dolores,
dejó contigo su deleite el prado.
"Tú estando aquí, las ninfas amorosas
hacían corro, allí también viniendo
los faunos, temor suyo; tú faltando,
ellas faltan, los faunos no acudiendo.
Estas selvas contigo eran hermosas,
sin ti feas, y van desamparando,
las estrellas dejando;
que no le basta al prado
rocío deseado.
Apena llevo yo con paso incierto
el mísero ganado sin concierto,
apacentando triste en la maleza
de este campo desierto,
con bravas zarzas llenas de aspereza.
"Quiero huir ya el trato de la gente,
mezclado con las fieras espantosas,
y allí gastar la vida lamentable
en tristezas, con ansias congojosas;
que pues me dejas, yo iré al sol ardiente,
triste, solo, lloroso y miserable,
o al frío incomportable,
o a morir ahogado
aquel río nombrado,
donde dicen que hay los espantosos
mostros, y que enriquece sus dichosos
campos. Adiós, quedad, triste ganado
y árboles hermosos;
adiós, pastora mía, y mi cuidado.
"Mas primero recibe tú estas flores
y guirnaldas, que he puesto a tu memoria
en el sepulcro, y este mirto crezca,
que haga sombra y cubra aquí mi gloria;
pues no me quedan ya sino dolores,
con que el cuidado triste se refresca.
Y aunque animal se ofrezca
algún impedimento,
adonde descontento
estuviere, pondré con presta mano
tres altares en medio del verano,
derribando tres toros poderosos
en el tendido llano,
con guirnaldas de lirios olorosos.
"A ti te dará Apolo a ruego mío
su lauro siempre verde y consagrado;
darán faunos las vides adornadas
de ramos y cloro entremezclado;
dará sus piedras el ondoso río
y Pales cuantas frutas variadas
tiene en tierras labradas;
y coronas de flores, gimiendo mis dolores,
las ninfas, con los vasos espumosos
de blanca leche; y versos numerosos
yo te doy con las musas; yo los canto
tristes y lastimosos
y de su boca espiran en mi llanto.
"A ti susurran tierna y blandamente
los árboles cercanos, que, moviéndose,
baten en la Aura mansa y regalada,
con las hojas delgadas rebulléndose
al suave sonido de Occidente,
que halaga la tierra coronada,
con la fuerza templada,
resonando en mi canto
doliente; y todo cuanto
las selvas gimen, árboles, ganado,
es Amarilis de su propio grado;
y antes se verá el día tenebroso
que no sea cantado
tu nombre de mi verso numeroso.
"Vendrán tristes: Espío, la hermosa
de Betis hija; Espío, que los bellos
campos tiene de flores despojadas;
Talía, desatada los cabellos,
y la mayor Betisa y la amorosa
Egle, guarda del campo y mis ganados;
y en coros concertados,
consolando mi llanto,
dirán el tierno canto,
el que les enseñó fauno benino
a las dríades, cuando al peregrino
Nemoroso el suceso consolaron,
de su pastora indino,
y a las náyades ellas lo enseñaron.
"Y me darán consuelo glorioso
dando a mi canto en honra tuya vida;
que no se tardará afirmando el día
que en esa sepultura ennoblecida
no se junte este cuerpo venturoso
con el tuyo, olvidando esta alegría
la desventura mía.
Y eras dina, pastora,
que en avena sonora
Títiro te cantara levantada,
y que ya Galatea, despreciada,
los cantos de Sicilia, que se oyeran en tu gloria extremada,
y si en su tiempo fueras, lo hicieran.
"Mas tú, o estés con Venus en el cielo,
o en los Elíseos campos venturosos,
escojas varias flores del verano,
jacintos y narcisos amorosos,
verde amaranto en el herboso suelo,
que baña el río deleitoso y llano;
y juntes con tu mano
las rosas coloradas
con violas mezcladas
y con las flores blancas, y en tu frente
hermosa las adornes; tiernamente
me mira; que serás nuevo cuidado
a la silvestre gente,
y cual Pales honrada en todo el prado.
"Así vengan las ninfas en mi llanto
juntas a visitar tu sepultura,
celebrando en su coro no cansado
tu gracia, piedad y hermosura;
y tú recibe blandamente en tanto
en tu grande sepulcro levantado,
de negro señalado,
este verso postrero,
que aquí ponerte quiero,
el cual lo lea el que en el estío
aquí llegare o que llevare al río
o al pasto su ganado, y descontento
de ver el dolor mío,
suspirando lamente mi tormento:
"En la dichosa selva está durmiendo,
acompañada del hermoso coro,
dejando el prado de su vista indino,
pues jamás conoció tan gran tesoro
hasta que lo perdió, su bien perdiendo,
Amarilis, que hace ser tan dino
a Betis cristalino,
que tiene en la hondura
su sacra sepultura,
cuanto el sepulcro insigne y venturoso
de Elisa, que le puso Nemoroso,
hace nobles los líquidos cristales
del Tajo espacioso
y ambos en este precio son iguales."
Así cantaba, mientras Filomela
las usadas querellas repetía,
acompañando el canto miserable
aquella pena que en su pecho cría,
que la memoria triste la desvela
y al cielo sube el canto lamentable.
Con la voz admirable
sonaban su lamento
la selva y campo atento,
la lástima y miseria redoblando,
con la fuerza del canto resonando.
Callando el triste, el campo resonante,
del llanto respirando,
y la selva callaron al instante.
76. EGLOGA
El lastimoso canto y el lamento
de los tristes pastores
Olimpio y Tirsi, a quien oyó cantando
la ovejuela, olvidada sus dolores,
y las linces, callando,
se espantaron, oyendo el dulce acento,
y los ríos sus cursos alterados
pararon refrenados,
diré, de Olimpio y Tirsi el triste canto,
ahora tú en las armas, oh dichoso
príncipe y valeroso,
al abuelo que a Francia puso espanto,
imites con la fuerte y diestra mano,
con fortuna y prudencia esclarecida,
o en estudio de musas soberano,
do Febo te convida.
¿Cuándo será que cante yo tu gloria?
¿Cuándo será que ensalce tu victoria
con alto estilo y dé al horror de Marte
la rudeza del campo alguna parte?
Esta musa recibe ahora en tanto,
aunque silvestre suena,
y admite de pastores el lamento,
pues tú amaste, y con voz suave y llena,
al resonar del viento,
día y noche esparciste el tierno canto,
buscando a tu pastora y la llamaste,
y los pinos amaste,
donde ella, recostándose, dormía.
Sentarte en ellos no te pese ahora,
como si tu pastora
se te mostrase en ellos cual solía.
En tanto que descubro su cuidado,
escúchame, y al canto ven tú, río,
que de esta gloria, Betis, te ha alcanzado.
Con el primer rocío
la Aurora se mostraba cuando a un pino
recostándose Olimpio, con indino
dolor y con gemido largo habiendo
suspirado, comienza así diciendo:
"Calla en las ondas Betis ya quieto
y deja el grave viento
su rabia, con la sombra acrecentada,
y no calla ni amansa su tormento
la llaga renovada
de mi pecho, do el fuego está secreto,
mas en ella me abraso bravamente.
Con el dolor presente
el duro Amor en mis entrañas prueba
su fuerza y se enfurece en mi partida.
¿Qué suerte aborrecida
al mar airado con dolor me lleva?
¿Quién me aparta de verte, Galatea?
¿Qué río con mi llanto no ha crecido?
No hay quien mi dolor no entienda y vea:
han visto mi gemido,
han visto mi lamento el nuevo día,
y sin sueño la noche más tardía;
quejándome a los campos sin concierto,
responde a mi dolor todo el desierto.
"Ya, mísero, no tengo yo cuidado
que el lucero tardío
el cielo cierre, o que a la roja Aurora
destiña el claro sol, que el dolor mío
aun no me deja un hora
libre de mi tormento; mas, cuitado,
suspiro de lo hondo de mi pecho
y llamo en tal estrecho
a mi cruda y querida Galatea.
La voz me vuelve, y suena en dulce acento
el quebrantado viento,
y las ondas murmuran "Galatea".
Ya no guío el ganado a la alta fuente,
ni al puro río en la corriente fría,
ni corono de flores ya mi frente.
Pasada es mi alegría
en este duro y largo apartamiento,
y en su lugar tristezas y tormento
entraron en mi alma, y por mezquino,
siguiendo solo el áspero camino.
"Ahora me recuerdo, Galatea,
del lugar por mi daño
donde vieron mis ojos tu belleza,
que me enlazó con amoroso engaño.
Yo entonces con simpleza
no sabía de Amor, aunque Nerea
conmigo estaba en dulce compañía
desde la noche al día.
Acuérdome que siendo niño tierno,
que aun apena llevaba mi ganado,
en un hermoso prado,
deshelando ya el suelo el duro invierno,
engañando las aves junto al río,
en un ciclamor alto a Amor vi puesto,
como lo vi por grave dolor mío,
de sus plumas compuesto.
Junté alegre las varas enligadas
para trabar sus alas variadas,
y con callado paso me acercaba,
si me sentía atento o si miraba."
"Deja, niño, esa caza peligrosa,
díjome Melibeo
(riendo de mi engaño y mi rudeza);
deja, niño, ese ciego devaneo,
y huye con presteza,
que es cruel ave la que ves hermosa,
y tú serás, Olimpio, venturoso,
si en quieto reposo
vivieres libre de ella y de su engaño;
mas cuando en la edad verde y floreciente
estuvieres presente,
hallarás al Amor por mayor daño,
que pondrá al cuello tuyo la cadena
que te traerá sujeto y condenado."
"Ya sé que es el Amor; ya sé su pena
habiéndote mirado.
Nació en ásperas peñas del desierto
y vive de mi mal y desconcierto.
Ya sé que es el Amor en mi partida,
que se muestra sediento de mi vida.
"Ya voy al mar dudoso, a la ribera
importuna, buscando
los pastos peregrinos, y ya dejo
del llano Betis el hermoso bando,
y de mi bien me alejo,
adonde solo y sin memoria muera.
Oh Galatea, mi suspiro y llanto,
si Amor pudiese tanto,
que te hallase aquí en la vuelta mía,
el mal sería breve, mas ya temo, por mi dolor supremo,
que desampares esta selva fría.
Ya me despido de esta selva y prado,
de esta arboleda y río, mas primero
iré triste aquel monte levantado,
y veré por entero
el lugar donde estabas y la fuente,
do la siesta tuvimos juntamente.
El dolor moverá los tristes ojos,
viendo perdidos todos mis despojos.
"Quedad, adiós, hermoso prado mío;
adiós, oh Galatea,
más que él hermosa, y tú, dichosa fuente.
Adiós, oh prado, fuente y Galatea.
Volved ya tardamente,
ovejas tristes, y huid el río
y el conocido pasto. Adiós, oh selva,
a do mi bien se enselva.
Envidioos, selva umbrosa y fértil prado;
más umbrosa y más fértil, pues mi gloria
y mi sola memoria
en vos sufre el calor del sol airado,
y callando suspira el amor nuestro.
Ahora os mira ella y habla ahora
y se huelga en el verde sitio vuestro,
y con la voz sonora
mis dulces versos, meditando, suena;
o con la deleitosa y blanda avena
canta, cual ya cantaba en mis amores,
los celos de mi alma y los dolores.
"Envidioos selva umbrosa y fértil prado,
ambos muy venturosos,
ambos dignos de nombre soberano,
en quien ella pondrá los pies hermosos
y con su blanca mano
cogerá verdes flores; y el dorado
cabello, recogiendo entre las rosas
las luces gloriosas,
encubrirá, sus miembros reclinando,
y doblará la hierba tierna y fría;
y de la gloria mía
el bien pasado son ahora cantando,
gozaranse los valles, cueva y fuente
y callarán las aves, retardándose
las reparadas ondas lentamente,
que bajan deslizándose,
mientras con voz cantaré deleitosa
mis quejas blandas y pasión llorosa.
Envidioos, selva y prado, pues es vuestra
la que ha sido alegría y gloria nuestra.
"Mas ya con el dolor del mal que siento
la fuerza se entorpece
y el calor de mi cuerpo con el frío
de la muerte se aparta y desfallece,
pues que veo el bien mío
de mí alejado y voy al hondo asiento
de Neptuno sin él, mirando alzarse
las ondas y bajarse.
Tú, carnero mayor de mi ganado,
jamás tu amor se esconde ni se aleja,
ni que bales te deja
en el bosque desierto y apartado,
solo y triste; mas antes va siguiendo
tu pasto, al valle, al río, y va contigo.
¿Por qué yo, mi pastora , al mar partiendo,
no te llevo conmigo?
Tú, clara Luna, que con luz dudosa
vuelves a tu pastor, tú, piadosa,
pues sabes el dolor de amor qué sea,
ten dolor de mi mal sin Galatea."
Esto cantó el pastor, y, suspirando,
calló con gran gemido.
El prado y valle y gruta y río y fuente
responden a su canto entristecido,
con acento doliente,
de Galatea el nombre resonando,
tristes de su dolor y grave pena
que la ausencia le ordena.
Tú, lo que siguió Tirsi lamentando,
refiere con el dulce verso, Febo,
que los versos a Febo
convienen, que en la hierba recostado
comenzó con voz tierna el blando canto,
de su intenso dolor tristes despojos,
deshaciendo en contino y largo llanto
los fatigados ojos,
porque Leucipe mire su lamento
y escuche de su amor el sentimiento;
que lo tiene en temor y en llanto eterno,
pues no viste de roble el pecho tierno.
"Si no hay quien escuche mi lamento
en este solo prado
y a las ninfas ofende mi gemido,
a este monte, a este río arrebatado,
a este pino extendido
mis versos cantaré con triste acento.
Oídme, montes, ríos, selvas mías,
pinos y peñas frías,
pues Leucipe, a mi llanto endurecida,
es sorda y huye . Arded en fuego, montes;
arded conmigo, montes;
arded, selva y ribera desparcida,
pues Leucipe me deja en bravo fuego
encendido y a muerte me condena
por un vano furor, que mi sosiego
trocó en perpetua pena.
¿Quién pudiera pensar que hubiera día
que la bella y cruel pastora mía
mi avena y dulce canto no escuchara
y del favor pasado se olvidara?
"¿Por ventura te di, Leucipe, en vano
los jacintos y rosas,
los amarantos y agradables flores,
y te puse guirnaldas amorosas,
de mis tristes dolores
memoria y triste don de Amor tirano?
Cruel Leucipe , escucha estas mis quejas,
pues a Tirsis ya dejas
y de tu pecho a Tirsis has huido.
Si no tienes amor, ten ya memoria,
que se ofende tu gloria,
ingrata a quien te adora tan perdido.
Mira la amarillez de mi semblante
y los hondos suspiros y lamento
y la flaqueza del vencido amante,
y muévate el tormento.
Estos ojos que fueron gloria tuya
no ven, que los dejó la lumbre suya;
ni llevo al pasto ni al hermoso río
mis ovejas, llorando el dolor mío.
"No desprecies, Leucipe , el tierno canto
que resonó en tu gloria
y puso admiración a nuestro Jolas,
que me ciñó la yedra en mi victoria,
las rosas y violas,
amorosos despojos de mi llanto,
cuando vencí en la selva Alfesibeo
y el viejo Melibeo,
cuya memoria y pastoral avena
engrandece de Betis la ribera;
mas la mía primera
con ventaja mayor y nombre suena,
y Fauno, que escuchó mi canto atento,
quedó del armonía suspendido;
paró Betis su curso, calló el viento,
cesando su ruido.
La bella Libia díjome, herida
de amor, que era su luz, que era su vida.
No me pudo vencer con su belleza,
llena de piedad y de terneza.
"¡Oh amada de mí más que mi vida! ,
el deleitoso prado ,
el verde bosque, el caudaloso río
que el alto curso tiende al mar hinchado,
sin ti son dolor mío,
sin ti mi quietud está perdida,
sin ti todo me cansa y desagrada;
por ti tengo olvidada
la fría fuente, ninfas y ganados.
Por tu belleza y ojos amorosos,
los pastos abundosos,
por ti, Leucipe, son, por ti olvidados.
Ven ya, pues, mi Leucipe, a esta ribera
y a este abierto y levantado pino,
testigo de la pena lastimera
de tu Tirsis mezquino.
Descansaré contigo del tormento,
contigo estará el campo más contento;
verase el llano verde, el río puro,
que parece sin ti seco y oscuro.
"No confíes, Leucipe , en tu belleza,
que no siempre hermosa
serás, que el lirio las colores pierde.
Pierde el olor y la beldad la rosa,
la flor el árbol verde;
huye la edad y corre con presteza,
que dura poco su verano tierno,
vencido del invierno.
Vendrá algún tiempo que amarás, pastora,
herida del amor que yo padezco,
y este bien que te ofrezco
llorarás, lamentando en algún hora
este perdido bien, esta victoria.
Cuando perdieres el color hermoso
y de la luz la deseada gloria
y el semblante amoroso,
sabrás entonces el dolor, la pena
con que el olvido y el desdén condena,
y de tu Tirsis muerto y olvidado
lástima te hará tu triste estado.
"Ven ya, Leucipe; mira el fresco viento
que espira mansamente
por toda esta ribera sosegada;
el río, que las ondas mansamente
va volviendo callando
y suena de las aves el concento.
Ahora ríe el prado y se levanta
toda hermosa planta
alegre con tu nombre, y ya las flores
guardan y, en nueva luz, las frescas rosas
y violas dichosas
con tu gloria su lustre y los olores.
Yo cogeré, Leucipe, con mi mano
las castañas del árbol extendido
y los dorados frutos del manzano,
de Aretusa querido;
y en la alta peña, al blando viento puesto,
esperaré que vengas a este puesto.
Ven ya, Leucipe, ven, pastora mía;
aquí, ondas; aquí, Aura y sombría fría.
"Aquí resonará el pasado canto
y tu dichosa gloria
y mis antiguos ásperos dolores,
presente muestra de mi triste historia.
Tú enlazarás de flores
mi frente, y romperás tal vez en tanto
la voz, hurtando el amoroso aliento,
y con suave acento
conmigo cantarás, Leucipe mía,
nuestro amor, mi dolor y tus enojos,
y volverás los ojos
blandos, que mi tristeza en alegría
trocarán. Ven, pues, ya; ven a este pino.
Así halles buen pasto a tu ganado,
y siempre el curso de ondas cristalino
quieto y sosegado.
¿Qué gusto puede darte en la aspereza
de aquesa soledad y su tristeza?
¿Qué gusto puede darte que yo muera,
solo, sin luz, tendido en la ribera?"
Aquí Tirsis paró y sonó un gemido,
testigo del tormento
que padecía su cansado pecho.
El río respondió con ronco acento,
de tristes ondas hecho;
el pino, de su daño enternecido,
las ramas estremece suspirando;
los pastores, alzando
los fatigados cuerpos, el ganado
llevan con tardo paso, que ya el cielo
mostraba , abriendo al suelo,
el sol, de puros rayos coronado,
y con las cañas juntas, dulcemente,
provocan su dolor con nuevo llanto.
Uno siguiendo al otro en diferente
número y triste canto,
Leucipe resonaba y Galatea.
Blandamente suave a la marea,
Olimpio al fin al mar torció el camino,
y Tirsis vuelve solo y triste al pino.
178. EGLOGA VENATORIA. Versión de B
De aljaba y arco tu Diana armada,
que por el monte umbroso y extendido
a las fieras fatigas presurosa,
huye del alto Ladmo desdichada,
donde tu cazador duerme escondido;
porque otra cazadora más hermosa
persigue impetuosa
al jabalí espumoso y enojado;
porque otra más hermosa cazadora
al ciervo sigue ahora.
y si la viere Endimión, tu cuidado,
ya corriendo la fiera en la maleza,
te dejará por ella en la aspereza.
Mas a Endimión no dejes tú Diana,
queda con él, no siga al amor mío.
Endimión, amor tuyo, esté contigo.
en la callada noche, en la mañana,
al Sol ardiente, al importuno frío
mi dulce cazadora esté conmigo.
este bosque es testigo,
cuantas veces la llamo y busco en vano.
la Aurora me oye sola sin su amante,
y se ofrece delante,
cuando espera las fieras en el llano.
suspira ella su amor, yo lloro el mío,
si al monte mira , yo a mi bosque y río.
Hermosa cazadora, que has llevado
del frío bosque mi herido pecho
con el cabello de oro suelto al viento,
y de flores y rosas coronado;
eres Napea de este valle estrecho,
que alcanzas con ligero movimiento
al jabalí sediento,
y del ciervo la planta voladora?
que tu paso, y tu voz, y tu belleza
mas que mortal grandeza
descubre a tu Menalio, que te adora.
tal va Cintia con traje soberano,
encendiendo de amores a Silvano.
¿Qué dios, oh Ninfa bella, te ha ofrecido
a mis ojos, corriendo yo una fiera
sin cuidado de Amor; y vista luego
te me llevó, dejándome perdido,
porque en llama inmortal ardiendo muera?
de tus ojos probó el tirano ciego
con mi daño su fuego.
mas tú habites el bosque oscuro y prado,
o la tendida selva de este río,
jamás del pecho mío
se apartará el Amor, que me ha abrasado,
el bosque y prado del amor testigo,
a amarte aprenderá también conmigo.
O la ligera garza levantando
mire al halcón veloz y atrevido,
o espere al jabalí cerdoso y fiero,
o la Aura entre los árboles gozando;
con silencio o voz muda en lo escondido
del pecho solo lloraré primero
el dolor, en que muero.
sin ti el feroz caballo, el rayo ardiente
del imitado trueno, y la sabrosa
caza, me es enojosa,
pues tú me dejas mísero y doliente.
todo me agradará, y será mi gloria,
si vuelves, y de mí tienes memoria.
Porque huyes, y quieres que sin lumbre
en esta selva muera con tormento,
y no miras tu amante, que te llama?
baja de esa fragosa y alta cumbre;
que, según el ruido grave siento,
por entre una y otra espesa rama,
que las hojas derrama,
un feroz jabalí se ha recogido.
con el arco en la blanca y tierna mano
baja antes que al llano
llegues, atravesado, y extendido
de mi venablo, y muerto, la espumosa
cabeza, llevarás victoriosa.
No te confíes, Ninfa, en tu belleza,
que vendrá el día, en que las hebras de oro
mude la edad ligera en blanca plata.
antes muera, que vea tu tristeza.
mas para qué suspiro triste, y lloro
por quien a mis querellas es ingrata?
si tu dureza mata
a quien te sigue, aquel, que te aborrece,
qué pena habrá, que iguale con su culpa?
pero quién no me culpa,
pues sigo solo el mal, que se me ofrece?
suspenso en el amor y en el deseo,
al fin doy en un ciego devaneo.
Mas vos Amores, rojos dulcemente,
dejad las ondas claras de Citera,
y a mi Ninfa herid con vuestra llama;
que su hermosa flor perder no siente
sin fruto inútil en la edad primera.
y tú Diana, pues, Amor te inflama,
cuando el monte te llama
por el dormido amante, y ya el tormento
conoces del Amor; si he venerado
tus aras, y colgado
del jabalí terrible y violento
la alta frente, y del ciervo la ramosa,
muéstrate a mis dolores piadosa.
Si contigo viviera, Ninfa mía,
en esta selva, tu sutil cabello
adornara de rosas, y cogiera
las frutas varias en el nuevo día;
las blancas plumas del pintado cuello
de la garza ofreciendo, y te trajera
de la silvestre fiera
los despojos, contigo recostado,
y en la sombra cantando tu belleza;
y en la verde corteza
de la frondosa encina mi cuidado
extendiendo, conmigo lo leyeras,
y sobre mí las flores esparcieras.
Ah cuantas veces entre aqueste juego
a tu cuello los brazos rodeara!
y en tus ojos mis ojos encendiendo,
cuando mas descuidada de mi fuego,
a tu boca el espíritu hurtara,
mi espíritu en el tuyo convirtiendo,
dulcemente muriendo.
esto preciara más, que ver el vuelo
del halcón, más que dar de un golpe muerte
al jabalí más fuerte,
o alcanzar por el ancho y largo suelo
junto al agua herido y sin aliento
al ciervo que atrás deja el leve viento.
No dudes, ven conmigo, Ninfa mía.
yo no soy feo, aunque la altiva frente
no se muestra a tus hebras semejante.
mas tengo amor, y fuerza y osadía,
y tengo parecer de hombre valiente;
que al cazador conviene este semblante
robusto y arrogante.
iremos a la fuente, al dulce frío,
y en blando sueño puestos al ruido
del murmureo esparcido
de la agua, tú en mis brazos, amor mío,
y yo en los tuyos blancos y hermosos,
a los Faunos haría envidiosos.
Mas si te agrada, y o si te agradase,
ven conmigo a esta sombra, do resuena
la aura en los ciclamoros revestidos
de hiedra, do jamás se vio que entrase
alzado el Sol con luz ardiente y llena.
aquí hay álamos verdes y crecidos,
y los pobos floridos,
y el fresco prado riega la alta fuente
con murmurio suave y sosegado.
aquí el tiempo templado
te convida a huir el Sol caliente.
ven, Ninfa bella, ven ya Ninfa mía,
este prado te llama y fuente fría.
216. CANCIÓN. Al sueño. Versión de B
Suave sueño, que con tardo vuelo
las alas perezosas blandamente
bates, de adormideras coronado,
por el sereno y adormido cielo,
ven ya al extremo puesto de Occidente,
y del licor sagrado
baña mis ojos; que, de amor cansado,
con las revueltas de mi pensamiento,
no admito algún reposo,
y el dolor desespera al sufrimiento.
¡Oh sueño venturoso,
ven ya, ven dulce amor de Pasitea,
a quien rendirse a tu valor desea!
Divino sueño, gloria de mortales,
descanso alegre al mísero afligido,
sueño amoroso, ven a quien espera
descansar breve tiempo de sus males,
con el humor celeste desparcido.
¿Cómo sufres que muera
libre de tu poder quien tuyo era?
¿No es dureza dejar un solo pecho
en perpetuo tormento
y que no entienda el bien que al mundo has hecho
sin gozar de tu aliento?
Ven, sueño blando, sueño deleitoso,
vuelve a mi alma ya, vuelve el reposo.
Sienta yo en este paso tu grandeza,
baja esparciendo el inmortal rocío,
huía la Alba, que en torno resplandece;
mira mi grave llanto y mi tristeza
y la razón del descontento mío,
y mi frente humedece,
en la sazón en que la lumbre crece.
Vuelve, sabroso sueño, y las hermosas
alas suenen ahora,
y huya con sus alas presurosas
la desabrida Aurora;
Y lo que en mí faltó la noche fría
acabe la cercana luz del día.
Una corona fresca de tus flores,
sueño , ofrezco, y descubre el dulce efeto
en los cansados cercos de mis ojos;
que el aire, lleno en líquidos olores,
ya tiene por qué sea más secreto;
y de estos mis enojos
destierra, manso sueño, los despojos.
Ven ya, pues, blando sueño, ven dichoso,
antes que el Oriente
descubra al sol con fuego presuroso.
Ven ya, sueño presente,
y acabará el dolor: así te vea
en brazos de tu dulce Pasitea.
Canción, si no agradares hecha en sueño,
como yo alcance a ser del sueño oído,
sufre el mal que te diere
quien más cuidado en tu dolor pidiere.
240. ELEGIA III. Versión de B
Oh suspiros; oh lágrimas hermosas,
gloria del alma mía, y mi cuidado,
que de mi pena fuisteis piadosas.
Oh sentimiento de amoroso estado;
oh prendas de mi alma, y mi esperanza;
que reparáis el mal del bien pasado.
Si alguna vez hallare yo mudanza,
y algún desdén, en quien está mi vida,
vos seréis mi reparo y confianza.
No temeré por vos ira encendida,
si el Amor no temiese; vos sois puerto
a la alma, en peligroso mar perdida.
Suspiros míos que me tenéis muerto,
sueño yo aqueste bien? decid, es fingido?
decid, hermosas lágrimas, es cierto?
Oh lágrimas, si hubiera concedido
Amor, que yo os bebiera porque el pecho
regarades, que en fuego está encendido.
No para que pudiera ser deshecho,
mas para que tomara blando aliento,
y fuera este de Amor ilustre hecho.
Y para que tuviera su aposento
propio en el corazón; y relevara
parte de mi dolor, y mi tormento.
No hay Néctar dulce por quien yo os trocara,
ni pluvia de oro, oh lágrimas hermosas,
por quien mi alma su dolor repara.
Tales lágrimas dulces piadosas,
Venus Citerea derramó, dejando
a Adonis en las selvas amorosas.
Y tales fueron los suspiros, cuando
de amor de Marte presa suspiraba,
ardiendo en fuego deleitoso y blando.
Con estas bellas lágrimas bañaba
Diana el rostro blanco tiernamente,
cuando de Endimión triste se apartaba.
Hermosas perlas que del Oriente
nacidas en la concha generosa
se esparcen por el último Occidente,
Tendidas por la púrpura hermosa,
no dan tal resplandor, cual habéis dado;
cayendo en los colores de la rosa.
El rocío del cielo derramado,
y en olorosas flores esculpido
a vuestra gran belleza no ha igualado.
Oh lágrimas dichosas, que el olvido
nunca podrá borrar de mi memoria,
con quien jamás espero ser perdido.
Oh mi vida, mi alma, bien, y gloria;
y vos suspiros de amorosa suerte,
por quien gané vencido la victoria.
Vivid alegres, sin que enojo fuerte
o aspereza revoque esta alegría,
que no podrá romper la dura muerte.
Conmigo faltaréis a un mismo día,
y renovándoos los celestes ojos
lloraréis en la pena y muerte mía;
y seréis del Amor dulces despojos.
249. ELEGIA IV. Versión de B
Si es ley de Amor que quien os ama muera,
y pague con la vida la osadía
mi pena, y muerte sea la primera.
Mas si pretende Amor, oh Lumbre mía,
que quien merece amaros siempre viva,
por qué queréis matarme con porfía?
Acabe ya, vuestra dureza esquiva,
que no sufre razón tan gran crudeza,
ni es bien, al tierno amante ser altiva.
Si no merezco amar vuestra belleza,
y buscáis con la muerte mi castigo,
por ser indigno yo de tanta alteza;
Este amoroso puesto es buen testigo
de quien fue la ocasión de mi tormento,
dando principio al mal que yo prosigo.
Nunca osé levantar el pensamiento,
a más que contemplar la hermosura,
vuestro valor, y blando acogimiento.
Nunca me confié de mi ventura
tanto, que pretendiese tal victoria,
siendo justo perder tal coyuntura.
Vos disteis causa a mi primera gloria,
vos pusisteis aliento a la esperanza;
prometiendo certísima memoria.
Creí vuestro deseo, y la bonanza
que vi en el mar quieto y sosegado,
diome vuestra amorosa confianza.
Ahora veo, mi dichoso estado
en miserable vuelto, y mi alegría
en tristeza, y mi bien en mal trocado.
No sé a quién yo me vuelva en mi porfía,
que pueda consolarme en tal fortuna,
sino a vos, enemiga dulce mía.
Mis quejas os publico de una en una,
muestroos mi pena, y lástima presente,
y veo que mi mal os importuna.
Estáis a mis tormentos inclemente,
ingrata, esquiva, dura, y desdeñosa;
y de vuestra memoria estoy ausente.
Mi alma que con vos era dichosa, sin vos triste,
sin vos es desdichada,
sin vos de su dolor jamás reposa.
No hay quien de mi pena lastimada
no suspire, y no tenga descontento,
y vos estáis más cruda, y obstinada.
Oh Luz, gloria de Hesperia, y ornamento,
criada por mostrarnos la belleza,
del alto, y claro, y celestial asiento.
Mirad, que si en vos falta la terneza,
perdéis parte mayor de vuestra gloria,
y el más ilustre nombre de la alteza.
Sufriréis que os escriba la memoria
por bella, y por cruel? oh Lumbre mía!
no deis a tal pecado tal victoria.
Sed, pues que sois mi Luz hermosa, pía;
dad a quien os adora algún consuelo,
en premio de sus penas, y agonía.
No me dejéis morir con desconsuelo,
de vuestra crueldad desesperado;
baste el dolor sufrido, y su recelo.
Cómo sufrís que muera en tal estado
quien era vuestro amor, vuestro contento,
y dulcemente fue de vos tratado?
Mas si vuestra dureza y mi tormento,
quieren cortar el hilo de mi vida,
y esto es ya de los dos postrero intento;
En este breve espacio, y despedida,
mostrad dolor alguno de mi muerte;
en término tan áspero ofrecida.
Que después no habrá pena, o mal tan fuerte,
que pueda deshacerme esta memoria,
último bien de mi infelice suerte,
y despojo dichoso de mi gloria.
255. ELEGIA V. Versión de B
Los ojos que son luz de la alma mía,
húmedos vi tornarse con lamento,
la púrpura bañando, y nieve fría.
Un tierno y congojoso sentimiento
con suspiros forzado, fatigaba
el pecho, donde inspira Amor su aliento.
A la armonía, y llanto atento estaba
el aire, suspendido el alto cielo,
y a mí, junto con ella se quejaba.
Cuándo oyó tan suave canto el suelo?
aunque tenga de Orfeo la memoria,
y de Febo cubierto en mortal velo?
Cuándo tuvo el Amor tan gran victoria?
cuándo sintió el valor de su grandeza?
sino en esta dichosa y sola gloria.
Qué piedad fue ver en tal tristeza
los dulces ojos, que jamás vio tales
la luz del rojo Sol puesto en alteza.
Los dulces verdes ojos celestiales,
que entre la blanca nieve, y frescas rosas
(a quien son las de Pesto desiguales)
Esparcían las lágrimas hermosas,
avivando el color con el rocío
que cubría las flores amorosas.
Qué lástima, era ver, en el Sol mío
el puro resplandor, que me encendía,
amortiguado sin aliento y frío.
Qué compasión mirar la gloria mía
sujeta a un triste y miserable estado,
y ver que Amor en ella padecía.
No hubiera pecho (aunque de acero armado)
que al dolor no entregara sus despojos
de la aspereza en piedad trocado.
El licor que bajaba de los ojos
por los pechos, y veste variada,
de lazos plateados, y de abrojos.
En nieve con dureza congelada
convertida su forma en la figura
de una luciente perla bien tallada.
No cría con tal Luz y hermosura
en sí el rosado y oloroso Oriente
perla de tan perfecta Compostura,
Si tuviera esta perla refulgente
Juno, de la alta Samo sacra Diosa,
Paris le diera el premio fácilmente.
Con esta fuera Venus más dichosa,
y el resplandor más blanco de Diana,
y de Febo la luz más poderosa.
Llegué yo a esta mi perla soberana
ay triste, inadvertido por mi daño,
que su luz a mis ojos fue tirana.
No me temí del amoroso engaño,
no pude persuadirme a tal afrenta;
no siendo de la ley de Amor extraño;
A la luz que en mis ojos se aposenta
iba para quejarme de la pena
que la fortuna adversa le presenta.
Cuando cerca del mal que Amor ordena
miré con piedad, y confiado,
la que todas mis glorias enajena.
La luz, y el dulce resplandor nevado
el corazón venció con su belleza,
y la tomé en mis manos admirado.
Lloroso y con temor de su tristeza
me olvidé de la perla que traía,
y a mi boca llevela con simpleza.
Disuelta al punto, oh dura suerte mía,
a las entrañas descendió, y en fuego
se trasmudó la nieve dura y fría.
El corazón se abrasa ardiendo luego,
como si por mi bella Luz no ardiera,
y su calor dejome aun tiempo ciego.
Oh crudo engaño, quién jamás creyera
que en un cuajado y recogido hielo
oculto un fuego líquido estuviera.
Qué, fuera del Amor, virtud del cielo,
pudo mostrar en lágrimas hermosas
un nuevo efecto, nunca visto, al suelo.
Estas lágrimas puras, y amorosas,
eran fuego de Amor, eran mi muerte,
estas lágrimas tiernas, y dichosas.
Si estas pudo arrojar con triste suerte
por los ojos, doblando el desvarío
al pecho, que rindió su brazo fuerte,
Si estas pudo enviar en hielo frío,
conociendo en la luz de su belleza
más virtud que en su fuerza, el Amor mío;
Por qué quiere que viva en su dureza
siempre sujeto, y preso, y engañado,
pues no trató conmigo con llaneza?
Mejor fuera, que ya que mal tratado
debía yo vivir, en su tormento,
me llevara al dolor sin ser forzado.
Y no que con su fraude, y crudo intento,
me robara la gloria de mi pena,
dejándome en confuso sentimiento
rebelde el cuello siempre a la cadena.
280. ESTANCIAS II. Versión de B
Oí el son del amoroso canto,
hermosa Estrella mía, que yo veo
en vuestra luz el fuego, en quien levanto,
ardiendo prestas alas, al deseo.
Por vos no puede en mí el dolor y el llanto,
y, lleno de la gloria que poseo,
hallo que en vos mi pena me disculpa
y en mi dichoso mal estoy sin culpa.
Abrázame las venas este fuego;
las junturas y entrañas abrasadas
siento, y nervios arder y correr luego
las llamas por los vasos dilatadas.
Mi llanto tiembla al fuego, y si sosiego,
crecen las llamas, súbito alentadas;
el fuego en la ceniza me revuelve
y en lágrimas al pecho el Amor vuelve.
Cuando en vos pienso, en alta fantasía
me arrebato, y ausente me presento,
y crece, contemplandoos, mi alegría,
donde vuestra belleza represento
las partes con que siente la alma mía,
enlazada en mortal ayuntamiento,
y recibe en figuras conocidas
al sentido las cosas ofrecidas.
Aunque en hondas tinieblas sepultado,
y estoy en grave silencio y escondido,
casi en perpetua vela del cuidado
se me adormecen, y en el bien crecido,
de esta memoria, con amor formado,
se vencen, y allí todo suspendido
el espíritu os halla, y tanto veo,
cuanto pide el amor y mi deseo.
Con la grande igualdad que en la belleza
vuestra halla mi alma semejante,
que trasfigure en mí vuestra grandeza
me fuerza, y a mí en vos, y del semblante
de vuestra luz procede con terneza
a los ojos de vuestro humilde amante
un furor blando, en que perderme siento,
y se dobla en la vista mi tormento.
Amor me hiere y hace que mi pena
exceda a la que ha sido más terrible;
anda de mí mi alma hecha ajena,
sufriendo el mal, que amor es imposible.
Solo estoy do mi alma se condena,
y estoy do al mortal cuerpo no es posible;
do estoy no estoy, y estoy do no me veo,
y véome do estar siempre deseo.
Casi sin esperar, mi bien, os temo,
y en temor infinito os sirvo y amo
con infinito amor, y en tanto extremo
más desconfío cuanto más me inflamo;
y mi desconfianza en lo supremo
se halla del dolor, pero si llamo
la esperanza al favor, se me retira,
y lejos de salud mi empresa mira.
Padezco yo por vos sin esperanza
y menos me debiera si gozara
el dolor de mi mal en confianza,
porque por mi provecho ya penara
y no por el valor que la alma alcanza;
y esta suerte de mal me es dulce y cara,
porque gozo mis glorias, apartado
de remedio, en la pena del cuidado.
Tengo esperanza de dolor, y tengo
por ella alguna cuenta de esta vida
que aborrezco, y las penas que sostengo
deseo, por ser vos de ellas servida;
y aunque me tratan mal las entretengo
y en medio de mi alma doy cabida,
y duéleme perder la vida y ellas,
porque mereceré el dolor con ellas.
Aunque perder la vida me asegura
mis trabajos, no tomo algún contento,
porque es mi gloria verdadera y pura
acordarme quién causa mi tormento;
mas luego Amor sus alas bate y jura
que el bien que dará el mal del pensamiento
es la muerte, pues ve que la memoria
de quien me olvida, alabará mi gloria.
No tengo de vos bien sino el cuidado
que siente el corazón, y es mejor parte
esto del mayor precio y estimado,
que vuestra corta piedad reparte;
y téngolo en secreto tan guardado,
que jamás daré de él alguna parte;
que solo nací yo para tenello
y él para darme muerte en merecello.
Yo no esperé algún bien cuando mis ojos
os dieron de su alma la victoria,
los males esperé de mis despojos,
y gusta tanto de ellos mi memoria,
que ya no trocaré de mis enojos
el menor por el bien de mayor gloria
que no venga de vos, y en ellos vivo
tan hecho, que al descanso estoy esquivo.
Contento estoy, pues el dolor no muere,
que nazca más dolor de vuestra mano,
porque me quede más razón do espere
merecer el tormento soberano;
y ya no podrá Amor que desespere
quien ve que su osadía no fue en vano,
no para confiar de bien que venga,
mas para que en la pena otro mal tenga.
Quien nació como vos tan extremada
y de tanto valor y tan hermosa,
¿cuál alma dejará no condenada
a la llama de Amor maravillosa,
y qué vida a serviros no obligada;
y qué pena daréis, que gloriosa
no sea más que el bien de la más bella,
si alguno os osa amar, mi pura Estrella?
Mi gloria es y galardón crecido
que os acordéis que, aunque por vos yo peno,
haciendo lo que debo en lo servido,
de esperanza de premio estoy ajeno;
que en acetallo queda agradecido
cuanto en serviros tiene Amor por bueno;
y no que vos lo agradezcáis, señora,
que no se debe tanto al que os adora.
Deuda es de Amor, a quien estoy obligado,
que por pagalla gloria no merezco,
mas mucha pena que tendrá el cuidado
cuando el dolor huyere, a que me ofrezco.
Si no la satisfago estoy culpado,
y no la pago en cuanto mal padezco.
A perderme aventuro de tal suerte,
que gano de mi vida viva muerte.
El galardón que aguarda la fe mía,
en fin de los trabajos que ha sufrido,
es quedar con más fuerza y agonía
otro para pasar más extendido.
Amenázame un mal y se desvía
por dar lugar al mal que ve encendido;
quien parece más grave no me mata,
porque de otro mayor se desbarata.
Ausente en soledad me huelgo tanto
por el mal que me hace mi tristeza,
que no tengo otra gloria de mi llanto
sino pensar mi mal y su dureza.
Las horas que pasé y el tiempo canto
del bien; y puesto solo en su aspereza,
pienso lo que ya fui, y en ello espero,
que en lo que soy agora desespero.
Aquí estoy y de mí en olvido puesto
por acordarme el daño que me hace
vuestra belleza, y este ausente puesto
con más cuidado mi pasión rehace
el mal que se me debe más molesto.
Tal estoy que me alegra y satisface,
porque es más agradable lo dañoso
a quien en ello siente algún reposo.
Con aquella grandeza y hermosura
y majestad, contemploos, mi ausencia,
tierna en oírme, en responderme dura;
y como si me viese en la presencia,
temo vuestro desdén, que me procura
la muerte, que consiento con paciencia;
porque no mereciendo fui osado,
aunque en belleza tal no estoy culpado.
Si os acordáis de alguna breve
muestra de vuestra hermosura esclarecida,
a ella daréis la culpa y será vuestra
la osadía, en mi alma merecida.
Sea, si vos sufrís, la culpa nuestra;
sea la pena sola de mi vida
y el error cometido a esa grandeza,
que con él valdrá en parte mi firmeza.
Merezca piedad, tan corta y justa,
la voluntad con que me hace vuestro,
que será vuestra voluntad injusta
si no dais al Amor el honor nuestro;
mas si vuestra crudeza y desdén gusta
de mi muerte, bañad el brazo diestro
con duro hierro en sangre de mi pecho,
que yo seré del daño satisfecho.
Premio honesto será de mi osadía,
que muerto de esa bella y dulce mano
no sentiré más males y agonía,
ni veré contra mí al Amor tirano;
pero vos sentiréis en algún día
(si esto sintiere un pecho soberano)
la pérdida que de ello solo os viene,
aunque en vos poca fuerza el perder tiene.
Haced cuanto os agrada y os enseña
aquesa vuestra condición esquiva;
cercad el corazón de dura peña,
mostrad despojos míos siempre altiva,
porque de vuestro amor sigo la seña.
En tanto que en mortal prisión yo viva,
tan bien os quiero, que ninguna pena
hará mi voluntad de vos ajena.
Si lástima os moviere al dolor mío,
sea por aquel bien do estuve puesto,
no por el mal que sufro en quien porfío,
pues de mi grado me es y fue molesto.
Mira, mi bien, cuánto en mis males fío,
que no salir de sujeción protesto,
y si con esto pienso que os obligo,
sedme vos y el Amor fiero enemigo.
Si alguna vez me trae a la memoria
la fantasía cómo en vano peno,
téngola por ingrata a la victoria,
y gozo en aquel tiempo de amor lleno.
Sin fe la llamo y hallo por más gloria
estar de ella apartado y hecho ajeno,
hasta que se contenta con mis males
y me muestra del daño las señales.
Mas ¿para qué me quejo del tormento
si os agrada mi pena y os contenta;
si el dolor da tal bien al pensamiento
que alegre de su mal os representa
dichoso mi trabajo y sufrimiento,
que en las llamas más vivas me sustenta?
Dichoso yo que abraso mis entrañas
de amor y vos mostráis vuestras hazañas.
Vuestra belleza tanta fuerza tiene
conmigo, que me pierdo más por ella,
y mi valor tan desigual os tiene,
que aun la pena no debo merecella.
Que os acordéis de mí, mal os conviene,
que aun eso no merezco, mi Luz bella,
sino para hacer en mis dolores
otros no usados males y mayores.
Ni veo en mí merecimiento alguno,
ni dignidad que valga a la grandeza,
que presumido llegará ninguno
en osadía, intento y en firmeza
que pueda en mi favor ser oportuno
para valer servir vuestra belleza,
si no es el grande amor que solo os tengo,
por quien en precio a compararme vengo.
Bien sé que esta osadía no merece
buen fin, pues que vale amar pretende;
más justo es que se admita, pues padece
la pena que en su falta amando entiende.
Que si vuestro valor le favorece,
en su fuego inmortal Amor la enciende;
mas ¿qué ya no merece quien os ama?
¿Qué temerá quien arde en vuestra llama?
Debeisme mucho, pues que no he perdido
con la dificultad la confianza;
mas ¿qué mal dañará al pecho atrevido
en quien vos y el Amor pone esperanza?
Si en peligrosas ondas sacudido
temí desesperado de bonanza,
Amor me desampare, que el cuidado
jamás temí, aunque me vi olvidado.
En señal de mi daño, si os agrada,
permitid, vos, señora, mi osadía;
mostrad con luz serena y sosegada
los ojos, que me vuelven la alegría,
porque en mortal trabajo, desmayada,
no derribéis esta esperanza mía;
pero ¿si vos no consentís mi gloria
y ponéis en olvido mi memoria?
Aunque no lo merezca el pensamiento,
siempre a vuestros deseos enseñado,
a vuestra condición busca el tormento
y último fin al corazón cansado.
Porque jamás me quede sentimiento
y queja de no haberos agradado,
mis males pido solos y mi engaño,
y vos quedad contenta de mi daño.
291.ELEGÍA. Versión de B
Hermoso y rubio Febo, que escondido
en el seno argentado de Occidente,
dejas el suelo nuestro oscurecido;
si a las rosadas puertas de Oriente
esparcieres los puros rayos de oro
con nueva luz de roja y alta frente,
encubre el resplandor de tu tesoro,
que hoy vi las luces do perdí, herida,
mi alma en la belleza y bien que adoro.
Ya pasó mi dolor, ya sé qué es vida;
ya puedo esperar bien en mi tormento,
sin recelar mi muerte aborrecida.
Verás de tu sublime y rico asiento
las trenzas crespas, en que estoy enlazado,
sueltas al espirar del manso viento;
los ojos, do Amor yace venerado,
el semblante, que en púrpura y en nieve
dulcemente parece estar mezclado.
Pero sea la vista en tiempo breve,
que si tu Luz en ella se detiene,
hará que Amor sus flechas en ti pruebe.
Dar claridad al orbe te conviene,
y no ciego de aquella Luz hermosa
que en tinieblas profundas te condene.
solo para mi alma venturosa
se concedió el amor de su belleza,
la vida dulce y muerte gloriosa.
Sienta el persa animoso mi riqueza
y quien de Idaspes bebe la corriente
y del dorado Ganges la grandeza.
Mi gloria vaya a la escondida fuente
del fértil Nilo, imitador del cielo,
Y a la apartada inculta y nueva gente.
Pues entre cuantos ciñe el mortal velo,
que las leyes de Amor hayan seguido
desde la Aurora a nuestro hesperio suelo,
yo el más dichoso y cierto amante he sido,
y mi Luz entre todas la más bella,
aunque el troyano estrago ha sucedido.
No tiene el alto polo clara estrella,
bien que estime la esposa de Perseo
y a quien del falso griego se querella,
igual a esta mi Luz, que alegre veo
tender los rayos blandos a mis ojos
y contiende en el mío su deseo.
Que de mi largo afán de mis enojos
escondió la ocasión, y, dulcemente,
descubrió la esperanza a mis despojos.
Ya mi alma el ardor divino siente
con efectos de amor, y, renovado,
el regalo después del mal ausente.
Vi su pura belleza, y, alterado
el ánimo, el placer me confundía,
y la voz me dejó desamparado.
Llegó todo mi bien con alegría,
vime con piedad favorecido
y escuché el dulce acento y armonía.
Si del cielo me fuese concedido
levantar en imperio el nombre mío,
con diadema y cetro esclarecido,
y el Indo ardiente, el Trace áspero y frío
sujeto fuese a mi poder, y el fiero
que riega de Danubio el alto río,
sin esta bella Luz por quien espero
morir, si Amor me ofrece tanta gloria,
ni estimo la corona ni la quiero.
Más deseo sin fama y sin memoria
estar en pobre y solo apartamiento,
cantando de mi bien la rica historia,
que con ella viviera más contento.
Y sé bien que me diera con su lumbre
gloria al dolor y grave mal que siento,
y a mi nombre lugar en alta cumbre.
295. CANCION. Versión de B
Desciende de la cumbre de Parnaso,
con grave y noble y consonante lira,
cantando dulce, ¡oh tú, inmortal Talía!,
y nuevo aliento al pecho mío inspira,
aquí, donde el torcido y rico paso
Betis corriente al hondo mar envía;
porque de la voz mía
suene el canto y florezca la memoria
hasta el rosado puesto de Oriente,
y donde a Libia ardiente
el sol abrasa, y con perpetua gloria
el nombre eterno de la ilustre planta,
que de Córdoba y Serda se levanta,
crezca, y dé honra al Céfiro dorado
este sacro lucero venerado.
Las victorias, trofeos levantados
en los desnudos robles, el sangriento
suceso del feroz armado Marte,
las alzadas banderas en el viento,
los presos, los imperios conquistados
con ánimo, prudencia, fuerza y arte,
que dieron tanta parte
de la rota y herida y muerta Francia
al primero Fernando glorioso,
que al turco belicoso
rompió en el alto Jonio la jactancia
y en Italia ganó el soberbio nombre
con más valor que cabe en mortal hombre,
con alas de encendida y viva gloria
a Europa y Asia muestra su memoria.
El ánimo del nieto esclarecido,
igual en nombre y en virtud y en fama,
que perturbó de Enrico la braveza,
como de Febo la luciente llama
que deshace al nublado oscurecido,
así se extiende lleno de grandeza
puesto en mayor alteza,
siguiendo al blando Apolo y a Belona,
y de lauro y de yedra floreciente,
a su sagrada frente
doblada ciñe, y orna la corona;
pero tratar de su valor famoso
pertenece a un espíritu dichoso;
mas ¿qué, si canto yo la soberana
Francisca, al uno nieta, al otro hermana?
¡Oh alma llena de valor y gloria,
ilustre muestra de real grandeza,
a quien el favorable y largo cielo
sus dones entregó con su riqueza
y en vos sola ocupó nuestra memoria,
que igual no ve la luz que nació en Delo;
el nuestro hesperio suelo
a vuestra deidad consagra un templo,
de ingenio, de virtud, prudencia rara,
cual el que dedicara
Atenas generosa con ejemplo
a la armada doncella que sin madre
nació de la cabeza de su padre!
Y no es mucho que igual esta honra sea,
pues se os rinde la virgen Atenea.
De vos procede, ¡oh sola luz de España!,
la divina virtud que mi deseo
inflama en nuevo ardor y glorioso.
Ya debajo mis pies la tierra veo,
y el ancho y largo Ponto que la baña,
cortando el campo llano y luminoso,
y veo en el dichoso
sol de vuestro valor y en las estrellas
cuanta grandeza en sí contiene el cielo
que os cubre el mortal velo,
y vuestras alabadas obras bellas;
y en vuestro resplandor contemplo atento
el ser, virtud, el claro entendimiento,
y hallo la celeste hermosura
que espira en vuestra lumbre excelsa y pura.
Como el ardiente sol la antigua tierra
con sus rayos alumbra y enriquece,
haciendo el campo fértil, selva y prado,
que con sus varios dones reflorece
y en su seno los frutos nos encierra,
tiene así el resplandor claro y sagrado
nuestro ingenio ilustrado,
y produce , esparciendo su riqueza,
el fruto del espíritu divino
con valor peregrino,
y celebra las obras de grandeza
con alta, insigne y gloriosa lira;
y tanto en vos descubre que se admira,
porque halla encerrado en vos el cielo
y altivo de ello y arrogante el suelo.
Todo cuanto al terreno cuerpo alienta,
por la virtud eterna fabricado,
en vos se halla con igual efeto.
Vos sois ejemplo a todo lo criado;
de vos la tierra vive, y se alimenta
el mar, el aire y fuego más perfeto ;
que con valor secreto,
a tierra, a mar, al aire, al puro fuego,
cual la virtud del cielo, y las estrellas,
son vuestras obras bellas
la tierra, el mar, el aire, el puro fuego.
¡Oh glorioso cielo en nuestro suelo!
¡Oh suelo glorioso con tal cielo!,
¿quién podrá celebrar vuestra grandeza?
¿Quién osará alabar vuestra belleza?
Vuestro valor eterno y soberano
excede a nuestro rudo entendimiento
y ciega vuestra luz resplandeciente
los ojos del humano sentimiento.
Yo (aunque el sagrado Amor me da la mano)
temo del hondo Pado la corriente
y el mar que dentro siente
del atrevido joven la caída.
No soy el insolente Salmoneo
que con vano deseo
imitó el rayo que abrazó su vida.
Cuanto ve el sol y cuanto el cielo cubre,
todo en vuestra alabanza se descubre,
y toda se presenta a gloria vuestra
la ingeniosa y clara madre nuestra.
¿Qué puedo, pues, yo dar a la grandeza
del inmortal vigor, porque las flores,
las perlas que enriquece el Oriente
y de Arabia dichosa los olores,
es don pequeño a la sublime alteza?
Daré a su templo de mi pecho ardiente
el corazón caliente,
que se abrase en sus aras ofrecido;
la libertada voluntad sujeta,
si puede ser acepta
al valor y al ingenio esclarecido ;
si es poco, daré la alma, y si tuviera
otra cosa mayor, también la diera.
Que su lumbre será felice guía
a la voz simple de la musa mía.
Canción, de puro afecto
hecha, aunque indigna puesta ante sus ojos,
di con humilde frente:
"A vuestra gloria ofrece estos despojos
quien venera el valor vuestro excelente."
305. CANCIÓN. Versión de B
De las más bellas trenzas y doradas
que jamás vio el sol claro, estoy ausente,
entre estas peñas, solo en el desierto,
que mis quejas responden tiernamente.
De las más bellas luces y sagradas
estoy en soledad, de bien incierto,
y puesto en dolor cierto.
De aquellas hebras bellas
y hermosas estrellas
mi fortuna cruel, mi suerte dura
me aparta en larga, en fría noche oscura.
Amor, llévame aquel cabello y ojos
de cuya hermosura
fui y soy y seré siempre los despojos.
No son más relucientes y encendidos
cuando más rojos son en claro día
los puros rayos del sol alto ardiente,
que son de la enemiga dulce mía
los filos, enlazados o esparcidos
por la serena, blanca y limpia frente;
donde el Amor presente
la red dorada ordena,
la entrenzada cadena
al alma, que merece ser vencida,
y sufrir satisfecha y bien perdida
el dolor amoroso y el tormento
que le da eterna vida,
cual me da en mi trabajo el sufrimiento.
Las llamas del purpúreo abierto cielo,
con quien la noche sola se corona
de lucientes figuras adornada,
componiendo en su frente una corona
de vario resplandor, que ilustra el suelo,
vence mi Luz, de rayos inflamada;
do tiene Amor formada
toda su mayor gloria,
su imperio, su victoria,
y con doradas flechas en la mano
en ella se descubre ser tirano,
y al dulce centellear de luz ardiente
no deja pecho sano,
que cuanto mira hiere crudamente.
Cuando crece la sombra y mengua el día,
el fuego del Amor con mayor fuerza
me abrasa, y yo no hallo en dolor mío
remedio alguno, que mi mal se esfuerza
en esta miserable suerte mía;
y de mis ojos va un lloroso río
que en el invierno frío
la condensada nieve
disuelve en tiempo breve;
mas de los ojos blandos la terneza
y el resplandor ilustre de belleza
podrían mitigar su fuerza ardiente,
si en esta mi tristeza
no estuviese apartado, solo, ausente.
Amor no dulce, sino Amor amargo,
¿con qué virtud me tienes, que no muero
de mi hermosa Estrella no alumbrado?
¿A do está el bien? ¿A do el favor primero?
¿Qué tiempo es este de destierro largo?
Los ojos, de mí todo transportado,
vuelvo al puesto sagrado,
donde está la Luz mía,
y allí, suspenso, el día
paso y la noche en mísero lamento,
y mi deseo, alzando el pensamiento,
llévame a contemplar mi Luz, qué hace,
y si mi apartamiento
le agrada, si mi mal le satisface.
Mil cosas imagino que deseo;
hácelas verdaderas la esperanza,
último bien del amador mezquino.
Hallo siempre razón y confianza
de conseguir el bien de mi deseo.
Ya corre el pensamiento sin camino
por el error contino
de mi antigua fortuna.
Halla tal vez alguna
muestra de su dolor, y teme y huye,
y el pasado contento se destruye,
y por el mismo paso que ha llevado
entrar luego rehúye:
tal va de su temor, triste y cuitado.
¿Qué podré yo hacer en tal extremo,
pues me obliga mi suerte a mi tormento,
sino sufrir el mal que Amor me diere?
Hecho estoy al dolor y al sufrimiento,
y, primero que venga, el daño temo,
y espero cuanto su dureza quiere.
Y aunque cruel me hiere,
no servirá que quiera
rehusar la carrera.
Haga, pues, el dolor en mí su oficio,
Y Amor crudo y sangriento su ejercicio;
que no podrá el tormento ser más fuerte
que hacer sacrificio
a la ara de mi Lumbre con mi muerte.
solo permite, ya que estoy ausente,
quejarme de mi mal a este desierto,
primero que a la espada entregue el cuello
y el cuerpo al fuego que me tiene muerto,
y mis perdidas glorias que recuente,
cuando el dorado lazo del cabello
crespo, sutil y bello
en mi cerviz se puso,
dejándome confuso,
y que imprima la causa de mi afrenta
en esta arena estéril y sedienta,
y, repitiendo de principio el daño,
haré que el campo sienta,
pues solo estoy, la fuerza de mi engaño.
Será el desierto y mi dolor testigo
de mi liviana culpa y grave pena,
y cuán en vano, triste, me lamento;
porque quien a la muerte me condena,
ingrata y dura y áspera es conmigo,
y siempre va doblando mi tormento.
Mas si el dolor que siento
turbase por un día
esa enemiga mía
y me llevase ante sus bellos ojos,
serían gloria todos mis enojos;
y por el bien de verme en tal estado,
querría ser despojos
de ausencia y de temor y de cuidado.
Amor, yo muero solo en el deseo,
y aunque es mi dolor grave y trabajoso,
huelgo, que de la causa porque muero
querrías tú morir envidioso.
Si doy en gloria y en amor primero,
tal es mi mal, que tú tendrías por bueno
no morir como yo, muriendo, peno.
361. CANCIÓN. Versión de B
Oh clara luz y honor del Occidente,
espíritu real, do puso el cielo
cuanto valor contiene su grandeza,
a quien, cubierta en oro, el vario velo
y en la púrpura ilustre de Oriente,
la gloria esparce toda su riqueza;
si el inmenso dolor de mi tristeza,
que me obliga a cantar la grave pena
que aborrezco y procuro,
me dejase algún tanto ya seguro
del fuego ardiente que en mi pecho suena
y del rigor del golpe áspero y duro
que me condena a doloroso llanto
y a perpetua cadena,
en honra vuestra levantara el canto.
Mas yo siguiendo voy, con paso incierto,
en noche oscura y en turbado día,
por difíciles pasos no tratados,
lejos el resplandor de la Luz mía,
que me lleva a morir en temor cierto,
adonde solo entraron desdichados:
que esto es premio a mis penas y cuidados.
Ya en la doblada imagen espartana
la coronada frente
muestra la cuarta vuelta el sol presente,
después que Amor y Venus soberana
me llevaron al jugo obediente.
Jamás sonó de allí mi triste lira,
que mi dolor no se a...
y el desdén de mi Luz y ardiente ira.
Los despojos, los arcos, la memoria,
las columnas del fiero armado Marte,
los trofeos alzados, que en rocío
sangriento manan; la destreza y arte
que a fuertes capitanes da la gloria
que en sus ondas bañó mi patrio río,
a que aspiraba el rudo canto mío,
oscurecidos quedan en olvido.
Solo es amor mi canto,
los ojos bellos y oro puro canto.
¡Tal me tiene el Amor preso y rendido
y sujeto a la fuerza de mi llanto!
Recíbeme la noche y deja el día
celebrando perdido
la hermosura de la Lumbre mía.
Aquel que el glorioso y rico lauro
inflamó de sus verdes hojas de oro,
que con suave y noble y docta lira,
igual de Grecia y de Castalia al coro,
suena en el Indo piélago, en el Mauro,
y con el canto al mismo Febo admira,
y osadamente a levantarse aspira
con felice armonía a la memoria
del valor escogido,
con puro y alto espíritu encendido,
y de las almas claras con victoria;
aquel a vuestro ingenio esclarecido
puede esculpir en el pintado cielo
con inmortal historia,
que no mi canto, ajeno de consuelo.
El peso inmenso y movimiento ardiente
sustenta grave apena el grande Atlante,
su revuelta sintiendo presuroso.
Yo, que no soy tan fuerte y tan constante,
temo caer con él y, juntamente,
dar fama a mi deseo peligroso,
y morir como Erídano animoso,
de aquel paléneo espíritu abrasado,
en la corriente undosa
llamada de su nombre, do en llorosa
honra el antiguo electro fue engendrado.
Su caso acervo y muerte lastimosa
aparta mi esperanza y mi deseo,
y el miserable hado
de quien rigió el caballo de Perseo.
Vuestro valor excelso, la grandeza
del ánimo, el ingenio levantado,
la gloria propia, el generoso intento
a Esmirna y Mantua hubiera ya cansado
y del cisne Dirceo aquella alteza
de no imitado vuelo y grave acento,
y de Olmeo al sagrado ayuntamiento,
¡cuánto más una pobre , estéril vena!;
aunque el oro abundoso
que Hermo vuelve en sus ondas y el dichoso
Tajo con reluciente y rica arena
y de Hidaspes dorado el curso ondoso
sonasen de mi canto en la corriente,
de vuestra gloria llena,
y de Rodas la pluvia reluciente.
Querer cerrar en pecho el bien que el cielo,
largo y felice, ofrece al nombre vuestro,
será como quien piensa vanamente
contar de la ribera del mar nuestro
las ondas, o en el alto libio suelo
las arenas que junta el seno ardiente,
o los astros del orbe refulgente.
Mejor es con silencio a vuestra fama
dar la gloria debida
y admirar el valor, virtud crecida
que resplandece con eterna llama,
como estrella del polo esclarecida;
que contra el tiempo y duro hierro agudo
la lumbre en que se inflama
será inmortal y soberano escudo.
Canción humilde, si al real semblante
de quien iguala al rojo Cintio y Marte,
y de lauro sagrado
está la insigne frente coronado,
fueres, dile inclinada desde aparte
que la pena cruel de mi cuidado
y mis suspiros y amoroso llanto,
el espíritu y arte
negaron en su gloria al débil canto.
368. ELEGÍA. A la muerte de don Pedro de Cabrera. Versión de B
Luego que me hirió el profundo pecho
el triste son del caso sucedido,
turbose el corazón, un hielo hecho.
Quise engañar yo mismo a mi sentido
y negar a la fama la certeza :
que tanto mal no debe ser creído.
Mas el lloroso estado y la tristeza
y el común sentimiento que se vía,
me declaró del daño la grandeza.
¡Cuán de otra suerte, triste, yo fingía
la alegre nueva, y toda la memoria
que en la pompa real se me ofrecía!
Contaba los sucesos y la gloria
en ejercicios de la diestra ardiente
y del feroz caballo la victoria;
el juicio, el ingenio floreciente,
el valor de aquel ánimo dichoso,
que era sola esperanza de Occidente;
el santo celo, el pecho generoso,
la piedad, el ser afable, humano,
la constancia y grandeza y el reposo.
Mas, ¡oh mis esperanzas, cuán en vano
salieron, cuán en breve cortó Muerte
la tierna flor con rigurosa mano!
¿Cuál corazón se vio tan duro y fuerte
que no quedase en lágrimas deshecho,
que no temblase con tan grave suerte?
Murió don Pedro, y mi terrible pecho
no se rompe. ¿Qué espera mi dureza,
después de este cruel y triste hecho?
¿Qué muestras podré dar de mi tristeza,
sino suspiros tristes y lamento,
que condenen del hado la aspereza;
y en exequias del duro sentimiento
estos versos, que sean los despojos
del bien que ya perdí, del mal que siento?
Lágrimas ¿quién dará para mis ojos?
Suspiros ¿quién al corazón doliente?
¿Quién palabras que hieran como abrojos?
A mis ojos ya veo estar presente
aquel semblante en nueva luz cubierto,
con pura claridad resplandeciente.
Y culpa si su espíritu desierto
lloro, que en la región del alegría
está, dejando en tierra el cuerpo muerto.
Gran causa de llorar es esta mía,
pues considero cuánta confianza
a España arrebató un oscuro día.
Mas si revuelvo intento esta mudanza,
y veo a quien suspiro más dichoso,
donde el poder terreno tarde alcanza,
es envidia y no llanto lastimoso
que se tiene a quien huye del cuidado
y miseria del suelo trabajoso.
¿Quién llora porque viva descansado,
lejos de las congojas de esta vida,
el que siempre estimó y fue de él amado?
Allí la ambición mala y sin medida,
odio, codicia, miedo y la tristeza,
su quietud no turban escondida;
mas seguro sosiego y la simpleza,
que en celestes espíritus asienta,
divino amor de la inmortal belleza.
Nuestra mísera vida ¿a quién contenta?
¿Quién desea vivir en las cadenas
donde la alma se cansa y atormenta?
Nuestras glorias, de afán y dolor llenas,
sin bien, sin esperanza, sin consuelo,
siempre con más dolor doblan las penas.
Nunca alzamos los ojos en el cielo,
sujetos con la carga y peso humano
que al alma impide levantar el vuelo.
Revueltos en deseo y temor vano
vivimos, enemigos de la gloria
de aquel supremo asiento soberano.
¿A quién no cansa la cruel memoria,
do más ilustra Betis la alta frente
y da al mar de sus ondas la victoria?
Hambre, peste, furor de Marte ardiente,
rigor del cielo, nunca mitigado,
y contino temor del mal ausente.
Entonces nos llevó el adverso hado
de León aquel joven animoso,
con la cumbre del monte quebrantado.
Quedó tendido el cuerpo generoso
sin vida en la desnuda tierra, helada
con el horror del golpe impetuoso.
No baja con tal furia arrebatada
el rayo resonante, despedido
de la nube, con ímpetu rasgada.
Betis turbó sus ondas con gemido
y sus ninfas lloraban a su amante
y del león sonó el feroz rugido.
Jamás dolor a este semejante
sintieron las riberas caudalosas
que hiere el alto piélago de Atlante,
creciendo las memorias dolorosas
con su muerte, y España fue testigo
del triste llanto y quejas congojosas.
A ti ahora también su estrecho amigo
lejos lleva del sacro y patrio río
el mismo hado desigual consigo.
Quema el duro rigor del seco estío
la bella flor, y de la tierna planta
las hojas el nevoso invierno frío;
mas Céfiro suave las levanta
hermosas con alegre y blando vuelo
y Filomela en ellas dulce canta.
Nosotros, cuando rompe el mortal velo
y desampara el corporal aliento,
jamás el pie estampamos en el suelo.
Breve, dudosa vida, con tormento
cierto, temor, deseos no acabados,
son de nuestra miseria el fundamento.
¡Áspera y justa ley que los cuidados
refrena y el amor desvanecido
de humanos corazones engañados!
Yo mismo mi dolor, mi muerte pido;
yo busco mi trabajo y hago queja
del cielo, que resiste a mi sentido.
¡Qué pocas veces el dolor nos deja!
¡Cuán presto se deshace la alegría!
¡Y, no siendo aún hallado, el bien se aleja!
Como desierta, oscura incierta vía,
que se revuelve en sí, sin dar camino
a quien confuso por sus pasos guía,
así es la vida nuestra, que contino
seguimos engañados, sin que acierte
sacar el paso el corazón mezquino,
hasta que la fatal postrera suerte
rompe el impedimento y deja llano
camino a la dureza de la muerte.
Entonces de la tierra el amor vano
y la gloria caduca al alma ingrata
son dolor y tormento sobrehumano.
Las esperanzas todas desbarata
la muerte, y al que en vicio sepultado
yace , en eterna pena aflige y trata.
Dichoso tú, que, al cielo arrebatado,
alegre relucir ves las estrellas
y bajo de tus pies el mar hinchado;
y del viento los soplos, las centellas
que el aire errando ilustran esparcido
y nuestro clamor oyes y querellas;
y ante el inmenso Rey esclarecido
que al alto cielo rige y pone freno
al mar, que no se extienda embravecido,
de gloria y piedad celestial lleno,
ruegas por nuestras culpas por ventura,
abriendo de amor santo el largo seno.
Aunque la voz del llanto y veste oscura
no sufra la alegría de tu suerte
que goza de la excelsa hermosura,
permite que a tu acerba y grave muerte
publique, con señales de tristeza,
cuánto España sintió tu dolor fuerte.
Afectos son de la inmortal dureza
estos hondos suspiros y lamentos,
que muestran su dolor con tu grandeza.
Porque siempre perpetuo el sentimiento
con memoria será del bien perdido,
pues eras nuestra gloria y ornamento.
Yo al amor que te debo, agradecido
(si algo pueden mis versos), te prometo
que tu nombre no bañe eterno olvido.
Antes por donde Betis va quieto
al extendido vaso de Nereo
y siente en su profundo al sol secreto,
de los pinos del piélago Eritreo,
do ve del nuevo mar la gran corriente
el español muriendo en su deseo,
y donde el rojo puesto de Oriente
mira la rociada y pura Aurora,
do imprime el hielo, do arde el sol caliente,
será tu nombre en la sagrada Flora
más ilustre y famoso y estimado
de quien no solo por tu ausencia mora,
mas de quien tu valor aventajado,
de quien oyere tu virtud y gloria:
porque tu nombre siempre celebrado
hará igual con el tiempo su memoria.
371. CANCIÓN. Versión de B
Este lugar desierto
y este silencio oscuro y escondido,
do el sol no haya abierto
el paso al carro ardiente,
testigos son del dulce bien perdido
y de mi daño cierto,
memoria amarga de mi gloria ausente,
donde en grave tormento
cansa el vano deseo al pensamiento.
Aquí, junto a estas flores,
al pie de este alto lauro coronado,
volaban los Amores
sobre la bella frente,
que el cerco, en hebras de oro relazado,
con los varios colores
de las dichosas perlas de Oriente,
a la Aura descubría
y a los Amores de su amor hería.
Volaban rociando
con la ambrosía el rosado, apuesto cuello,
y yo atento, mirando
su luz ardiente, en fuego
preso, en las rosas vueltas del cabello,
y vi mi muerte cuando
en sus ojos se puso el niño ciego,
y en su hermoso pecho
quedó espíritu dulce el Amor hecho.
Salían de los ojos
rayos que me rompieron las entrañas,
llevando mis despojos
en señal de su gloria
y en ellos descubrieron sus hazañas,
doblando mis enojos
para mayores muestras de victoria:
que el Amor no condena
a quien ama a pequeña o justa pena.
Las perlas que en el seno
rojo y del claro Hidaspes relucían
en el curso sereno,
formaban diademas
en las cogidas trenzas que ceñían
del oro en ámbar lleno,
y esparciendo las puntas más extremas
por la purpúrea frente,
mi alma se abrasó en su fuego ardiente.
Cuál fue mi grave pena,
luego que en su belleza vi mi muerte,
sábelo quien ordena
que muera aquí perdido
con esquiva memoria de mi suerte.
Cuán presto desordena
Amor lo que desea un afligido;
que luego en la mudanza
corta el vuelo sin tiempo a la esperanza.
Pequeña fue mi gloria,
pero grande y eterno mi tormento
que dejó en la memoria
soledad de belleza
y vana confianza al pensamiento,
que en miserable historia
revuelve la pasión de su tristeza;
y quédame en despojos
fuego en el corazón, llanto en los ojos.
Quieto y fresco río,
y de los verdes árboles vestido,
alto monte, y tú, frío
bosque, solo y cerrado,
¿cuántas veces mi llanto habéis oído?
Y el grave dolor mío
¿cuántas veces turbó vuestro callado
silencio, sin que viese
que piedad en mi señora hubiese?
Su nombre en la corteza
vuestra extendiendo, en llanto deshacía
mis ojos con terneza,
y en el lugar donde ella
se recostó, lloroso me tendía;
y atento en su belleza,
hasta que daba luz la Idalia estrella,
allí estaba llorando
y al cielo de mis lágrimas cansando.
Pasó mi bien ligero
cual niebla que la esparce y rompe el viento;
quedome dolor fiero,
que nunca de mí parte,
y en su memoria desmayar me siento;
y jamás, triste, espero
que el tiempo en mí deshaga alguna parte;
que en la alma con firmeza
fijó el Amor su gracia y su belleza.
Canción, sola y desnuda
y hecha de dolor y pena mía,
huye de la alegría,
busca donde no pueda
ofender tu desdicha a gente leda.
381. CANCIÓN. Versión de B
Amor, tú que en los tiernos bellos ojos,
tocados de hermosa pluvia de oro,
centellaste, las alas esparciendo,
y mi pecho encendiendo,
llevaste nuevamente los despojos,
tu sacra hacha y tu favor imploro
para cantar la Luz de mi cuidado;
las hebras que Aura mueve
por el cuello, que pura leche y nieve
en la blancura vence, y el templado
color de la purpúrea y fresca rosa,
en sombra desteñido,
de viola suave y amorosa,
donde quedé otra vez preso y perdido;
y en la robada forma de belleza
cantaré tu valor y su grandeza.
Cual en la solitaria noche oscura
resplandece de Venus el lucero
con la sagrada frente rutilante,
que al sol corre delante,
tal mi Lumbre, de eterna hermosura,
en el horror se descubrió primero,
y la sombra venció, mostrando el día
en el nubloso manto,
y con el amoroso y dulce llanto
enterneció el dolor a la alma mía:
rocío celestial, que en vario lustre
las nubes hace bellas.
Cuando tiende sus rayos Febo ilustre
no iguala en el color a sus centellas,
que por las esmeraldas y zafiros
de mi pecho trajeron mil suspiros.
No mereció esta pluvia nuestro suelo.
aunque el templado puesto y escondido
enriquezca por ella alegre Flora,
y a la rosada Aurora
exceda, que bañar debía el cielo.
Esta esparció de Psique Amor herido
y quien dejó las ondas de Citera
por Adonis hermoso.
Este rocío, dulce y amoroso,
que dobla el mal do quiere Amor que muera,
en fuego me abrasó, dando a mis ojos
nueva ocasión de pena
y otro inmortal principio a sus enojos.
No habrá canto suave de sirena,
ni circe que nos busque igual engaño,
como esta Luz llorosa causó el daño.
Las hebras esparcidas por el cuello,
cual oro en filos vuelto y derramado
sobre el blanco marfil, que el manso viento
bate alegre y contento,
cogidas unas van en lazo bello,
otras sin arte sueltas y cuidado;
cual juega errando por la pura frente,
cual cubre un sutil velo.
Así el dorado ardor y luz del cielo
aun no encelan las nubes de Occidente.
En unas Amor hace el jugo, y tiene
en otras ordenada
la cadena, en la cual mi error sostiene,
de bellas piezas presa y enlazada.
Unas me dan la vida y otra muerte,
y siempre crece en el dolor mi suerte.
No he visto yo de púrpura encendida
la gracia desnudarse nueva rosa,
que solo se descubra su blancura,
que así quede tan pura,
tan bella, tierna y de color perdida,
cuanto mi Luz turbada y amorosa.
Blanco alabastro el rostro parecía,
blando y descolorido,
de dolor y de lástima ofendido,
que me robó el sosiego y alegría.
La Alba, cuando, enlazado al hombro, ciñe
el manto entretejido
que la concha sidonia en perlas tiñe,
ríndese a su color esclarecido.
Tal es Amor hermoso y Venus bella
cual mi luciente y clara y blanca Estrella.
La luz turbada, pues, las trenzas de oro,
sin orden apartadas, la belleza
del rostro, sin color y desmayado,
si no fuera el cuidado
que tengo suyo y el valor que honoro,
rindiéramos al poder de su grandeza.
Y aunque de su señal halló apuntada
mi frente, y preso el cuello
del glorioso nudo del cabello,
mi alma se sintió y paró alterada;
las alas sacudió y ardió en el fuego
que en sus centellas crece,
y yo quedo otra vez herido y ciego,
y la llama presente resplandece
en las entrañas mías, y conmigo
en la ausencia yo soy del mal testigo.
Bien creo yo que puede una luz bella
arder en pecho tierno y amoroso
y desatallo en la ceniza ardiente,
más que pueda a mi ausente
pecho ablandar la fuerza de mi Estrella
en su fuego perpetuo y presuroso,
estando triste, sin cuidado, ajena
del compuesto ornamento
y llena de lloroso sentimiento,
que mueve más a lástima que a pena;
y que en ella se admira aquella gloria
de eterna hermosura
con el dolor que siente en la memoria
y en la virtud que resta en su figura,
esto es ser de belleza soberana,
que no debe alabar lengua profana.
Ya no procure Amor para mi daño
el crespado cabello, el vario nudo,
la alegre luz, la púrpura suave;
pues no es al dolor grave
remedio alguno de mi mal extraño
luz llorosa, oro suelto y el desnudo
color de blanca y no tocada nieve;
que en ellos abrasado
estoy, cual rudo amante lastimado.
Y aunque ya mi temor en vano pruebe
sacarme de este fuego que me inflama,
ni el Amor lo permite,
ni yo quiero huir mi dulce llama,
ni que mi muerte mi tormento evite,
porque yo sé que gano con la muerte
eterna vida y nueva y alta suerte.
Tú, sacro Amor, que con doradas alas
atraviesas del Austro al Oriente
y abres con tu fuerza el mar sonante,
y a Febo, al arrogante
Marte vences, subiendo, y alto igualas
a Jove y sobrepujas tú, presente;
pues viste la Luz mía, dame aliento
para cantar su gloria,
mi firmeza, constancia, tu victoria,
mis quejas y suspiros y lamento.
Yo no te pido premio ni deseo,
que bien sé que no debo
esperar bien alguno a mi deseo;
mas por el mal que siempre sufro y llevo,
memoria sola pido en la mudanza
y una pequeña muestra de esperanza.
Tú esculpiste (admitiendo la belleza
mis ojos) en el pecho su figura,
y en él, resplandeciendo por las venas,
de su forma no ajenas.
cobró valor y fuerza con presteza,
y se descubre en mí su hermosura.
De aquí me nace espíritu y el brío
que me levanta al cielo
y hace que aborrezca el frágil velo
que dentro encierra todo el valor mío;
y el puro ardor me abrasa en pura llama
y en la sagrada cumbre
la vista hermosura más me llama
de la inmortal, celeste inmensa lumbre;
y todo el bien, Amor, de tu ser viene
y el ancho mundo en tu poder sostiene.
Canción, Amor me mueve
y mi alma con él está presente
en tierra y mar y aire y fuego y cielo,
que no hay donde pueda estar ausente;
yo solo estoy en el suelo,
falta del ser humano; si te agrada
conmigo queda en soledad criada.
401. ELEGÍA. Versión de B
Yo pensé, dulce bien del alma mía,
que primero con muerte el cuerpo ausente
desamparara en tierra sola y fría,
y que la fuerza del dolor presente
pudiera humedecer de vuestros ojos
la pura luz y resplandor ardiente,
que apartado y muriendo en mil enojos
sustentar esta ausente y triste vida,
acrecentando al mal nuevos despojos;
mas ya vivo en ausencia aborrecida
y no muero en la sombra del olvido,
donde quedó mi gloria oscurecida.
Pues esto sufro, ¿qué no habré sufrido?
¿Qué puede ya imprimir el sentimiento
en este corazón endurecido?
Mayor es que el dolor el sufrimiento,
y tal es el dolor, que puede el pecho
juntamente abrasarse al mal que siento.
De heladas rocas ásperas fui hecho
y me crió la fiera tigre hircana,
pues no estoy de mi pena ya deshecho.
En esta parte estéril y profana,
do la noche con tela tenebrosa
vence a la luz de Febo soberana,
vuestra belleza inmensa y gloriosa
conmigo veo atento, y considero
la pérdida de ausencia lastimosa.
Alguna vez me tiene el dolor fiero
tan rendido a su fuerza y quebrantado,
y, no muriendo, con suspiros muero.
Betis, de este mi llanto acrecentado,
testifica mi lástima, sonando
en el cristal de Océano apartado.
Y creo yo que en el purpúreo bando
que Euro hermoso hiere y con luz nueva
siente al sol, que sus rayos va dorando,
es mi mal conocido; que la prueba
que ha hecho Amor en mí quiere que sea
señal adonde sus desdichas lleva.
Si alguna vez mi alma ver desea
vuestra luz rutilante , en vivo fuego
arde, sin que su bien en ella vea.
Porque el tirano, que en mi pecho ciego
está siempre, me ofrece a la memoria
mi pérdida y mi crudo dolor luego.
La muerte, si viniere, será gloria;
pero a tan duro corazón no quiere
dar esperanza alguna de victoria.
Un continuo temor me aflige y hiere;
que ya, si no me mata el mal de ausencia,
no habrá por qué mi muerte Amor espere.
Porque yo, que vivía en la presencia
alegre y venturoso, estando ausente,
deseo poner fin a mi dolencia.
Mi alma en vuestra bella y pura frente
presa de ricos lazos me tendría,
siempre en vuestra divina luz presente.
Y satisfecho el bien de mi osadía,
gozara merecer; que, por vos muerto,
consagré a vuestra luz la vida mía.
Y aunque de bien alguno estaba incierto,
¿qué mayor bien le diera su fortuna,
si, solo y sepultado en el desierto,
mereciera gozar de sola una
lágrima de esos bellos, tiernos ojos,
lo que esperar no puede en suerte alguna?
Dichosos más que flores los abrojos,
que de esa rica pluvia rociados
honrarán la ocasión de mis enojos.
Los sepulcros, de mármoles alzados,
reliquias de memoria gloriosa,
no fueran cual el mío celebrados.
Mas ¡oh mi solo bien y Luz hermosa!,
que ni de vuestras lágrimas bañado,
ni estoy muerto en mi ausencia dolorosa;
antes, como sujeto y obligado
a lástimas de Amor, me veo ausente
con esta vida y mi dolor cansado.
A un tibio y frío pecho vuelve ardiente
el uso del amor, y quien bien ama,
esperando su gloria, el mal no siente.
Mi pecho que arde siempre si se inflama
y siempre mío consiente su tormento,
no le queda otro ser que pura llama.
Pero en sola esta llama me sustento,
y no tengo otra vida que en la fuerza
de su ligero y fácil sufrimiento.
El temor amoroso que se esfuerza
en mi alma me trae quebrantado,
y perder mi esperanza y bien me fuerza.
El semblante divino y adorado,
la luz serena , el resplandor fulgente,
el oro, en crespas ondas variado,
si un tierno amador vuestro no ve ausente,
que en otro tiempo con mejor ventura
gozó mirar y veneró presente;
y si apartado en noche siempre oscura,
suspira con dolor, solo y perdido,
que ver no puede ya su hermosura,
cúlpenle si la vida , aborrecido,
desea, y si esperar más bien pretende
donde su limpio amor quede ofendido.
De tal causa mi lástima desciende,
que aun en el mal condeno yo mi suerte,
si algún pequeño espacio no me ofende.
Por el paso que voy a ver mi muerte,
tanta envidia merezco, que no siento
en alguno dolor de mi mal fuerte.
Después que vi y gocé de mi tormento,
y conocí el valor de esa belleza
y os di mi libertad y pensamiento,
mis entrañas cercó vuestra grandeza
y ocupó vuestro nombre mi memoria,
y Amor hizo en mí asiento de firmeza.
Sin vos no tuve en tiempo alguno gloria
y siempre amándoos, quedé a Amor forzado,
llevando de esta fuerza la victoria.
Siempre vive en mi alma venerado
vuestro valor y gracia y cortesía,
de quien lleno se halla mi cuidado.
Pero si ahora, lejos de alegría,
padezco, yo lo debo a vuestros ojos.
que dieron tanto bien al alma mía.
Vuestra beldad merece mis enojos,
que no es justo que goce la esperanza
seguro de perdella en mis despojos.
Si el Amor prometiese confianza
sin temor de peligro en la ventura
y no alterase el bien con la mudanza,
recibiría agravio esa Luz pura,
porque es deuda de penas y tormento
osar amar tan alta hermosura.
Mas a la ausencia en que morir me siento,
yo no hallo razón para su daño,
sino acabar, muriendo, el sufrimiento.
Desdén y crueldad, cubierto engaño,
memoria del dolor, del bien olvido,
para quien ama bien, no es mal extraño.
Pero apartarme, ausente y perseguido,
ajeno de esperanza y de consuelo,
es un dolor terrible y nunca oído.
De sus vueltas perpetuas varié el cielo,
trueque todas las cosas, que no espero
de esta mísera suerte alzar el vuelo.
En esta soledad padezco y muero,
y en la razón mis penas entretengo,
pero para acabar de dolor fiero.
Alguna vez, que suspendida tengo
la fuerza de mis males, me levanto
a do sin esperanza me sostengo.
Allí rompo las venas de mi llanto,
y de la pluvia crece un fuego ardiente
que en ceniza convierte el mortal manto.
Etna, que el duro y frío hielo siente
en sus altas coronas ensalzado
y con el blanco velo reluciente,
cuando el fiero Encélado inflamado
es con las sierpes ásperas herido
y se revuelve de uno y otro lado,
el fuego, en nube espesa reducido,
con centellas y horror impetuoso,
arroja contra el cielo enfurecido.
El estruendo de peñas espantoso,
en fuego recocidas, alto brama
y tiembla todo el monte cavernoso.
Mi pecho, que de fuera es nieve y llama,
dentro, cuando el Amor lo mueve y hiere,
el cuerpo todo en bravo ardor inflama.
Corre grandes incendios cuando quiere
Amor que la alma abrace su crudeza,
sin que haya piedad de aquel que muere.
El rayo que sepulta con fiereza
al terrible gigante que del cielo
pensó regir el cetro y la grandeza,
no iguala al que en eterno desconsuelo
me deja atravesado, sin la culpa
que él tuvo en el soberbio y patrio suelo.
Sola una cosa habrá con que me culpa
Amor, que es tener vida en esta ausencia,
pero el deseo mío me disculpa.
Aunque apartado , os tengo en la presencia,
tan hermosa, tan alta y venerada,
que os doy todo el valor de esa excelencia.
Con el mismo respecto estáis honrada
y temida, y con mismo sentimiento
y tierno afecto siempre sois amada.
Ya veo vuestros ojos y consiento
por los míos la pena que proviene,
y temo el rostro airado y descontento.
Ya mi temor con prestas alas viene
y me deja sin bien, de bien incierto,
y preso la tristeza el pecho tiene.
Ya veo con mi gloria el cielo abierto,
que os hallo alegre, blanda y piadosa
y que ya visitáis este desierto.
Consuelo son de ausencia congojosa
estas muestras de vana fantasía,
aunque es cierta mi pena dolorosa.
Profunda soledad, larga porfía,
tristeza lastimada, mal secreto,
divídenme de vos, oh alma mía.
Ausencia es tal dolor, que con su efeto
la muerte sigue al amador cuitado,
y este es el bien mayor de su defeto.
Muera, pues, quien de vos se ve apartado;
acábese en la vida la memoria;
porque a tantos trabajos y cuidado
¿qué bien puede venir que les dé gloria?