Rayo crepúsculo Dulces hurtos del sueño más sabroso, resistencias del ocio, mas suaves, hechas cuando el crepúsculo dudoso a tesoros de luz abrió las llaves, del discurso alentadas cuidadoso que escudriñó las fieras y las aves, te ofrece, excelso Conde, mi Talía segunda vez en métrica armonía. Iris en tempestad de memoriales, santelmo en las procelas de una audiencia (embozados con telas los umbrales) será, si das a la quietud licencia; no del gobierno grande son fatales vestigios la mediana intercadencia, mas del discurso flaco pingüe cebo con que se alienta a trabajar de nuevo. Ocio suave siga al ejercicio, dulce atención presida mientras canto el tonante abrasado precipicio, del cielo alteración, del mundo espanto; mi voz será, si el más pequeño indicio de tu grandeza un evo clarín tanto, y el de Alejandro en competencia pobre, mas ¿que te ofrecerá, que en ti no sobre? Yace del Jonio mar en la ribera fragmento de la tierra aún no preciso, que con la sabia información primera es al mundo y será pleito indeciso; isla multiplicada le quisiera el mar Egeo, Grecia paraíso, grande abogado el istmo le defiende la tierra, el mar su posesión pretende. Adulterado el eje en el certamen, bien más astuto joven que atrevido Peloponeso obliga que la llamen, Morea dice el ruginoso olvido; deleitosas nereas planta lamen cual hoja que es de plátano lucido, con término apacible el sol la dora, con dulce aspecto el viento la enamora. Rubio alcázar de Ceres resplandece en sus cultas campañas, en su yerba Pales abunda, y en sus montes crece Hipobóreas que al vándalo reserva; por partes mil Pomona la guarnece, Baco la asiste, ilústrala Minerva, vístela Flora y, con semblante ufano, le tiende las alfombras del verano. Húmeda gruta o cristalina alcoba, lisonja dulce al esplendor de Oriente, cuya fábrica ilustre escollo roba, centinela de montes preeminente, ocupa honroso pabellón de toba, a Inaco abriga el cuerpo transparente, barba y greña, si limpia no, peinada, antes del llanto antiguo aljofarada. Cándida producción de sus cristales (flecha a Jove volante dirigida) a Juno en celos revolvió mortales, mientras piel blanca, temerosa vida; ufanas son de esta verdad señales conforme edad, nobleza competida; ¡oh cuánto yerra Epafo en su argumento que la nobleza sin virtud es viento! Al más vano verdor que al sol camina, que de la vista el término traciende, como a la seca desgajada encina atrevido segur destroza y hiende, mas si a virtud en la niñez se inclina y de la mano el fruto sabia aprende, compita con el sol, sujete el prado, todo a su culto nace dedicado. Hijo del Sol, crepúsculo dudoso, ya de la sucesión, ya en la edad sea, este campo ejercita que en reposo con mansas vueltas Inaco pasea; conocido su nombre, cuidadoso el vulgo está de quién su padre sea, bien que el aspecto y condición que tiene más parece del Sol que de Climene. Ostenta en miembros trabazón dispuesta, pie comedido, pierna descollada, corto el tercio segundo, espalda enhiesta entre los fuertes brazos dilatada, pecho abierto, garganta deshonesta, breve el rostro, la frente despejada, aspecto ardiente, rizos sin decoro, del fuego indicios, presunción del oro. Con fuerte barra, con bohordo altivo mide los prados ya, los vientos pasa, esfera de chaparro fugitivo persigue ardiente por la vega rasa; de la carrera el brótano de olivo conquistado veloz traduce a casa, la envidia se carcome, Epafo siente, y su clara prosapia le desmiente. ¿Cuál hay varón de prendas guarnecido, de virtudes el ánimo cercado, de riquezas, de honores envestido, que rueda vence y supedita el hado, a la necia soberbia resistido, al interés cobarde reservado, que la envidia no alcance a sus extremos? ¿Quien es éste? Deidad le alabaremos. Oféndese Faetón del duro estilo y si se hallara con grabado acero a las palabras les cortara el hilo; mirólo airado y se partió severo; reincide Epafo (Júpiter su asilo), murmura en el corrillo lisonjero, duplica a espalda vuelta infame agravio, opuesto al fuerte, al generoso, al sabio. Llega al materno umbral, deja señales con pie afectado en su lustroso aseo, el cedro voceando en los quiciales hace Faetón alborotado empleo; sale su madre a impulsos desiguales sin acabar el comenzado arreo, halla a su hijo que al andar delira y con semblante alborotado mira. «¿Qué traes hijo?» le dice, y no se atreve a entregarle los brazos, ni la planta del medio puesto en que la coge mueve (tanto enojo causó turbación tanta). Rayos el uno, el otro perlas llueve, uno se altera más, otro se espanta, y al fin el joven rompe labio rojo, períodos quebrando, voz de enojo. «¿Qué culpa sigue al hijo? El modo extraño, ¡oh acción de viles pechos! decid, madre, llegalde acíbar al sabroso engaño, la verdad me intimad, ¿quién es mi padre? Librado en este golpe mayor daño, la espada viva el corazón taladre, pues apetito jovenil, que vuela, más necesita riendas que no espuela. De un semicapro fauno guedejudo de quien tan sólo informa hendida huella, del sucesor de Pales que más rudo sigue en ariscos montes copia bella origen tenga, o deslazase el nudo marino monstro a vuestra cinta, de ella o de todos mezclado sea, yo siento que soy noble en mi noble pensamiento». «Quince vueltas del sol tan bien dispuestas, ninfa -deidad responde- más hermosa ni se vio calidad de las florestas, ni pompa altiva en la campaña undosa, bizarras siempre escuadras, siempre honestas, en corro ardiente, en venación fragosa regí, solicitando el primer astro coturnos de oro en cándido alabastro. ¿Cuántas veces las flores a mis plantas desabrochó y al céfiro süave dio por retozo a mis cabellos cuántas? Inaco lo conoce, Io lo sabe; moderaba el fulgor de luces tantas cual pudiese mirar su aspecto grave, cortés me amaba, tierno me asistía, de noche solo, en público de día. Ardiente capitán de las estrellas pasaba muestra enriqueciendo el suelo, bizarreaba más sus luces bellas solicitando mi galán desvelo; mirábale en su trono y en sus huellas alma del mundo, corazón del cielo; el alcázar del pecho resistido, si honor le guarda, entrégale Cupido. Hecho de esas ventanas centinela, guarda de esos umbrales esperaba a un resquicio relámpago que vuela, trueno en la voz de mis desdenes brava; el arquillo animaba la vigüela, dulcemente en las cuerdas se quejaba, daba su voz mi hermosura al viento regalada en su propio sentimiento. Gran tiempo el blanco Eton en confianza tuvo las rojas riendas impaciente, mientras pequeña conquistó esperanza en pecho casto el corazón doliente. Quiso el ciego rapaz tomar venganza, disipa al aire su metal luciente, tras rubio harpón entró en el alma mía la amante luz que le faltaba al día. La seca nieve en la montaña enjuta a la solicitud del primer rayo, valle la esconda o la retire gruta, fluente de su amor ostenta ensayo; en el setiembre a la rebelde fruta, al mármol frío persuadió en el mayo, ¡qué mucho un tierno pecho conquistara! Tal es Faetón tu decendencia clara». Ya asidos los cristales inquietos, símbolo de amistad, al cielo claro daban la vista, el trato a los efetos que al peregrino servirán de amparo. Indice los caminos más secretos muestra y seguros del palacio raro, y el tierno de la madre lazo absuelto ata el coturno a caminar resuelto. Arco desierto, bien poblada aljaba, ésta a la espalda, aquél al hombro pende, de quien pluma veloz, de quien piel brava por oculta o distante se defiende; el blanco a nueva fuerza fijo clava, viento envestiga mal, bosque no entiende, pero con todo, cuando el arco asía, al bosque ultraja, al viento desafía. Teme la bella ninfa y ser quisiera (ya que no labirinto prevenido, ni meta fija a su veloz carrera) elocuente cadena de su oído. Ase la toga. «Aguarda -dice-, espera». Tira el hijuelo y rasga sin sentido no sólo fimbria rica, pecho amante, y al alcázar del Sol partió al instante. Sale y con paso pertinaz Faetonte persigue su bizarro pensamiento, desdeña el prado y menosprecia el monte, anhelos desmentidos, con su aliento; selva escasa, magnífico horizonte igual penetra con el manso viento, mas ¿cuál no vencerá difícil paso mozo con ambición de luz escaso? La tierna voz repeticiones pierde menospreciada en la rebelde oreja, ley natural, como el pradillo verde, la inobediencia a las espaldas deja, del loto (ausente apenas) Faetón muerde, Climene (aún no dejada) forma queja, el alma de las plantas son las voces, sus pies a quien las da puntas atroces. Dedicación de la nevada espuma, ave caliente al volantón hijuelo del nido mira sacudir la pluma con manso arrullo, refrenado el vuelo, mas si le pierde en la distancia suma de ramo en ramo ostenta su desvelo. Climene así desde una en otra torre visita alturas y distancias corre. Senda inquieta a los cansados ojos ninfas bellas ofrece no entendidas, arcos que embrazan muestran los despojo en cintos tres de las que quitan vidas, dorados suelta el viento los manojos que lazadas resisten mal prendidas, y de amantes deidades muestran ellos más almas tremolantes que cabellos. Retozón ventecillo juguetea con las agudas bachilleras faldas, ya las levanta un tanto y las ondea, ya las presenta en rueda a las espaldas; la planta menos dulce que pasea califica las yerbas esmeraldas, el cristal revelado, el escondido, envidia a Venus es, pompa a Cupido. Rayo clareciente A término posible en los sentidos la bella escuadra a paso lento llega, del pulso alborotado los latidos ya los anhelos duplicados niega; los ojos de Climene convencidos la duda absuelve, la inquietud sosiega, y mira que a su grave desconsuelo con tres alivios le socorre el cielo. Faetusa eran Lampecia y Nonacrina, escándalo bizarro a mil deidades, dulces memorias a Faetón inclina de bien comunicadas voluntades. Buscándole a sus campos se avecina, preso alcaide de tantas libertades, oye a Climene, que su fin decreta, y apela al tribunal de la saeta. No le ofrece consuelo a la afligida madre (¿cómo dará lo que no alcanza?), antes procura hacerla divertida de su intento inquieta en la tardanza: las treguas le propone de la vida, de su albergue en su ausencia la esperanza, y con el vale (aunque mujer) primero da al camino fingido el pie ligero. Sospechosa Climene dar quisiera por coturno a sus pies el pensamiento, pero se duda, y con razón, si fuera activo más porque traciende el viento; agua a su curso así, llama a su esfera, piedra se inclina a su nativo asiento, hácele espaldas monte acreditado al hurto de los pies disimulado. La sombra dilatándose atropella rayos difusos de la luz escasa, cuando la ninfa de Nonacria bella senda indició que el caminante pasa; atiende más, inclínase a la huella, y dudando el coturno, que la abrasa, se vence del descanso, su alegría flores ofrece al campo y luz al día. Si amiga no (por ser supuesta hermana), bienquista a Delia al fin Climenes era, rara vez pluma redimió liviana de su persecución distante esfera, que en selvas apacibles de Dïana la más valiente fatigaban fiera estas que de su culto dio deidades, consuelo a tan amargas soledades. Providencia de virgen cazadora, con dos media dolor de un hijo ausente, ya con ellas la madre tierna llora, ya cuelga el rostro en la serena frente; cándido aljófar, rosicler de aurora, llora a Menón, celebra al sol luciente, festeja en su retrete dos faroles, del monte arisco venerados soles. De cristal tierno, o de templada nieve en seis dulces esferas dividida amiga unión se hace, mientras mueve süave voz la púrpura encendida; elocuente Lampecia bien se atreve a tener a su madre divertida, si no es ley natural, que a tal respeto manda ostensión de su mayor secreto. «El magnífico templo de Latona, de imágenes de rumbos venerado, ocupa el medio a la templada zona con término apacible dilatado. Atento el sol por majestad corona cándido capitel cuanto elevado, bruñida plata ostenta, ufano sube sobre la más desvanecida nube. Frecuentado de ninfas peregrinas, asistido es de ciento tan hermosas -dice- que envidia son de matutinas, serenidades de lascivas rosas; belleza infatigable, sin rüinas, gozan ufanas, como eternas diosas, dispensación del tiempo. ¿Quién se atreve a esta jurisdición con planta leve? Antes los prados, que de alegres flores se visten una vez, jamás desnudos el desdén los halló de los calores, desprecios de la nieve o vientos rudos; de dos en dos retozan los amores, sin los arpones de Cupido agudos, absuelto de la vista el embarazo, no de la cinta el defendido lazo. Por selvas apacibles en los lejos sombras se ven de bosques retirados, alúmbranlos las fuentes con reflejos, que el sol se queda en árboles copados; las aguas son jueces, son espejos de hermosuras, de vicios elevados, mas su inquietud es tanta y su locura que los vicios aumenta y la hermosura. Los fugitivos cándidos cristales en sierpes se pasean bulliciosas, visitando a los pies de los frutales flores süaves, yerbas olorosas; si despeñarse intentan sus raudales, los reciben las faldas amorosas de oreas y hamadríades tan bellas que a sus plantas se inclinan las estrellas. Todo mortal sus límites respeta, retira el pie del territorio, en cuanto la escuadra de los faunos inquïeta ahuyentada le tributa espanto; consente dios sin forma de planeta no ha visto de la diosa el templo santo que es jerarquía de la eterna vida, pureza limpia en tantas repetida. Imperio de las flores goza ufana descollada azucena en prado ameno, ni pie grosero su verdor profana, ni mano altiva su candor sereno; hermosura eminente, así Diana, la más dispuesta ninfa al casto seno llega el labio, si el rizo de oro toca al coral encendido de su boca. En roja esfera, exhalación volante, el venado parece que fatiga y que el bosquete le quitó delante del arco; a quien la aljaba desobliga, disipación de flechas penetrante pudo obligarla a que el rigor desdiga, cuando, lisonja de una fuente bella, se convidaba a retozar con ella. Depuesto a un lado, pues, la aljaba y arco, el sol pendiente en la mitad del cielo, al mar pequeño generoso barco quiere entregarle fabricado en Delo; calzado de oro absuelto, besa el charco quilla de plata y, ya quitado el velo, de bellezas inmensas desmentido, sale a los campos el cristal corrido. Si majestad de hermosura tanta engañosas lisonjas permitiera, la menor linfa que besó su planta pudo ser de Narciso lisonjera; introdúcese el agua a la garganta por más oculta y onda bachillera, manifiesta los cándidos secretos (si lo pudieran ser) aun más perfetos. Febe, mi hermana y yo, que en asistencia cuidosa la seguimos despojadas, sin presunción de vana competencia nos dimos a las aguas retiradas; obligónos benigna la obediencia a refrescar sus carnes delicadas, tiernas manos arrastran los sentidos en tan dulce regalo embebecidos. Las palmas que se dan al cristal blando las goza ufano el alabastro eterno, que las linfas se salen deslizando por no faltar al natural gobierno; el tacto perezoso va dejando rastro süave en el sentido tierno, y aún gozando dulzores se durmiera si el bullicio doncel lo permitiera. Veloz como sedienta, pues, se arroja al agua una corzuela inadvertida; más cantidad que de agua su sed moja en sangre da a la fuente de una herida; no por eso Anteón la cuerda afloja, antes la sigue a flecha repetida, hasta que viendo la deidad desnuda la vista desató y el paso anuda. Atento mira el hijo de Aristeo trabada en miembros bulliciosa plata; hace el sentido en su tesoro empleo, o violencia será que lo arrebata; Diana atiza el juvenil deseo, que entre casta y lasciva se recata, pues si a una parle cubre su hermosura a otra la ostenta en más desenvoltura. Celar quiere con brazos enlazados tiernos globos de nieve recogida, pero oprimidos brillan por los lados rayos de plata natural bruñida; los candores con ampos embozados, suavidad en dulzores escondida, cuanto avariento pecho al joven niega, pródiga espalda a su apetito entrega. El norte fijo aguja codiciosa tira, objeto hermosísimo el sentido; determinado llega, hablar no osa. ¡Ay! ¡Presto no podrás mozo atrevido! Vase inclinando al agua, vergonzosa, con susurro de voces no entendido, la diosa y, linfa breve en presta mano, riega la faz del cazador profano. Así ufano verdor de la espesura suele ultrajar el generoso otubre, que en pedazos se cae la vestidura que los adulterados miembros cubre, con parda piel, extraña compostura, los brazos dilatándose, descubre pies y manos hendidas, pero breves, castigo igual a pensamientos leves. Dos ramos, erizadas las guedejas, brotan en forma de chaparro seco, el primer tronco abrigan las orejas, cuidosa prevención del menor eco; brama si intenta pronunciar sus quejas, muda la voz de la garganta el hueco, que si de forma eterna se deriva, materia la produce sensitiva. Espejo de la fuente lisonjera muda de condición y ostenta clara, a una luz racional bulto de fiera, ganchuda testa en vez de hermosa cara; la corzuela vencida, aunque ligera, baruco late y venteando para, que el olfato le informa dueño amado, la vista ciervo de vivir cansado. Remítese a la vista el apetito cuando la tropa de sabuesos llega; Melampo ingrato ejemplo deja escrito con presa atroz a su compañía ciega; precipita el silencio tanto grito, en tanta confusión la paz se anega: cera que de la luz miró los lares, conozca fuegos, califique mares. Dentro en la ruda piel la voz humana se lamenta, los ojos dan señales, que su corriente el arroyuelo ufana, de aljófar tierno, y líquidos corales; alza la testa y ve su edad temprana sustento atroz de ingratos animales, con el hocico halaga a su homicida, y el feroz ejecuta nueva herida. Tirando de sus carnes, un sabueso le entra las uñas casi en las entrañas, otro lo vuelca y, sin temer el peso, lo arrastra asido de las duras cañas. Sálese el alma huyendo tanto exceso tras un bramido, horror de las montañas, y el que a comer les dio, de ellos comido, (¡perros!) le lisonjean el vestido. El transgresor del virginal cercado, pródigo asilo a fieros delincuentes, de la pureza y de ellos castigado, muere ejemplo temido de las gentes». Cesó, y la madre teme al hijo amado expuesto a los peligros evidentes. La mesa abastecida ya las llama y las convida la mullida cama. Rayo matutino Deja el descanso Nonacrina hermosa y con las plumas del rapaz volante veloz discurre senda presurosa, que se obliga a ponerla con su amante; ufana pisa selva deleitosa, de un fresno de los árboles gigante asombra un libre arroyo con su planta, con su guedejas a la luz espanta. Al pie Faetón estaba en dulce sueño, que el brindis que a su sed y a su fatiga risa de la agua y de la noche ceño hicieron, a mayor descanso obliga; apios, adormideras y beleño previene en esta parte sombra amiga, los penachos dosel, colchón las flores, música tierna amantes ruiseñores. Inclínase la ninfa al verde prado y da la mano al cristalino arroyo, que bullicioso cae precipitado por el tropiezo de una guija a un hoyo; humedece el clavel aljofarado al rosicler del alba dulce apoyo; vuelve al camino y cuidadosa escucha no poco sueño entre fatiga mucha. Rastro süave el cuidadoso oído sigue y halla en los brazos de Morfeo el ardiente mancebo así rendido, que es de sus aras el mayor trofeo; las fantasmas proponen al dormido sostitución del esplendor febeo; como que estriba, con los pies forceja, las manos llama atrás, como que ceja. Diole lugar al pensamiento vano, hízole esclavo suyo aun cuando sueña, búrlase de él, la cítara en la mano, tierno cristal, lisonja de una peña, en contrapunto Progne, en canto llano el Céfiro con yambos le desdeña; facistor sabio, el fresno le servía sátiras de soberbia a su armonía. Idólatra del sueño y sus temores, ínfimo tercio del derecho lado la bella ninfa dobla entre las flores, al otro enhiesto el pecho recostado; Faetón desvanecido en sus dulzores obliga a Nonacrina a más cuidado; mansamente los brazos le reprime porque en el forcejar no se lastime. Rubia diestra de Júpiter Tonante Febeteo le ofrece y tras un grito le deja con la lengua titubante, que aun en el sueño castigó el delito; trocados los asuntos, ve delante gloria apacible el que se vio precito, confirma el sueño, el caso duda, ¡oh necio!, haciendo casi a la deidad desprecio. Ella, que asida con sus tiernas manos la alterada del joven acaricia, pregunta cuáles son los sueños vanos, que intenta hacerles oración propicia; él solicita rayos soberanos según la voz del corazón lo indicia, que explica el sueño, en tan galán desgarro, cual si rigiera el fulgurante carro. La representación de la memoria al apetito temerario atiza, materia del pecado vanagloria los incendios del fuego soleniza; sirve el placer de referir la historia viento que le sacude la ceniza; árdese el mozo, acusa lo que aguarda, acelérase, y Júpiter no tarda. A indigno amado que llevarse deja al precipicio de su loco intento con más verdad que halagos le aconseja de Nonacrina el encarnado acento; no embozó más veneno astuta oreja a palabras del mágico argumento, ni más despliega plumas Dafne a Febo que dista a la razón discurso nuevo. «¿A dónde vais lucero de estos días, verdor de aquestos campos deleitosos, alma y dulzura de estas fuentes frías, pompa de aquestos árboles frondosos? ¿A dónde vais -le dice-, a qué alegrías os arrastran intentos cuidadosos? Mejor es parda sombra en breve haya que dorada su popa en ancha playa. Mejor se goza el sol desde más lejos, más bien se dejan resistir sus rayos, basta el manso calor de los reflejos, sin gozar de las siestas los desmayos; quien desprecia la luz de los consejos hace en tinieblas del peligro ensayos, de aquí veréis el cetro sin asombro muleta de oro que se lleva al hombro. La silla levantada desvanece, el peligro al descanso desobliga, dulce sueño en las yerbas aparece más bien que en lechos que el brocado abriga; el apetito entre las flores crece y entre varios manjares se fatiga, aquí el claro discurso galantea y en los campos del cielo se pasea. Sabroso engaño al corazón doliente, hija de la ambición, necia esperanza, no profanó el discurso de esta fuente, que cuanto intenta en esta selva alcanza; vencida la codicia diligente se ascondió de la sana confianza, dulce murmuración, lisonja amena, sólo en cristales y esmeraldas suena. Aquí no la materia del estado muda los puestos, los semblantes muda, cada cual goza el sitio señalado, que le constituyó la suerte ruda; el más vano verdor, el más poblado da la mano a la yedra que le anuda; con esto goza estimación lucida la que nace de fuerzas desvalida. No se ha visto en el prado otra contienda que la vuestra y de Epafo, no se ha oído que la nobleza estimación pretenda con hacerle desprecio al competido; loca ambición jamás disuelta rienda arrastró sin peligro conocido, y aunque los sueños son un vano vuelo, alguna vez inspiración del cielo. Vuelve, oh hijo del Sol, padre del día que en estos dulces campos amanece, vuelve, que tú originas su alegría y su hermosura entre tus luces crece, vuelve, y valga el temor a mi porfía, si amor no vale, porque más merece, vuelve del prado a los alegres juegos, si no a la voz de mis ardientes ruegos. ¿No ves tan dilatados los caminos que aun la esperanza se fatiga en ellos? ¿No ves a los chaparros más vecinos los rizos repelar de tus cabellos? ¿No ves? Tus pies ofenden peregrinos coturnos de oro con sus lazos bellos, piedras sobresalientes los asaltan, con rojo espinas su candor esmaltan. Espantosos rugidos de leones amedrentan la bárbara espesura, ceraste acecha do la planta pones embozando veneno en la verdura; del hijo de Vulcán los escuadrones a Hércules se oponen; de fe pura ser transgresor tu fuga nos lo enseña, con alma dura en corazón de peña. De tu amorosa madre a los gemidos piadosos niegas la memoria ingrata si a su voz tierna excusas los oídos; ley natural de su precepto acata o teme de los dioses ofendidos el castigo mayor si se dilata; no es perdonar sufrir, que la tardanza es prevención para mayor venganza». Dijo, y sonoras cítaras de pluma, lisonjeras suaves de la aurora, la voz cogieron, repitiendo en suma dulce su acento mientras la alba llora; tierna la luz entre nevada espuma de celajes salió y el monte dora; Faetón le alzó y en vez de persuadido hace demostraciones de ofendido. «Contra el honor no admito conveniencia, no respeto la ley -dice alterado-, a los deleites hago resistencia, pecho de bronce al flechador vendado; mucho pudiera sabia tu elocuencia a no estar por mi luz determinado que el carro de mi padre me eternice y en su trono al becerro atemorice. Un solo día ajustaré la rienda, sacudiré temido azote rojo, pues basta así para que el mundo entienda quién soy y excuse verme con enojo. A Dios señora». Y fatigó la senda con tal velocidad que ni un despojo de señal le permite, antes en vano polvo sutil le persiguió liviano. Anudada la voz, confusa queda mirando al temerario caminante la hermosa ninfa en cuanto la arboleda se le interpone a término distante. «Después, mi ingrato amado, así suceda como os promete vuestro ardor galante», dice, y se inclina al floreciente suelo cantando al dulce son del arroyuelo. «Oh aquel feliz que de los campos goza, que usurpa rubia espiga a caña seca, que el blanco heno y la apacible choza al censo de la vida le hipoteca, con el desprecio y soledad retoza y no forceja en la esperanza güeca, logra su intento, sigue sus verdades sin depender de ajenas voluntades. Al descanso los términos dilata cuanto permite de la sombra el ceño, en las niñeces de la luz desata veloz discurso de sus globos dueño; riquezas (más que supo dar la plata a la solicitud) le ofrece el sueño, y el oficiarle aquista más belleza que material formó naturaleza. Las flores sin peligro lisonjean, las yerbas acarician sin intentos, sin interés los árboles se emplean en sazonar, en ofrecer sustentos, brindis las fuentes hacen y desean sus remansos lascivos movimientos, preséntanse aquí frías, y templadas allí se dan a luchas regaladas. El conejuelo en vano temeroso, que entre silencios y quietudes vela, le rinde al gusto el lazo cuidadoso, y la flecha veloz ave que vuela; al colmilludo hocico, ni al ganchoso oído, no valió fuga o cautela, antes adornan troncos los mayores, decente presunción de cazadores». Aquí la voz en la garganta asida quedó, si no asombrada del estruendo, de las atrocidades escondida que viene hocico calidón haciendo; mas su atalanta flecha prevenida le intima aguda al cerviguillo horrendo; bufa, sacude el asta, vuelve al tiro, medio fresno cortando el medio giro. Rayo luciente Ya orgullosa la ninfa bizarrea con voz si no tan dulce más gozosa, persigue el rastro de la sangre fea cuanto más alentada más hermosa; fijar la testa en la pared desea fachada al templo de la casta diosa, inscripciones poniendo en su horizonte que la confirmen majestad del monte. Clío ardiente sintió previsto el caso, que en dos frentes los tiempos examina, y con la voz que regaló el Parnaso ultrajó a la bizarra Nonacrina; estórbale su acento el veloz paso que articula: «¿Do vas ninfa mezquina? ¿Viva huye la fiera que te ufana? ¿Qué te promete tu esperanza vana? Esta dedicación de monte y fieras a templos descollados y anchas aras de más deidad las cándidas esferas preservan hoy con influencias raras; no ocuparán las bárbaras riberas del Inaco sus víctimas preclaras, del Tajo sí majestuosos faustos, oblatas, sacrificios y holocaustos. Donde preside Júpiter Fileno, deidad que universal reconocida al que no rija en apacible freno con diestra oprimirá rigor ceñida, cuarto Planeta, cuyo ardor sereno la más esquiva Dafne, mas rendida, el más flechante amor, mas desarmado, y Marte el más feroz tendrá humillado, aquél a quien los tiempos duraciones mármoles aperciben las memorias, los triunfos del honor coronaciones, claras trompas la fama a sus historias, aquel que de las bárbaras naciones aquistará tan soberanas glorias que para dilación de sus imperios faltarán horizontes y hemisferios, allí do corregidas las napeas producen amadrías concertadas, y las nayas más ricas que nereas veloces plantas mueven desatadas, allí donde las floras y amalteas que tanto culto gozan veneradas los frutales dotrinan las verduras y enseñan a las flores hermosuras, donde nacen las yerbas tan lucidas que se atreven a formas racionales, y en las fieras se ven embravecidas a su humilde principio desleales, do las linfas del peso compelidas se olvidan de sus cursos naturales, y retozonas cuando el aire flechan los advertidos mármoles cohechan. selva bien más que horrenda deleitosa, venerable espesura, sombra anciana, fiera alimentarán tan espantosa que a las malezas aun será profana; del marfil que le sobre desdeñosa la boca esenta miro que se ufana, si no puntas volando penetrantes, esgrimiendo feroz arcos tajantes. El pecho en remolinos escondido, corto de brazos y de pies enhiesto, de cerro agudo, perspicaz de oído, fiero en bufar, en el mirar funesto, largo el hocico hacia la frente hundido que ofuscando el copete infama el gesto, y con las cerdas, que sacude y suena, desacredita la quietud serena. A este, pues, monstro horrendo, la fortuna ciega le solicita cuidadosa veneración para su verde cuna, para su albergue religión frondosa, brótanos mil para su media luna, para su muerte eternidad forzosa, librada no en el iris, no en la clava, no en dardo argiva o calidón aljaba. En una dulce suspensión de aquella bellísima deidad, en un cuidado que causará el eclipse de una estrella y un rayo acabará determinado, para el cielo bastará una centella que a esplendores le hiciera deslumbrado y para el mundo todo el breve luto, gran privilegio del valiente bruto. Porque de estos pensiles cuyo aseo, cuya hermosura en esta edad no cabe, que hoy no la alcanza el racional deseo ni la naturaleza tanto sabe, no nacerá de tan galante arreo ni de aspecto al sentido tan suave flor que a serle posible no intentara ser yerba humilde a las que ve en su cara. Y el sol, cuando bizarro desordena su crenche sobre cándidos collados, sombra será para la luz serena, de su oro rizo en términos nevados, corrido sus caballos desenfrena viéndolos ser de tanta luz nublados, y cuando ya los restituya al tiro aprenda luz para el siguiente giro. La verde haya, majestad del valle, movida dulce con el manso viento, cuidosa intenta de su airoso talle tomar el regalado movimiento; toda hermosura tiene que envidialle, toda alteza es alfombra de su asiento, y menos culto espera tu caudillo que en nuevas aras le dará el cuchillo. A aquesta, pues, alteza soberana, rama igual de su tronco, diosa austrina, blasón del mundo y de este Jove hermana, todo consente dios su voto inclina; cedro es el dardo, oro es la manzana que insignia a su deidad le determina, y le previene a su lustroso carro ciervo el más presto, el cisne más bizarro. Medos milagros, hoy efesos cultos, la providencia erige cuidadosa que los teme (y no mal) pequeños bultos a la veneración de tanta diosa; pagará los destrozos, los insultos, bruto feroz, y encenia generosa se hará a la majestad del templo nuevo con regocijo en duración de un evo. Pues cuando más soberbio atemorice entre dulces silencios la verdura, los colmillos esgrima, el cerro erice destrozando la bárbara espesura, cuidoso a los olfatos se deslice, fuerte al cáñamo vuele la atadura. Austrina le impondrá el mirar suspenso y hará que pague con la vida el censo. A un fulgor prevenido de la muerte, con tantos de la vida aconsejados, el Sol, que el orden natural previerte, saldrá de nuevo lustre a verdes prados; los rastros de la luz, que aún no se advierte, hará bajar al mar precipitados, tropellando la sombra que porfía ser sucesora del doliente día. Cuando a poco crepúsculo la fiera que alcanza el rosicler su horror suspende, y cual discreto racional venera la luz hermosa que a su herida atiende, recogida en consulta media esfera sobre rasgada exhalación que enciende, decreta un trueno, un rayo tan derecho que el corazón le partirá en el pecho. Al fin caerá, mal dije, pues le miro desafiando al evo con memorias, que a quien dirija aquella luz el tiro mal negará la duración sus glorias; celebraréle en tanto que los giros alentaren la voz de mis historias, y en bronces tallarán las letras mías monodias, epitafios y elegías. Recibirále en túmulo de flores la joventud bellísima del año, hará el oficio el dios de los amores, aplaudirále su dichoso engaño; las deidades, las ninfas, los pastores, dïanas, tagideas y el rebaño del cerdoso cantor con dulces medios le alternarán honrosos epicedios. Sobre aras de sarcófago fijada la testa (¿no te admira el referillo?), la piel con las arrugas apocada, más generoso ostentará el colmillo, la peana contino ensangrentada, siempre manchado el cortador cuchillo, despoblarán las selvas sus tributos de horrendos monstruos, de feroces brutos. Pues esto esperas, deja el devaneo, sigue corzuela que veloz se escusa, avecilla que inclina a tu deseo, conejuelo que el lazo más rehúsa». Cesó con esto, y tan brillante aseo dio a las yerbas la planta de la musa que lo aprendieron las vecinas flores y, corrida la ninfa, sus colores. Relámpago de pluma, halcón volante, que espaldas calentó de pingüe presa, torció el encuentro o se pasó delante (si águila oyó) sin competir la empresa; Nonacrina, con término galante, cede a la voz que dio tanta promesa y a celebrarla se reduce ufana a las cándidas selvas de Diana. El magnánimo joven atropella en carrera veloz dificultades, imagen niega al polvo de su huella sin borrar al verdor serenidades, sigue el soberbio curso de la estrella que le ofrece aparentes majestades. ¿Dónde está la prudencia? Bien pudiera vencer mayor influjo a más esfera. En montes de las nubes desafíos veloz se eleva y las pestañas tiende, torrentes cursos de cristales fríos suelto en profundas márgenes traciende; infórmanle quietud vientos vacíos, él la interrompe y las malezas hiende, paso obstinado a la elocuencia ruda de la fatiga y la compaña muda. Drías a tanto caso inadvertidas, más llenas de piedad que temerosas, a las plantas del joven ofendidas cadenas dan y cárceles frondosas; dédalos en las selvas no entendidas cercar presumen monstruo artificiosas, mas la ambición que engendra sus deseos para más labirintos da teseos. Cuidosas nayas ponen a sus huellas víboras de cristal en acechanza, que a las lazadas del coturno bellas desacreditan ya la confianza; mas poco el joven se embaraza en ellas, que al cinto las traduce sin tardanza, y esento el pie quebranta más serpientes que forman los cuidados de las fuentes. Etna correspondiente de Nereo, respiración mojada de su enojo, si no es vulva de Temis que a Peneo precipitado aborta de un antojo, al paso ardiente, al jovenil deseo le opone turbulento el curso rojo, y por si puede hacer que intento mude los montes dilatando se sacude. Con cresta alborotada desafía las coléricas ondas, que alteradas salen corriendo a la campaña fría por no verse en el albo avergonzadas; la batalla prosiguen a porfía a costa de las plantas delicadas, entra a saco los campos, no perdona la invicta de los Césares corona. Faetón discurre el campo humedecido, halla do tome al enemigo el paso, y esento el cuerpo airoso del vestido hace a la orilla opuesta un gran traspaso; entra pisando el curso embravecido con imperio cuidoso paso a paso, pierde pie y queda racional canoa, remos de plata y con dorada proa. De un alcornoque opuesto que miraba, más de corteza ufano que verdores, hizo pendiente del cordón la aljaba después que le clavó los pasadores; caliente cuerda con los dientes traba el arco hacia la espalda en sus rigores, que al sacudir los miembros, joven brío, rayos de nieve le dispara al río. El animoso nadador resiste al turbio batallón de la corriente, airado vuelve al lado que le embiste los fuertes brazos y la arisca frente; no se fatiga, aunque al trabajo asiste, mas examina el corazón valiente, que esta batalla en agua es blando juego para la guerra que le aguarda en fuego. Ufano sale vencedor bizarro desdeñando los húmedos despojos, límpiase culto con galán desgarro los rizos blancos y los miembros rojos; ya se imagina en el luciente carro, sueltas las riendas, los tirantes flojos, predominar desde el dorado asiento la tierra, el cielo, el mar, el luego, el viento. El breve pie, desdén de la campiña, da al alcornoque, abrigo de una peña, y asiendo de la aljaba desaliña lo más altivo de su inculta greña; antes que el lazo los cordones ciña a libres flechas religión enseña, sacude, alza de tierra su vestido con limpio aseo al cinto reducido. Menos veloz camina, que adelante inclina el cuerpo a elevación de monte, de aquellos campos rústico gigante, primer testigo de la luz de Etonte; vuelta la espalda al cierzo vigilante breve modera al pecho un horizonte, tan abrigado con la luz amiga que ya Faetonte su calor mendiga. Después absuelve el cinto y al sol muestra huso y rueca sutil, telar cuidoso con que la mano de Climene diestra hizo a Epafo de galas invidioso. Febo amante que fue de tal maestra sale de entre las nubes presuroso, y pertinaz con su calor enjuga reacia linfa en pliegue asida enruga. A los desnudos miembros restituye el ya cendal, el ya vestido enjuto, y a los descuidos del coturno arguye juntando al lazo el término absoluto; al descanso inquieto así concluye, que vuelve al ejercicio a dar tributo, agua valiente que venció la presa, pólvora ardiente con el taco opresa. La sangre bulliciosa, el ardimiento, en breve tiempo le conduce a un llano donde Mercurio en venerado asiento cuatro caminos administra ufano; opuestas vocaciones de su intento la estatua le señala con la mano, duda suspenso y mira a los caminos mejor que a los dialectos peregrinos. Después limpios fragmentos de una peña al túmulo presenta religioso, y la miseria en que se ve le enseña dar ofrendado culto al poderoso; la voz precipitada es halagüeña, el pecho temerario es temeroso, que la necesidad un monte allana a dar a un prado adoración profana. Altas las palmas, baja la rodilla, a la efigie los ojos inclinados, voz que pudieran mármoles sentilla estos himnos pronuncia regalados: «¡Oh tú, deidad! ¡Oh excelsa maravilla, que con veloz ingenio y pies alados avisas los espíritus divinos y conduces errantes peregrinos! ¡Tú, alada sucesión, si no de Eolo, del hijo de Neptuno más bizarro, que por Egipto en sus campañas solo soberbio arrastra cristalino carro! ¡Tú que rubias arenas del Pactolo a números reduces, y el desgarro desdeñar de las ondas libre sueles, supliendo los defectos de Cibeles! ¡Tú que voz a las cuerdas, alma a un leño, prisión a toda oreja sensitiva diste y con dulce canto halagüeño adormeciste inmensa perspectiva! ¡De la elocuencia Trimagistro dueño, tú mis sombras aclara, tú me aviva los fatigados pies en la distancia, tú descubre el camino a mi ignorancia!». Dijo, y al punto el bronce espiritado, como suele en el Líbano eminente el cedro comoverse descollado, persuadido del Céfiro elocuente, se estremeció, y en metro concertado estas voces le intima al delincuente: «Presto arroyuelo perderás los brios, que aun sorber sabe el mar soberbios rios. ¿Distribución de apetecidas luces? ¿Gobernación de ardores inquietos? ¿Dónde, di, a un joven hoy tu edad conduces, incapaz de magníficos secretos? ¿La eternidad a términos reduces, la mente soberana a tus concetos? Muda el voto en mejor, que es tu constancia virlud sin forma, aborto de ignorancia. El patrio hogar entre benignos lares con descanso pacífico te espera, rayos de horror escupirá a millares contra tu elevación la ardiente esfera. ¿Cuál visita estranjero mis altares que mi señal le oculte su carrera? Vuelve, que vas, si a tanta voz te niegas, al precipicio caminando a ciegas». Cesó, y enternecido el metal duro al Inaco inclinó maestra vara; dejóla fija, y con afecto puro desacatada joventud dispara; corre veloz donde divisa el muro que califica su prosapia clara. Al peregrino así sucede ignoto que el templo ve donde termina el voto. Ata el limpio coturno y sacudido avisa el lazo al cíngulo bordado, que acreditar pretende el vil vestido con talle airoso y con galán cuidado; bien es que del camino convencido vergonzoso confiesa lo estragado, mas con la presunción del dueño sólo la gala y luz desmentirá de Apolo. Un panégiro en el discurso mozo al gran rey de la luz hacer intenta, en partes mil le rompe el alborozo que al corazón la vista le presenta; por menos dilatado y de más gozo, un himno, una epigrama le contenta, y al fin se queda todo en viento, en nada, causa de tal principio originada. Ya llega, ya del fulgurante muro se escandaliza el perspicaz sentido, que tras de las palpebras mal seguro quisiera estar (no puede) recogido; tira la luz, la luz, y el cristal puro se le ofrece al cristal tan comedido que por corresponderle tiempos largos quisiera conquistar los ojos de Argos. En veinticinco módulos se eleva y en doce se dilata la portada, del magnánimo dios lustrosa prueba y hermoso indicio de su gran morada, mixta labor de arquitectura nueva, plaza de variedades la fachada, acroterias y simas de diamantes, los remates estatuas de gigantes. Pedestales de plata, historiadores de hazañas, héroes cual de antiguas glorias, la hidra expuesta al arco y pasadores, las musas alternando sus memorias, de amatistas, de jaspes de colores, formas corintias, jónicas y dorias, coturnos son valientes, los cinceles las coronan con varios capiteles. En los intercolunios mil ventanas se corresponden, y cristal de roca labrado en liso las guarnece ufanas con la porción de luces que les toca; gotas, triglifos y metopas vanas se arrojan fuego en competencia loca, brillan piropos, jaspes y safiros haciendo al rubio sol lucientes tiros. Labor corintia el seno del palacio, de oro y bronce colunas estiradas, aunque en lo superior rubí y topacio, las ostentan galantes entorchadas; levántanse las gradas tan despacio que se duda en sus ágatas manchadas, por los claros y sombras tan espesas, si suben más las gradas que las mesas. Ya el umbral de esmeralda, profanado jamás de pie mortal, pisa atrevido; un relámpago sale alborotado a escudriñar la causa del ruïdo; el alba de cabello aljofarado, la aurora hermosa de galán vestido, crepúsculos sin número, de adentro al peregrino salen al encuentro. Dice que busca al Sol, que verle quiere por la ninfa Climene, y trae mensaje; curioso sale al caso, y se prefiere, por novedad a darle entrada un paje; hecha la diligencia, le requiere que entrando en el salón los ojos baje, pues con su atrevimiento que le atiza, solo un fulgor le volverá en ceniza. Benigno el Sol, de la dorada frente (colocación excelsa) la corona depone, y a la toga le consiente ser nube al esplendor de tanta zona; el extranjero apenas joven siente minorada la luz, cuando se entona y juzga en los buriles y pinceles cual diestro Policleto o sabio Apeles. Media pared ocupa de relieve cuadro con proprias piedras colorido, donde en pobre espelunca con luz breve yace el anciano Invierno recogido; llueva en aqueste campo, en aquél nieve, temple elevados Alpes dividido le tienen, rara estatua son de Jano, en una faz lloroso, en otra cano. Avenidas se ven tempestuosas escalar riscos y robarles peñas, cándida prescripción que a todas cosas aun darse estorba a conocer por señas; las aves en la nieve mariposas, las fieras son abortos de las breñas, revienta presas el turbión que llueve, encinas troncha el peso de la nieve. Después airosa Flora entre esmeraldas velluda alfombra de color despliega, dándole al monte en apacibles faldas lo que a lo arisco de su frente niega; Venus los coros teje y las guirnaldas que a todo ardiente vencedor entrega, y blancos cisnes en sitial de flores llevan la majestad de los amores. Hermosa emulación blanco arroyuelo, sucesor pobre de pequeña fuente, hace a la Austrea del sereno cielo, ya que no en lo caudal, en lo luciente; casi le intima su galán desvelo el ruiseñor al ramo floreciente, matizan corderillos retozones campos verdes con cándidos vellones. Sobre gigante carro, el cual rodea escuadra alegre de mancebos ciento, que si una mano en hoz aguda emplea, la otra a gajos de oro da sin cuento, campaña rubia si estival pasea, desdén del sol, solicitud del viento, Ceres galante, alegre entre fatigas, coronada con ásperas espigas. A mucho ardiente segador bizarro, tal vez se ostenta singular caudillo, ya se recuesta a sombra de su carro, ya vibra azote y supedita el trillo; soberbia mies humilla su desgarro a soplo vil de vano ventecillo, porque no se gloríe frágil cosa en el conspecto de tan alta diosa. La verdirrubia pámpana abundante (si separada de la vid valiente, no del racimo torrontés galante) al padre Baco ciñe heroica frente; duerme la majestad y vigilante escuadrón le ministra diligente si limpios no, dulcísimos licores, exaltación de la deidad de amores. Cansada en la esperanza ya Pomona de la rebelde fruta que no viene, a esta persigue, a esotra no perdona, que cárceles y lazos les previene; si magnífica no, grata corona, su triunfo en breve círculo contiene; ya se opone la púrpura invidiosa al rosicler de la mejilla hermosa. Puerta que el marco es brillador diamante, zafiros los peinazos lisonjeros, y labrados por término elegante fulgentes son topacios los tableros, ocupa el joven, cuando ve delante rey que acatan estrellas y luceros, fajas, círculos, zonas y coluros, del Aries de oro a los de plata Arturos. Del águila real examinado a tanta luz el pollo generoso, en éxtasi quedó calificado escrutinio del rayo luminoso; ya vaga al diestro, ya al siniestro lado la vista que envestiga asiento honroso, cuando el próvido príncipe excelente a su escabel decreta que se siente. Luego avisado el joven se le inclina y, absuelto rojo el labio detenido, el fin de su embajada se termina al dulce aplauso del prudente oído; sorda la voz, en lengua peregrina, conecto aún no expresado y ya temido indicia. ¡Oh sabio Apolo, inspira, ayuda el corte bronco de esta pluma ruda! Rayo ardiente «Excelso padre cuya luz hermosa, honor del más desnudo vegetante, almas le inspira a la purpúrea rosa y orgullos dulces al clavel galante, retirada la sombra temerosa no hay vida que no acate a tu semblante, tu hijo Faetón soy; a que honres vengo la sangre tuya que en mis venas tengo. La ninfa hermosísima Climene, que esposa calificas, madre honoro, de entre joyas riquísimas que tiene me dio este medio círculo de oro; misterioso el secreto que contiene mandóme te le diese, yo lo ignoro, si bien indicio y cosas superiores crédito abierto, cartas de favores». Labio que fue elocuente, comedido sella si poco anillo, mucho acato; y el rey a quien le ofrece esclarecido le admite alegre con semblante grato; del pecho generoso a lo escondido hizo sin otro medio, y un retrato, luz de su luz, que ausente de Climene le representa la beldad que tiene. Los dos testigos de metal coteja y en punto fijo están examinados, con que concetos que informó la oreja se ven de la verdad calificados; solio real majestuoso deja, amante ya los brazos anudados le impone, y la mejilla al cerril cuello hace grabada el amoroso sello. Gozo interior al generoso pecho, al grave aspecto regocijo asalta, mas retirado asiste satisfecho, que a tanta elevación su orgullo falta; no de otra suerte caminó derecho fuego veloz a la región más alta, que la sangre a la sangre en dulce encuentro se mezcla y comunica la de adentro. «Pedirte quiero», el uno; el otro, «darte» dice. ¡Oh si nunca tanto prometiera! ¿Qué error comete el que su imperio parte? ¿Qué esclavitud impone, daré, diera? Donde una vez proporcionada parte es acción generosa, es la primera en que deja imitarse el actor sabio, bueno es medir con la potencia el labio. Cuanto más refrenado el alborozo tanto más al salir se precipita (suelta la rienda) y al ardiente mozo en vez de hacer oposición le incita: «Pide, pide -le dice-, en tanto gozo, al pecho real de estos empeños quita, que juro por el lago Estigio Averno darte el imperio de la luz eterno». El padre temerario al hijo enseña perder temores, arriesgarse a tanto que un mal ejemplo en la desierta breña soplo es de ninfa que repite el canto, encuentro es de eslabón que en zahareña guija escupe centellas, tierno es llanto, incendio voraz es que se deriva de una materia en otra sensitiva. «Sólo te pido (¡ten la voz, espera, teme el peligro, bárbaro mancebo!) el carro de la luz que reverbera cíe un crepúsculo en otro -dice a Febo- experimente la dorada esfera, conozca el mundo este mi aliento nuevo, que de tu sucesión es dulce fruto tener para tu imperio sostituto». Trueno es la voz, relámpago el intento, el rayo espera en el efecto extraño con que asustado el corazón esento temor tributa al venidero daño; mentido fuera el sacro juramento si deidad tanta permitiera engaño, material sombra, traza peregrina no estorban vista perspicaz divina. De la alta roca entre confuso estruendo, por las manos del Euro desgajado baja el peñasco en precipicio horrendo, huésped soberbio del humilde prado; monte la deidad es, y en prometiendo Euro la voz, que se mostró enojado, allá destrozos se verán y astillas del Erídano infausto en las orillas. El corazón magnánimo alterado, obtruncada la voz majestuosa, al hijuelo incapaz precipitado sabia dirige mal lograda prosa: «¿Qué intentas, di? ¿Qué intentas hijo amado? ¿Qué me pides? ¿Acción tan peligrosa envestigar pretendes? Desvarío contra tu vida y el decoro mío. Cuando juré, del labio no saliera tan detestable voz; creí en tus años una galante petición ligera de ricas piedras, de preciosos paños; creí que tu apetito se encendiera en saber de Medusa los engaños, en conquistar bellezas peregrinas al retiro de ninfas nonacrinas. Creí que en la palestra polvorosa salir quisieras a certamen duro con la alterada truculenta diosa, o al quinto alcázar asaltarle el muro, concento el de mi lira numerosa, el contingente escudriñar futuro, de piedras los secretos, de metales, de yerbas, peces, aves y animales. Entre las elevadas majestades del cónclave consente claro asiento varias miro altercar dificultades, mas ayudara mi valor tu intento si tus luces buscaran variedades, hijo te diera en adopción al viento, bastón en grueso ejército temido, cetro en imperio manso obedecido. Vuelve en ti amado hijo, no permitas nombre cobrar de temerario, cuanto te asegura mi fe, cuanto meditas te da mi amor si no el gobierno el mando; pide llegarme a los helados scitas, dejar ya los etíopes temblando, que si es quebrar las leyes, mi prudencia hará excepción tu gusto en su obediencia. ¿Regir quies los ignívomos caballos, que el solo excelso de la luz ardiente conducen mal sabiendo gobernallos del alba fría al húmedo occidente? Subyugarás los tímidos vasallos, reprimirás ejército valiente, y aquesto mal podrás porque es Faetonte un valle humilde en lucha con un monte. Un día sólo que te entregue pides de la alta luz el fulgurante carro; mal con tu intento tus palabras mides, tu ambición trae más rumbo, más desgarro; cuando alcanzaras la virtud de Alcides vencimiento no hicieras tan bizarro. ¿Un soplo a tanta acción le das de vida, llama de tal materia procedida? ¿Sabes a qué te opones? Si aventajas de mi altamente el singular gobierno, si las ruedas ajustas a las fajas, templado el ceño al riguroso invierno, si a las más altas formas o más bajas nuevo lustre les da tu curso eterno, serás mal recebido, Sol segundo, madrastra en la república del mundo. ¿Dónde te abscondes? Grande es tu ignorancia pues te retira de mi clara esfera, más bien que yo te busca tu arrogancia, mejor te alcanza la ambición ligera; magnífico señor y de importancia te hallas hoy, mañana ¿qué te espera?, mísera esclavitud de mis caballos, sujeto (no pudiendo) a gobernallos. ¡Oh vana condición del ser humano! ¡Vaso incapaz de la porción que tienes! ¡Buscas ceñir el mundo con la mano y reducirle en círculo a tus sienes!». Cayósele la voz, Faetón profano de las Horas recibe parabienes, que aguardan con pies blandos la porfía para alumbrar, para aclarar el día. De los dormidos párpados del alba se desatan los cándidos rocíos, armonïosa de las aves salva se mezcla con las voces de los ríos; velludo el prado, la montaña calva, previene aseos, apercibe bríos, a esplendor de crepúsculos süaves vida del campo y alma de las aves. Huyen exhalaciones a porfía del eje ardiente del lustroso carro en que la madre de Menón venía, volante el manto en término bizarro; tropellan sombras escusando el día cándidos sus caballos, con desgarro veloces corren o quizá huyendo vienen grandes peligros advirtiendo. ¿Qué mucho? Si Faetón, ya que no expresa, tácita al padre voluntad ganada, para seguir la temeraria empresa en la infeliz, cuanto veloz jornada tiene, y la gala y brío que profesa con riquísima estofa acreditada, pues vueltas de su ropa rozagante son mucho, y mucho fúlgido diamante. Flegón, Piro y Eoo ya sin lazos dejan, si en paz, ardiendo la cadena; cargando el cuerpo Etón sobre los brazos, él descompuesto a todos desordena; trinchan las piedras, vuelan los pedazos en tanto que Bootes los enfrena, y el que se llega a los tirantes flojos relámpagos arroja por los ojos. Al fuerte tiro las valientes fieras se reducen, fatigas de los frenos, a un tiempo las cabezas, las caderas mueven de gala y de arrogancia llenos; las espumas son cándidas esferas, los anhelos son céfiros serenos, los relinchos suavísima armonía, dulces los ejes cítaras del día. De galante escuadrón acompañado el gran rey de la luz al coche llega, honrando al coadjutor con diestro lado las riendas de oro eslabonado entrega; en la luciente popa colocado la flaca vista en váguidos se anega, mal hallará su corazón reposo en piélagos de fuego proceloso. Rayo estivo La encenia que celebra el regocijo estorba el miedo con silencio mudo, que esta gran translación de padre a hijo ser con aplauso general no pudo. El peso y la corona en ello fijo recibe casi de razón desnudo, quiere partir y el Sol depuesto, «espera -dice- aprende los pasos de la esfera. Vigilante la vista (pues te pones a este camino) has de tener, no ha sido capaz de peregrinas impresiones desde su formación, que le corrido. No verás chapiteles, torreones, al caminante conducir perdido, rastros y lenguas son tino y cuidado, pulso en los frenos con valor templado. Enhiesta es la subida, como al cielo del círculo que forma el horizonte hasta el meridional, de donde al suelo se va inclinando el escuadrón de Etonte. Aquí está la fatiga, aquí el desvelo en la caída del bruñido monte, aquí con rienda dura es bien forcejen manos y pies porque las fieras cejen. Justicia has de guardar distributiva, que el orbe es todo en esto interesado, compás ardiente caminando arriba, y en medio el cielo, paso descansado. Ya pues que el carro vespertino estriba con fuertes pies, en su arte soy gravado, riendas tirantes nieguen precipicio que de las fieras te promete el vicio. El robador de la Fenice hermosa, triplicidad y término de aquélla que es dulce en Chipre venerada rosa, y en consentes deidades la más bella, observarás; y por la piel hermosa a Lucina verás que se desvela entre catorce frígidos topacios, nocturna exaltación de sus palacios. Húmedo y fiero, amenazando muerte al insidioso acechador, trofeo de Hércules vencedor, con boca fuerte, a nueve incendios ser voraz empleo luego entre rayo tres doblado advierte, feroz rugiendo al animal Nemeo, si entras su casa, sal dejando en ella sin ascendente su mejor estrella. Después vibrando lengua venenosa, la fiera de arrogancias vengativa que al bovino Orión con poderosa fuerza en el cielo a cada luz derriba, Dragón temido entre una y otra Osa, cauto enroscado en eje ardiente estriba, mayor reposo el suyo es vigilante, su escama es la menor más arrogante». El apetito al fin, el alborozo. común de dos, de racional, de fieras, arrebata exabruto infeliz mozo, y hace pisar las cándidas esferas; cuanto asalta el temor, quieta el gozo. Ajustados el coche y las carreras, mira pues Cintio ardiente en sus balcones corveteando alegres los bridones. Cándido encanto rueda de oro pisa do el ariete de Colcos celebrado las tristezas iguala con la risa, su vellón sacudiendo aljofarado. Sentencia en pleito que miró indecisa el tiempo determina, es gran letrado. Y las horas alegres por favores desatan las prisiones de las flores. Alborotado el robador de Europa, si colérico no, salió a la senda, y el torvo aspecto encaminó a la popa con que alteró los pulsos de la rienda, la fiera escuadra caminando en tropa no quiere al freno sujeción se entienda, antes presume cada cual ser guía que ofrece al mundo esclareciente el día. En prado azul sobre lucientes flores, mientras rige sus coros Citerea los Infantes descubre luchadores en que la vista codiciosa emplea. Dos etnas y un volcán abrasadores triste alborotan la visión lernea, fiera a quien ya la envidia o ya los celos trasladaron al campo de los cielos. El camino pacífico es salteo a quien pide la paz con tierno llanto. Ruge enojado el animal nemeo, del gran hijo de Júpiter quebranto. Rayos forjó el vecino de Leteo con tanta rabia no, con tanto espanto, volcán arroja montes de ceniza, que menos fuego que su boca atiza. Cruje sobre Flegón temido azote, por salir del peligro en que se halla, falta el compás y un mal regido trote el carro al quicio de Escorpión encalla. Cual él no se vio mar que se alborote, ni encendida en ejércitos batalla, que si en sus ojos se detiene el fuego fragua es su boca y lo vomita luego. Feroz la abrió y entre el bostezo horrendo su lengua esgrime rayo, vibra espada, cola escamosa despertó el estruendo que confunde la bóveda estrellada. El veneno que suda sacudiendo, la vista ofende al mozo delicada. Espántase Flegón, tira bizarro, los ejes cruje y desencalla el carro. Reciente el general de las estrellas, ya descompuesto, el desconcierto abona, fragua encendida disipó centellas menos, pues poro alguno no perdona. Chispas sudando desconoce huellas, dase a sentir que amó tanta corona, y mano fatigada de la rienda a un serpentín del coche la encomienda. Rayos volantes los bridones luego desdén hacen soberbios de los tiros, ondas las crines son, que en mar de fuego alzan borrasca en los celestes giros. Nave pues sin timón, piloto ciego, discurren por los campos de safiros, ya de topacios, que centellas llueven. Vientos cuatro fortísimos los mueven. Este caballo el alacrán, la copa desbarata dorada esotra fiera, sin orden pisan en confusa tropa el carril estos, y estos la ladera. El de la mano en la cadera topa del que tira a la rienda delantera, división entre sí daños fatales, animales caerán sobre animales. Mira Faetón pacífico el oriente, de su deseo en resistencia halla una fortuna en cada rueda ardiente, en cada freno suelto una batalla. La paz mira y reposo del poniente, sin esperanza de poder gozalla, y coronado, llamas a porfía, los dos castiga rayos de la guía. Airado azote, cuatro horrendos truenos dispara de la nube, y encendida, relámpagos disipa de sus senos, que toda estrella dejan confundida. Humeando los rayos de los frenos veloces solicitan la salida, átanlos guarniciones y tirantes que exhalaciones riendas son volantes. Contagiosa llama repetida, materia esenta de impresión enciende sagrada luz con humos destraída, círculos, zonas y coluros hiende. La sierpe frigidísima encogida se desenrosca y las escamas tiende. De la estrella polar el menor rayo ardiente de un volcán parece ensayo. Arde tanto episciclo, estrella tanta, que en su pura materia son teosas, del celestial palacio arde la planta, todo cercado llamas pegajosas. Sin virtud de alumbrar la llama santa, toros, leones, peces, sierpes, osas enciende y, desatado el elemento, crece la llama y crece el ardimiento. Venció en el tierno campo de la cuna, del duelo airado una plural batalla, el que a la esfera afianzó coluna, que tantos pudo tiempos sustentada, y hoy, la crenche pisando de la luna, en la inquietud y en los incendios halla de veintiocho batallantes ira más que en el don mortal de Deyanira. Boote en un incendio el plaustro deja y de la llama ardiente, que respira, humea en desconcierto la guedeja que a la corona de Ariadne espira. Cándido el Cisne en tanto ardor se queja, su voz juntando a la discorde Lira. Arde el hijo de lluvia generosa sin de esta bestia libertar su esposa. El Triángulo griego, que se sienta del Aries de oro en la cabeza armada, aligeró el Pegaso, en quien calienta la diestra Ganimedes mano helada. Delfín mojado no, Flecha sangrienta. Aguila en cuadro sí, Sierpe enroscada, formas, lanas, escamas, conchas, plumas en tanto mar de llamas son espumas. No se reduce a límites el fuego, deja su esfera y llama abrasadora execración es dura al blando ruego, volcán horrendo a la región canora. Llega a los campos do el mayor sosiego entre el descuido, entre el silencio mora, que valor ya vencido y no cobarde, de luces no, de incendios hace alarde. El elemento ocupa embravecido, que ardientes alas desplegó, no sólo a Júpiter su imperio esclarecido, mas su corona al batallante Eolo. En sus grutas algosas recogido, Neptuno, siempre vencedor, temiólo, que de estrellas desórdenes fatales agravios son al mundo generales. Cansada no, solícita la llama, que sudan las fatigas de los cielos, de Rea el culto venerado infama y a Ceres rubia cándidos desvelos. A la deidad bellísima a quien ama Vertuno, que en suaves paralelos del gusto califica tanta esfera, desmiente de la planta a la visera. Mil torrentes de ninfas fugitivas inundarán los campos de bellezas, si ya veloces más las llamas vivas antes no las llenaran de tristezas. Las desdeñosas más, las más altivas, se mezclan con los faunos, que ternezas vierten corales. ¡Qué desdén esquivo al coturno brindaron fugitivo! Canceles fueron de cristal bruñidos, hoy seca arena, donde Naya tanta gritos disipa al fuego doloridos y la llama parece que se encanta. De tan tiernas querellas y alaridos pira suave al cielo se levanta, honras, si no cuidadas merecidas, al cándido languor de tantas vidas. Coturnicapros pies de faunideos cierran los valles. Las sedientas voces parecen de las nubes devaneos, si no cometas de la llama atroces. Por las aguas se encienden sus deseos, no por beldades. Todos son veloces, todos queman con rayos de sus quejas las puntas de las frentes, las guedejas. El carro que abrasó mal gobernado caminos dos en gran distancia umbrías, ya tracendiendo el círculo tostado, enciende las corrientes de los ríos. Asilos no los albos, ni sagrados, las grutas son a los cristales fríos. Entra con ellos el incendio junto, feroz los prende, y los consume al punto. Piras, si no de fuego pabellones, las selvas y los bosques más amenos son, a las que sin número naciones solicitan las fuentes en sus senos. De ardentísima sed demostraciones los de Etiopia dan, pues en los cïenos (no linfas ya) deshacen sus agravios, mojando manos, ojos, dientes, labios. Colunas son de llamas los collados que sustentan las nubes encendidas, pavimentos los montes levantados cubiertos con cenizas doloridas. Templos son de la muerte dedicados a tanto horror, al fin de tantas vidas, y tremendo holocausto extraordinario, que hace del mundo un joven temerario. Las ciudades se encienden populosas, los anchos muros y las torres fuertes, alcázares y templos, mariposas pagan sin giros infinitas muertes. Pirámides y agujas milagrosas mudan, si no ejercicios formas, suertes, pues si en reposo al cielo se subían, inquieto en polvo su altivez le envían. No defienden sus armas al castaño, ni de picas escuadras al espino, que el cedro les predica el desengaño, galán al fresno y al agudo pino. A un tiempo participan mal tamaño forma elevada y material vecino. Corre el fuego veloz por verdes mieses, tropieza en crenches rubias de cipreses. Disipa a Baco las valientes vides, prudentes las olivas a Minerva, las coronas a Césares y Alcides. la virtud y el aseo a toda yerba. Discurre, y cuidadosa en tantas lides nada voraz, para después reserva. Todo por ella se consume en ella, desde el hisopo a la cadente estrella. Antorchas son del cielo inextinguibles el Atos santo, índico el Cambades, el Pelión, que albergue a los terribles monstruos queriones dio, tantas edades. El Ida ya sin fuentes apacibles, el Timolo y Oeta majestades que son del mundo, aquél por el Pactolo, y éste por tumba que es de Alcides sólo. Helicona y Parnaso de las Musas, Emo el de Tracia, habitación de Marte, y Etna con tanto fuego no se escusa, antes aloja el que Faetón reparte. Ya no comen Alíeos ni Aretusas, ni el gran Pirén los dos imperios parte. El Calpe erguido, que a los cielos sube, si ayer fue monte en niebla, hoy fuego en nube. La sierra de Iliberia ya encendida, las canas peina el fuego a la nevada por su concilio santo conocida, por su candor del mundo celebrada. La nieve se deshace y, consumida, sus minas dan la plata que acendrada corre por el Genil y, a más decoro, líquido el Dauro le tributa en oro. Montes que ferocísimos dividen francés galante y español valiente, su nombre igual con sus efetos miden, que en sí contienen la región ardiente. De sus venas purísimas despiden oro disuelto ya, plata corriente, que como antes cristal al mar se entrega, del fuego al agua mariposa ciega. El monte de Erícina, donde ardía su lascivia, se enciende y la consume, y el que dio nombre al luminar del día en cenizas y en polvos se resume. El bacanal Citero, si alegría ayer, los llantos ya la sed presume. El Ródope, Caucaso y Alpes ciegos permutaron las nieves con los fuegos. De cuatro Olimpos, si uno por costumbre, por la ley general, cualquier se enciende. Del culto Pindo la sagrada cumbre fuego sacude que las nubes hiende. Del Apenino, a que Aníbal dio lumbre, con cabo el cerco de los cielos prende la llama y, ya voraz, muda de esfera, no vuela arriba, al centro va ligera. Diosas napeas, nayas y amadrías encendidos los cándidos cabellos, de los retretes de las peñas frías ven consumirse sus cristales bellos. Los ríos por sus ollas ya vacías acechan el incendio, hasta los cuellos las cabezas sacando, y despechados parten al mar de su dolor llevados. Por las secretas venas de la tierra, sin encontrarse con humor alguno, veloces parten a la ardiente guerra en que el grande se halla rey Neptuno. Lánguido en las arenas cuanto cierra pescado el mar ostenta el infortuno. Tetis, entre algas secas recogida, si no espira deidad, está sin vida. El sinuoso caracol sonante Tritón al labio alborotado aplica, y un escuadrón de ríos al instante al ejército undoso multiplica. Destrozado su arnés, el que galante salteando las nubes las salpica, se ve arrimado a un inconstante hilo. ¿Quién tal dijera al inundante Nilo? Tigris, Eufratres, Ganges y Danubios al mar llegan caudales tan gastados, que el Tajo, el Idas y Arimaspo rubios, amarillos se quedan asombrados. Viéronse ayer temidos por diluvios Pactolos, Renos, Tíberis y Pados. ¡Y hoy en líbicos albos! Cesa Ismenio, Arno el de Tusca, y el Nifate armenio. Sale sulfúreo el Nar, Melas ungido, Lincisto bacanal, frigio el Meandro, Permesio de las musas escogido, Y Inaco argivo, acusación de Evandro. Suavísimo el Jordán esclarecido, y el hondo estrecho en que luchó Leandro, alojaron en lóbregas alcobas por cándido cristal, cerúleas ovas. Callado el Guadiana, el Duero horrendo, el Ebro, el Segre, el Miño, y el Cefiso, el Ródano se olvida de su estruendo, y de su majestad Paropaniso. El Oaxes de Creta va saliendo, Acis del Etna y de Tesalia Anfriso, de Tracia el Estrimón, de Siria Oronte, dentre sus amazonas Tremodonte. Tanai rifeo, Sperquio de Tesalia, Simois y Janto de Dardania ardiente, el magnánimo Betis de Vandalia, y de Magnesia el gran Peneo doliente. Ligeris y Garumna por la Galia, todos al mar terminan su occidente. De la nobleza observan ley severa, danse a morir porque su rey no muera. Junto el poder, la fuerza debastada, alzar quiere el tridente, y tanto pesa, el que ayer esgrimió tajante espada, que de una mano en otra lo atraviesa. Quiere hablar y, al paladar pegada, el grave ardor, la sed mortal confiesa la lengua. La melena y barba verde vuelta cenizas por el mar se pierde. Carro de plata, nácares bruñidos, fieras que le conducen monstruosas, de Acloceramnia horrenda sumergidas, se escusan a las llamas rigurosas. Las nereidas de sed amortecidas, lóbregas en las grutas sinuosas, con Anfitrite están, cuyo desmayo es gran trofeo al más valiente rayo. Los hijos de Neptuno transgresores castigados se ven sobre el arena. Cesan de Glauco y Scila los amores, que tanta llama, tanto fuego enfrena. De Polifemo espiran los ardores, pira es ya su bastón, su voz no suena. Cándida en Galatea prende el fuego que nunca pudo el más ardiente ruego. Donde las llamas (rocas hoy) se ceban cerastes fueron Cíclades marinas. No se mudan, se ahondan ni se elevan Caribdis, Cafareos ni Carinas. Las Sirtes africanas se pasean en los centros de Océano. Bocinas de los Tritones suenan destempladas a grandes vencimientos enseñadas. Nereo y Doris, ya disueltos lazos, salen (que la agua hierve) el mar huyendo, y encuentran entre horrendos embarazos de ballenas ardientes duro estruendo. Arden las jarcias, vuelan los pedazos que atrevida codicia estuvo uniendo, tiempos tantos en selvas estranjeras de árboles dio pobladas las riberas. De fuego copos nieva el firmamento y las nubes centellas a porfía, granizo dan y el húmedo elemento a Libia en lo arenoso desafía. La tierra se enhestó en su firme asiento, por bocas mil cenizas escupía, vivificando a la mayor los labios lengua de fuego con sermones sabios. «¿Dónde estáis, oh consentes majestades, que no os alcanza el lastimoso ruego de terrestres y acuátiles deidades? ¿Queréis que acabe el universo en fuego? Si son del firmamento enemistades, haga las paces el volante ciego. Si son crecientes de la ardiente esfera, términos les poned, no salgan fuera. Júpiter soberano providente, vista incesable ¿en qué festejo empleas? ¿En qué nuevas creaciones la alta mente, que por darles belleza el mundo afeas? Muévate ver la que te adora gente, la que te sacrifica (tú paseas devoto sus inciensos, tú sus ruegos) casi cenizas ya de tantos fuegos. ¿No te consagran aras ni alabanzas te dan los ya difuntos? ¿El que vive te confiesa? El que vive en esperanzas con lo mesmo te obliga que recibe; de justiciero y de piadoso alcanzas iguales atributos, no te prive lo severo escuchar casos atroces, de polvo en lenguas, de ceniza en voces. Estas criaturas tuyas más defensa no alcanzan que su voz. Si el blando oído esquivas, haces una enorme ofensa humilde al mundo. Él te invocó rendido. Perdone, oh hijo, tu piedad inmensa, culpa ignorante. El pecho enternecido a que los labios diste y tiernas quejas alcance tu piedad por tus orejas». Dijo, y al punto de ceniza un monte, si no la sepultó, cerró sus labios. Y alterado el gran dios miró a Faetonte ministro de tan rígidos agravios. La oficina que inunda Flegetonte por manos de los cíclopes más sabios un rayo tresdoblado obró que truena y en las distancias de los polos suena. ¡Guárdate mozo! El trueno es escusado, si duerme la razón y vano el ruego. Ya la tonante diestra lo ha empuñado, jueces hace a las deidades luego, sacude fulgurante disparado del gran poder el soberano fuego. Al carretero, al carro y a los tiros pasa veloz sembrando horrendos giros. El sol la nube pareció preñada, que un rayo y cuatro disipó centellas. En la orilla de Erídano mojada éste humea y por los vientos ellas. Faetón entre ceniza ensangrentada. Las fieras entre el humo a las estrellas suben (o de sus crines por la llama) por celestial impulso que las llama. Sin vida el mozo entre sus rizos de oro conserva el fuego, el mundo ya en ceniza. Del carro el preciosísimo tesoro por el viento en mil partes se desliza. De las deesas el ardiente lloro, vista la causa, con su llanto atiza la madre, y como llega sin sentido, las montañas confunde su rüido. Al más breve camino de los cielos dos veces buscó el cabo Proserpina. Y mientras, voces, llantos y desvelos, con teas encendidas, gran rüina. Peloros, Lilibeos, Mongibelos, cuidadosa Climenes examina, hasta que llega al ya corriente Pado y halla al sol de sus ojos eclipsado. En urna de sarcófago el respeto, si ya no la piedad, tuvo al difunto. Llega el dolor, adora el gran concreto y al epitafio pone el labio junto. Las hijas tres ayudan su conceto y el llanto tristes toman por asunto. Corre líquido en fuentes divertido, riega las plantas de cristal bruñido. A tanta persuasión los tiernos dedos su trabazón discreta desencajan, y de silvestres árboles remedos torciendo al gusto de la tierra bajan. Blandos cristales con donceles miedos a otras formas se dan, que los ultrajan, bullen temblando tantas asperezas, inundados se miran de cortezas. Por los miembros se tienden delicados tesoro delicioso a los sentidos, tiranizando abismos deseados aun dentro de los troncos doloridos. Ramos brotan los pechos torneados y los brazos de brótanos vestidos enseñan a los ojos, a las lenguas, a no mirar, a no decir sus menguas. Hacia Faetusa, hacia Lampecia y Febe vuelve tiernas su madre nubes llenas de lastimosas lágrimas que llueve dando a tanto portento tantas penas. Llega abrazarlas, palpitar la nieve siente y sudar el ámbar de sus venas. Por dentro y fuera de los duros troncos ya los suspiros casi escucha roncos. En álamos mudadas las doncellas, la madre en el dolor que la consume, cuando gloríen sus electros ellas Climene solo su dolor presume. Todas las ninfas de Nonacria bellas, toda deesa de los montes nume, entre atentos compases guardan medios y alternan lastimosos epicedios. Entre coros tejidos de hermosura, trabados con ternísimos cristales, ultrajando atención que su alma apura, robaron la deidad a tantos males. Docto acero gritó en la sepultura, voz de excelsa rüina, a los mortales: «Faetón, fuego del mundo, sol de un día, eternamente aquí ceniza es fría». LAVS DEO