Hijo fue digno del autor del día el peligroso y alto pensamiento que pudo acreditar con su osadía, si no feliz, famoso atrevimiento; costosa emulación, nueva porfía ceder mortal a no mortal intento, culpa gloriosamente peregrina que su fama adquirió con su rüina. Terror puso en las sombras del Erebo a negro rey, magnánimo ascendiente que tuvo a Marte en conjunción y a Febo, a luz menos benévola que ardiente; horóscopo fatal, asunto nuevo, genio nunca al temor retrocediente, sobre los horizontes que alcanzaba claros indicios de su origen daba. En el archivo eterno del decoro quedará la memoria celebrada del que estrellas pisando en carro de oro desenfrenó la luz con mano osada; en cuya muerte del mejor tesoro (aromática pompa) coronada sacro Erídano viste su ribera de los que Alcides álamos venera. Esta empresa inmortal, causa del llanto fértil en muerte del osado hermano, es el claro sujeto de mi canto, si mejor luz me diere mejor mano, que sin este favor no puede tanto el vuelo levantar ingenio humano, sin que alterado mar de su locura por el nombre le dé la sepultura. En los montes de Arcadia y su ribera entre náyades ninfas, nonacrinas, Siringa ninfa en sus cristales era más pura que las aguas cristalinas. Ésta siempre siguió la ley severa de la triforme luz, y las divinas pisadas imitó del coro sacro con aplauso debido al simulacro. Más que las fieras que persigue, brava, con su contrario al mismo hielo ofende; del hombro suyo reluciente aljaba de vivas flechas guarnecida pende; blandiendo el asta en quien Amor templaba más nobles armas su hemisferio enciende: tal se mostró en defensa del troyano Belona humana en el sangriento llano. En reluciente forma isleño alado timbre es sublime de su rostro bello, mas cede de dos soles alumbrado al nítido diáfano del cuello; del licencioso viento, al viento dado, vuela el oro sin orden del cabello, despreciando preceptos en su frente de aguja de cristal, de acero ardiente. De los volantes coros la armonía describe suspensión, milagros canta; cuantas Flora fragrantés hijas cría son tributo aromático a su planta, fértil contacto a cuya fantasía Ceres de la gran madre se levanta, ávida de la lumbre más perfeta que en la esfera de Amor formó cometa. Al de las selvas dios se ofrece, cuando cerdosa fiera busca en verde llano, vengar al muerto joven deseando a quien de amor la madre llora en vano. Mas cede el duro acero, al rayo blando, que hiere el corazón, rinde la mano. ¡Oh milagro de amor que llegó junto de sólo el primer paso al postrer punto! «Honor del bosque y dignidad del prado —dice a la ninfa el fauno, temeroso—: ¿eres la madre del misterio alado que tomó bella forma en reino undoso, o la que ciego sigue el coronado de diadema de luz en carro hermoso? ¿Dejaste de ser árbol de victoria por mayor triunfo y más debida gloria? Eres Cintia en mis selvas, eres bella alma de Amor que, tutelar al Mayo, si resplandeces sol, flagras estrella, si lumbre enciendes, vivificas rayo; nuevo norte feliz de mi querella, remedio y causa del mejor desmayo, que en el deliquio de su fuego mismo contiene el amoroso parasismo. Si mi consorcio acetas, yugo blando te ofrece Arcadia en tálamo florido, y en dignidad suprema el bosque honrando al gran dios destas selvas por marido.» Huye la ninfa cándida dejando el lugar de su estampa enriquecido; caprino pie en la seca arena informa torpe carácter sobre bella forma. Anhelante deidad favor invoca en el inicuo trance a su luz pía, diciendo: «A ti, Diana, sólo toca defender con tu honor la causa mía.» Mas el postrer acento ya la boca a materia insensible reducía, hecha ya verde cálamo la planta, emulación de Dafne y de Atalanta. Desta alterada forma sale arguta ansia animada en no formado canto, cual revoca de si cóncava gruta que se arrojó supersticioso encanto. Suspensión a la fístula tributa —que admiró ninfa—, el que la inunda en llanto; ella responde al susurrar del viento, sin llanto, flébil, y sin voz, concento. Endechas son en bosque armonioso singultos, bien sentidos, mal formados acentuando en cuerpo ya frondoso, suspiros de dolor alimentados; lo que al fauno sujeto fue amoroso débil es caña, y son sus pies alados inmóvil tronco; acentos sus gemidos de afectos y de números vestidos. De aquí formó Mercurio el instrumento siete juntando cálamos en uno, contra el que guarda el misterioso armento con cien estrellas por quietud de Juno; dulce fue, si letal, el blando acento del albogue, que entonces oportuno le fue con su letárgica armonía emulación süave de Talía. Cual suele vaporear dulce Iieo cuando la acción vital turba y derriba, néctar fue soporífero el leteo del canto a quien vigilia cede viva; escuro simulacro de Morfeo cubrió de negro eclipse luz argiva, ya sus cien ojos lumbres quedan muertas al ver cerradas y a la muerte abiertas. Asió al cediente monstruo del cabello mano al castigo eterno destinada, y del gran tronco dividiendo el cuello tiñe en reflejo ardiente de la espada. La intacta flor del fértil prado bello del esparcido humor quedó manchada; una mano fatal en sombra escura dar pudo a cien estrellas sepultura. A sueño yace eterno conducido el que con ojos ciento no dormia; meridial es el golpe que ha podido su costodia quitar, su luz al día; mas de celoso afecto conmovido furor celeste el viento dividía; orbe sin luz le halla, sus estrellas extintas, ya postrado el polo dellas. Cede a mayor efecto la constancia, opaco yace el monte luminoso, ya la nunca omitida vigilancia cayó en el seno del común reposo; del que dio luz a la mayor distancia llega la sombra al reino tenebroso, de cuya negra barca conducido sulca los golfos del eterno olvido. No la deidad quejosa se reprime, antes, si llanto exhala, interna enojos, viendo que a la gran madre el tronco oprime que tantos animó lucientes ojos; y en el bello pavón la diosa imprime, sellados como en urna, los despojos. Del vago adorno el pájaro bizarro con nueva presunción conduce el carro. Juno, más ofendida que vengada, el agravio no olvida, antes, celosa, de ponzoñoso estímulo tocada dejó la vaca infelizmente hermosa. La pacífica bestia, atormentada de la mortal materia venenosa, a fugitivo paso llega a donde su origen claro el Nilo nos esconde. Cediendo al fin en solitaria arena, ni con formada voz ni con bramido, imperceptible por los aires suena flébil queja, dolor no interrumpido; mueve justa piedad injusta pena al que, si ya no amante, condolido, de la diosa templó el celoso intento con el nunca violado juramento. Por las estigias aguas le ha jurado el que vibra los rayos con su mano —del violento furor, del fuego alado, generosa fatiga de Vulcano— de no violar del himeneo sagrado el recíproco lazo soberano. Acetada la voz, expreso el pacto, pía seguridad nace del acto. La primitiva le concede forma alta pasión que le quitó la suya, cuando piedad alterna se conforma en que a su mismo ser se restituya. Ninfa ya miembros cándidos informa, viste deidad, porque de Amor se arguya a cuanto se extendió el poder celoso en un eterno pecho desdeñoso. 0 ya recato, o ya costumbre fuese, tanto del nuevo ser se deleitaba que siguió clara fuente donde viese la perfecta materia que animaba; claros ecos buscó donde se oyese, aunque de miedo de bramar callaba. Humana voz confirma humano acento, cabello y no melena esparce al viento. Ésta fue diosa, y de ella tuvo el mundo al gran hijo, más claro que su abuelo, gloriosa producción, semen fecundo, rayo feliz de lo mejor del cielo. Si primer no lugar, lugar segundo joven menospreció, que en todo el suelo Epafo sólo el preceder le impide al hijo ilustre del que el tiempo mide. Y la alta emulación, que no consiente en balanzas iguales niveladas (las que influyeron astros altamente) acciones de ambicioso honor guiadas, de la ardiente deidad al hijo ardiente odio y quejas causó que, desatadas, da a beber las espumas del quelidro la venenosa invidia en poco vidro. Hízose obstinación la diferencia de los que en luz paterna compitieron; infeliz, por muy clara, la ascendencia no benévolos astros influyeron; efectos de ira, rayos de violencia de costoso discrimen procedieron en que el hijo de flechas luminosas tales articuló voces quejosas. Con el que informó el padre, cuya mano modera rayos, rayos de oro extiende, mortal asunto, pensamiento humano en ambiciosa paridad contiende: «¿Esplendor puede haber que no sea vano con el que vivifica cuando esplende? ¿testificar no ves de polo a polo quién de vida y de luz es autor solo?» Sus voces interrumpe voz esquiva, y el ofendido ináquides responde: «Más ignorante presunción que altiva, Faetón, a tus palabras corresponde. ¿Sabes que me dio forma la luz viva del que sobre la luz habita, donde brazo vibra inmortal el rayo ardiente del cielo vengador gloriosamente? Que este, pues, dios mi eterno padre sea, padre de Apolo, mira los altares, que no hay mármol ni bronce que no vea esta verdad en más remotos lares. El ser tú hijo de la luz febea con mejor testimonio es bien que aclares: ¿juzgas que basta para darte padre la incierta fe de tu ambiciosa madre?» Huye corrido el hijo de Climene (ansia inmortal de pena poderosa) y del veneno que en el alma tiene ambición alimenta generosa. Oráculo materno a buscar viene con afrenta segura y fe dudosa cuando a esparcirse el rosicler comienza elocuencia fue muda la vergüenza: «Madre, o me desengaña, o me quieta —dice a Climene el joven más osado—, ¿dime, soy hijo del mayor planeta que conduce áureo carro al mar salado y del que con distante y recta meta trópicos y equinoccios ha formado? Mi afrenta advierte y tu piedad elija más que aplauso falaz verdad prolija.» Ella al dolor cediente en pena tanta, vuelta al padre común levanta el cuello; pegósele la voz a la garganta erizadas las hebras del cabello; mas, entrándose en sí, cobrando cuanta suspensión dio a la afrenta, el rayo bello del sol eclipsa —esto diciendo—, y bebe las mismas perlas que su cielo llueve: «Corpóreo ser ha dado a tu semblante, formando tu materia en sus despojos, el que, depuesto el carro rutilante, duerme en la mar entre corales rojos; el deifico señor, el dios amante, no percibida luz de humanos ojos, el que sólo conduce a nuestra esfera estío, otoño, invierno y primavera. Si lo que callo desto y lo que digo, incrédulo Faetón, dudas agora, daréte al común padre por testigo que la región habita del aurora. Deja el materno nido, ya enemigo, que el Euro blando que en sus campos mora dará satisfacción a tus deseos donde el sol nace en reinos nabateos.» Dijo, y el joven temerario aceta verificar la duda que le ofende, cuyo norte es mental aquella meta que el camino al honor abrir pretende; y como vuela rápido cometa que al supurarse su materia extiende, y, exhalación corusca de centellas, instantáneo carácter forma dellas, tal en dudosa fe partió Faetonte al trópico que abrevia nuestro día. Huye las ursas y el nevado monte que tiene su provincia siempre fría; fijos los polos vio en el horizonte, pisó la equinoccial derecha vía llegando por la zona sólo ardiente al atrio sacro del señor de Oriente. El gran palacio del señor de Délo, en asiento fulgente colocado, en rectángulo cuadro está en el cielo de líneas espirales coronado; feliz labor en ático desvelo émulo fue del jónico cuidado; del superior metal arde la puerta a la meta de Alcides descubierta. Los ámbitos que informan el tablero, distinta proporción en peso grave, del sitio circulando el grueso entero hacen que el eje en sus convexos trabe. Paralelos describen el crucero en simétrica planta, cuya nave en serie igual contiene desiguales brillantes frontispicios arcuales. Nítido el muro desvenó el argento, y las estatuas del metal más fino muestran en el clarísimo ornamento digna labor de artífice divino; en plana forma luce el pavimento que a su materia sólida convino: no hay remoto lugar, ni oculta parte donde no ostente su grandeza el arte. Tributo es de Pactólo el rubio techo, licencioso reflejo de luz pura, en lata división, y forma a trecho el orden que venera la escultura; diseño grande en nuevas líneas hecho manifiesta en primor de arquitectura divididos del año sus efectos, superados del arte sus conceptos. Entre una y otra dórica coluna, por eterno arquitecto repartida, la blanca Cintia se percibe en una forma del rubio hermano dividida; sigue la formación y no hay ninguna parte inferior sin traza compartida; de pesante metal máquinas graves sustentan las cornisas y arquitrabes. Forman nuevo esplendor, si no elemento, de rayos que en sus círculos se giran, carbunclos en cristal por ornamento que a ser el fuego elemental aspiran; y, sustentando el áureo firmamento, animan las estatuas y respiran erigiendo con círculos rotantes relojes, astrolabios y cuadrantes. Los follajes supremos son menores, mas los reflejos que a la vista ofrecen forman en perspectiva resplandores que no se dejan ver y se parecen; friso de oro los une, y, superiores, tanto en honor del arte resplandecen que Cupidos desnudos y lascivos en ardiente festón parecen vivos. Corona las lucientes proporciones de apolíneo metal flamante cielo, donde los esculpidos medallones son milagro fabril del escarpelo; uniforme comparte formaciones por la circunferencia el paralelo, y los últimos puntos giran dentro a terminar sus líneas en su centro. Esta que informa cúpula su cima luz distribuía al medio globo entero, y la figura que sobre ella anima de incógnito metal orna el crucero. Pomposa majestad aquí sublima este lugar que es último y primero, donde en ardiente pompa perfecciona cándido cetro y nítida corona. No es lo menos ilustre del palacio que en nichos que informó metal sonoro el rubí ardiente, el pálido topacio, lucida afrenta están haciendo al oro, de oblicua proporción distinto espacio, cuanto de signos terno en alto coro a la luz forma curso y la divide y traspasar sus límites le impide. El animal de Coicos que ligero abrió el seno de Tetis inconstante, norte después al que surcó primero las ondas atrevido navegante, raptor lascivo es, en forma fiero, mentido nadador y dios amante. Hijas luego de Leda dos estrellas en amar se conforman y en ser bellas. De Cancro retrocede el gran planeta, y antes que torne, al austro encaminado, última estampa línea, erige meta, de luz rayante en trópico formado, al que la clava de Hércules sujeta, líbico rey de rayos coronado, Erígone, logrando sus fatigas, estrellas dora tantas como espigas. Igual nivela siempre su hermosura el ponderado símbolo de Astrea; de leroz signo luego mal segura cede a monstruo mayor la luz febea; de su arco la cuerda flecha dura Quirón biforme, y pródiga Amaltea opuesto forma trópico, y en éste rayos ostenta el Egipán celeste. Derramando el tributo de Nereo, su casa guarda el celestial Neptuno, y, vertiendo su líquido trofeo, vecino es a los peces oportuno; viaje claro al término febeo paralelos describe, y cada uno tiende sobre el zafir luciente velo de la color con que nos miente el cielo. Ninguna arquitectura es diferente, ni dista su labor de la primera; lo dibujado sí, que variamente artífice sutil muda y altera, como freno del mar la arena algente de muralla le sirve en su ribera, en el término mismo que la puso el que lugar y centro lo dispuso. El gran rector del húmido elemento de marítimas ovas coronado, cortando a Tetis el instable argento, discurre undoso, volador no alado; nadantes aves de cerúleo asiento itineran el piélago salado, y coros de nereidas asistentes bello le hacen círculo obedientes. Neptuno en concha argéntea predomina los verdes golfos cuyos senos ara, sigue el rubro timón turba nerina cuando de espumas viste el agua clara; de los ganchosos ramos de su mina nunca Tetis se vio menos avara, émulo nacar del mejor diamante, su proa la región surca inconstante. Fraterna unión del coro panopeo selva de ninfas aparente enseña, donde impugnado vio mayor deseo gran cíclope de ninfa zahareña; bellas náuticas hijas de Nereo dosel gozan opaco de una peña, Eco en si quiebra última ajeno acento en voz quejosa articulando el viento. Por culpa ajena en lazos de diamante yace, a más duro escollo vinculado, el imán que desnudo vio el amante al marino suplicio destinado, cuando el denuedo argólico volante, caló de amor y de sí mismo armado, y en digno vencimiento indigna gloria tanta premió beldad, tanta victoria. Sobre brillante argento dibujada, de la materia el arte no vencida, mentida forma, si deidad alada, volante fue raptor del garzón de Ida. Ninfa, después laurel, aun no alcanzada, muestra el que rayos llora en su huida, escultura que ser ejemplo quiso, y en fugitiva culpa estable aviso. Del arco ya Eurídice concedida al incrédulo esposo estaba, cuando, por volverla a mirar, la ve perdida, acentos numerosos acordando; pero después, en selva ensordecida, a femenil dureza el pecho blando cede y el son canoro a quien tributo le pagó el reino del eterno luto. Por campo undoso el robador de Europa el apacible peso conducía, viscosa el mar, el viento alada tropa de invidiosos secuaces le ofrecía; sin norte no, bien que a bajel sin popa con ardiente fanal Amor es guía, cuyo triunfo feliz en la ribera sobre florido tálamo le espera. En su polo luciente Casiopea, del rigor de las ninfas preservada, por despojos de Alcides piel nemea con ella en áureo nicho está informada; inalterable en su candor Astrea vive a región más pura trasladada, cuando la corrompida edad del hierro enorme dio materia a su destierro. E! hijo de Liríope la fuente del líquido cristal menos inflama que a la amorosa ninfa que le siente no menos sordo, cuanto más le llama; si no espejo, venganza transparente amor propio la dio, que propia llama Fénix es que renueva y tiene viva con aviso ejemplar su culpa esquiva. El gran pastor que vio desnuda en Ida de tres deidades competida gloria a Venus áurea prenda dio, vencida de su cabello, en premio de victoria; quejosa Juno, Palas ofendida, quisieron demolir de la memoria, como del muro, el claro perjuicio que a sus beldades intimó el juicio. Obras eternas informando, en una parte dibuja descripción brillante, del que nació gigante y en la cuna a tres dragones se mostró gigante, cuyo natal, alivio a la fortuna, presago fue del fatigado Atlante cuando, a peso mayor capaz, ostenta la cerviz del león que orbes sustenta. Fluido el oro en mansa parte Leda, no percibe el sentido si le mueve este al engaño cándido de Leda, el rubio dio metal que a Dánae llueve; blanco globo de Juno en láctea rueda la plata exúbero, cendró la nieve, ardiente es la materia que no brilla en no menor que eterna maravilla. En verde selva, en bosque luminoso, de cándida pared resalta el verde venéreo mirto, cuyo honor frondoso entre solares rayos no se pierde. El árbol que respeta el venenoso diente, porque a su tronco nunca muerde, besa las plantas de la planta sólo regada con las lágrimas de Apolo. El triunfo dedicado a su decoro, premio del vencedor, vuela Atalanta, bien que los globos encantados de oro remoras son tenaces a su planta; nunca pudo el jardín del sabio moro cultivar frutos de codicia tanta mejor que el joven que intimó, felices, freno a! desdén, a la ambición raíces. Robó de su candor los alhelíes de ambición venatoria el accidente, cuando el humor los trasladó rubíes de la mina que abrió celoso diente; entre cuyas centellas carmesíes, no perdonada del arpón ardiente, del hijo bella madre en perlas lava mal herida beldad de deidad brava. Negra tormenta en el luciente muro las hondas exprimían de Aqueronte, percebido a su lumbre el reino obscuro el brazo ardiente ministro de Bronte; la calígine densa, el aire impuro, sulfúrea exhalación de Flegetonte fabril le deberá esplendor eterno el de la blanca espuma obscuro [yjerno. Iris inalterable el arco tiende coronando diáfanos cristales uniforme en color, no cual se extiende lampos pacificando celestiales; a cuya luz el arte se aprehende, que animó piedras y formó metales, donde líneas pudieron los buriles admirar duros y morder sutiles. La fulminada gente en otra parte suplicios dignos de la culpa halla, que blandió lanza y tremoló estandarte contra el Olimpo en desigual batalla. En ardiente deidad esplende Marte luz de su diestra, rayos de su malla, y el sudor de Vulcano en flechas vibra el que sus cursos a los orbes libra. Bella, aunque varia, está la varia diosa que con mano incapaz su rueda rige, nunca neutral y siempre peligrosa, a veces condenando lo que elige; sublima derribados, poderosa, estatuas postra que ella misma erige, muda con los efectos el semblante y sólo en sus mudanzas es constante. Al que menos merece más estima, y desestima más al que merece, indignos pechos su inconstancia anima, culpas aplaude, aplausos desvanece; ingrata ofende, desigual lastima, cumple sin prometer, falta si ofrece; licenciosa pasión, cuya porfía aborta monstruos y prodigios cría. Razón es voluntad, fuerza su intento, los preceptos observa que no arguye, hurta al valor el premio y al talento y lo que no fue deuda restituye; sabe hiiir del que la sigue atento, y sabiendo alcanzar al que la huye sólo cierta en su misma incertidumbre hace naturaleza esta costumbre. Del error juvenil parcial amiga desprecia la deidad del tiempo cano; y la rueda fatal con que castiga asida tiene a la derecha mano; del mérito ejemplar se desobliga, con ella la razón se alega en vano, la ley impugna, la verdad desmiente, y sabe no aprobar lo que consiente. Reina de casos, diosa de accidentes, tabla del tiempo en que su agravio escribe, que en hacer de culpados inocentes aplausos halla y vanidad concibe. Juzga como pasados los presentes, y al tribunal de la razón inhibe, que en la libre región de su albedrío la razón obedece el desvarío. Culpa y disculpa en la mayor porfía voluntarioso error, pasión exenta, en cuya injusta afrenta y demasía sólo es satisfacción la misma afrenta; enigma de ambición y tiranía, cuenta varia sin orden, cuya cuenta los méritos premiando con enojos, absuelve culpas y disculpa antojos. Entre los cuatro vientos la formaron sobre el vagante reino de Neptuno, y con tal inconstancia la animaron que la mueve y la altera cada uno; de virtud atributos dibujaron postrados a sus pies, y no hay ninguno que ofendido no llore el escarmiento del tribunal de aquesta diosa exento. Luego, en soberbio carro, un tierno infante, cuyo el cielo poder teme y admira, de alas vestido en arco de diamante ciego no yerra, aunque vendado tira; con licenciosa flecha penetrante acredita las fuerzas de su ira; cayados, cetros, armas y tiaras ofrecen holocaustos a sus aras. En el volante reino predomina que por leve región le huye en vano; la escama entre las olas y la espina rinde tributo al inmortal tirano. Humana potestad, ni ley divina de las flechas se exenta de su mano: deshace imperios y escuadrones rompe y el orden de los hados interrompe. Milagros de la madre Citerea oficiosa de amor arte consuma, y nerina beldad concha eritrea rige con velas de su ociosa pluma. Entre Tetis pintada y Galatea la blanca hija de la blanca espuma supedita su reino y deja el verla con palor al coral, roja la perla. Sobre el timón en brazos de Cupido hija de Tetis a su margen llega, el duro escollo deja condolido que Polifemo con su llanto riega. El promontorio asiente, conmovido, y al trámite de Cipria, que navega, no hay marina deidad sin don palustre para honorar la pasajera ilustre. En voluble región lúbrico seno, tranquila la que nace en su ribera, pinta a Neptuno el negro dios sereno y al Amor por fanal de su venera; sigue a ninfa del mar Tritón obsceno, undosa potestad huye ligera; Venus los remos de cristal suspende y el fin lascivo de la fuga atiende. El soberbio lugar Faetón advierte que sobre el ecuator mira al ocaso; el brillante esplendor no le divierte puesta la mente en más difícil caso. Penetra heroico pecho, alcázar fuerte, constante fe introduce osado paso, cuando el mayor lucero ya queria los rayos desatar, soltar el día. El atrio pisó apenas, cuando siente que imperceptible luz su vista hiere, entorpece el mirar, baja la frente, termina la aprehensión o la difiere. Paso, si confiado, reverente al paterno sagrario le prefiere, al rayo interponiendo atenta mano de las especies que resiste en vano. Sus ancillas, las Horas, el vestido claro ministran con oficio atento, a cuyo objeto aplican el sentido haciendo emulación y envidia al viento; de átomos volantes del olvido constan madres aladas; del momento dan alma al tiempo y tiempo al desengaño, meta al día, plazo al mes, materia al año. Tiene a la diestra mano una doncella el padre de la luz poco distante, a cuyo foco en siempre verde huella respira el aura suavidad fragranté; pródiga de esperanzas nació bella más que de ricos frutos abundante, los prados la tributan esmeraldas, Pomona flores, Flora sus guirnaldas. Coros pintados de lascivas aves del blanco cuello de la ninfa penden, y leves por sujeto, quejas graves, en concento acordado no suspenden. Rígido tribunal, voces süaves de ciego alado dios mover pretenden; compasivo recógelas Favonio, de obscuro imperio claro testimonio. Corona rubia Ceres el Estío, que es del rayo solar vecino adusto; poco tributo al mar conduce el río en la sazón que guarda el nombre Augusto; Tetis depone el ceño y pierde el brío, y mercadante undívago, a su gusto, las velas suelta, y sin cuidado alguno ara el cerúleo campo de Neptuno. De la madre común recoge el fruto, premio final de pródigas fatigas, en árida sazón cobrando astuto el rubio honor de fértiles espigas; de Ceres atesora el gran tributo en rica parva, donde las hormigas robo cometen providente al grano que avaro agricultor impugna en vano. Poco distante un viejo está sediento, de tez sanguínea y barba no peinada, a ministerios sórdidos atento, de pámpanos la frente coronada. Copia abundante, al cuerpo soñoliento, la vid le ofrece culta que, lograda, por holocaustos le presenta opimos dulces uvas en fértiles racimos. Plácido sí, mas apacible ofende, como al vecino ardiente sigue luego; a los rayos del sol su rostro enciende capaz de alteración en su sosiego. Promedia las sazones y pretende el arbitrio común de yelo y fuego, bien que con sed rígidamente austera adusta el campo, enjuga la ribera. Viejo en seco palor, de canas lleno, el ánimo oprimiendo más valiente, de natural color eclipsa ajeno al gran planeta la serena frente; a cuyos rayos de oro, opaco seno hace su oposición por accidente, émulo de la luz la tierra oprime que en grillos de cristal atada gime. Pone a los montes cándida corona, severamente airado con la tierra; duerme en sus lechos rígidos Belona y en sus grutas a Tetis hace guerra, cuyo flato mortal Eolo inficiona cuando sus espeluncas desencierra; ceden las verdes hojas a sus furias no perdonando al tronco sus injurias. Déstos es padre el venerable ingrato, desconocido siempre y siempre amado, susto del viento, sombra del recato, o futuro mirándole o pasado; desalienta el engaño, arriba al trato, de sus alas él mismo no alcanzado; con la fuerza menor de sus misterios muda provincias y deshace imperios. Estatuas muerde y mármoles digiere, émulo de soberbios edificios; alado vencedor colosos hiere, cuyas rüinas son sus sacrificios; sabe acortar lo mismo que difiere, formando engaños verifica indicios; de la tersa verdad padre celante en incesable ser, leve y constante. Interpreta la ley, la ley altera, fuerza tiene invencible su flaqueza; sobre los cetros su deidad impera, termina y da principio a la nobleza; verídicos anales en su esfera archivan el valor y la bajeza; desigualmente pone igual su brazo límite al fin y términos al plazo. Con fuerza inútilmente resistida tiene dominio en varios accidentes; pondera estimación que él mismo olvida, atropella y levanta inconvenientes. Las filatrices de la humana vida, al rigor de su término obedientes hilo Láquesis apta vitalicio que Atropos corta en más crüento oficio. Un libro en hojas de diamante puro el obstinado viejo siempre muerde, donde imprimió el honor con sincel duro la gloria que por muerte no se pierde. Minerva en él, con esplendor seguro, el vencedor laurel conserva verde que mereció magnánimo y constante el digno aplauso del valor triunfante. De mal talante las hazañas mira que con voz inmortal el mundo aclama; el denodado esfuerzo no le admira, que todo lo produce y lo derrama; los efectos de obsequio le dan ira, no le ofende el valor sino la fama, que sólo a su deidad pone ceniza lo que sobre su imperio se eterniza. Con plumas de sus alas la memoria su esencia anima y deja encomendada al clarísimo archivo de la historia donde vive de olvido reservada; émula allí del sol arde la gloria, no de luz material, sino formada del sudor generoso, a quien en vano osa el diente roer del tiempo cano. La eternidad que, estábil y constante, del viejo alado el vago curso enfrena, en grillos de densísimo diamante los años y los siglos encadena; ésta, de la inmortal virtud amante, funda su templo en la región serena, donde penden por triunfos de su suerte alas del tiempo y armas de la muerte. Apolo en venerando patrocinio forma en tristerno coro alta corona, estableciendo el ínclito dominio de las felices aguas de Helicona; y el soberano honor del vaticinio con inmortal aliento perficiona; y por lo que con sus números conserva es tributario Marte de Minerva. Los renombres latinos, cuyo ejemplo norte será glorioso a los futuros alumnos de la fama, los contemplo del segundo morir siempre seguros; cuyo claro esplendor consagra templo, y libra de sus émulos oscuros al valor en quien vive la venganza que el asunto inmortal del tiempo alcanza. Batallas, triunfos, mares descubiertos, pechos soberbios, ánimos altivos, que en sepulcros llorados como muertos para nunca morir quedaron vivos; ánimos generosos y despiertos, cuyos claros trabajos excesivos los inmortales nombres colocaron donde tiempo y olvido no alcanzaron. Este aplauso, y la luz que predomina siempre invencible en generoso pecho, o el hado inevitable que encamina a lo que ha establecido por derecho conducen al gran joven que camina tras la esperanza del dudoso hecho. Y ante el padre postrado la primera voz del pecho expresó de esta manera: «Si tu mente percibe y si previene futuro evento, evento sucedido por ti, señor, si en tu memoria tiene clara preservación de oscuro olvido, el único soy hijo de Climene de tu esencia inefable producido, si la verdad materna no me falta, del trono ardiente en la deidad más alta.» El autor de la luz al esforzado Faetón, nueva prestándole templanza, supuesto le responde, derivado de eterna lumbre en reino sin mudanza: «Osa que, felizmente confiado, no frustrará mi amor tu confianza. ¿Qué causa no menor pudo que tanta contra el curso solar mover tu planta?» Arrebató la voz, y el impaciente hijo le dice al padre que modera con el eterno rayo y con la mente los variados cursos de la esfera: «Si tu luz es común, ¿por qué consiente que obscuro viva y más obscuro muera no me dando seña! donde se vea que soy un rayo de la luz febea? No quieras ya dejar, gran padre, inulta la culpa que a mi ser y al tuyo ofende del que malignamente dificulta lo que de mi ascendencia comprehende; de cuya duda el deshonor resulta que el más terso esplendor manchar pretende. Muévate a piedad, muévate cuanto mi afrenta exageró materno llanto. Meta de honor, y fatigable aliento, norte fueron mental de mi porfía; alas vistió de rabia el pensamiento que ofendida razón tuvo por guía. Pisé los atrios de tu firmamento y el áurea cuna del nasciente día, pasión que penetrara por los muros de los imperios de Plutón obscuros. Prenda conceda al fatigado pecho de mi verdad tu cándida pureza, así de Tetis el instable lecho deponga al acogerte su fiereza, y así, en su primer forma satisfecho, deje tu amor la que vistió corteza, cediente al tuyo el temerario fuego del que al herir es lince y al ver ciego.» Dijo, y Apolo le replica tierno: «Climene, madre tuya, no te miente, prole desciendes de mi seno eterno, origen inmortal muestra tu frente». Y aditándole el nítido gobierno, que distingue las horas a la gente, con protesto inmortal de fe pura, esto a Faetón su padre le asegura: «Porque deseches el injusto miedo que con prolijas dudas te importuna, cuanto quieras pedirme te concedo: dispon tú mismo el hado a tu fortuna. Con inviolable fe ligado quedo por el averno imperio y la laguna que ya es prenda verídica en el cielo por lo que, ninfa, mereció su celo». De la alta voz del juramento ufano a su padre Faetón, autor del día ser le pide una vez, y el soberano carro de luz que eterna luz le guía. Responde Apolo en el ceder humano: «Parece a temeraria fantasía, y declarar no quieras, fulminado, ser de luciente esencia derribado. Oponte a la invasión de tu destino que tanto de tus límites se parte; mortal cediendo al superior camino de eterna luz necesitado y arte; confía humano y no como divino en soberanas obras quieras parle. ¿Mano a riendas poner quieres ajenas cuando tú mismo a ti te desenfrenas? Raudo el furor de los caballos mira, de imperceptible movimiento horrendo; línea de luz que paralelos gira, nuevo curso diario disponiendo; advierte al tramontar cuando su ira el mayor continente estremeciendo globos, tronos de luz, rotantes baña de reino undoso en líquida campaña. Los hálitos del austro la subida de orbe emprenden convexo, donde luego fuerza inmortal les hace reprimida, con ser hijos del viento, espirar fuego. Pondera el Gaditano la caída que altera de las ondas el sosiego, a cuyo ingreso el que en el golfo bulle entre lechos algosos se zabulle. Temor no, providente advertimiento, te debe el pecho reducir severo, que presago dolor en triste acento me vocifera ya tu mal postrero. Siente la oposición del firmamento, y entre horrores lucientes Ouirón fiero que, de sus flechas trémulas no parco, temeridad alada infunde al arco. ¿La luz sobrada, el resplandor ardiente del carro, de quien soy eterno auriga, pides Faetón, y temerariamente, usurparte el honor de mi fatiga? El diáfano mira continente, sólo estrecho confín a la cuadriga, cuyo vuelo inmortal pudo sin plumas espumar rayos, radiar espumas. Percibe pues del movimiento rato la dura oposición y el verdadero peligro en que desprecias el recato, que último en ti será y en mí primero. No seas hijo al común padre ingrato, que si trabuca el carro en punto fiero harás efecto con que al cielo estorbes el ponderado oficio de sus orbes. Alas deshechas mira, cuyo vuelo ardiente impone nombre a seno frío, escalar presumiendo el alto cielo poca cera con mucho desvarío; incrédulo al temor, asiente al celo y a la razón del tierno afecto mío: ¿has de tomar, Faetón, de un padre viejo el peligroso carro y no el consejo? ¿Tú contra el firmamento has de oponerte y, conductor de luz desalumbrado, escurecer con atrevida muerte cuanto tu genitor tiene ilustrado? Limita los peligros de la suerte, no anticipes los términos del hado, no quieras en costosos desengaños esperanzas frustrar y colmar daños. Faetón, no solamente como osado, mas como temerario el carro pides, precipicio que habrás solicitado si con tus fuerzas el osar no mides, obra inmortal, peligro no arribado de cuanto fatigó soberbio Alcides. ¿Y quieres tú escalando etéreos muros trópicos abrasar, pisar coluros? Cuanto produce el mar, la tierra cría a tu intento rendido no contiende; cuanto el Arabia culto al cielo envía hoy de tu arbitrio y voluntad depende. Deponga el ciego error tu fantasía, pues el sobrado osar al cielo ofende, y cese la ambición que sólo intenta de efimeral aplauso eterna afrenta» Dijo, y el corazón más generoso con sed de gloria los efectos sigue; designio ya infeliz más que animoso con ambición de eterno honor prosigue; no hay término de espanto peligroso que el afecto resuelto le mitigue: conductor del gran carro a nuestra esfera quiere ser una vez, aunque postrera. Sintiendo el peligroso desatino del temerario más que osado intento, en esta parte humano, autor divino de luz, le pesa ya del juramento: «Pues el hado —diciendo— y el camino no quieres evitar del fin violento, por útiles advierte mis precetos de amor paterno y de razón efetos. Si no impugna tu mente, ya obstinada, aviso eterno en la difícil senda, templa la fuga a la cuadriga alada, menos usa el azote y más la rienda; la parte superior huye elevada, cuya altura es peligro sin enmienda, sólo a promediar tu curso atento evitarás de Tetis el aliento. Del carácter diáfano no excedas, templa y no des al auro trono prisa, que el trámite estampado de las ruedas luciente es norte que a tu curso avisa; asunto licencioso no concedas al desviar, y mente no indecisa sino resuelta lleve en su constancia dones de fe, timón de tolerancia. La fortuna después del resto cure tu carro a salvamento conduciendo, y de mis vaticinios te asegure infaustos nuncios de tu fin horrendo.» Mas ya el tiempo llegó en que se aventure alto principio al caso disponiendo. ¡Tú sentiste también, tardo Boote, mover auriga nuevo osado azote! Entre flechas de luz, afecto blando, el asustado amor paterno asiente; corusco le entregó diadema cuando las riendas le fió del trono ardiente. Mas ya el fraterno albor solicitando la esposa de Titón sacó la frente; perlas esparce y con invidia dellas huyeron afrentadas las estrellas. Las negras hijas de la sombra fría a incierta luz apresurando el paso reconociendo la dudosa vía juntas se encaminaron al ocaso. Y Etón, fuego espirante, en quien veía padre presago el inmortal fracaso, supeditando el nítido terreno tasca feroz el espumoso freno. El temerario nielo de Latona formaba su luciente paralelo los orbes ilustrando de la zona del Austral polo en el zafir del cielo; de rubias hebras inmortal corona al tenebroso horror cortaba el velo, la campaña alegrando el valle y monte de su mal no advertido el horizonte. Incauto volador deja su nido llamando entre crepúsculos al día, y sobre verde ramo florecido despide la dulcísima armonía. Ya el pacífico armento conducido del atento pastor el silbo oía, y a nueva luz que su hemisferio aclara oficioso cultor los campos ara. Mueve nadante pez algoso asiento, sale Tritón del caracol marino; próvido marinero esparce al viento en cuadra forma el bien contexto lino; azota el remo al líquido elemento, gobierna ya el timón y gime el pino; y el confuso rumor de la cadena es un teatro de la eterna pena. En el oficio de mayor cautela, que de sangre alimenta su porfía, se recoge al cuartel la centinela, haciendo noche de la luz del día; orden observa de aparente vela la familia de Marte, que dormía, divididas siguiendo las hileras a paso denodado sus banderas. Las campañas de Ceres adornaban los honores de Palas verdaderos, y en sus distintas órdenes guardaban la división astados y flecheros; armentos belicosos incitaban en roncos ecos, en talantes fieros, al son ardiente y al pavor canoro que a Marte incita en el metal sonoro. A venal rienda listo caminante de volador no alado da la mano. De los nocturnos hurtos el amante, (puede ser que engañado), vuelva ufano. Tú también lo estarás, mundo ignorante, atendiendo la faz del sol en vano, cuyo carro, hoy fatal, de fuego envía sierpes en los crepúsculos del día. Inadvertido error pisa, contento, orbe convexo en globo cristalino; desprecia la región pura del viento, pisa en su esfera el superior camino; cual suele por su líquido elemento la gran hija del reino neptunino, bella madre de Amor, surcar ingrata en tronos de cristal campos de plata, el atrevido joven coronando iba de luz la superior esfera, rayos vertiendo, ufanamente, cuando toma ligada unión fuga ligera, ya los vientos cornípedes vibrando, castigo resonante en la carrera, por líneas de turbada fantasía ciego conduce ya la luz del día. Y en vez de gobernar con lento freno lo que apenas el Euro alado alcanza, brazo atrevido de noticia ajeno las dos aves azota de la lanza. Cual suele despedir su rayo el trueno cuando el humor exhala su venganza, tal la cuadriga en precipicio ardiente le bebe al Noto el hálito en su frente. A la esperanza ya la puerta cierra, metas inarribables ha pisado; ciego, en golfos de luz, surcando yerra piélago ajeno, error desalumbrado. Su rüina fatal siente la tierra, el celestial asunto variado. ¡Oh de mortales miserable suerte, incierta vida y no dudosa muerte! Cual nave que sin peso gobernada, combatida en el mar, del viento infido, ve contra el cielo a Tetis conspirada en golfo incierto el norte ya perdido, tal va la lumbre eterna mal guiada del joven en su daño presumido. Los ya volantes, animados truenos ni sienten mano, ni obedecen frenos. Arduas regiones los caballos hienden, del curso propio divididos, cuando al viento siguen que alcanzar pretenden el ardiente elemento respirando; y en su mismo furor tanto se encienden que, el orden de los trópicos quebrando, zona pisaron, donde efecto nuevo fue perpendicular tu carro, Febo. Baten las alas, curso más terrible sobre las ursas impelidos mueven, y donde el polo hallan inmovible el mismo fuego que respiran beben. Deponen el furor inaccesible, a pasar adelante no se atreven; lumbres polares en su fijo asiento el tardo apresuraron movimiento. El perezoso monstruo que a ninguno fue formidable en su lugar sombrío del sobrado calor silba importuno, sintiéndose abrasar el pecho frío. Opuesto a la invasión de luz Neptuno, retrocediente el carro a su albedrío, bebida no dejó sino tocada el gran prodigio, la región salada. El presumido astrólogo que mira que la délfica luz su carro altera, cuando por líneas tan diversas gira paralelos distantes de su esfera, cielo presiente airado, fatal ira, viendo, a su horror y confusión primera vuelto el fuego, la tierra, el agua, el viento, nuevo formando caos, nuevo portento. Mientras ardiendo y no alumbrando el cielo, perdido corazón y no cobarde las alas tiende, desplegando el vuelo al daño, de que ya se advierte tarde; divididos delinean contra el suelo el yugo abriendo que en sus cuellos arde, los que, oprimidos, tanto contrastaron que los contextos áureos desataron. Desuniendo el timón, bien que no roto, siente auriga mortal, mortal efeto, y en el mayor peligro ofrece voto al claro padre en íntimo secreto; mas como a sordo mar suele el piloto tarde invocar contra el fatal decreto, tal Faetón pide al ínclito lucero favor en vano en el temor postrero. La desorden de luz en lato vuelo, de la carrera etérea variada, no sólo al viento, al mar, y a todo el suelo hace ofensa inmortal con mano osada; mas ardiendo la máquina del cielo el efecto sintió Belona airada, y en horrenda deidad diosa funesta yelmo, arnés, carros y coraje apresta. El mensajero eterno, inconfidente, al fuego pies alados no le fía. llora ofendido, quéjase impaciente al claro abuelo del que forma el día. Rayos viste de horror deidad valiente, a quien celosa red cauta envolvía en amorosos lazos con aquélla que en Chipre es reina y en el cielo estrella Del tonante también airada esposa, y en celícola unión el soberano concilio, de la llama rigurosa quejas esparce por el cielo en vano. Opacamente Cintia lagrimosa, viéndose sobre el carro del hermano, destrenzando las nítidas madejas llora perlas, fragancia exhala en quejas. El primer elemento, que mantiene sitio supremo sobre el aire blando, límites vierte y centro no contiene en su materia misma exuberando. Vital aliento el aura ya no tiene los cóncavos inanes ocupando, cedientes al ignífero portento los archivos diáfanos del viento. El encendido carro bajó tanto contra el árido globo de la tierra que enjugó el mismo fuego el mismo llanto que ya en su centro la gran madre encierra; llama confusa, peligroso espanto por los humanos indistinto yerra; líquido humor exhala el verde prado al fiero efecto del planeta airado. Cauto el villano huye la vecina llama inmortal de su cabaña adusta; el coposo sagrado de la encina, que planta ardió, ceniza es ya combusta; queja postrera de fatal rüina al cielo apela de sentencia injusta; otra hoz esperó el fecundo trigo cual voladora llama en su castigo. Bellas tésalas ninfas navegando las que contraria sed aguas devora, dulces sirenas de su margen cuando desnuda plata sus arenas dora, las delicadas hebras, cuyo blando lazo afrenta y prisión fueron de Flora, cortan y exponen a mayor fiereza por no verlas arder en su cabeza. Cualquier osado pecho está cobarde para impugnar el celestial decreto; de inevitable mal no hay quien se guarde, al cielo airado todo está sujeto. El cuerpo mixto de los orbes arde cediendo su materia al nuevo efeto, de cuya llama en prodigioso espanto contra Aquiles sus rayos guardó el Janto. Ninfa del bosque, y semicapro astuto, busca, para encorvarse, su ribera, Doris, sedienta, el líquido tributo a las undosas márgenes no espera; vacuo cadáver el Danubio enjuto vierte los peces de su margen fuera que viendo sin humor la fértil vena, última obstinación, muerde su arena. Dulces endechas vierte en voz süave el pez alado que a Meandro honora y con velas de pluma es blanca nave que al morir canta y en sus ondas mora. En incendio común, única el ave ya sus cenizas no conoce agora ni las puede juntar, y en este ultraje última teme ser de su linaje. Rinde el soberbio más su fortaleza v el más veloz su curso ya suspende; líbica hircana y la mayor fiereza al airado elemento el cuello tiende; fatal cediendo a la común flaqueza el mayor animal no se defiende, cuya cerviz suspenso tuvo al Ganges muros moviendo a debelar falanges. El árbol de su honor destitüido humo respira, y del agravio injusto ceniza exhala el tronco dividido del poderoso humor seco y adusto; el álamo de Alcides escogido, el mirto sacro v el laurel más justo temen que el dios airado se le acuerde de la que siguió ninfa y lloró verde. El funesto ciprés, la sacra oliva, corona de su monte el mayor pino, con la del rayo exenta planta esquiva, del victorioso honor símbolo dino, ceden vencidos de la llama viva a la segur fatal de su destino, sin defenderse en la montaña el bronco fundamento apoyado con su tronco. Menos se opone e) árbol que es más fuerte, ceniza es ya la más coposa haya, fértil exhalación prodigio vierte el seno religioso de Cambaya; inanimada a conservarse advierte expuesta roca en solitaria playa, siendo en supuración de flores bellas átomos de fragrancia sus centellas. De nubes coronado el Apenino nuevo furor elemental le enciende; siempre de triunfos fértil el Quirino soberbias llamas por su falda tiende; cediente a nueva forma saxo Alpino liquida el ser y su materia extiende llamas; lágrimas son con que Pirene del hijo se lamenta de Climene. Primero peligró la mayor cumbre del que por años y por nieves cano de miembros fue eminente pesadumbre y monte ya eminente es africano; cuyo flamante exceso en viva lumbre cala sediento al arenoso llano, donde el carro y la lámpara febea aborto fue de la montaña Etnea. Las aguas se sorbió del gran lavacro que hizo soberana su corriente claro Jordán, que, para siempre sacro gloria es su margen, gracia su torrente. Del Erebo flamante simulacro todo a su potestad lo ve cediente, urna no, huesa enjuta a escama tanta del Nilo es ya la séptima garganta. Eufrates en Armenia, en Siria Oronte, el que baña los reinos del Aurora, arden, y con el raudo Termodonte el que con labio alterno el margen dora. Reconcentróse en el paterno monte el que su origen claro esconde agora; hijo de clara fuente no hay ninguno que tribute cristales a Neptuno. Bien que en común, particular arsura tiñe la gente, seca la campaña, que en cuanto al Nigris su corriente dura no lava undoso, sino undoso baña; bebióle su cristal la llama pura, sed implacable que el tributo engaña a Tetis que en sus márgenes espera el clarísimo honor de su ribera. Despojos de ceniza en orbe exhausto, sombra caliginosa, caos impuro, materias corrompidas, globo infausto, cadáver son informe en tomo oscuro; y cual termina en humo el holocausto sórdido por sujeto en lugar puro, tal en mustio dolor de llama injusta yacer se vio la común madre adusta. Bebió su mismo humor sedienta fuente a viscosos negado hijos del río, la tiberina rápida corriente se expone adversa en cóncavo vacío, de inconstante región el seno ardiente su afrenta advierte en desigual bajío; Tetis exhausta en íntima caverna ondas no ya reliquias sólo interna. Arde en su centro el líquido elemento, y el gran rector de la cerúlea gente, al no esperado y rápido portento sumergió el carro, zabulló el tridente, que no sufriendo el trémulo pavento del nuevo ardor que entre las llamas siente suelta rendido en la invasión horrenda a escamoso caballo algosa rienda. Muertas son muchas, vivas restan pocas aves, ya no de Tetis, naufragantes; su viscoso livor pierden las focas de los volubles polos habitantes. Licuefactas están las duras rocas, perdiendo el ser y el nombre de constantes; ya no ven a Neptuno las sirenas escupir ondas ni azotar arenas. Palemón, Mellcerta, Panopea, deidades de las ondas cristalinas, moviendo están contra la luz febea fuerza inútil de escamas y de espinas. Tu justicia clamando en vano Astrea en ya seca región voces nerinas, que no extingue la sed del gran portento cuanto contiene el mar salado argento. Ya lascivo Tritón no sigue leve blanca napea que en amor le iguala; moribundo delfín las ovas mueve y entre conchas enjutas se resbala; sedienta Tetis ya las algas bebe y sus entrañas en vapor exhala; y exhausto de sus líquidos cristales perlas vomita el mar, vierte corales. Eolo en las cavernas donde impera al portento rendido poderoso de Bóreas no concita la severa temida fuerza en el imperio undoso; reluciente invasión que de su esfera, vertida con impulso luminoso, hace guerra en sus cóncavos asientos al proceloso albergue de los vientos. Por donde no contigua halló la tierra luz se introduce en el imperio oscuro, sórdido teme rey y el antro cierra de los lucientes rayos no seguro; y por ciegas cavernas negra guerra brama ofendida voz de pecho impuro, a cuyo sordo horror, en ronco grito ladró el Trifauce y borbolló Cocito. El ministerio oscuro, la oficina del ciego reino el claro efecto, vierte sulfúreo llanto Proserpina, llamas el terno vomitó de Alecto; turba infernal y sórdida bocina convoca el caos al gran Plutón sujeto, y por la luz o por la voz que oyeron los Cíclopes los golpes suspendieron. De Escila alumnos Escirón y Tifeo, Procrustes, Polifemo, Fitón pasma; de veneno arma, esfinge, a Briareo, y el Cerbero rabioso interna el arma; estigia furia al fétido Leteo horrendas sombras, hórrida fantasma Carón conduce y llamas la Quimera vomita a las hermanas de Meguera. Cavilosos Diomedes, lestrigones que la región habitan condenada; ermitas furias, hidras y filones, gente a dolor eterno destinada, venenosas serpientes y gorgones, exhalando la rabia atormentada, forman confusamente conmovidos frémitos, ululatos y alaridos. La compaña rabiosa de Tiestes, obscenas lamias, sórdidos titanes, furiosamente dragonlinas vestes de llamas rompen ofendidos manes; y aunque impugnar los átomos celestes prueban inútilmente leviatanes, de ponzoñosa fuerza armado Atreo despertó al soporífero Morfeo. Estrépito y furor por la caverna, silva de esfinges ya, brama de arpías, arde con nueva sed la furia interna, sobrando obstinación a sus porfías. Y el rey de las tinieblas, que ansia eterna en regiones vertió siempre sombrías, viendo la luz en su región opaca la flamígera voz del pecho saca: «¿No se contenta el enemigo cielo de vernos en tinieblas encerrados, pisado centro del profundo suelo en eterna región de condenados, sino que quiere el que idolatra Délo ciega luz conducir a mis estados, donde si mis penates alumbrare por ajeno tendré cuanto mirare? Al eterno decreto contraviene, no guarda división, ni observa fuero, pues de la luz derecho exento tiene el bajel del mortífero barquero; defensa natural siempre conviene, brazo mueva inmortal Cíclope fiero, muestre ofendido el implacable infierno eterna obstinación, desdén eterno. Viertan obstinación los reinos atros, donde nunca el suplicio vio penuria; la negra advocación de mis báratros vomite ofensas, exhalando furia; flamígeros ostente sus teatros el tenebroso reino de la injuria; betún ardiente con sulfúreo vuelo queme la tierra y deje opaco el cielo. Como a rebeldes trata el firmamento los que en el reino de tinieblas mira, ejercitando el áspero tormento que provoca a las armas de la ira; y a su ambicioso fin el cielo atento a deshacer el reino nuestro aspira, donde soberbio induce por trofeo rayos de luz que nunca vio el Leteo. ¿Gente mortal que a nuestro ser no iguala antes a mis flagelos ya se humilla, poniendo al cielo monstruosa escala quitar no quiso a Júpiter la silla? Y pues por Etna Estéropes exhala la ardiente de su brazo maravilla, atrabiliosa furia en vez de llanto las fauces regurgiten del espanto. Aclare su poder la negra diestra que entre tinieblas hórridas habita; el fin será de la venganza vuestra de inmutable aprehensión meta prescrita; y ya que la región contiene nuestra si lumbre alada no, lumbre crinita, obstinada desate su violencia, rompa del centro a la circunferencia. Sienta ya el aire en su región herido de opuestos rayos el impulso alterno; luego de afrentas propias impelido las iras califica del infierno; sus armas concitando, el ofendido, ardiente imperio del suplicio eterno no se limite al centro de la tierra: haga al Olimpo en el Olimpo guerra.» Dijo, y a la alta voz ladró el Cerbero, y las fieras hermanas, conmovidas, mesando están con riguroso acero las viperinas hebras retorcidas; bramó discordemente el coro fiero y en mestísimo son fueron oídas en luego eterno atormentadas voces, martirios nuevos de ánimos atroces. El gran Fabro de llamas coronado con aplauso feliz el triunfo asiente, contra los elementos dilatado de centellas su ignífero accidente; punto fatal y plazo destinado, en que el efecto de su rayo ardiente pueda, moviendo al firmamento guerra, sorberse el mar y liquidar la tierra. Horas sesenta sin ocaso el día, y el día sin luz el duro caos informa; comunicada luz no recibía Delia opaca en menguante o llena forma. Arde ya todo, y lo que ardido había en globos de ceniza se transforma, cuando, ofendida del luciente hijo, árida madre al gran tonante dijo: «Padre del cielo, si a la eterna altura llega piedad, si alcanza justo ruego mis adustas reliquias asegura el portento infeliz cesando luego. No exhale ya sulfúrea llama impura de accidente mortal rápido fuego, contenga el orbe su materia dentro reducidas sus fuerzas a su centro. Guardado el continente de su esfera, dese a la luz benéfico ejercicio, quede extinto el furor que el cielo altera de mi seno fructífero el oficio; que no tendrá, si el fuego persevera, gente el mundo, ni el cielo sacrificio, antes verás, si ya a auxiliar faltares, desnudos de holocaustos tus altares. Si castigo se debe a los mortales, ¿por qué padece el impecable armento —las fieras siendo en el suplicio iguales con los que la región aran del viento— y yo que, franca, expongo a tus umbrales la aroma en sacrificio el y aliento, cuyo vapor penetra al cielo inmenso fragrancias exhalando en humo denso? Cuanto el Arabia a tu deidad envía sufragio puro, culto reverente, con religioso afecto observa pía la común madre de la mortal gente; mi seno el elemento ya no cría que de Ceres es alma su torrente en asunto vital, y por su largo ámbito nace dulce y muere amargo. Tú, fértil diosa que los frutos mides, defiende el reino tuyo que se pierde. Alma madre de Amor, ¿por qué no impides la adusta afrenta de tu mirto verde? ¿Y que olvidado, más que fuerte Alcides, del álamo sagrado no se acuerde? ¿Cuándo Apolo el honor de Marte oprime, por más que Dafne en sus cortezas gime? El vivo resplandor, la llama ardiente, si no se enfrena ya, cesará cuando sorbido tenga el rígido torrente del undoso elemento el seno blando; horror volante que obstinadamente las infernales armas dilatando, ya celeste volcán llamas vomita, cruento oficio de región precita. ¿Qué cometa enemigo es el que ha sido causa sin ocasión de quejas tantas, o qué pecho mortal tiene ofendido del cielo las deidades sacrosantas? Si culpa los humanos han tenido, ¿por qué padecen insensibles plantas, superando la pena a la malicia y a error particular común justicia? Cuando de Proteo ya escamoso armento le bebió a Tetis plata mal segura, cuanto armado de plumas elemento cortó sublime en la región más pura; y a cuanto como madre di alimento, agora doy adusta sepultura; seno que fértil fue llamas espira hecho a común ceniza negra pira. No es afecto materno ya el que siente, sino pia afección, común tormento, a mis ojos negando llama ardiente la exhalación del húmido elemento; y pues el que animó benigno ambiente, flato es de Atropos ya letal aliento, piedad será la tuya, si restaura al agua el ser y el ser vital al aura. Las que Ceres cubrió vistosas cumbres con el de espigas inundante llano, hasta las eminentes pesadumbres que suplicios ostentan de tu mano, fueron no son opuesto a eternas lumbres húmido radical de ellas en vano, que en vano pone a prodigiosa fragua su aliento el aire y su materia el agua. Ya del portento el prodigioso exceso la serie desunir pudo constante de los etéreos cárdines que el peso soltaron de los globos de diamante; de los ardientes trópicos opreso sacude la cerviz el viejo Atlante; cuanta mole contiene el firmamento, en sí misma librada pende al viento. El reino de la luz al accidente nuevo en sus polos ya no está seguro, cuando discurre la materia ardiente del eje puesto hasta el helado Arturo; de llamas el furor incontinente orbes inunda con su fuego impuro, y con ojos de estrellas cielo airado el primer caos informe ve formado.» Cesó la diosa. El Padre, condolido, del nieto consintió a la fatal hora, el corazón tocando que ha podido tantas costarle perlas al aurora. Cayendo muere el joven presumido, flecha es eterna, eterna vengadora. Eridano piadoso le recibe y urna en su blando seno le apercibe. Tembló la tierra que sufrir no pudo la fuerza del efecto fulminante; esparció su ceniza el ya no rudo tronco cediente a la deidad tonante; embrazó Marte su luciente escudo, ceden los hombros del mayor gigante, materias desunidas no informaron, pero reliquias y en su ser temblaron. Como en la exhalación de nube opaca previene el lampo al formidable trueno, cuando la luz etérea parte saca y busca el aire en su región sereno, que porción menos densa, en parte flaca, aborta el fuego del preñado seno, y en cándido faro) celeste trompa ígnea compele a que impelida rompa, tal va cayendo del mayor planeta teñido el hijo en el humor sangriento, y condolida la mortal saeta errar quisiera el golpe y el intento. Admiraron los orbes el cometa que ni tierra exhaló ni formó el viento, costísimo prodigio, pero bello, bello rostro alumbró con su cabello. Tranquilo le cogió de la ribera al osado Faetón el cristal blando; uno y otro elemento se modera dos contrarios sujetos abrazando. Respeta el Nilo, el Ganges hoy venera al que, su clara margen coronando de luz, le debe al inito misterio el tener de la aguas el imperio. Caíste ya, Faetón, cediste al hado. Rayos de fama en llamas inmortales antorchas son del túmulo sagrado que acompañan con luz tus funerales. Y el valor alumbrando, no arribado, te sirven hoy los orbes de fanales, tu fama a mejor luz restitüida, por honor inmortal dio mortal vida. Los hijos de su aliento fugitivo por trámites diversos se esparcieron, el céfiro buscaron genitivo los que en el seno a Tetis no cayeron; de la tonante mano el eco altivo el etéreo ligamen desunieron; roto ya el carro en formidable lampo eje y timón recoge adusto campo. Trópicos variados y coluros arden los más remotos horizontes, claros por occidente los escuros tristes avernos impios Aquerontes. Faltando a Tetis en undosos muros montes de agua y piélagos de montes es arenoso banco el Ponto Euxino y selva en que el abeto alumbra al pino. En nubes los vapores concitaba más vengado tonante que ofendido, por ver si con sus hálitos templaba el efecto de llamas extendido, mas ya a la blanca Tetis le faltaba eficaz alimento presumido, para extinguir las llamas de Vulcano hecho el undoso reino estéril llano. Al doloroso trance prevenido larde llegó mestísima Climene, dolor también fraterno conmovido surcando propio mar de llanto viene; y apenas el mancebo humedecido del mármol siempre undoso que lo tiene, rubias le ofrece lágrimas el coro que arroja el ámbar y que invidia el oro. Materno afecto unido el sacro pío, más compasivo y menos tolerante, Climene suelta el lagrimoso río que sacrificio vino a ser fragante; el golpe inunda de la flecha impío, que pasó el corazón de madre amante, y estas quejas al cielo encomendadas ella las dice y son de Amor dictadas. «Tú que asistes en coro soberano genitor claro de la luz febea, más justo fuera con piadosa mano al cielo trasplantar tu ilustre idea que entregar a las llamas de Vulcano al tierno joven, y al rigor de Astrea. Sobra tuvo de honor, pero no falta, pecho que osó emprender cosa tan alta. ¿Qué rigurosa fuerza de destino a la meta inmortal de tu carrera cortó los pasos y cerró el camino que a nueva luz formaba, nueva esfera? Para ser infeliz naciste dino de los rayos de gloria verdadera, donde pudo eclipsarse mejor día tu atrevimiento y la desdicha mía. Flecha fatal vistió de sombra obscura el generoso espíritu y ardiente, cuyo aliento mortal pisó la pura región de eterna luz resplandeciente; mas no segunda al alto osar ventura, hijo, precipitaste infelizmente, donde incesables pagarán mis ojos su líquido tributo a tus despojos. Hecho ceniza ya el cabello veo que esparció al viento el nítido tesoro, y en seca llama el inmortal trofeo de la afrenta mayor que tuvo el oro; cielo poco propicio al gran deseo, si no tu muerte, acreditó mi lloro, viendo la luz de honor que fue más pura el eclipse fatal de sombra oscura. Venganza injusta, adulterado celo, dieron materia y causa de castigo al común padre y al tonante abuelo, abuelo no, tonante y enemigo; y si recato fue del alto vuelo preservador auxilio, brazo amigo debido afecto de piedad mostrara si entre gémina luz te colocara. Será tu nombre ejemplo lastimoso, más infeliz que el infeliz osado que volando entre nubes, animoso, quedó en cerúleos globos sepultado. Tú pudiste, en el padre luminoso y en el abuelo claro confiado, no sólo acreditar tu pensamiento, sino honrar nueva estrella el firmamento. Tú, clarísimo padre, nunca enjuto, a anochecer tus márgenes empieza; sea de hoy más tu líquido tributo urna de llanto, aplauso de tristeza. Coro de blancas náyades con luto, interno en verdes troncos, la fiereza de la flecha mortal deje grabada, porque crezca la fama encomendada. Carácter lastimoso informe en breve túmulo, si en él cabe dolor tanto, el inmaturo fin que a piedad mueve a los impíos baratíos del espanto; y a la clara región de Tetis lleve la causa del llorar, quien lleva el llanto; undosa Glauco ponga la corona al que murió pisando ardiente zona. Alma inmortal, esencia no alterada, esencia no alterada, aunque ofendida, sombra de su prisión ya desatada y a la región de Tetes conducida, si por esto tuvieres olvidada la viva ofensa de tu muerta vida, vuelve los ojos al dolor materno, incesable sufragio en llanto tierno. Esta es la tea nupcial que preparaba a tálamo feliz, amor primero, con flecha fulminar de eterna aljaba de osado joven corazón sincero.» Cesó, no el llanto, y Febe que lloraba con fraterno dolor el trance fiero. sólo en el corazón de rayo abierto distingue madre viva, de hijo muerto. Faetusa, dolorida y destrenzada, las afrentas del oro suelta al viento, y, de Lampecie triste acompañada, flébil dolor esparce, amargo acento, claro humor que en materia adulterada, en la margen del Po tomando asiento, inalterable haciendo su existencia pudo mudar la forma y no la esencia, cuyas tiernas reliquias esparcidas Amor las viste y culto las acoge, y, derramadas sí, mas no perdidas, aromático seno las recoge, donde gloriosamente reducidas fruto, si amargo, fértil hoy descoge, sujeto que debido a mejor plectro fertilidad sudando llora electro. Inmóviles las plantas se fijaron vueltos en ramas sus ebúrneos cuellos, cuyos miembros cortezas informaron transformados en hojas los cabellos. Y álamos siempre verdes coronaron al Pado rey, quedando troncos bellos a quien protege Alcides, y, felices, cándido aroma exhalen sus raíces. Fértilísimas lágrimas sabeas, cuyo precioso ser, no adulterado, dríades las veneran y napeas, con fin atento y próspero cuidado, fueron allí dos urnas amal teas, de que vertió la copia humor sagrado, cuantas contiene en su feliz Arabia, feliz por esto, y por guardarlas, sabia. Canora, al bien ardido, voz le debe el que será su cándido registro, plumas vistiendo de animada nieve en los undosos senos de Caístro. Agua, si tierra no, le será leve, y Cigno, ya no rey, sino ministro hoy fúnebre al hermano fulminado sufragio es puro, sacrificio alado. Eclipsada la luz del cielo, vino al mundo si, mas que llorase. ¡Oh, cuánto afectos puros de ánimo divino no los puede aprehender humano canto! Y pues la eterna esencia del camino frágilmente mortal difiere tanto, eterno plectro en cítara sonante su inmortal llanto en claros himnos cante. Eridaneidas, náyades, Nereo, coro gentil de ninfas se juntaron, hespérides llorosas que trofeo de metal duro en sitio blando alzaron. Y el pomposo dolor del Mausoleo con epitafios cultos adornaron urna, cuyos carácteres describen muertos aplausos, lástimas que viven: Cayó Faetón de la mayor altura, conductor claro de la luz paterna; a sobrado valor, faltó ventura, mas no faltó a su muerte vida eterna. Sufragios de dolor y sepultura bella naya del Po le ofrece tierna. Tú enfrena el pie y el llanto, fugitivo, si muerto admiras al que lloras vivo.