Dirigida a don Fernando de Toledo, duque de Alba En cuanto tiene el tiempo aprisionada ilustre emulación a tus pasados, en la que es cárcel de ocio al acero sediento de tu espada, cuyo rayo desnudo a los claros trofeos de tu escudo en descrímenes arduos heredados nueva les diera gloria, a ser capaz de aumento tanto vivo esplendor, tanta victoria; húrtate a la fatiga generosa de la más casta diosa, intermite el cuidado del ciego dios alado, percibirás el blando de las musas concento, ¡Oh gran Fernando!, en métrica tíorba, ya que deidad armada no lo estorba y su pavés Minerva a futuros progresos te reserva, que si mi aliento inspira aonio coro numerosa te ofrece mi Talía voz que puede por tuya, no por mía, articular del nieto de la espuma la que de sus victorias fue la suma, cuando hizo su arpón volante de oro bramar un dios y suspirar un toro, y de ciego pastor errante armento beber la sal del húmido elemento, cuyo claro milagro agora te consagro: alterna el gusto, alterna ya el oído en el tiempo, si hay tiempo en ti perdido, que no está lejos, gran Fernando, el día en que del ocio libre tu clarísima espada en sangre resplandezca, en fuego vibre. Entonces a tu nombre dedicado templo tendrás de acentos constrüido contra el orden del tiempo reservado de los oscuros fueros del olvido, a cuyos ecos solos tendrán límite estrecho los dos polos, que si te das a conocer al mundo nieto de Marte y Marte no segundo, bien que Fortuna oprime mi fortuna, tronco tú, ya feliz, no sólo rama del árbol generoso de la fama, a la luz acogido de su sombra, muda parecerá la voz que nombra en argivo esplendor dardania llama, cuando mejor templado mi instrumento ponga leyes al mar, leyes al viento, porque si docta musa de servil opresión mi plectro escusa y botado a tu acero pudiere al nombre tuyo consagrarme, Faró cantar le Muse al suon degli Arme. Era la verde juventud del año, verde madre de flores y florida sazón de los amores, cuando la lumbre eterna tocaba ya de la deidad alterna la casa esclarecida a los hijos de Leda construída. El ave peregrina precursora de mayo, alada prenda del templado rayo, en ya tépido día las voces exoraba que süaves Filomena, en su métrica armonía, informa dulces, articula graves. Verde manto de rosas colorido en el prado tendido era esmeralda, si zafiro el cielo, convalecido del rigor del yelo al que vieron los montes congelado y en grillos de cristal, cristal atado, por el gélido exceso en su materia impreso, obediente a la luz del mejor día forma narcisos y jacintos cría, purpureando Flora émulas rosas de rosada aurora, cuyo ambiente sereno víctima es pura de flagrante seno, tratable ya la orilla del soberbio Neptuno. La gran madre de Aquiles, maravilla, de sus undosas rocas en el cerúleo Egeo, espectatora es cuando Nereo el rebaño conduce de sus focas. A cuyo oficio atenta Galatea, en alada venera, de Melicerta corta la ribera, donde Arión pulsando el instrumento, de blanda industria lleno, es numeroso freno el alma de su aliento, al líquido, al diáfano elemento, formando dulce voz articulada entre los trastes de oro a voluble región estable coro de hamadrías, de nayas, pompa de Tetis, gloria de sus playas. El soplo tempestuoso del enjuto Aquilón no se desata de la caverna fiera, donde rey proceloso de sus violencias los impulsos ata; sólo favonio blando moviendo, no excitando de Doris el argento con el agua alternando numeroso concento, como ministro de la primavera peina la blanca espuma a su ribera. Cuando a lograr áurea matutina terrestre norte, o sol de la marina, cuyo fecundo rayo duplicado es abril, florido mayo, regia sale deidad, gloria, decoro del fortunado imperio de Fenicia, que Venus logra tanto, a que en vago tributo fresco prado en luz sea floresciente a sus áureos coturnos obediente, con otras ninfas, aunque menos bellas, del cielo espumas y del mar estrellas. Este honor, pues, feliz del blando seno que céfiro enriquece Flora pródiga ofrece, cuando más dulce flagra y en aliento süave se consagra a la hermosa reina que emulando bella madre de Amor, madre de amores, de la flor de las vidas y también de la vida de las flores, como gloriosa Parca de corazones presos corazones la aclamaron monarca. Clavel con rayos, rayo con cabellos, y cometas también las hebras dellos, divina humanidad, humana diosa playa discurre undosa, libando rosas ingeniosa abeja que en el despojo, aun pródiga, no deja el jardín culto en opresión marchita, pues si flor una quita del cristal animado el atractivo fuego mil restituye él mismo al campo luego, no dejando con blanda travesura de su honor despojado, sino de nueva luz vestido el prado que de varios recamos etiópica tela en sérica textura no le iguala, donde entre verdes ramos casta ninfa se cela, cuyas un tiempo fugitivas plantas con lágrimas Apolo regó tantas cuando en el tronco sus divinos rayos mil perdieron abrazos. El mirto ya de Venus aceptado dosel opaco es a verde alfombra, cuando en frondosos ramos dilatado interpone a dos soles una sombra. El tronco dedicado a la deidad tonante aquí florece en símbolo constante, y los cipreses altos obeliscos Europa casta admira, lúgubre pompa de frondosos riscos, sin que las variedades o la ira de estiva o de hiemal fuerza los mude ni de aplauso uniforme los desnude, exentos en el aire o en el cielo del sol ardiente y del algente hielo. La planta que coronas victoriosas a tantas dio fatigas generosas del que salió inmortal de su hoguera a ser Fénix del cielo de su llama ascendiendo inmortal vuelo, donde animada lumbre, en vez de piel nemea y dura clava viste luz, cuva luz nunca se acaba de estrella fija en superior esfera, álamo excelso, honor de la ribera, y de la selva agora eminente a las súbditas de Flora, por alternas ofensas nunca pierde de siempre verdes hojas pompa verde. Clicie, que arde en el fuego que no enciende, al nuevo sol atiende, y en vivas ansias palidez no muerta hace a la Ninfa su cortés oferta, y de las flores olorosa plebe cuanto a su planta en víctima se atreve. La generosa virgen no desdeña de la ofrenda risueña el apacible culto, cuando el infante alado, ciego, no desarmado, de victorias adulto, corona le previene de cuantas el abril primicias tiene, en cuantas ha formado vagas fragrancias espirante prado. La rosa, primogénita de mayo, entre su verde cuna pululante, regia virginidad su semejante de céfiros ministros animada, áurea corona abriendo tirio manto víctima es suya, en cuanto el don de Flora blando en süaves despojos aceptando la bella ninfa en nivelado examen las uniforma y fía a sérico ligamen. Deste manojo por su dueño sacro cristal hizo animado en el undoso fugitivo lavacro, cuya linfa corriente al contacto de nieve queda ardiente. Esta deidad del bosque, esta napea, cuántas veces Amor por Citerea madre suya la tuvo, en esto menos ciego, aditada, pues, luego al sumo de los dioses, flecha de oro da a su arco tocada en sacro fuego, cuya deidad herida del alado arpón y estimulado olímpico tonante nuevo efeto rendido siente al inmortal sujeto. Luego bate las alas a la presa, ya sólo atento a la sublime empresa, cuya mente formando lícita fraude tradimento blando de implacable Lucina previene ira celosa divinidad agora adulterina. Por esto el advertido acto primero ordenar fue a Cileno, gran vaquero, que su mayor armento saque de la montaña a paso lento, y con él junto discurriendo vaya por la de Tetis venerosa playa, donde las mansas ondas repetidas con el viento impelidas argentan en su espuma la marina, adonde la divina Júpiter majestad en toro esconde, no toro ya plebeyo destinado a servidumbre de oficioso arado, ni obediente al estímulo severo que en el fresno acerado blandido a sus melenas da el vaquero, cuyo soberbio manto piel descubre manchada, frente con vagos crespos dilatada en rubias ondas es cometa ardiente. Los ojos, dos estrellas, dos luceros en región erizados vibran en claros lampos rayos fieros, cual de Cintia no llena en dos iguales puntas, que atención judiciosa aun no distingue divididas o juntas, dos ramos aguzados del mismo Amor formados en dilatado giro son corona suprema y a la fiera cabeza alto diadema. ¿Qué no puedes dios ciego? ¿Qué no haces desnudo Atlante, impulso temerario, sin ojos lince, alado sagitario? ¿Qué dominio absoluto no te ofrece de lágrimas tributo? ¿Qué leyes? ¿Qué razones tu sinrazón no impetra? ¿Qué armados escuadrones tu desnuda violencia no penetra? El león que apenas en la selva cabe, el toro exento al yugo sufre el tuyo más grave y la dura coyunda de tus leyes. De la región del viento te tributa su aliento el que ni con sus alas ha sabido esconderse de tu arco breve nido. Del numeroso armento que pace verdes ovas de Neptuno surca su reino alguno de tu desdén exento, antes tu rigor ciego en las húmidas algas prende fuego, y sobre las estrellas rayos son sus centellas. Tú sólo fuiste parte de que contra dictamen generoso hilase Alcides y llorase Marte. Tú sacaste del trono luminoso al sacro Febo, cuando enriqueció llorando en desdén fugitivo, honor frondoso, y por tu mano agora, gran tonante, fiera surca bramante el proceloso mar de tus fatigas, y con no menos ceguedad le obligas a dejar solio eterno, negado de sus orbes el gobierno. La flamígera mano del cielo vencedora, cuyo ministro ardiente fue Vulcano, selváticos carácteres da agora a la desierta arena, fragua donde sus hierros Amor dora la cabeza, en quien vieron las estrellas afrentada su luz, ¡oh ciego exceso! afecto rinde torpe a duro peso. Así, pues, viene el cauto amador encubierto por la playa buscando dulce puerto. No espaventa a las ninfas su llegada que aun así palïada eterna esencia en animal ferino reliquias de divino en sus actos conserva; inclina la cerviz, preme la yerba doblando ambos los brazos cuando mira la atractiva beldad, los claros ojos, simulacro del fuego que respira, símbolo vencedor de sus despojos. Admirando la ninfa el nuevo afeto del toro mansueto, en reverente modo convoca el coro de Dïana todo que apacible le acoge, y de varias guirnaldas que recoge deja su hosca frente coronada. Virgen delusa en ya frustrado celo las cándidas espumas de su boca traslada a un blanco velo; otras veces le aplace tanto su mansedumbre que al rayo de su lumbre en la nieve animada yerbas pace, cuyo apócrifo yelo encender pudo el simulado cielo que con singultos plácidos aplaude favores admitidos en suspiros promiscuos y bramidos. El autor, pues, de la divina fraude no estima menos las virgíneas prendas de la deidad fenicia en tiernas flores por trasuntos de amores que las pingües ofrendas, cuando menos avaras bañan de sacra víctima sus aras, y en celantes altares piadoso incendio son pródigos lares. La montaña de miembros que surgente con los términos llega de la frente a la sublime rama del pino, aun a las nubes atrevido, en la yerba tendido ofrece el ancho cuello al dulce peso, porque al dios ciego plugo rendir alta cerviz a torpe yugo. Ya los hombros al toro eterno preme la ninfa que no teme lascivo tradimento del conversable armento que mansamente erige ya del suelo la que no es menor parte en mejor cielo, y deidad ambiciosa acosta a la marina beldad no humana, fiera sí divina, cuyo pie ponderando toca y pisa el blanco margen de la blanca espuma que meta de las ondas es precisa. Luego, precipitado, se arroja arrebatado del amoroso estímulo pungente, en tierra pescador, en mar pescado, adonde ya divide velozmente el argento voluble de Neptuno, cuya región, aunque elemento de agua, mal extinguir podrá la ardiente fragua de su llama amorosa con la sal espumosa, donde nació la bella de las ondas estrella que dar forma ha podido a un sol ciego con alas a Cupido. Trémula, pues, Europa, arrepentida de su credulidad, ya convencida la insignia de Amaltea da a su mano por el de Tetis ya dominio cano; y con la otra el lúbrico ornamento niega al blando elemento, cuya voz lastimosa en la cerúlea esfera invoca la piedad de su ribera, pidiendo en vano ayuda a la no seca arena, a la playa no muda, en cuya margen Eco desordena su regalado acento, echó a perder querellas en el viento. «Europa, Europa» en sordos antros suena en voces mil perdidas de flébiles ancilas repetidas, aditando admiradas las vírgenes fieles, el primer monstruo que les dio Cibeles a las ondas airadas, desengaño costoso, engaño vivo, fraudulento bajel, toro furtivo, de cuya prodigiosa maravilla compasiva la orilla rémora ser quisiera de la popa que le lleva su Europa, y los riscos fenices bancos, que ya felices intentos detuvieran. Mas la ninfa llorando, con áurea vela el piélago cortando, sin alma viene en la animada nave, cuyo ciego piloto es el Amor, el mismo Amor el voto. Con tan feliz timón, feliz navío ya de suspiros favorable viento a su farol conduce a salvamento. Licenció con el miedo de la falda Europa en diversísimos colores, que ya enlazó su mano una guirnalda. Los delfines atentos a sus quejas lúbricas fueron en el mar abejas en undoso jardín libando flores. Sólo juzgando agora que Tetis flagra o que Nereo es Flora, de cuyo espolio rico el seno algoso Arión numeroso por toda su ribera la aclamó de las ondas primavera. La lumbre esclarecida de un toro conducida, cuando a los verdes piélagos se ofrece sol ya en Tauris parece, o en efecto contrario que con Tauris el sol entra en Acuario. El viscoso ganado iba de Glauco al uno y otro lado, para red invidiando su cabello rubia lisonja de su blanco cuello. El húmido cristal sirvió de espejo con líquido reflejo al primer sol que perlas dio nubloso en lágrimas al reino proceloso. El ciego vencedor, desnudo, armado, al preso y a la prenda conduce cual atado obediente caballo a blanda rienda; y a un hilo de la cuerda de su arco su dictamen etéreo obedeciendo por álgido elemento viene ardiendo. Proteo omite el cuidado del lúbrico rebaño por atender a Júpiter tonante que a sus orbes se niega y por piélagos líquidos navega. También Tritón del antro que le esconde saliendo a percibir falso bramido, puesto a su boca el caracol torcido en roncos ululatos le responde. Blandió Neptuno el húmido tridente para frenar los súbditos de Eolo, y en uno y otro polo de undosos horizontes, desvanecidos los volubles montes, tranquilo le ministra el plano argento del húmido elemento. Piloto argivo que en torcido leño de la vasta Anfitrite el reino gira incrédulo a la vista ocurre al sueño y lo mismo que mira como ilusión admira, cuando al viento negando el blanco lino calmó la mente, suspendió el camino. Las deidades nerinas convocó Galatea, porque en espejos líquidos se vea en prodigio de Amor, pez un planeta, y dividir sus ondas un cometa. Timón amante en que es farol un ciego desnudo vencedor con alas fuego, a cuya escuridad prestan antojos ciegas pasiones, Argos claros ojos. Residenciando, pues, la propia vista, incrédulo discurso admira el raudo curso del Tifis peregrino, y al simulado su Jasón divino que de Neptuno corta la agua clara, y los nunca surcados campos ara que Noto y Bóreas mueve fiera que en ellos rara pace las algas y las ondas bebe. Mas como el seco globo de la tierra no es parte navegable, tampoco buey selvático no yerra de blanca Tetis por el reino instable, cuyo viscoso y lúbrico ganado de Ceres ser no puede alimentado, como de las undosas porciones materiales no se pace el fiero toro que en el bosque nace. Glauco no fue vaquero, ni por sus grutas conductor Nereo de rebaño lanoso que sólo le obedece el escamoso, y el tridente conoce, no el cayado de espinas informado. El mar no tiene vegas de fructíferos prados ni eminentes collados que de oficiosa mano con metal duro pueden ser arados. El fluto fruto es del mar insano, alga produce el semen de las ondas, cuyas inmensas móviles campañas agricultor no ya, sino piloto con hierro abre y no con leño rompe. Mas el orden interno varïado del fiero dios alado, peregrina doncella de toro amante inusitada presa peso es gentil a la cerviz robusta. Púdose colegir que Galatea Doris o Tetis sea la que peinando el mar, cortando el viento por sus cerúleos golfos discurriese en escamoso no, en lanudo toro, o bella Citerea, hija del mar lascivo el verde suelo del líquido Neptuno dividiese hecho Tritón Atlante deste cielo, o ya fuese alma Cintia la admirada que del cielo cansada desatando el yuvenco más bizarro de su nítido carro ambición venatoria por el arte omitida piscatoria a la selva espumosa los senos inculcase, o que Cibeles undosa los arase. Terrestre agricultor quiso Nereo salir a itinerar de flava Ceres región de rubias mieses cultivada, viendo que por sus verdes golfos yerra pez incógnito, alumno de la tierra. Pero el ávido rey de las estrellas, como al gobierno dellas atiende a los discursos admirados de los acuarios numes congregados, y a su gran presa atento feliz logra de céfiro el aliento que con tépido anhelo es testigo entre sólo mar y cielo cuando por senos del cerúleo globo el mayor dios conduce al mayor robo, la doncella entre ondas y planetas, sordas unas y otras inquïetas, en lloroso vïaje, al nítido cabello terso ornamento de su terso cuello hizo mil veces indebido ultraje. Y entre las que de lástima y de pena muestras exprimió tantas, juntas las palmas de la nieve ardiente en lamentable voz de quejas llena, lagrimosa beldad omnipotente del Olimpo invocó deidades cuantas en su cerviz constante sostener pudo el mauritano Atlante, dando al mar nuevas conchas eritreas y afrenta de las lágrimas sabeas, en las líquidas perlas de que Amor avariento, o con lícita sed llegó a beberlas. Endechas animadas con aliento süave articuladas émulas en el llanto a los números son del mejor canto, cuando de ansias ya desesperadas el menor accidente es la muerte presente, viendo que osado toro la lleva por los orbes de Neptuno, cuya imperiosa mano ley pone bipartida al golfo insano, piélago que le hiciera temeroso al argonauta que cortó primero el no violado imperio de las ondas, donde dudaba Europa que sin farol la fraudulenta popa hallar pudiera guía, o en laberintos de agua cierta vía entre la estéril sal de las espumas. «¿Cómo tendrás -le dice- monstruoso portento el líquido elemento que de la sed reserva? ¿o qué prado te pudo ofrecer yerba entre ondas y estrellas? Si acaso alguna dellas en forma eres mentida contra mí conjurada, inerme soy a Cintia dedicada. Menos ha menester tan flaca vida, mas engañar las ninfas no es oficio de gente a quien se debe sacrificio. ¡Oh Padre!, ¡oh Patria!, ¡oh cielos enemigos!, ya exceden a mis culpas sus castigos. Hija infeliz del que Fenicia honora en regio solio de oro, ¿ha de tener agora por tumba el mar o por marido un toro? ¡Oh cuánto mejor fuera que de mis venas ya se alimentara la que en Libia más fiera o en las hircanas selvas se hallara, que dar hoy de mi suerte la miseria a fiera obscenidad torpe miseria! Tú, gran padre Neptuno, y vosotras deidades desta sorda región a mis querellas, favorecedme en ellas, pues Eco aún no responde del antro más profundo que la esconde. Ni permitáis que en peregrina arena vuestra piedad infame ni más en vano os llame. Y tú, Bóreas famoso, concédeme tu aliento proceloso si aún vive en tu memoria la querella de la armada perdida, ática ninfa bella, y acógeme en las plumas de tus alas que ningunas son malas, aunque las forme cera, para restitüirme a mi ribera donde cándida fe pudo engañarme. Y tú, Júpiter alto, que escucharme debes sobre el asiento de tus orbes, como causa primera invoco tu deidad para que estorbes en púdica inocencia si muerte fiera no, fiera violencia, término sea ya de mi tormento contra monstruo doloso tu brazo poderoso, el vibrado elemento que para las venganzas de tu mano con fatiga feliz fraguó Vulcano, deidad serás tonante piadosamente agora fulminante.» Este llanto, esta voz poco movía al ciego alado, que en el agua ardía, a sus quejas presente que anteviendo a la escena el fin lascivo escarnece el esquivo de la virgen desdén que, inútilmente, invoca en su defensa la ardiente causa de la ardiente ofensa. Mas ya corrido el velo al misterio sublime, voz que temió bramido la que gime, éste a la ninfa promulgó consuelo: «En vano Europa bella el viento ni el mar temes, cuando del mayor dios el cuello premes. Los sollozos enfrena y tu llanto enjugando fin presupone a tus querellas blando, y estos nublados soles ya serena, que aunque nítidas perlas Tetis cría las que derrama el cielo de tus ojos pródigos son despojos del temor; cese ya el ansia importuna y a sustentar comienza alta fortuna. Bien que a tu perfección todo se deba, Júpiter es el toro que te lleva de tu peligro ya bajel y voto, que para ser piloto y alivio como causa de tus quejas el trono eterno de sus astros deja. Aquí rendido tienes y devoto de piel cubierta ruda al que en esta dolosa imagen muda su verdadera forma y deidad disfrazada en fiero armento, de tu amor compelido el undoso elemento navega sin tridente obedecido. Las nerinas deidades todas ostentan liberalidades y te consagran de su imperio el fruto. Los líquidos cristales en perlas, en corales te dan su rubio y nítido tributo. Este concurso de escamosa gente en mudo afecto por deidad te nombra, y la lumbre adorando de tu sombra te sigue reverente. Eolo proceloso de las olas no altera dulce calma, y venusta Dïana, Venus alma, según dan ya la fe de mi conceto que el hijo suyo destas ondas nieto, de plumas de sus alas aprestando está a dulce batalla, campo blando. Mi generosa cuna es la que miras de apacibles repulsas tiernas iras, rescripto fin y gloriosa meta, silla en la tierra de mi imperio Creta, isla que para tuya sólo es chica, bien que de rica cien ciudades rica, al nombre tuyo dedicada toda pronuba digna a nuestra sacra boda, porque en útil dominio la poseas, cuando consorte a esposo eterno seas, a cuyos blandos ñudos Himeneo en copia vierte dulce humor hibleo. Ya el judicioso terno de las Parcas nuevo previene estambre de monarcas en sobole fecunda que de héroes te dará prole fecunda, tal que los fortunados descendientes tendrán deste misterio del grande continente el gran imperio, dilatando virtud al cielo aceta en trabajos constante los términos de Atlante y la de Alcides gaditana meta, sin que atreverse pueda a los términos fijos de los que Marte aceptará por hijos, impulso accidental, voluble rueda de la deidad que varia tal vez a las virtudes es contraria: estrellas a quien sólo claro asiento les guarda claro polo y ardiente luz de inextinguible llama como a nortes del campo de la fama.» Dijo, y viendo que el plazo era llegado de fïar a la tierra el animado peso, de que fue cielo el mismo Atlante, humana toma forma de tierno prisionero el dios amante. Las Horas aprestaron rico lecho al uno y otro ya encendido pecho, donde logró de Amor el concedido lícito atrevimiento, siendo del ya premiado vencimiento dulce prenda la sangre del vencido. Y para que el olvido no violase la fe ni la memoria de su gloriosa historia quiso que el nombre Europa trasladase a la del mundo esclarecida parte, clara tutela de Minerva y Marte a quien varias deidades prósperas le vinculan las edades. El toro que de Amor ministro electo para felicitar dulce conceto fue en recíproca fe de Amor ardiente al cielo trasladado, en diáfanos campos estrellas pace, etéreos bebe lampos, donde de lumbre eterna coronado hacia Orión extiende de su pie diestro el bipartido rayo, y con el otro extiende la alma estación del floreciente mayo.