A la ilustrísima señora doña Leonor Pimentel Canté, clara Leonor, la dulce historia de Filomena viva; agora en muerte, si muerte puede ser en tanta gloria, vos permitid que en su desdicha acierte. No penséis que hay batalla sin vitoria, sin enemigos resistencia fuerte; más queda que llorar a Filomena: que no hay estado sin pensión de pena. Dichosa el ave cuyo infame canto no pone al cazador dulce codicia, porque si canta y es al mundo espanto, allí pone más fuerza su malicia; que aunque es verdad que aquel respeto santo a la virtud se debe de justicia, como el alma no es gracia que se hereda, no hay hombre que ventaja sufrir pueda. Estando Filomena agradecida al cielo, que le dio dulce garganta para contar la historia que, advertida, no menos que su voz al mundo espanta, soberbio un tordo, negra piel vestida, las alas viles a intentar levanta ser Faetón de su Sol en desafío: vos juzgaréis, Leonor, su desvarío. Que puesto que contiene su contienda lo que suelen llamar filosofía, y de mi dulce musa se pretenda clara, distinta y fácil armonía, que ingenio tan feliz la comprehenda será disculpa del amor y mía: quien no la tenga no me escuche, en tanto que a más heroico fin la voz levanto. No es todo para todos; vos, divina entre humanos ingenios, dad oído al tordo, que la voz fingida inclina a Filomena, a quien inquieta el nido. Sed vos Apolo, en tanto que declina, puesto que aurora sois, que yo, atrevido, más al amor que al rudo entendimiento cantar más alto que hasta agora intento. A vos, señora, pues, a la armonía de vuestro raro ingenio, a la excelencia con que os llama su nombre el mismo Apolo, a quien mi inculta musa, que ser mía bastaba por disculpa; pero por no temer un yerro solo, confiesa que debiera, en tanta culpa, y más siendo de ingenios competencia, consagraros a vos de polo a polo cuanto excelente fuera, si hubiera ley que obligación pusiera a lo que no es posible; y así, divina luz, claro imposible, a quien mi tosco y rudo entendimiento promete celebrar en solo indicio de humilde sacrificio, en tanto que el primero movimiento, que esto puede la pluma, puesto que eternos mármoles consuma, alterare los orbes inferiores, dando veloz desvelo a los ojos flamígeros del cielo, ofrece mi rudeza, que a mayores estilos no se atreve, una fábula sola a vos: que tanto, agradecido, debe mi amor bien empleado, amor fundado en los méritos más que en las estrellas. ¡Oh fénix española, que merecéis por vos más que por ellas la verde laureola con que la frente amastes, cuyos zafiros altos igualastes con arte, voz, espíritu y cuidado! Oíd la competencia, pues la desdicha oístes de Filomena, ruiseñor agora; veréis la envidia de su infusa ciencia en pájaros que apenas conocistes, que más cantan de noche que al aurora. Oíd la voz sonora, dulcísima y süave del ave que en la verde primavera escucha el soto, el valle y la ribera. Oíd, Sibila, vos; oíd, señora; seréis jüez en tanta diferencia mientras la noche teme su presencia, que con tal distinción orna y colora cristales, plantas, flores, aduerme celos y despierta amores. Oíd, Leonor, el son: oíd el ave, no en verso forastero oculto y grave, con nudos como pino; no feroz, no enigmático, mas puro, suelto de la prisión de sus tiranos, que, de erizado, impenetrable y duro, cansa por deleitar, hiere las manos. Crióse un tordo negro y no lustroso, de plumas de otras aves envidioso, al son de la mecánica armonía, de quien jamás perdió la consonancia, si bien le despreció con arrogancia, con ser propio Quirón de tal Aquiles; y así, con engañada fantasía, acuchillando el aire las sutiles alas, pasó de Tetis las espumas, y fue a mudar las plumas desde las pajas de su pobre nido a la Academia ilustre que ha tenido mayor nombre en el mundo; y allí, Platón segundo, perdone la ironía, que Pitágoras no, pues no sabía callar sus propias faltas, cuanto más las ajenas, el número añadió por las almenas de aquellos edificios, a cuyos frontispicios Grecia humilló sus célebres liceos. Diole su lengua la divina escuela, por los menos principios y deseos: que es imposible al de Etiopia el baño. Y allí después con presunción y engaño, así entre garzas, cuervo infausto vuela entre fénices rojos, amarillos, blancos, azules, verdes. ¡Oh vana presunción, a cuántos pierdes! Enseñaba ignorantes pajarillos, y para hacer a los mayores mengua, decía que en secreto les daba los escritos desta lengua, porque ignoraban todos su dialeto; y de lo que ignoraba, que es propio de ignorantes, blasonaba, y astuto, mas no sabio, como Ulises, a cuestas su soberbia por Anquises, y por penates bárbara poesía, que ni en latín ni en español sabía, salió de las escuelas, y pensando valerse de cautelas entre pájaros legos cortesanos, en cuya condición se prometía poder solicitar aplausos vanos, llegó a las puertas áulicas un día. Luego se le ofreció la portentosa fábrica de ignorantes: que la fama diciendo mal presumen que se adquiere, y tiñendo la pluma latinosa en el ajeno honor, lució la llama al torno de la débil mariposa, Ícaro de su luz, sol en que muere, quedando más ardiente y vitoriosa; que el invidioso ciego de añadir combustible sirve al fuego. Estaba en este tiempo Filomena en una selva amena trinando, la garganta con tan suaves puntos y redobles, que la escuchaban álamos y robles y el alma de la más ingrata planta; ya con la lidiamista entristecía del valle los pastores, ya con dórica voz los componía, y el aire hallaba sueño entre las flores bastante a sosegar el agua estigia; ya con música frigia, como a Alejandro el dulce Timoteo, más que el bronce animado, y el parche a pausas en el centro herido, intrépido furor daba al oído, y a las armas el plectro delicado. No la historia cantaba de Tereo, cuando con oro letras escribía a la venganza, en que el agravio para, sino del cielo el ínclito trofeo, que el Antártico polo le ofrecía, con sangre viva calentando el ara. La envidia, que declara presto su inclinación, al miserable tordo infestó de suerte, que esforzando la voz para su muerte, desafió la dulce Filomena, con risa de los dioses, que al notable espectáculo nuevo de Marsias y de Febo, de Aragne y Palas, a la selva amena con verdes lauros y sagradas vestes bajaron de los cóncavos celestes, y a las estrellas igualó su arena. Los Pílades y Orestes que trajo el tordo fueron la abubilla y el ave infelicísima a Castilla; mas trajo Filomena la que pronosticaba imperio en Roma, ave cesárea, de esmeraldas llena la fíente, más serena que el Iris, que del sol colores toma, o exprimiendo la imagen de la luna, y siendo desde lejos espejo circular de sus reflejos; y el gallo más valiente que en la palestra coronó la trente, y que Marte pudiera, no el carro, honrar con él su quinta esfera; y haciéndole una peña dulce sombra, traída por reliquias del Parnaso, y una ciudad que nunca tuvo miedo, que la firmeza nombra alta imperial Toledo, propuso el nuevo caso, pidiendo grata audiencia a tanta celestial circunferencia, donde era el tordo un punto indivisible, aunque a la envidia junto. «¡Sacros planetas, Filomena dijo, que dejando la máquina conforme para la producción de efectos varios, y aquel asiento en las estrellas fijo con que queréis que al uno el otro informe para medios que son tan necesarios, venís a ver el fin de dos contrarios! Vosotras, altas, imperiales aves, y las que con sonora melodía también tenéis preceptos de poesía, que disponéis en números süaves; peñas, árboles altos, ni de hojas verdes ni de ramas faltos, oíd mi voz, y escuche al tordo Midas, pues nacen cañas, que del viento heridas, descubren las orejas en castigo; vergüenza es ver tan flaco el enemigo; pero veréis que en este dulce canto su inútil voz condeno a eterno llanto. Erige el hombre al cielo la cabeza, porque cualquiera obra, tal figura, cual es más apta al movimiento, tiene, al cielo adorna circular belleza, piramidal al fuego, que a la pura llama inmortal eternamente viene; ésta con la diamétrica conviene al hombre, a quien el corazón anima, en la mitad del pecho colocado; por eso el sol asiste a los planetas, donde cual centro luz igual imprima; y siendo de Pitágoras llamado gran animal el cielo, en sus perfetas partes por corazón el sol dispuso, aunque Platón le puso sobre el orbe argentado de la luna, respeto de que Venus le eclipsara, como la bella Cintia, vez alguna que entre la tierra y él se interpolara. ¡Qué es ver su hermosa fábrica vestida de figuras, si bien imaginarias, el carro de Erictonio en trece estrellas, la nave, aunque sin vientos, impelida por el celeste campo a partes varias, y en el camino universal febeo las deidades que huyeron de Tifeo! »Es una luz el claro entendimiento que Dios al alma infunde; no es de saber al hombre lo infinito: Platón excluye al arte en su argumento, sin que dellos permita disciplina. Nada es sin causa alguna en que se funde; todo tiene su número prescrito, con el cual se termina. Es sustancia sensible y animada el animal; al hábito no puede hallar la privación fácil entrada; la corporal acción, en lo que es, mueve; el alma no, porque es fuerza que quede inmovible en sus actos, que no ocupa lugar el alma, que el lugar es cuerpo, y otro ocuparle debe, y el alma no, como la esfera última, que de todo lugar se desocupa. Quien no lleva temor, camina en cuerpo; nadie en las horas sabe la penúltima. Llamó la natural filosofía dilatación del claro sol al día. »Quien difine la ciencia en algún modo, difine la ignorancia; quien de las cosas improbables quiere sacar la conclusión va errado en todo. No ha de usar silogismo a lo imposible el que disputa, ni se da en distancia debida proporción, si es infinita. La enunciación cualquiera parte adquiere de la contradición; inacesible es al hombre la ciencia circunscrita en la eterna deidad; que es en lo oculto creer y no entender el mejor culto. Quien la naturaleza considera de alguna cosa así, también debría los accidentes della. La forma es fin de la materia, y ella también el fundamento para la sucesión de formas varias. Medir el movimiento es del tiempo la esencia; con las cosas contrarias las contrarias se curan; las violentas no duran. Si los cielos tuvieran existencia, tuviera nuestro ser ser transmutable, mas nunca el orden rompe. Por calor natural lo generable vive, y por el extraño se corrompe. El ánima es principio, por quien vive, siente, entiende y se mueve, por las partes que debe, de quien virtud recibe todo animal, y un acto del orgánico y físico cuerpo que en su potencia vida tiene; siempre es más sabio el de más blando tacto. Tratan cerca de un mismo género el metafísico, dialéctico y sofista, por más que todo fuerte silogismo a la verdad resista. Perpetuo y corruptible, no se miden, y así de otras potencias se dividen nuestros entendimientos, siempre abstractos, del cuerpo. Las potencias se distinguen por actos, y los actos por objetos de tantas diferencias. Repercusión del aire que respira a la arteria es la voz, y las colores son causa que las cosas sean visibles; a eternidad de permansión aspira todo ente natural; los resplandores del sol de día las estrellas ciegan; las especies que son inteligibles son el lugar del alma intelectiva; siempre a mover los apetitos llegan debajo de razón del bien que priva, o ya existente o aparente sea. Nunca naturaleza sin los medios de opuesto a opuesto va, que es repugnancia, ni hay cuerpo que del alma sea sustancia. El principio primero en una ciencia ha de ser firme en ella y conocido. Hay esta diferencia del lógico al filósofo: que el lógico demonstrativamente sabe lo que el filósofo ha sabido con argumento firme y analógico, clara y probablemente. Las cosas que tenemos conocidas acerca de nosotros con aquellas que la naturaleza comprehende, pocas y siempre son mal entendidas, aunque se estudie en ellas. De tres maneras la amistad se entiende: honesta, delectable y provechosa. De la mujer hermosa, que siempre reverencio, el mayor ornamento es el silencio. Mas, ¿dónde me ha llevado, por la diversidad destas sentencias, deseo de cantar, si os he cansado eslabonando tantas diferencias? ¡Cuánto mejor me fuera que con himnos homéricos eternas gracias y alabanzas diera, deidades inmortales, que dejáis para oírme los círculos esféricos de vuestro reino firme, a tanta inclinación a mi justicia, conociendo del tordo la malicia! O ya que mi rudeza se acobarda, loara los ingenios peregrinos que aquí me apadrinaron. Mas ¿qué diré del águila gallarda, que imprime en los del sol rayos divinos, si sus alas de sombra coronaron mi inocencia, a dos líneas retirada? Callar y obedecer a la fortuna. ¿Qué diré de aquel gallo que pudiera formar espanto al animal que tiene más breve el corazón por la abrasada furia, que a dilación mayor repuna, cuanto más al que nace en la ribera del sardo mar, o por los montes viene del arcadio Partenio, en cuya odiosa voz se ve su ingenio? ¿Qué diré de la peña del Parnaso, archivo de Esculapio, que, entre peñas, bañado de las aguas del Pegaso, depositó su médico tesoro, con quien fueran pirámides pequeñas y sin valor, aunque le diera el oro las que guardaron tantas diferencias, que a las ai tes y ciencias, que el protoplasto reservó al incendio de tantas iras y celestes fraguas, sirvieron de defensa y de compendio. y de nave a la fiera inundación de las futuras aguas? »Mas, oh Toledo, tú, ciudad primera en la corona de la madre España, salve, lustre y honor de la ribera del Tajo, por quien osa Manzanares, ceñido de mastranzo y espadaña, entrar en competencia con los mares donde nace el coral, y desafía sus perlas con su arena, y la sangre de Tiro con las rubias que en sus corrientes saludables cría; que apenas ven la margen sin las lluvias, y con alguna cándida sirena el más fuerte delfín, la mayor foca, y el caballo del mar celeste, a veces, con plateados peces; salve, y a tu dorada pluma y boca rindan la lengua griega y la latina los Píndaros, los Enios. A todos, pues, ¡oh ingenios!, dignos de eterna, inextinguible fama, la ingrata para amor, gloriosa rama, ciña de verdes y triunfales hojas. Y tú, que de mi dulce voz te enojas, oh ave para mí negra y infausta, la garganta inexhausta de maldecir a quien jamás te ofende, en tus pequeños músculos extiende, y advierte que, presentes las deidades, no has de mentir, sino cantar verdades; y perdona el apóstrofe forzoso, oír tú, negro cantor, si no agorero, que para responder descansar quiero. »Éste, escuchad, oh numes celestiales; éste es aquel que a Filomena infama; éste es aquel que en desafíos tales al estudio inmortal niega la fama; éste es aquél, gramático y retórico, no por usar de término anafórico; éste, escuchad agora, aunque porque callé se va la aurora, que con mi dulce canto suele enjugar las perlas de su llanto; suspensa en mis memorias, y de Troya olvidando las historias, esconderse en las flores, que le dieron por lágrimas colores.» Así cantó la dulce Filomena, y así, Leonor ilustre, engrandecía la juventud del águila, que baña las alas en la fuente de Helicona: así al francés Simón, por quien la arena de Manzanares oro y perlas cría, después que honró su docta pluma a España; y así del doctor Peña la corona, con que Apolo filósofo laurea su digna frente, en quien mirar desea el árbol fugitivo, tan amoroso ya cuanto era esquivo; y así del gran Tribaldos de Toledo el nombre, que a los tiempos causa miedo; pues quedarán vencidos, el inmortal sobre mayor esfera, y ellos entonces de correr corridos. Mas oye, pues me llama con nuevo aliento Apolo, si bien tu nombre solo pudiera darme fama. Apenas enlazó su dulce pico mudo silencio, y suspiró en los ecos la voz enamorada de Narciso, cuando en aplauso el prado, entonces rico de la copia de Flora, y los más secos remotos valles dieron dulce aviso de la futura gloria al pretendiente; liberal una fuente, la margen excedió, de cuya risa la hierba hurtó cristal, perlas las flores, que luego en sus colores camaleones fueron. El tordo entonces con la voz remisa, que no le obedecieron valles, fuentes y prados, desató la garganta a los templados vientos, que algunos de su parte había; pero no es sabio quien del viento fía; y mirando risueño la abubilla, que estaba ya cobarde y amarilla, aunque el eco se hacía mudo y sordo, dijo con voz retórica de tordo: «Las partes son de la oración, senado amplísimo, ilustrísimo, ocho, según Antonio las describe: nombre, pronombre, ecétera; mas, dado que fue varón doctísimo, en cuyos libros su memoria vive, prolijo y nimio escribe: mas a personas de tan altos méritos no quiero hablar de género y pretéritos; pero decir que son de la doctrina las letras fundamento en la lengua caldea, en la sagrada hebrea, la griega y la latina. De la caldea fue inventor primero Abrahán; de la la hebrea, Moisés santo, si bien antes tenían los hebreos las letras de Fenicia: y della, de Agenor el heredero a Grecia trajo ia que estiman tanto. De los egipcios, mereció trofeos Isis, su reina, y con igual codicia las latinas halló Carmenta sabia; el uso de las cuales por el mundo fue universal, exceptas las naciones bárbaras, cuyo error su lumbre agravia. De su composición fue autor segundo Donato, Silvio, y con Prisciano Ognicio, Diomedes y Roberto. Trata de la Gramática el oficio de las letras latinas lo más cierto; de ¡a oración las partes, sílabas, pies, acento, ortografía, que importa a tantas artes: de la etimología, del meta plasmo, tema y barbarismo, de la fábula, historia, verso y prosa. Afirman los autores, y lo apruebo yo mismo, que de todas las lenguas, las mejores son la hebrea, la griega y la latina. De aquestas tres prefiero a la griega en razón de su dulzura, y ser la más sonora, hermosa y pura. Divídese, aunque agora peregrina de aquel valor primero, en jónica, en común, ática, dórica y eólica; la nuestra en la romana, latina, mixta y presta. Halló Jano la presta y su teórica, antiguo rey de Italia; y la latina, abrasada la máquina trovaría, el rey Latino, y dícese que en ésta fueron escritas de Solón las leyes. La romana, después que de los reyes Roma triunfó con libertad divina, en quien fueron famosos Plauto y Enio, Virgilio, Nevio, Horacio, Hortensio, Ovidio, aunque no los envidio con mi divino ingenio, ni a Catón, Cicerón y Quintiliano. Dilatado el romano Imperio, entró la mixta, que en Italia y España confundieron, cuando juntas se vieron con tantos barbarismos, impropia locución y solecismos. Por tanto, a la Gramática se debe que allí no se acabase, cuyo cuidado quiere que no pase la línea a quien el bárbaro se atreve. En la pronunciación el son y acento muestra, en efeto, el modo y fundamento de la composición, con diligencia, y la separación de las vocales, líquidas, mudas, consonantes; ciencia que en números iguales enseña cómo el verbo rige el nombre, en qué modos conviene con él también, y en cuántos con el antecedente y relativo su conveniencia tiene; asimismo el activo y el pasivo, neutro, común y deponente; trata del nombre y el pronombre, y a mil diversidades se dilata. Ésta es la fuente original perene; de su líquida plata bebieron los primeros rudimentos cuantos tienen asientos en el templo glorioso de la fama, a quien sacro laurel la frente enrama. Mas, ¿cómo os canso yo? ¿Cómo os fastidio? Pasemos a materias levantadas: ¿Qué sentís de Virgilio? ¿Qué de Ovidio y las odas de Horacio celebradas? Pero leed a Higinio y a Macrobio, contra algunos poetas más airado que contra España el Jovio. ¡Qué duro es Silio! Estacio, ¡qué cansado! Lucano, historiador más que poeta, ¡Qué libre Juvenal! Marcial, lascivo. ¿Qué diré de Propercio, de Tibulo, que hicieron con Catulo impreso triunvirato? ¿Qué del Cartaginés? ¿Qué de Lucrecio? ¿Qué del trágico Séneca, que precio por no mostrarme a nuestra patria ingrato? Y pasaré en silencio a Dámaso, Juvenco y a Prudencio, y por santo a Orïencio; mas no perdonaré a Nemesïano, Ausonio y Claudïano. De los griegos no quiero decir nada, que apenas sé leer la lengua griega, y es hablar del color la vista ciega; pero en Quinto Calabrio fue excusada la imitación, con que arrogante vino a seguir la deidad del Venusino; pues fue soberbio y loco, y en traducirle el Valereo Jodoco. Perdono entre modernos a Pontano, Tarcañota, Segundo, Angerïano, Petrarca, los Estrazas y Vulteyo, Filelfo y Sanazaro, y tanta copia del estilo plebeyo, gente cansada, bárbara y impropia. Pues, ¿qué, si hablara acaso de la lengua vulgar entre españoles, nubes, en quien los otros fueran soles, Boscán, Mendoza, Herrera y Garcilaso, sin otros de menores jerarquías? Primero el sol las puertas del ocaso, última parte de los breves días, bañara en oro y púrpura sangrienta. ¿Qué es ver tanto inorante, que comenta, sin entender, el alma de Virgilio? ¡Oh musas, dadme vuestro sacro auxilio! Pero será materia indigna al canto de un ave como yo, de ciencia llena; porque, si en voz me gana Filomena, yo a ella en la teórica, que tanto estiman las escuelas de los sabios, que de naturaleza los agravios supo el arte vencer, y al fin me espanto que Tulio la engrandezca, y al arte la anteponga y desvanezca, sabiendo que Aristóteles decía, padre de la mejor filosofía, que en el nacer ninguno merece o desmerece: tal es el natural sin arte alguno. El arte sí que adorna y enriquece; él da luz al diamante y perfección al oro. Naturalmente Filomena canta, siempre trágica amante; yo con arte aprendido, que a quien me escucha espanta, pues hablo en lo que ignoro, dándome grato oído, admirados de ver que, tan pequeño, intrépido, me arroje, y que a los dioses de la tierra enoje. Mas, como el alma es desta casa el dueño, y la virtud unida más fuerte viene a ser que dilatada, y con el arte la región vencida del aire fue de Dédalo pisada, yo sé muy bien que puedo, no digo ser Tifonte, pero poner a las estrellas miedo: y sin temer la pena de Faetonte, volar deste horizonte a la casa del sol, y en breves alas, si ser tu ave, oh Jove, me concedes, llevar a Ganimedes a las doradas salas: que el águila, conmigo, es tórtola cobarde, y el gallo, mi enemigo, cantor entre mujeres, franco en la rubia Ceres, entre quien hace alarde de las pintadas plumas, pues peñas son espumas y Toledos aldeas. Presto, como de márgenes letras, saldrá de mi museo mi lámpara en tinieblas, que quitará las nieblas a los ojos del vulgo y al deseo; veréis allí lugares declarados, hasta agora tan mal interpretados, y que a Gelio y Turnebo faltó la luz de Febo; de Lambino y Durancio y Lipso veréis presto que todo fue cansancio; yo soy a todos un divino opuesto. Mirad aqueste pico y esta cara, este negro lustroso. Oh, dioses, ¿cuál me escoge por su ave, si quiere ser dichoso? Que aquí mi dulce voz cansada para, porque si replicare, como muestra, pueda volver más fuerte a la palestra.» Dijo, desvanecida, el ave impura, funesta a nuestros ojos; que teme engaños de la sombra escura quien causa envidias y sospecha enojos. No se movió la selva; solamente le murmuró la fuente, y esparcido el ganado que bajaba un pastor del monte al prado, dio groseros balidos; los pájaros se fueron de sus nidos, silbando al orador, y los oyentes arrugaron las frentes, al satírico tordo aborreciendo. Filomena dulcísima, creyendo que más información era importante, solicitó el silencio circunstante, y templando la voz con el süave céfiro que en las aguas sumergía las varias plumas que vistió aquel día, movió la lengua en dulce acento y grave, de suerte que a escucharla parecía, por verla tan sonora, que bajando otra vez la blanca Aurora, purpúrea comenzaba a sonrojarse; las flores, que la vieron duplicarse, a sus plantas las hojas previnieron por volver a bañarse. Y en vez del blando aljófar aparente, el engaño bebieron. Enmudeció la fuente, que dejando la margen que tenía, las guijas, trastes ya de su armonía, y menudas arenas, de polvos de oro llenas, dilató su cristal por todo el prado mirándole de flores esmaltado por un espejo trasparente el cielo, como pintura que en lugar de velo por los cristales muestra las colores, así, debajo de las aguas, flores. Escucha, pues, Leonor, el dulce canto, ya parte de tu honor, que estimo en tanto: que si la protección toca a los sabios, reciben como propios los agravios. ¡Oh, pues, premia mi amor, que el tuyo solo tiene más precio que el laurel de Apolo! «Senado ilustre y claro —dijo el ave amorosa, templando el pico en la primera rosa—; si con largo y retórico proemio solicitar adulación quisiera, en este siglo avaro de la divina Astrea, que con doradas alas se fue a juzgar a las etéreas salas, huyendo la mentira atroz y fea, temiera el justo premio, que entre deidades culpa mortal fuera, y indigno agravio en el terreno gremio; y ansí, pienso que puedo con breve exordio prevenir el miedo. »Después que oí la voz de mi enemigo, la materia que trata, a lo que llega su arrogante ingenio, la condición con que al mayor amigo más venenoso mata, y que la envidia fue su propio genio, ni quiero que Cilenio me influya, dicte y mueva, ni que dulce Hipocrene bañe de ambrosia pura mis labios, ni volver con fuerza nueva a la palestra dura, donde a cantar sus inorancias viene. ¡Oh mísero gramático. sólo en acentos y oraciones prático! Y aun pluguiera a los dioses soberanos que oraciones y acentos supiera entre arrogancias espumosas. Todo es ostentación y engaños vanos, entre inorantes a su lengua atentos; no aquí, donde las aves más famosas común han hecho el fénix en España, que en las fuentes del sol las alas baña. »Afrenta al vencedor el vil sujeto; pero por mi modestia, que en efeto nunca yo la perdí, ni en la tragedia del infame Tereo, mi prudencia indignó su mal deseo; que el sufrimiento la mitad remedia de un trágico suceso, que suele la venganza doblar tanto; comenzaré mi canto, defensa de otros que canté en distintas selvas, si no fue llanto; va en dilatadas voces, va en sucintas, del arcadio Ladón y el Erimanto, del Tajo y del humilde Manzanares, y en las liberas fértiles sagradas, de cedro y terebinto coronadas, del río que venera los altares de la cuna del sol, que al sol dio vida, y de su muerte la postrera cama. Oíd, dioses, oíd; que mi ofendida sonora voz a la palestra os llama; mi voz, que de mi patria aborrecida, no en todas, en algunas intenciones, halló lugar en bárbaras naciones. »Apenas en mi nido, que de pajas torcidas fabricaba mi padre, de los montes procedido, donde Pelayo a España restauraba del africano fiero, ¡oh Amor, de la tragedia autor primero!, de plumas vi cubierto el blanco pecho, a sus puntas humor comunicando, y siendo ya deshecho, nuevas alas alas el céfiro cortando, mostrarme tantas tierras, ciudades altas y nevadas sierras; cuando con dulce canto, aprendido de tantos ruiseñores, que con varias colores, ceñidos de laurel y rojo acanto, enseñaban los tiernos pajarillos, di muestras de llegar al palio santo. Pero antes desta edad, en la más tierna, cuando la sangre a la razón gobierna, y a los cantores grillos cárceles fabricaba, cogidos en los trigos, versos sin forma en embrïón brotaba; y cuando a los pintados colorines con los nuevos amigos la liga cautelosa les ponía, y el alba de claveles y jazmines la frente componían yo mis versos también, con viva fuerza, a quien sin arte el natural esfuerza; mas luego que con él, y que tenía en la filosofía seguro el fundamento, que sin ella mil ciegos van a tiento, diciendo desatinos, canté mejores versos, imitando los griegos y latinos. Y cuando ya los vi puros y tersos, dándome aliento juveniles años, canté de amor las iras, verdades y mentiras, y entre tantos engaños. Rimas llamé también sus desengaños. »Mas ya la primavera animaba los árboles desnudos con verdes almas por los troncos rudos; las aves daban música a las flores, y una fuente parlera a la noche contaba sus amores, cuando ninfa cruel, que yo quería, de aquella verde selva, eco el Amor la vuelva, otro pájaro amó, grande y lustroso, yo pienso que oropéndola sería, del bosque a Manzanares toldo umbroso, más rico de vestidos y colores, pero no de tan dulce melodía, aunque cantaba en oro sus amores. Elisa se llamaba la ninfa, y era tan hermosa y bella, que el sol se la llevó para su estrella; ésta, porque yo quise vengarme amando a Nise (Nise, que me adoraba, y a quien cantar solía luego que amanecía el alba entre sus ojos), mandó, por dar venganza a sus enojos, a un cazador, que en lazos me prendiese. Prendióme, y de mi libre patrio nido despojóme atrevido, sin que yo le ofendiese, y en su cárcel me tuvo tiempo largo, que a los presos jamás parece breve; y con injusto cargo (así tal vez a los jüeces mueve ira, amor y codicia) desterróme de selvas y de prados, disfrazada en justicia, la venganza amorosa. »Yo entonces de pastores y ganados despedíme llorosa, y ellos también lloraron, mayormente una vez que me escucharon estas tristes canciones, con más suspiros y almas que razones: “Sola esta vez quisiera, dulce instrumento mío, me ayudaras, por ser la postrimera, y que después colgado te quedaras de aqueste sauce verde, donde mi alma llora el bien que pierde.” »Contra la selva Calidonia entonces iba la armada del monarca hispano: seguí las gavias y banderas rojas, sin espantarme tronadores bronces, fuerte invención del alemán Vulcano, supuesto que pasé varias congojas. Allí canté de Angélica y Medoro desde el Catay a España la venida, sin que los ecos del metal sonoro y de las armas el furioso estruendo perturbasen mi Euterpe, sirviendo el mar de arroyo sonoroso, como en los prados fértiles corriendo, que se transforma en cristalina sierpe; y para dar aliento más famoso al estilo amoroso, con dulces locuciones y colores la pólvora dio olor, las jarcias flores. las velas verdes toldos y doseles, y los desnudos árboles laureles. Volví desde los blancos albïones a la torre famosa del tebano, donde puso el romano eternas inscripciones; y desde allí a las selvas y montañas, por donde, manso y ledo, el Tajo celebrado, dormido entre mastranzos y espadañas, pretina de cristal ciñe a Toledo, por sus ingenios fértiles dorado más que por sus arenas, retratando en sus aguas sus almenas. Salve, dije a la cuna del noble Garcilaso, honor de España, a quien cruel fortuna quitó la vida; ¡oh lamentable caso! ¡Que villanos le diesen muerte fiera a quien la envidia perdonar quisiera! Y tú, Gregorio Hernández, dije luego, que a Virgilio nos diste castellano, aunque a pesar de la mejor sirena, en tus sacras cenizas arde el fuego de tu memoria, que deshace en vano olvido injusto de la gloria ajena: que de tu culta vena no puede eternamente dejar de estar España agradecida, ni tu patria de darte inmortal vida. ¡ Oh tú, Pedro Liñán, que injustamente quiere el Ebro usurparte, como Calabria a Titiro divino, preciado de tu origen, para darte lo que de ti recibe ! Pero responde el Tajo cristalino que por tus versos vive, y que te vio nacer desde sus ruedas, donde devana eternamente plata. Tú, pues, que al docto Sanazaro heredas, no sé si diga que es tu patria ingrata. ¡Oh, Francisco Gutiérrez!, vive, y viva la corona de flores que entre laurel y oliva musas latinas a tu frente ofrecen; pues si las hay mayores, mayores tus virtudes las merecen. Dije en los altos montes; y los sotos y valles más remotos se alegraron de verme, y el Tajo, donde duerme con sueño más profundo, surtiendo plata y perlas, el parabién me daba; la envidia me miraba, monstro el mayor del mundo, pesándole de verlas, con ojos retorcidos; yo siempre con modestia, sufriendo su molestia, alegré los pastores bien nacidos, y fui favorecida cuando más perseguida de aquél a quien el Tormes humilla entre pizarras el arrogante pecho, que ciñen sauces y intricadas parras, y del valor divino satisfecho, y las hazañas a la luz conformes de aquel Alba primera, que ya es planeta de la quinta esfera, paga tributos fértiles y opimos Ceres en blanco pan, Baco en racimos. Canté versos bucólicos con pastoril zampoña, melancólicos; que siempre tiene amor los fines trágicos, todo celos, temor y encantos mágicos. Allí cubrí con áspera corteza príncipes generosos, almas nacidas en los ricos paños de la mayor nobleza, iguales a los leves poderosos, que no villanos bárbaros y extraños. Así pienso que fueron los edilios de Teócrito griego, fundados en amor, si noble, ciego, cuya invención se debe a los concilios de aquellos labradores, músicos de las aras de Dïana, si ya no son de Orestes los cantores, Tindárida, la diosa siciliana, mezclando los estilos, los amores; mas como quiera, vienen disfrazados el gran rey Tolomeo entre selvas y rústicos ganados, y Lícidas también mitileneo, Frasidemo y Antígenes, que no cantó con la sonora trompa del ciego Melesígenes. Pues, ¿qué diré del claro Mantüano, por más que el tordo bárbaro interrompa fundamento tan llano? ¡Cuántas veces cantó claros Mecenas y fuertes capitanes belicosos en pastoriles fístulas y avenas! ¡Cuántas veces los reyes generosos con los versos que hurtó de la Sibila de aquella edad, que leche y miel distila por olmos, alcornoques y laureles! Mas él, que no penetra los linteles de las puertas jamás en los escritos, todo lo llama errores, todo inorancia y bárbaros delitos, sin consultar los clásicos autores; mas ¿qué ha de hacer, que su soberbia ciega la luz del sol le niega, y piensa que se escriben de villanos, los pies sobre los trillos las hoces en las manos, derribando los trigos amarillos, o las sabinas por los montes llanos con el destral agudo, al golpe respondiendo el valle mudo, los versos sibilinos de los cónsules dinos, que a las selvas los lleva el gran poeta? Pero ¿quién sufrirá los desatinos de la crítica seta? ¿Quién esta gente mísera, inorante, con ingenio pedante, que a Dios la mano abrevia, sin ver que cada día sale del bello sol la aurora previa, y que en Espiaña Sanazaros cría, tan bien como en Parténope la bella, intrépida doncella, de la parte mejor que el mundo tiene, que a ser su reina viene, pues distancias, edades y lugares constituyen ingenios singulares? »Esto canté, y en mis primeros años Amor fue mi maestro, Anacreonte diestro; pero luego pasé de sus engaños con más ilustre genio a dirigir la pluma y el ingenio al patrón Mantüano, que canté con estilo castellano, despreciado en España injustamente, si bien menos hinchado y elocuente, después que con los versos extranjeros, en quien Lasso y Boscán fueron primeros, perdimos la agudeza, gracia y gala tan propia de españoles, en los conceptos, soles, y en las sales, fenices; y así, ninguno lo que imita iguala; y son en sus escritos infelices, pues ninguno en el método extranjero puso su ingenio en el lugar primero. »Mas, ¡ay, ave infeliz para la envidia, a quien tanto fastidia la fama y gloria ajena, de triunfos, arcos y laureles llena! Cayó mi dulce Isidro en un villano pozo, mas no perdiendo el gozo, que mal pueden romper lanzas de vidro en armas de diamante, ni pincel inorante borrar la simetría de la figura que pintado había con divinos colores; antes guardan mejor campos de flores las márgenes de espinos, que fríos desatinos de ingenios envidiosos descubren más las almas, como las fuertes palmas, que resistiendo al peso, levantan más los ramos vitoriosos. Deste feliz suceso pasé a la Dragantea, y las cerdas del arco, a pesar de Aristarco, en la resina indiana; allí, dulces y infusas, las antárticas musas ciñeron de corales, como grana del rojo pez de Tiro, mis sienes españolas, y codició su mar con altas olas agradecer al Tajo tan lucido trabajo en término tan breve. Mas, como nunca paga lo que debe la patria, dejé aparte las trompetas de Marte, y canté las desdichas de un peregrino en ella, mejores para dichas de quien tuvo en nacer la misma estrella. Esto en el claro Betis, donde le esperan Anfitrite y Tetis, de pacífica oliva coronado, entre barcos de plata y oro echado, y Herrera, honor del griego y del latino, a pesar de inorantes, fue divino. »Después, volviendo al Tajo, desatado el cuello perezoso del carro de las cándidas palomas, triunfo de Venus y de Amor vendado, padre del tiempo ocioso, en el sacro Jordán mi musa embarco; y en olorosas lágrimas y aromas del Líbano frondoso pasé de nuevo el arco, y despreciando bárbaros amores, canté los betlemíticos pastores, hallando más ventajas en adorar un Sol nacido en pajas que en vanas hermosuras. No pude deshacer tantas pinturas; pero pinté sobrellas canciones al Autor de las estrellas, nuevas Rimas divinas, amorosas. Y porque ya para mayores cosas me llamaba la edad, troqué la lira en la trompeta heroica de la fama. Y como ya canté la dulce cuna donde al divino Sol parió la Luna, en veinte libros la postrera cama, donde venció Ricardo al Saladino en las riberas del Jordán divino, que del fruto dorado de sus palmas coronaba las frentes y las almas; Ricardo, pío inglés, abuelo santo de los mejores reyes de Castilla, conquistadores de la gran Sevilla, puerta de un mundo que nos honra tanto, pues por España antárticas regiones, que ignoró Tolomeo, saben el evangelio y fe de Cristo, y llegan los castillos y leones a la cama de Apolo didimeo, como por Luso al polo de Calisto. Decilde al ave fúnebre, deidades, trocando por verdades esta envidiosa tema, que emprenda algún poema que intente honor a España. Es la reprehensión fácil hazaña; pero el tomar la pluma no se concede a todos. ¡Oh cuántos que blasonan de mil modos que desprecian humana competencia, en la más breve suma nos muestran sin prudencia su engaño y su ignorancia! Del decir al hacer hay gran distancia. »Canté la historia trágica de quien se ríe el tordo, siguiendo los antiguos escritores: todo es verdad lo de la nave mágica; pero ¿cuál envidioso no fue sordo y ciego a sus divinos resplandores? Los episodios que ilustré mayores, que paréntesis deben en el docto retórico, no comprehenden al poeta histórico, puesto que necios críticos lo aprueben; ni comencé mi historia por el huevo de Leda. Mas no tiene memoria quien lee con envidia, que como le fastidia que ajeno honor le exceda, no hay cosa heroica que agradarle pueda. En el fin imité cuantos poetas claros celebra Italia; pero si Ovidio y el divino Estacio están en lengua siria, envidia para ti, mal interpretas, ¡oh Momo de Accidalia cuyo chapín te ofende!, la imitación que ignoras y mi humildad pretende; mal en la playa tiria te cansa Garcerán (gloria de España) Manrique, honor de Nájara y Triviño, cuyo valor desdoras; mal con tu negra tinta presumes detener cándido armiño a quien la aurora en sus jazmines baña, y pone el sol en su dorada cinta. A Ismenia el arte pinta, como a Camila el docto Mantüano", el Taso a Arminda bella, y el Ferrarés la hermosa Bradamante. Pero mejor se alaba el castellano de la ilustre doncella que llamaron Varona, que al rey aragonés prendió arrogante, origen del linaje Baraona. Mas es la admiración, cual siempre ha sido, hija de la inorancia; Juana fue ejemplo restaurando a Francia, sin otras mil mujeres varoniles, más que Alejandros, Hétores y Aquiles; ni de Cenobia despreció Aureliano- triunfo y laurel, ni el ser restituido Enrique de la fuerte Margarita, el acero belígero en la mano, y en el cabello espléndido esparcido el peine de marfil; alta vitoria desde el espejo al campo solicita Semíramis valiente; pero mejor en la sagrada historia Débora, israelita, gobierno de tan ínclitos varones: mas quien no ve la luz, tampoco siente. Yo canté, finalmente, los mártires japones, porque mi voz no agradeciese sólo el mar que el Duero, el Tajo, el Betis bebe, sino el que tiene por cénit el polo más oriental; pero sin causa emprendo, aunque al honor se debe daros satisfación, si la tuvistes, aves, selvas y montes; aunque pienso que ofendo, pues que mi voz oistes, dilatada por tantos horizontes desde la infancia mía, si os acordáis, cuando cantar solía: »La verde primavera de mis floridos años pasé cautivo, Amor, en tus prisiones. ¿Qué monte, selva o fiera no se movió con escuchar mis daños en estas y otras célebres canciones? Mas haced reflexión en la memoria de novecientas fábulas oídas por toda España, y muchas dilatadas al pacífico mar; que no hay historia que tantas nos proponga referidas, cuanto más estampadas, que a menos humildad causaran gloria; y así, debe advertirse que esto no es alabarse, a nadie preferirse, a nadie aventajarse; es sólo defenderse y a viles objeciones oponerse; pues que por ley divina y humana se concede la natural defensa, naturaleza inclina, en cuanto el hombre puede, a resistir la ofensa. Y pues las leyes quieren que el honor se anteponga aun a la misma vida, justo derecho adquieren los que, cuando se oponga la envidia fementida a la verdad con actos adquirida, intenten su defensa, y de su furia se libren con modestia. Las leyes llaman lícita la defensa del hombre a la fuerza y la injuria, al agravio y molestia; común es este nombre y el natural derecho de las gentes. Sufren los inocentes los agravios ocultos, mas no podrán los públicos insultos. Murmura el blando céfiro y las fuentes no haberme defendido; luego fue permitido dilatar mi defensa en versos cultos. Si los jurisconsultos la acusación presumen por envidia, por ella es bien que reprobarse deba; calumnia el que no prueba, la mentira fastidia, supuesto que nos mueva vestida de retóricos colores. Deidades, selvas, montes, fuentes, flores, no quiero más defensa que ser vosotros cándidos testigos de la voz que escuchastes tantas veces: ya os consta de la ofensa, y aunque dulces amigos, seréis también jüeces; que yo doy fin aquí por no cansaros y por tener lugar para alabaros: todos sabéis mi pena; defended vuestra dulce Filomena.» Ya de las fuentes la sonora plata que por las altas márgenes bullía, manso rüido de cristal desata, aplauso justo en música armonía; alegre por el prado se dilata, y nuevas a los árboles envía con el crespo Favonio, que le hurtaba las blancas perlas que a las hojas daba. Ya las aves también, que al dulce canto estuvieron atentas, respondían con acordadas voces, y entretanto las selvas la vitoria conferían; cuando teñido de envidioso espanto de ver que darle el premio proponían, el tordo quiso responder, haciendo con las funestas alas ronco estruendo. Pero los dioses luego decretaron la sentencia en favor de Filomena, y a su eterno silencio condenaron el tordo, que hoy con tal vergüenza suena; y que si hablare, por piedad mandaron que sólo sea, del delito en pena, lo que aprendiere con mortal fatiga, sin saber lo que dice, aunque lo diga. Canta, fénix del bosque, canta, alado espíritu, que en venas tan sutiles escondes voz que el inmortal senado escucha por los cándidos viriles; mezcla con suavidad, clarín sagrado, sin que puedas temer pájaros viles, al género cromático y diatónico, con intervalo dulce el enharmónico. Haz puntos sustentados, haz intensos, haz semitonos, diesis y redobles, que vivirá tu voz siglos inmensos entre almas puras, entre ingenios nobles; así penetra el sol círculos densos, y a la ruda segur los toscos robles caen del tiempo, agricultor sin fama, cuando palma inmortal nubes enrama. ¿Qué importa que cornejas, que siniestra infame multitud de rudas aves aniquile tu voz sonora y diestra, si semínimas son para tus claves? Deciendan a la música palestra, y tus decenas altas y süaves verán olimpos, donde el tiempo llama eternas las cenizas de tu fama.