A don Fernando de Toledo, duque de Alba Si a la canora voz de mi instrumento délfica inspiración le fue debida cuando alumbró con su divino aliento de inmortal ascensión, mortal caída, eterno se promete ya contento el alma de la lira que, ofrecida, del árbol pende misterioso tanto que los rayos de luz cubrió de llanto. Vos, digno sucesor de tanto raro nunca muerto ascendente, a cuya gloria sublime voz levanta en metal claro la que es alma feliz de la memoria, para cuyos milagros guarda Paro mármoles animados de la historia, donde a más viva lumbre siempre vive cuanto de Grecia y Roma se describe; ved como ya no impugna, sino aclama contra su ley el tiempo veneradas hazañas que en las alas de la fama vuelan hoy de su trompa eternizadas, y que en luciente globo eterna llama sus imágenes tienen decantadas, no aún de bien digno plectro las vitorias que dan materia y alma a las historias. Rebelde al sucesor de Pedro envía cielo ofendido, verberante mano, rinde el cuello Navarra, en feliz día, al Numa en paz, en guerra invicto Albano, cuyo gran sucesor a Berbería si la sangre dejó cuanta su mano al líbico terreno dio primero: ¡Oh mancha esclarecida en terso acero! De humanos troncos el mayor Fernando vio impedida del Albis la corriente a Tetis polo bélgico inundando de rebeldes cadáveres dio puente; ambas Hesperias le admiraron cuando oponen Francia y Roma inútilmente ésta ambición, aquélla mano armada contra los hilos de su invicta espada. De sus aceros fulminante fuego segunda fue rüina de Cartago, grillos de aplauso desatando luego temor le intima a Portugal presago, donde la gran metrópoli del Griego, que de Doris corona el ancho lago, las llaves de su muro le dio cuando inclinó la cerviz al yugo blando. La militar licencia reprimida, el pueblo al cielo se afectó devoto de culta religión su fe vestida el templo visitando cumple el voto. Mas entre gloria tanta la atrevida falce osada movió nociva Cloto, contiene hoy la porción, bronce no mudo, que de Fernando estrella ser no pudo. En voz de tronco ilustre se conserva de estas reliquias la sublime parte, donde la fe de España atenta observa cuanto ya militar veneró el arte; alumno de Belona y de Minerva, primero nieto del segundo Marte, hoy vuestro acero aun de la paz templado temor induce al polo rebelado. Oíd, Albano esclarecido, en cuanto Palas os liga el yelmo, os presta el asta, de quejosa deidad luciente llanto, que en vano un dios al ciego dios contrasta, veréis en tanto a Febo, en desdén tanto, vestir corteza esquiva ninfa casta en aquel árbol que reserva sólo de las flechas de Júpiter Apolo. Dejaba el gran planeta autor del día del signo amante la erizada frente, y la gémina luz también cedía en alterna concordia al trono ardiente, por modulantes números había Filomela expresado voz doliente, volante dividiendo su concento ilusivos zafiros en el viento. Tetis, depuesto el ceño embravecido, bella se mira en su cristal jonio, de la madre de Amor el florecido árbol era tranquilo testimonio. Abría Flora el seno colorido a los hálitos dulces de favonio, y al blando rayo de la luz febea inclinaba sus urnas Amaltea. Muerto Fitón, el vencedor triunfante, pisando el Tempe, margen delicioso, Osa y Olimpo coronó rayante en su plácido trono luminoso; émulos dos del mauritano Atlante que con nevado cuello, o con frondoso, el crucero sostiene y Polo helado de las etéreas ursas habitado. Fiestas pitias honor fueron perene de su victoria, y con devoto juego annuo el conmemorar quedó solene, en dulce unión el admitido ruego; cuantas Tesalia márgenes contiene aras opimas son de culto fuego, ardiente es gratitud al beneficio holocaustos al nuevo sacrificio. En la falda del monte que termina candor más puro que de intacta nieve por sagrada o feliz de la divina única facultad, con ser de nueve el de las musas coro vaticina, en los que a su deidad números debe cuanto inspira de Febo el humor puro a los tiempos hurtando lo futuro. Continente es de luz la excelsa parte al gran coro de Euterpe dedicada, délfico aliento inspira, aliento el arte a claros vaticinios destinada; tributa al nombre de las musas Marte, de Palas su memoria es venerada por cuyos dulces números la fama las obras dignas de su trompa aclama. Éste, pues, Febo al hijo de la diosa, que entre conchas nació, mira, vendado, cuya mano si tronca alguna rosa, mil con su planta restituye al prado. Blanca se le figura mariposa el tierno volador, el dios alado, cuando como apacible, o como ciego, en los rayos se interna de su fuego. Suspenso advierte, cuando más le mira, que de sus tiernos hombros uno agrava con las diversas armas que su ira soberbia oculta en la nociva aljaba. Con menosprecio el gran planeta admira en tiernos años la apariencia brava, armado desestima al que desnudo invicto Marte resistir no pudo. «Nieto de la agua y de la espuma nieto —le dice el Sol al hijo de la estrella imagen, bien que ciega, del conceto de la por contención diosa más bella—, tu presunción enfrene tu sujeto, reconoce tu infancia, porque en ella armas te incumbe el ejercer pueriles omitiendo a los dioses las viriles. De la cuerda que vez el arco mío rayos vibró contra Fitón, armado, de la escamosa piel abriendo un río de escura sangre al fiero monstruo alado, tésalo horror es ya cadáver frío, efecto sólo a mis arpones dado; tú, pues, rapaz y ciego, no presumas de tus flechas al viento dar más plumas. Resérvase a tu mano por herida en el árbol la fruta, y de las flores ofrenda sea a tu deidad debida a que aspirare olor, fragare amores. No armada Palas, Flora colorida robe al jardín de Chipre sus olores, y en lascivos solaces o desdenes dé floridas guirnaldas a tus sienes. Ociosa juventud pague tributo a tu vana ambición, dulces engaños sean el galardón, sean el fruto, que desengaña el tiempo en breves años. Podrás mostrarte vencedor astuto alimentando de no ajenos daños a los que ciegos obstinados haces con galardón de ofensas tus secuaces. Fraude es tu aliento, y tu favor enredo, tu fe mentira, leve tu constancia; de tus seguridades nace el miedo, y de ajenos errores tu jactancia; lascivas armas sólo te concedo mal impugnadas de la simple infancia que a tus aras ofrece indigno culto y en falaz ilusión engaño adulto.» Arrebató su voz Amor, que en vano dice: «Impugnas imperio establecido, donde la fuerza de mi eterna mano a punta de oro sentirás rendido. Si del muerto Fitón estás ufano, yo lo estoy de los dioses que he vencido; cuantas contiene imágenes perfetas, el cielo ya conocen mis saetas. No pudo su valor Marte oponerme porque mi fuerza en vano se resiste, y en ciegos lazos amorosos duerme cuando en celosa red preso le viste; bien como Alcides, cuya diestra inerme de no viril estambre el huso viste entre meonias vírgenes, exceso que le disculpa en mis cadenas preso. El que glorioso vencedor tonante de la tierra oprimió las fuerzas sumas, cuando su brazo se ostentó vibrante blandiendo flechas en ardientes plumas; mentido toro y verdadero amante no dividió de Tetis las espumas, tú, pues, me pagarás tu atrevimiento.» Dijo, y voló cortando el aire al viento. Armas contrarias son de su oficina aliento al ofendido y esperanza, puntas de plomo y de oro el dios destina en odio y en amor a su venganza. Ofendidos discursos encamina cuando con ojos de ira a ver alcanza el de belleza superior sujeto que según dé la fe de su conceto. La aprehensión del vivo sentimiento por fuego exhala, el fuego por suspiro, cauteloso discurre, vuela atento flechando el arco, amenazando el tiro, cual suele cazador doloso armenio al agua conducir en largo giro, por cuya fraude alcanza a la volante tropa, ardiente rigor, fuerza tonante, tal Amor, ofendido y no vengado, cela, si ya no olvida injuria inmensa, de cuyos menosprecios provocado sus iras alimenta de su ofensa. Gran queja alienta no menor cuidado, con su odio su agravio recompensa, ciega dos veces, insta discursivo flechando siempre el arco vengativo. Cuando peneida ninfa sucesora del líquido cristal, cuya corriente más clara fuente tuvo por aurora que la que es clara Aurora al Sol naciente, nieve desnuda, emulación de Flora, con vestigio fragante en dulce ambiente, su contacto es pincel en arte dado a colorir en vaga forma el prado. Pródigo en parte de su nieve, el brazo de la casta deidad émula muestra, breve leño volante, fatal plazo pone a las fieras que rindió su diestra. Blandas sus hebras son el terso lazo donde Amor prende y su poder se muestra, sin que en aguja ardiente, metal duro, pusiese ley undosa al oro puro. La blanca mano que animada nieve afrentar puede albores matutinos, fatal del ciego dios término breve, en rosado candor forma caminos. Este pues sol de amor, amor le mueve por esfera sublime, y los divinos rayos incluyen en sus dos estrellas cuanta contienen lumbre las más bellas. Ciñe en dos arcos iris luz febea y en sanguino clavel, gémino muro, los milagros desvela que eritrea concha concibe en el candor más puro. Si Flora espira néctar, néctar sea el hálito que Amor logra seguro de más dulces panales los rubores cuando liba la púrpura a las flores. Del bosque honor y de las selvas gloria, si Delia no lasciva, Venus brava, nueva deidad el arte venatoria con ambicioso efeto ejercitaba. Triunfo de castidad es su victoria, y las almas despojos de su aljaba, cuando en oro sus trémulas saetas a sublime región forman cometas. Esta del alba en el candor primero los ritos observando de Dïana da a beber a rayos de su acero húmido rosicler, líquida grana, con el rendido corzo que, ligero, dilatando su fin con fuga vana, de aladas armas ve alcanzar su vuelo solicitadas de su mismo anhelo. La que sin plumas en la selva es ave, en su velocidad sólo animosa, cuanto más lo procura menos sabe de la mano ausentarse poderosa. Cintia del bosque ufanamente grave —que si no tiene altar tiene el ser diosa—, sólo milagros suyos canta Grecia, deidades aprisiona, aras desprecia. Marte no la topó cuando, celoso, vistiendo cerdas fiero espumó diente en la venganza del rival hermoso que a sangre dio y a lágrimas torrente; cuyo afecto sensible en envidioso trocara Venus, si lascivamente intimar viera a Dafne licenciosas las armas del donaire peligrosas. Desnudo pecho de beldad armado del bosque penetró el apartamiento, cuya planta —Narciso enamorado— quiso prender con ya lascivo aliento; mil otras veces echa abril del prado, cansada de emular corriendo al viento logrando de dos soles un estío, en perlas el sudor le dejó al río. En lazos de oro Amor guarda el sucinto bruñido pie que él mismo cela en vano, albo clavel de nieve y sangre tinto, vivo incendio de yelo al fresco llano; del fragante quedando laberinto las blancas flores en la blanca mano, a candor más venusto trasladadas y en su gloria mayor como afrentadas. Esta del sacro coro de Febea observa pura el inviolable rito, celante despreciando nupcial tea, afecto casto a su deidad prescrito. Mas el undoso padre que desea feliz propagación, llanto infinito derramó de sus urnas tantos días que del líquido humor las vio vacías. Ella, más obstinada, no por esto reprimió el acto de su fin devoto, antes de no violar su presupuesto a luz hace triforme intenso voto. Cuanto al Olimpo este acto fue molesto a los lares de Grecia no fue ignoto, celícolas que a Dafne conocieron su tálamo en connubio apetecieron. Aquí la esquiva a viril sexo ingrata logra las ondas del paterno río, que de un grupo de peñas se desata en raudo curso por el bosque umbrío. Las torcidas culebras, que de plata procedientes derriba el seno frío, llevan de Tetis al instable fluto dulce guerra en su líquido tributo. La fresca yerba deste fresco prado, que alimenta sus líquidos cristales, piedra parece en verde humor cuajado de minas, hoy tributo, occidentales. Nunca el reino de Venus matizado dibujó Flora de colores tales sirviéndola azucenas y claveles, en tabla de esmeraldas, de pinceles. De tenaz yedra su abrazada roca inquïetos cristales precipita, y entre mucha beldad, linfa no poca, a orillas matizadas se limita; donde el alterno labio undoso toca, dulce aspira el acanto en infinita pompa, por cuyo sacro apartamiento viste escamas de flor, sierpe de argento. Ceres inunda, sin sudor alguno, próvidas mieses de su rubio grano, sin que hiera a la tierra el importuno arado corvo en oficiosa mano. Tesoros de Pomona y de Vertumno blando ofrecen tributo al verde llano, a cuya felicísima ribera vinculó su beldad la Primavera. Una eminencia ciñe de esmeralda los no vecinos términos del prado, donde pomposa a Júpiter guirnalda tronco suyo vivaz le ha reservado. Derriba a la montaña amena falda, donde favonio tepido inspirado dulce recuerda, susurrando apenas dormidas clavellinas y azucenas. Si Tajo no su vena en tiria grana rosadas parias da al tranquilo asiento —donde violar no pueda planta humana, a vaga selva el sacro apartamiento—, reservando estos lares a Dïana, pastor errante no conduce armento, logrados en sus límites seguros puros claveles y cristales puros. Gloria de la región más apacible, Clicie, que al sol ofrece sus olores, en su trono preside, aunque flegible, a la vaga familia de las flores; bien que en luz abreviada imperceptible cuantas iris vaguísimas colores contiene, informa el lirio miniado clima de alterna injuria no violado. Inadvertido amante, hoy flor esquiva, bebe fragrancia en más segura fuente, y de su aliento vivo, en forma viva, espíritus anima dulcemente; alientos aromáticos lasciva tributa roja exhalación ardiente, visten lascivo Amor lascivas flores trasuntos süavísimos de amores. Logra la planta de la Cipria diosa adúlteros abrazos con las vides, que en recíprocos ñudos ambiciosa simboliza de amor obscenas lides; donde pompa ostentando está frondosa el verde ya electivo honor de Alcides vistiendo en flores márgenes lascivos vivos narcisos y jacintos vivos. Ave funesta o ponzoñosa planta sobre este contienente no se cría, ni aura vieron más pura o beldad tanta los dilatados términos del día. Alma deidad, de siempre deidad santa, sol sin ocaso oriente es de alegría, cándida aurora a verdes horizontes, luz de la selva y diosa de los montes. El casi militar furor depuesto descansa el arco, ya la cuerda afloja, cuyo ejercicio de la diosa honesto jazmines destiló de nieve roja. Compasivo ciprés, no ya funesto, breve prestó descanso a su congoja, cuando en espejo de cristal corriente le traslada dos soles una fuente. Huye de sí la ninfa, el cristal blando que oficiosa buscó deja advertida, mas bello ya peligro recelando que el que a Narciso forma dio florida, arco y aljaba vuelve al hombro cuando ocasión y materia presumida fueron sus ojos, al que en ellos mira, acreditar su fe, vengar su ira. Neutro mediaba el nuevo paralelo en carro ardiente el gran rubí del día al hemisferio, y coronado el cielo ya de los rayos délficos ardía; cuando el bosque a la luz frondoso velo corrió, que en verdes nubes escondía, déjase Dafne ver, efecto luego prueba de hielo ardiente, helado fuego. Apenas el umbral, ya no seguro, de antro umbroso dejó pie confïado, que de dos soles rayo alterno puro recíprocos eclipses le ha intimado en peligro presente, en mal futuro, presago el padre de la luz violado de su esencia el poder mira en los ojos, templo animado ya de sus despojos. Tal vez osado, y muchas temeroso, suspende el dios su luz, Dafne su planta, hizo su efecto el arco riguroso, vengó ya tanta ofensa beldad tanta. Oro atractivo, plomo desdeñoso una cuerda despide, Amor levanta las victoriosas alas, cuyas plumas la sal originó de las espumas. Venciste ya, tirano dios alado, orne tus templos el honor triunfante, de mejor luz, de nuevo sol tocado cede a tu brazo Febo radïante; nunca dio tu desdén solicitado igual efecto al arco de diamante, lágrimas ya concibe el pecho tierno del que rayos esparce en trono eterno. ¡Oh, tú, sacra Melpómene, tú Clío concede a humana voz divino acento, suelte Castalia de su gracia un río donde beba mi fe inmortal aliento! De Apolo es el sujeto, el canto mío la victoria de Amor, cuyo argumento hará que en dulce son mi plectro enfrene los líquidos cristales de Hipocrene. Y tú, claro motor de luz alterna, presta a mi lira inalterable día, pues tu mente vatídica gobierna los felices progresos de Talía. Que si pudo mover la sombra eterna de un amante la voz, debe la mía en virtud del sujeto esclarecido violar las leyes del común olvido. Ni en sus báratros Aqueronte solo intermina al flagelo de su llanto, mas hoy por nuevo mar a ignoto polo vuele en las alas de la fama el canto; siendo auxiliar y el auxiliado Apolo pueda mi pluma levantarse tanto sin temer que hoy su vuelo temerario imponga nuevo nombre a seno Icario. Deja Febo el del Sol trono luciente, de radiante esplendor piélago vasto, cela en forma mortal no afecto ardiente, corusca si deidad, eterno fasto. Fuego de ajena luz su fuego siente no en gélido palor planeta casto, tal en su eclipse opaco vio desmayo por el efecto del fraterno rayo. Con quien hielo es ya y el orbe enciende, luz de rayo inmortal ya es luz rendida, la recatada sangre que aprehende su afecto al corazón pide acogida. Mas bien inútilmente la pretende, que esta animada parte prevenida la tiene peligroso arpón volante del ciego lince, del rapaz gigante. Tal que es huir la fuerza del violento tiro de Amor como oponerse al hado, fuerza cobrando su rigor y aliento con vanas resistencias impugnado. Venció, pues, la eficacia del tormento, con su materia ardiente efecto helado de temor hizo en luz eterna el ciego que sabe arder el hielo, helar el fuego. Surgiente del cristal, donde limita a breve espacio mucho sol peneo, la vencedora planta a Dafne quita cauteloso sentir, paso febeo. Mas el rendido dios, que solicita con fe inmortal el inmortal deseo, ya disculpa el osar, no la tardanza, que alas puso de cera a su esperanza. Acércase al peligro y como vuela en torno de la luz cándida alada, y Fénix breve por su muerte anhela de lasciva ambición solicitada, tal vez no sabe huir, o no recela apetecida lumbre no impugnada del que rendido entrega sus despojos a los violentos rayos de unos ojos. Estaba Dafne al tronco de un frondoso venéreo mirto el cuerpo reclinado, viva fragrancia exhala el delicioso de sus miembros sutiles cristal blando. Lazo vivo de Amor, peligro hermoso fue a la vista el dulce objeto, cuando rayos mueve de luz, la luz vencida de eclipse, no de luz mejor nacida. Nuevo sintiendo alivio en pena nueva de dulce suspensión pendiente estriba, cobarde sufre, temerario prueba la eficacia impugnar la fuerza viva. No el aire susurrante el gusto ceba cuando al clavel la superficie liba, con afecto mayor que el dios rendido al tenaz ñudo, al oro prevenido. Fuego de amor helado, yelo ardiente entre golfos de luz se anima y arde, si quiere osar respeto continente su movimiento enfrena ya cobarde; de cuanto determina se arrepiente, impugna el luego, contradice el tarde, al impulso cediendo vengativo de bello imán, de estímulo atrevido. Pierde el temor y el vital sitio alado vuela ya con las alas de la flecha, que el arco ciego del rapaz vendado al mayor corazón tiró derecha. Interrumpe el silencio y confïado en voz dudosa a nuevas ansias hecha el que es de vaticinios clara fuente conoce apenas ya su mal presente. «Ninfa» (quiso decir), mas no advertida de áspid vecino más ligera planta volar pudo sin alas impelida de afectos castos en repulsa tanta, como quien de la voz nueva ofendida de su frondoso lecho se levanta: Fénix le pareció, Fénix volante la fugitiva estrella al sol amante. Suspenso del rigor del bien que huye con la imaginación sólo la alcanza, cuando en más eficaz pasión concluye si no cobra volante la tardanza de su enajenación se restituye: plumas viste el deseo a su esperanza, desalentado al viento le parece que aun apenas su aliento le obedece. Al aire esparce el aire el sutil velo que milagros ebúrneos descubría, etérea luz cometa fue del suelo, rayos su vista, aliento su porfía; dulce favonio con lascivo vuelo entre la nieve fugitiva ardía, cuando de Febo el ansia es impaciente volcán de amor, exhalación ardiente. Vela es de oro el cabello que ligera nave conduce bella en mar undoso, austro la fuga tímida acelera con impulsos de amante y de celoso. El tierno dios la sigue que modera los suspiros al pecho congojoso por no encender el aire con su aliento, por no ayudar con esa parte al viento. Vala siguiendo y della más se aleja cuanto más ambicioso se adelanta: de amor afecto, afecto es ya de queja en desdén fugitivo a pena tanta; fragante rastro de su fuga deja carácter aún no impreso de su planta al contacto feliz en fértil vena cuantas le debe flores el arena. No el animal, cuando sin alas vuela por senda en verde bosque conocida, del rigor subsecuente se recela por peligro dentado de su vida, como la virgen tímida que anhela de sus puros intentos impelida, cuando en la fuga que comete insana, si plomo le da Amor, alas Dïana. El curso suspendió la luz divina, y tierno afecto en interior cuidado teme que pueda intempestiva espina de su sangre el jazmín ver esmaltado, purpureando el alba clavellina abrojo alguno en su venganza armado, expuesta viendo a la montaña ruda la nieve de su pie correr desnuda. Por esto corregió la fuerza pura con que a la ninfa cándida seguía, mas no suspende el vuelo la hermosura cuyo desdén alienta su porfía. El metal tosco de la flecha dura más incesables alas la ofrecía, desdén que, si la fuga no limita, ansia de un dios amante solicita. Cobró el aliento con mayor instancia lo que la intermisión había perdido, dulce la vista, dulce la fragrancia distribuyen su gloria a su sentido. Odio y amor midieron su distancia en ninfa amada, en dios aborrecido, viéndole ya más cerca Dafne bella exhalarse quisiera como estrella. Menos distante articulado aliento en voz exprime: «¡Oh fugitiva diosa! Febo le sigue, enfrena el movimiento, causa ya con tu efecto rigurosa; ni de mi fuego incites, siendo viento, la llama que en mi pecho poderosa tu fuga alienta, en cuyos rayos arde dado a prisión mi corazón cobarde. ¿Por qué ya ingrato curso no suspendes napea esquiva o esquivez alada? Si eres deidad de hielo, ¿cómo enciendes? Si animas fuego, ¿cómo vas helada? Al candor puro de tu planta ofendes, cuya beldad desnuda reservada ni por ligera está ni por divina, de duro pedernal, de aguda espina. Tu desdeñoso aliento porfïado huyendo va de un dios y dios amante que lleva el corazón atravesado con punta ardiente de metal pesante. Ceda el rigor, que al ánimo obstinado no se le debe nombre de constante, mis ansias permitiendo que te diga dulcísima ocasión de mi fatiga. Que en fin he de alcanzarte, aunque más vea de tu rigor vencido el mesmo viento, ora Tetis te esconda en eritrea concha escamosa del salado argento, ora en los reinos de Cocito sea alivio tu beldad a su tormento, ora estrella te fijes en el polo, rayos tus rayos han de ser de Apolo.» No en símbolo de paz cándida alada tímida suelta el presuroso vuelo cuando sus plumas dejan engañada la que prueba sus hijos en el cielo, como la bella trémula alcanzada del claro dios, cuyo abrasado anhelo al fuego hoy tanto de su fuego excede que el húmido elemento adustar puede. «Casta deidad —con fe dijo inmovible Dafne— ya que no en voz, en pensamiento protege mi inocencia en el terrible obstinado rigor de un dios violento, sujeto me concede en insensible forma, violado nunca el puro intento, antes ser planta elijo inanimada que ninfa de tu coro profanada. Deme la común madre sepultura primero que tu ofensa se permita; tome en mi triste cuerpo formadura donde Neptuno a margen se limita; auxiliar sombra me arrebate obscura, o flecha ardiente con su luz crinita resuelva esta materia defendida por ti, ¡Oh Cintia!, mi ofensa y no mi vida.» En temor justo, en ansia deprecante hizo, si no su voz, su pena efeto, tal que la misma planta que volante a nieve dio vital claro sujeto con la tierra abrazada en un instante quedó inmóvil raíz de árbol perfeto, y el diáfano cuerpo a ser empieza vestido agreste, sólida corteza. Los brazos que en heridas lisonjeras de dulces fueron muertes dulces tramas, como en zonas de Amor que en sus esferas flechas ardieron y flecharon llamas, en venganza de humanos y de fieras, son ya de estéril planta verdes ramas, verde desconfianza, verde luto que ofrece a fértil llanto seco fruto. Ya del oro las nítidas culebras minas de rayos, rayos de congojas, lo terso redujeron de sus hebras a opaca sombra de sucintas hojas. Bien que triunfante Amor, ¿por qué no quiebras arco y aljaba, pues de luz despojas estrellas cuyo eclipse pudo nuevo tantas costarle lágrimas a Febo? Ofendidos de un sol los dos esconde fatal ocaso, a cuyas lumbres bellas opaco el tronco ya no corresponde, negra señal que en él no viven ellas; bien que lampos al cielo prestan donde son en polo de honor fijas estrellas que pueden entre imágenes perfetas alumbrar luces y afrentar planetas. La deidad subsecuente que, volante, del trágico milagro se embaraza, el corazón de Dafne aún palpitante en el ya tronco verdadero abraza, con infelice amplejo el dios amante en los ramos inmóviles se enlaza: ¡Oh inútiles abrazos a sus llamas sólo al viento flexibles secas ramas! Faltó la voz al sentimiento vivo, pero no la razón al sentimiento, sujeto mira agreste árbol esquivo y en verde eclipse luz sin movimiento. Desdén quisiera verla fugitivo y fatigar siguiéndola su aliento, antes que ver de tantas ansias dueño un insensible tronco, un fijo leño. ¡Oh, Amor, adónde llega tu venganza! ¡Cuánto rigor tu obstinación contiene! que por mayor desdicha un bien alcanza quien desespera dél cuando le tiene. Símbolo de firmeza su mudanza nuevos misterios flébiles previene en la gloria que llora por perdida más alcanzada y menos poseída. Vela perdida y tiénela alcanzada al nuevo ya dolor cediente, en cuanto llora de amor solicitud frustrada, tan ofendida fe, de rigor tanto. El desdén fiero crece cultivada esquiva planta con amargo llanto; nudos son secos, bien que en verdes lazos en los frondosos ramos sus abrazos. Afecto siente el árbol animado donde eternas amor ansias imprime; puro honor, cuyo intento aún no alterado en los brazos de un dios amante gime. En lágrimas de rayos desatado suelta el afecto en voz que el pecho oprime: «Sorda —le dice— ninfa, a quejas mías materia y fin sinfín de mis porfías, donde en vano piedad llorando invoco, cuando más lejos de lo que poseo tu desdén con mis lágrimas provoco. ¿Posible es que te miro y no te veo? ¿Posible es que me faltes y te toco? Inútil queda el inmortal deseo: ¡Oh dolor verdadero! ¡oh nuevo engaño que en el mentido bien consista el daño! ¿Adónde están los rayos de tus ojos que dieron luz recíproca a tu cuello? Lazos las hebras de oro son de enojos hecho ya verdes hojas tu cabello. Los animados dos milagros rojos, que velos fueron del candor más bello en el seno de Tetis concebido, todo está a un seco tronco reducido. Despareció tu lumbre en un momento, que lampo fue de rápido cometa, cuyo vuelo instantáneo por el viento de un corazón rendido fue saeta. Nuevo eclipse fatal, nuevo tormento, cuyo eterno desdén, de ansia no aceta, en tronco inanimado te transforma, menos dura en esencia y más por forma; menos dura en esencia y reverdeces presa con estos lazos infelices, y con mi llanto cultivada creces a ofensivo desdén dando raíces, para mis tristes ojos anocheces, pues el amor más puro contradices siempre quedando en tu corteza escritos sordos efectos de amorosos gritos. Planta animada, esquiva, aún perseveras, ejemplos fueron manteniendo en cuanto caracteres mis ansias verdaderas en tu corteza imprimen de amor tanto desatando mis ojos dos riberas que cultivan mi ofensa con su llanto, cuando mi queja en tu postrer mudanza le sigue Dafne, y laurel te alcanza; donde en las nuevas hojas tus cabellos como los vi animados los contemplo, siendo en los lazos para siempre dellos con nudos de dolor atado ejemplo; de los ramos que lazos fueron bellos penderá ya como en votivo templo este milagro, y de infeliz amante rendido el arco y lira no sonante. Ya del canoro plectro no se acuerde la voz que un tiempo el aire suspendía, suelte aún llanto la vena un dios que pierde luz que pudo eclipsar tanta luz mia, que seco fruto en tronco siempre verde mi fe castiga ya como porfía, cuando todas mis artes aclamadas lloran de tu desdén menospreciadas. Árbol esquivo, cuya luz serena honor vistiendo castidad espira, comunica tus glorias a mi pena si es ya de intermisión capaz tu ira, que no sólo serás de agreste vena sino materia de sonante lira, donde voz, aunque flébil del avaro tiempo, tu nombre usurpe en metal claro.» Más el afecto tierno le dictara cuando el torrente de sus ojos tanto los rayos liquidando de su cara amargo vierte humor en triste llanto. La virtud inmortal le desampara, promiscuos vivo afecto, muerto espanto, cuando de Febo el ansia es impaciente volcán de Amor, exhalación ardiente. Lágrimas entre rayos exhalando pierde la fuerza del mejor sentido, con los tenaces ñudos apretando el desdén que incapaz será de olvido. Dureza que imprimió el afecto blando en el sujeto que alcanzó perdido, de amor quedando el desdeñoso exceso con vigor vivo en su corteza impreso. Corre del dios amante en vena ardiente si no líquido rayo, fuego undoso, cuando el afecto suyo vehemente a sacarle de sí fue poderoso, mas la parte deidad prevaleciente así le restituye del dudoso estado ciego y del letargo fuerte porque anime el dolor y el mal despierte. Vuelve a soltar el dios su voz atada a los números claros de Talía, «Dafne —diciendo— de aspereza armada si ninfa no ya, planta serás mia. Y por casto milagro venerada del uno al otro término del día, donde porque tu luz jamás se asombre voces serán mis rayos de tu nombre. Y bien que en ellos vivirán fatales con impresión eterna mis congojas, símbolos han de ser sólo triunfales del tronco tuyo las ilustres hojas que terrestres batallas y navales, espadas de enemiga sangre rojas, en tus coronas a Belona amigas el premio librarán de sus fatigas. El aliento inmortal que vaticina y de los astros la influencia observa, la noticia de hierbas peregrina dominio que a Esculapio se reserva, los preclaros asuntos y doctrina que fiaron los cielos a Minerva, la luz de singular Filosofía tuya será de hoy más, pues arte es mía. El de las musas aclamado coro, que las cumbres ilustra de Helicona, por números que animen trastes de oro aspirará el honor de tu corona, tributarias quedando a tu decoro las claras sienes de que siendo zona tus hojas darán símbolos de gloria a las vivaces lenguas de la historia. Goza, pues, mi inquietud y tu sosiego frondosa cárcel ya de mi albedrío, al llanto deberás con que te riego exento honor de siempre rayo impío, que no debe ofender ajeno fuego a quien ha resistido el fuego mío, ciega luz de rendida luz amante del rigor te reserva fulminante.» Dijo, y el tronco inmóvil complacencia en sus ya verdes ostentó despojos, concediendo, inclinados, reverencia, si no remedio a délficos enojos; con furor grande y no menor violencia se desataron inmortales ojos mares de amor en cuyo amargo puerto le obstó ser inmortal el quedar muerto. Con arco Cintia y con aljaba en tanto, beldad divina y no semblante humano, el ejercicio suyo omite, en cuanto de este prodigio ostenta el verde llano; y condolida del amargo llanto la blanca diosa de su rubio hermano, con otras ninfas el suceso nuevo en el tronco miró y admiró en Febo: «Padre común, tu llanto ya se enfrene —dice Dïana al hijo del tonante— porque a deidad de luz no le conviene al Olimpo mostrarse ciego amante. Éntrate en ti, que harto lugar ya tiene dado el letargo a la pasión errante, cuya flaqueza impide el fuego ardiente que alumbra y vivifica juntamente. ¿Quieres que el manto de la sombra fría dilate contra ti su velo oscuro reduciendo los límites del día a cárcel negra, a tenebroso muro? Modere la razón ciega porfía sin que eclipse esta afrenta el honor puro, donde siempre será culpa más atra quien adorado es dios ser idolatra. Baste ya por trofeo a la que esquiva virgen, amor eterno ha desdeñado, que a sacro tronco ninfa fugitiva deje su nombre en verde honor grabado. Y en los archivos de la selva viva sol de frondosa luz nunca eclipsado aclamando de hoy más mi casto coro su pureza inmortal en plectros de oro. Y en cuanto de sus urnas se desata claro Peneo en líquida huida, y por fragrantes márgenes dilata de su undoso esplendor pompa florida, besos al tronco le dará de plata alterno labio con orla colorida, para que siempre verdes tus amores fruto de honor le den, culto de flores donde como a deidad gloriosamente en obsequio feliz queda ofrecido que al árbol ciña la sagrada frente majestad uniforme, honor debido, en diadema que deje floresciente a sol puesto esplendor establecido, votivos ya a su gloria los despojos que mi venablo y arco hicieron rojos. Tú, en cuanto lumbre al hemisferio dieres, vestirás con tus rayos esta planta, y cuando en los Antípodas ardieres mi luz tendrá, si ya mi luz no es tanta, el resplandor aonio, de quien eres gran protector, por métrica garganta de casta Dafne articulando el nombre que en tu amor eternice su renombre.» Dijo, y de Apolo el nítido tesoro líquido es rayo en doloroso oficio, cuando por orden del etéreo coro del árbol le arrancó brazo propicio. Restituido al trono eterno de oro dio al mundo su benéfico ejercicio su luz informa varios horizontes distinguiendo los valles de los montes.