Delante del Sol venía Corriendo Dafne, doncella De extremada gallardía, Y en ir delante tan bella, Nueva Aurora parecía. Cansado más de cansalla Que de cansarse a sí Febo, A la amorosa batalla Quiso dar principio nuevo, Para mejor alcanzalla. Mas viéndola tan cruel, Dio mil gritos doloridos, Contento el amante fiel De que alcancen sus oídos Las voces, ya que no él. Mas envidioso de ver Que han de gozar gloria nueva Las palabras en su ser, Con el viento que las lleva Quiso parejas correr. Pero su padre, celoso, En su curso cristalino Tras ella corrió furioso, Y en medio de su camino Los atajó sonoroso. El Sol corre por seguilla, Por huir corre la estrella; Corre el llanto por no vella, Corre el aire por oílla, Y el río por socorrella. Atrás los deja arrogante, Y a su enamorado más, Que ya, por llevar triunfante Su honestidad adelante, A todos los deja atrás. Mas viendo su movimiento, Dio las razones que canto, Con dolor y sin aliento, Primero al correr del llanto Y luego al volar del viento: «Di, ¿por qué mi dolor creces Huyendo tanto de mí En la muerte que me ofreces? Si el Sol y luz aborreces, Huye tú misma de ti. »No corras más, Dafne fiera, Que en verte huir furiosa De mí, que alumbro la Esfera, Si no fueras tan hermosa, Por la noche te tuviera. »Ojos que en esa beldad Alumbráis con luces bellas Su rostro y su crueldad, Pues que Sois los dos estrellas, Al Sol que os mira, mirad. »¡En mi triste padecer Y en mi encendido querer, Dafne bella, no sé cómo Con tantas flechas de plomo Puedes tan veloz correr! »Ya todo mi bien perdí; Ya se acabaron mis bienes; Pues hoy corriendo tras ti, Aun mi corazón, que tienes, Alas te da contra mí.» A su oreja esta razón, Y a sus vestidos su mano, Y de Dafne la oración, A Júpiter soberano Llegaron a una sazón. Sus plantas en sola una De lauro se convirtieron; Los dos brazos le crecieron, Quejándose a la Fortuna Con el ruido que hicieron. Escondióse en la corteza La nieve del pecho helado, Y la flor de su belleza Dejó en la flor un traslado Que al lauro presta riqueza. De la rubia cabellera Que floreció tantos mayos, Antes que se convirtiera, Hebras tomó el Sol por rayos, Con que hoy alumbra la esfera. Con mil abrazos ardientes, Ciñó el tronco el Sol, y luego, Con las memorias presentes, Los rayos de luz y fuego Desató en amargas fuentes. Con un honesto temblor, Por rehusar sus abrazos, Se quejó de su rigor, Y aun quiso inclinar los brazos, Por estorbarlos mejor. El aire desenvolvía Sus hojas, y no hallando Las hebras que ver solía, Tristemente murmurando Entre las ramas corría. El río, que esto miró, Movido a piedad y llanto, Con sus lágrimas creció, Y a besar el pie llegó Del árbol divino y santo. Y viendo caso tan tierno, Digno de renombre eterno, La reservó en aquel llano, De sus rayos el Verano, Y de su hielo el Invierno.