SONETO I Osé, y temí; mas pudo la osadía tanto, que desprecié el temor cobarde. subí a do el fuego más me enciende y arde. cuanto más la esperanza se desvía. Gasté en error la edad florida mía; ahora veo el daño, pero tarde; que ya mal puede ser, que el seso guarde a quien se entrega ciego a su porfía. Tal vez pruebo (mas qué me vale?) alzarme del grave peso, que mi cuello oprime; aunque falta a la poca fuerza el hecho. Sigo al fin mi furor, porque mudarme no es honra ya, ni justo, que se estime tan mal de quien tan bien rindió su pecho. SONETO II Voy siguiendo la fuerza de mi hado por este campo estéril y escondido. todo calla, y no cesa mi gemido; y lloro la desdicha de mi estado. Crece el camino, y crece mi cuidado; que nunca mi dolor pone en olvido. el curso al fin acaba, aunque extendido; pero no acaba el daño dilatado. Qué vale contra un mal siempre presente apartarse y huir, si en la memoria se estampa, y muestra frescas las señales? Vuela Amor en mi alcance; y no consiente en mi afrenta, que olvide aquella historia, que descubrió la senda de mis males. SONETO III Pensé, mas fue engañoso pensamiento, armar de duro hielo el pecho mío; porque el fuego de Amor al grave frío no desatase en nuevo encendimiento. Procuré no rendirme al mal, que siento; y fue todo mi esfuerzo desvarío. perdí mi libertad, perdí mi brío; cobré un perpetuo mal, cobré un tormento. El fuego al hielo destempló en tal suerte, que, gastando su humor, quedó ardor hecho; y es llama, es fuego, todo cuanto espiro. Este incendio no puede darme muerte; que, cuanto de su fuerza más deshecho, tanto más de su eterno afán respiro. SONETO IIII El Sátiro, que el fuego vio primero, de su vivo esplendor todo vencido, llegó a tocallo; mas probó encendido, que era, cuanto hermoso, ardiente y fiero. Yo, que la pura luz, do ardiendo muero, mísero vi, engañado, y ofrecido a mi dolor, en llanto convertido acabar no pensé, como ya espero. Belleza, y claridad antes no vista, dieron principio al mal de mi deseo, dura pena y afán a un rudo pecho. Padezco el dulce engaño de la vista; mas si me pierdo con el bien que veo, como no estoy ceniza todo hecho? SONETO V Hórrido invierno, que la luz serena, y agradable color del puro cielo cubres de oscura sombra y turbio velo con la mojada faz de nieblas llena; Vuelve a la fría gruta, y la cadena del nevoso Aquilón; y en aquel hielo, que oprime con rigor el duro suelo, las furias de tu ímpetu refrena. Que en tanto que, en tu ira embravecido, asaltas el divino Hesperio río, que corre al sacro seno de Occidente; Yo triste, en nube eterna del olvido, culpa tuya, apartado del Sol mío, no me enciendo en los rayos de su frente. SONETO VI Al mar desierto en el profundo estrecho entre las duras rocas con mi nave desnuda tras el canto voy suave, que forzado me lleva a mi despecho. Temerario deseo, incauto pecho, a quien rendí de mi poder la llave, al peligro me entregan fiero y grave; sin que pueda apartarme del mal hecho. Veo los huesos blanquear, y siento el triste son de la engañada gente; y crecer de las ondas el bramido. Huir no puedo ya mi perdimiento; que no me da lugar el mal presente, ni osar me vale en el temor perdido. ELEGIA I Si el grave mal, que el corazón me parte, y siempre tiene en áspero tormento, sin darme de sosiego alguna parte; Pusiese fin al mísero lamento, que en los húmedos cercos de mis ojos conoce solo su perpetuo asiento; Podría yo, Señor, vuestros enojos consolar, como bien ejercitado del ansioso afán en los despojos. Pero nunca permite Amor airado, que yo levante la cerviz cansada, o en algo desocupe mi cuidado. Por la prolija senda y no acabada de mi dolor prosigo; y mi porfía en el mayor peligro es más osada. En el silencio de la noche fría me hiere el miedo del eterno olvido, ausente de la Luz de la alma mía. Y en la sombra del aire desparcido se me presenta la visión dichosa, cierto descanso al ánimo afligido. Mas veo mi serena Luz hermosa cubrirse; porque en ella haber espero sepulcro, como simple mariposa. Entonces me derriba el dolor fiero, y mi llorosa faz fijando en ella, cual cisne hiere el aire en son postrero; Digo, Luz de mi alma, pura estrella, si os perturba el osado intento mío, y por eso celáis la imagen bella; Ponedme, no en horror de duro frío, mas donde a la abrasada África enciende el cálido vapor del seco estío; Y allí veréis, que al corazón no ofende su fuerza toda; que el sutil veneno, que de vos lo penetra, lo defiende. No me escondáis el resplandor sereno, que siempre he de seguir vuestra belleza, cual Clicie al Sol de ardientes rayos lleno. Amo, mas con temor, vuestra grandeza; para apurar en vuestro sacro fuego, lo que en mi guarda esta mortal corteza. Que sea inmensa gloria, yo no niego; pero por este paso en alto vuelo, do es sin vos imposible alcanzar, llego. Y separada del umbroso velo, como desea estar, mi alma pura, se halla alegre en el luciente cielo. Yo espero a vuestra sola hermosura por tanto bien con inmortal memoria hacer del tiempo y su furor segura. No gravaré en columnas vuestra historia, ni en las tablas con lumbres engañadas, y sombras falsas os daré la gloria; Más en eternas cartas y sagradas, con la virtud, que Febo Apolo inspira de las Cirreas cumbres ensalzadas. Y si a do opreso Atlante no respira con la pesada carga, y a do suena turbado el alto Ganges, lleno de ira: Y si a do el Nilo la secreta vena derrama do el Duina grande y frío las tardas ondas con el hielo enfrena; No pudiere alcanzar el canto mío, al menos honrará vuestra belleza, cuanto Ebro y Tajo cerca, y nuestro río. Seré el primero yo, que con pureza de corazón, y con humilde frente osé mirar, mi Luz, vuestra grandeza. Así le digo, y viendo el Oriente, do el cielo y tierra tocan, esmaltado, y que mi Luz se esconde en Occidente; Al lloroso ejercicio del cuidado vuelvo, de mis trabajos perseguido, de vida si, no de pasión cansado. En tal mísero estado aquí perdido me halla el canto vuestro, que esclarece, y guarda vuestra gloria del olvido. Y al rudo ingenio y nombre mío ofrece eternamente no cansada fama, merced del ardor sacro, que en vos crece. Si do el deseo justo, que me inflama, fuese mi voz, sería en honra vuestra una inmortal y siempre viva llama. Pero no sufre la fortuna nuestra, que intente tanto bien, y así me deja desplegar solo esta pequeña muestra. El Tracio amante, a cuya dulce queja el severo Plutón, enternecido, vuelve aquella, que en sombra del se aleja; Cuando en el frío Ródope, y tendido yugo del alto y áspero Pangeo cantó llorando con dolor perdido; Y trajo al son del número Febeo las peñas, fieras, y árboles mezclados, y atento el coro, que bañó el Olmeo; Con inmortales versos y sagrados en la escondida niebla refería los principios del mundo comenzados; El Sol ardiente, Cintia blanca y fría, los celestiales giros, y belleza de la alta, inmensa luz, y la armonía. Y arrebatado en la mayor grandeza del tenebroso cerco reluciente, cantó el ardor profundo y su riqueza. Mas porque el mortal ánimo doliente, indigno de sentir su hermosura, se ofuscaba en aquella luz presente; Con otra voz menos excelsa y pura, pero sublime, y que rudeza humana desdeña, y solo la virtud procura; Volvió a sonar la lira soberana, honrando a quien la bella Melpómene lejos de tanta multitud profana Con blandos ojos mira, y lo sostiene en alteza, do nunca verse puede el gran varón, que su favor no tiene. A este solo tanto bien concede, que cuando llegue la implacable muerte, libre de su furor viviendo quede. Aquel también, que mereció tal suerte, que el sacro verso haga de él memoria, no temerá su agudo hierro fuerte. Tal por este camino dio a la gloria de la inmortalidad el paso abierto, quien celebró de Grecia la victoria; Y el otro mayor que él (si no es incierto lo que la fama afirma) que el Troyano puso en Italia, y cantó a Turno muerto. Tal el suave espíritu Romano huyó con Delia del mortal tormento, y el puro, el terso y el gentil Toscano. Por esta senda sube al alto asiento Laso, gloria inmortal de toda España, mezclado en el sagrado ayuntamiento. Do, si al deseo mío amor no engaña, yo espero veros, siendo colocado en la alta cumbre; que Castalia baña, Si en medio el curso no dejáis cansado la vía, llana a vos, y no ofendido lleváis por ella el paso acostumbrado. El rico Tajo vuestro, conocido será por vos, a donde riega el Indo, y el collado de Cintra, esclarecido con tal honra, será otro nuevo Pindo. SONETO VII No puedo sufrir más el dolor fiero, ni ya tolerar más el duro asalto de vuestras bellas luces, antes falto de paciencia y valor, en el postrero Trance, arrojando el yugo, desespero; y, por do voy huyendo, el suelo esmalto de rotos lazos; y levanto en alto el cuello osado, y libertad espero. Más que vale mostrar estos despojos, y la ufanía de alcanzar la palma de un vano atrevimiento sin provecho? El rayo, que salió de vuestros ojos, puso su fuerza en abrasar mi alma, dejando casi sin tocar el pecho. SONETO VIII Por qué renuevas este encendimiento, tirano Amor, en mi herido pecho? que ya, casi olvidado del mal hecho, vivía en soledad de mi tormento. Cuando más descuidado y más contento, revuelves a meterme en tanto estrecho, obligasme, cruel, que a mi despecho, procure contrastar tu fiero intento. Las armas en el templo ya colgadas, visto, y el acerado escudo embrazo, y en mi venganza salgo a la batalla. Mas ay, que a las saetas, que templadas en la luz de mi Estrella están, y al brazo tuyo no puede resistir la malla. SONETO IX Esta desnuda playa, esta llanura, de astas y rotas armas mal sembrada; do el vencedor cayó con muerte airada, es de España sangrienta sepultura. Mostró el valor su esfuerzo, mas ventura negó el suceso, y dio a la muerte entrada, que rehuyó dudosa y admirada del temido furor la suerte dura. Venció Otomano al Español ya muerto, antes del muerto el vivo fue vencido, y España y Grecia lloran la victoria, Pero será testigo este desierto, que el Español, muriendo no rendido, llevó de Grecia y Asia el nombre y gloria. SONETO X Rojo Sol, que con hacha luminosa coloras el purpúreo y alto cielo, hallaste tal belleza en todo el suelo, que iguale a mi serena Luz dichosa Aura suave, blanda y amorosa, que nos halagas con tu fresco vuelo; cuando se cubre del dorado velo mi Luz, tocaste trenza más hermosa Luna; honor de la noche, ilustre coro de las errantes lumbres, y fijadas, consideraste tales dos estrellas? Sol puro, Aura, Luna, llamas de oro, oísteis vos mis penas nunca usadas? visteis Luz más ingrata a mis querellas? SONETO XI Suspiro, y pruebo con la voz doliente, que en su dolor expire la alma mía; crece el suspiro en vano, y mi agonía, y el mal renueva siempre su accidente. Estas peñas, do solo muero ausente, rompe mi suspirar en noche y día; y no hiere (oh dolor de mi porfía) a quien estos suspiros no consiente. Suspirando no muero, y no deshago parte de mi pasión, mas vuelvo al llanto; y cesando las lágrimas, suspiro. Esfuerza Amor el suspirar, que hago, y como el cisne muere en dulce canto, así acabo la vida en el suspiro. SONETO XII Yo voy por esta solitaria tierra, de antiguos pensamientos molestado, huyendo el resplandor del Sol dorado, que de sus puros rayos me destierra. El paso a la esperanza se me cierra; de una ardua cumbre a un cerro voy enriscado, con los ojos volviendo al apartado lugar, solo principio de mi guerra. Tanto bien representa la memoria, y tanto mal encuentra la presencia; que me desmaya el corazón vencido. Oh crueles despojos de mi gloria, desconfianza, olvido, celo, ausencia, por qué cansáis a un mísero rendido? ELEGIA II Cual fiero ardor, cual encendida llama, que duramente me consume el pecho, por estas venas mías se derrama Abrasado ya estoy, ya estoy deshecho, cese, Amor, el rigor de mi tormento; basten los males, que en mi alma has hecho. Este dolor, que nuevo siempre siento; esta llaga mortal, contino abierta; este grave y perpetuo sentimiento; Esta corta esperanza y siempre incierta; este vano deseo peligroso; fin de mis penas, esta muerte cierta; Tal me tienen confuso y temeroso, y sin valor perdido, y quebrantado; que ni aun huir de mis pasiones oso. No es amor, es furor jamás cansado; rabia es, que despedaza mis entrañas, este eterno dolor de mi cuidado. Que gran victoria, Amor, y que hazañas, atravesar un corazón rendido, un corazón, que dulcemente engañas. Ya que me tienes preso, y tan herido, que en mi pecho no hallas lugar sano, no me acabes, cruel, en duro olvido. Mi fe, y mi pensamiento soberano. de mi grande osadía la nobleza no sufren, que me dejes de la mano. Nací para inflamarme en la pureza de aquellas vivas luces, que al sagrado cielo ilustran con rayos de belleza. Y de sus flechas todo traspasado, por gloria estimo mi quejosa pena; mi dolor por descanso regalado. Tal es la dulce luz, que me condena al tormento, y tal es por suerte mía de mi Enemiga la beldad serena. Mas, aunque sin igual fue mi osadía, y el mal, que sufro, por tu fuego juro, que contrastar no puedo a mi porfía. Y cuanto en el mi corazón apuro y afino, tanto más crece el deseo, y un temor, con que nunca me aseguro. Quién me daría, Amor, que el bien, que veo, gozase solo, y libre de recelo, en aquella verdad, con que lo creo; Que nunca mi ofensor, medroso celo, que tan grave me aflige y desbarata, podría derribarme por el suelo. Ay cuánto tu crudeza me maltrata! ay cuanto puede en mí tu diestra airada, que contino me aviva, y siempre mata! Bella Señora, si mi voz cansada alcanza tanto bien, que no os ofende, oídla blandamente sosegada. Luz de eterna belleza, en quien me enciende, y gasta Amor, y en un lloroso río vuelto, contra sus llamas me defiende; Si os puede enternecer el dolor mío, comiencen a ablandaros mis enojos; no deis ya más lugar a más desvío. No me neguéis esos divinos ojos, que todo en vos me han ya trasfigurado, llevándose consigo mis despojos. Si ausente estoy de vos, muero cuitado, y vivo alegre, solo cuando os miro. mas ay cuán poco duro en este estado! Que cuando a verme en vos presente aspiro, mi enemiga fortuna no consiente, que falte causa al mal, por quien suspiro; y así estoy ante vos solo y ausente. SONETO XIII Dulces halagos, tierno sentimiento, regalos blandos y amoroso engaño, que a un rudo pecho, y del Amor extraño fuisteis grave ocasión de su tormento; Que dura fuerza y grande movimiento os deshizo, y mostró el cubierto daño? porque no me consuela el desengaño? ya que me ofende ver mi perdimiento? No me distes herida tan liviana, que a lo íntimo de la alma no tocase; quedando en ella eternamente abierta. Faltasteis; porque nunca yo alcanzase del bien, que tuve, en esperanza vana, segura una hora de alegría cierta. SONETO XIIII Do vas? do vas cruel? do vas? refrena, refrena el presuroso paso, en tanto que de mi dolor grave el largo llanto a abrir comienza esta honda vena. Oye la voz de mil suspiros llena, y de mi mal sufrido el triste canto; que no podrás ser fiera y dura tanto; que no te mueva esta mi acerba pena. Vuelve tu luz a mí, vuelve tus ojos, antes que quede oscuro en ciega niebla; decía en sueño, o en ilusión perdido. Volví, halleme solo y entre abrojos, y en vez de luz cercado de tiniebla, y en lágrimas ardientes convertido. SONETO XV En vano error de dulce engaño espero, y en la esperanza de mi bien porfío; y aunque veo perderme , el desvarío me lleva del Amor, a donde muero. Ojos, de mi deseo fin postrero, sola ocasión del alto furor mío, tended la luz, romped aqueste frío temor, que me derriba en dolor fiero. Porque mi pena es tal, que tanta gloria en mí no cabe, y desespero, cuando veo, que el mal no debo merecello; Pues venzo mi pasión con la memoria, y con la honra de saber, penando, que nunca a Troya ardió fuego tan bello. SONETO XVI Qué espíritu encendido Amor envía en este frío corazón esquivo, que con la alba en calor el pecho avivo. y ardo al aparecer del nuevo día. Yo me inflamo, si a Febo se desvía la sombra; y cuando de aquel puesto altivo declina el Sol, me quemo en fuego vivo, y abraso, cuando al mar tuerce la vía. Centella soy, si el lubricán parece; llama, cuando se ven las luces bellas, y el blanco rostro a Delia se colora. Fuego soy, cuando el orbe se adormece; incendio al esconder de las estrellas, y ceniza al volver de nueva Aurora. SONETO XVII Despoja la hermosa y verde frente de los árboles altos el turbado otoño, y dando paso al viento helado, queda lugar a la aura de Occidente. Las plantas, que ofendió, con el presente espíritu de Céfiro templado cobran honra y color; y esparce el prado olor de bellas flores dulcemente. Mas oh triste, que nunca mi esperanza. después que la abatió desnuda el hielo, torna avivar para su bien perdido. Cruda suerte de amor, dura mudanza, firme a mi mal, que el variar del cielo tiene contra su fuerza suspendido! SONETO XVIII Flaca esperanza en todas mis porfías, vano deseo en desigual tormento, y, inútil fruto del dolor, que siento, lágrimas sin descanso, y ansias mías; Una hora alegre en tantos tristes días sufrid, que tenga un triste descontento; y que pueda sentir tal vez contento la gloria de fingidas alegrías. No es justo no, que siempre quebrantado me oprima el mal; y me deshaga el pecho nueva pena de antiguo desvarío. Mas oh que temo tanto el dulce estado, que (como al bien no esté enseñado y hecho) abrazo ufano el grave dolor mío. SONETO XIX Yo vi unos bellos ojos, que hirieron con dulce flecha un corazón cuitado; y que, para encender nuevo cuidado, su fuerza toda contra mí pusieron. Yo vi, que muchas veces prometieron remedio al mal, que sufro no cansado; y que, cuando esperé vello acabado, poco mis esperanzas me valieron. Yo veo, que se esconden ya, mis ojos, y crece mi dolor, y llevo ausente en el rendido pecho el golpe fiero. Yo veo ya perderse los despojos, y la membranza de mi bien presente; y en ciego engaño de esperanza muero. SONETO XX Si puede celebrar mi rudo canto la luz de vuestro ingenio y la nobleza, tendrá perpetua gloria con grandeza de fama en el dorado y rico manto. Pero si de mi mal no me levanto, y Amor me ocupa todo en la belleza sola y grave ocasión de mi tristeza, por quien suspiro, y me deshago en llanto; Será, en cuanto sostenga la alma mía el duro peso, sin temor de olvido siempre vuestro valor de mi estimado. Porque el sosiego y trato y cortesía a vos todo me tienen ofrecido, oh ilustre honor del nombre Maldonado. CANCION I Voz de dolor, y canto de gemido, y espíritu de miedo, envuelto en ira, hagan principio acerbo a la memoria de aquel día fatal aborrecido, que Lusitania mísera suspira, desnuda de valor, falta de gloria. y la llorosa historia asombre con horror funesto y triste, dende el Áfrico Atlante y seno ardiente, hasta do el mar de otro color se viste; y do el límite rojo de Oriente, y todas sus vencidas gentes fieras ven tremolar de Cristo las banderas. Ay de los que pasaron, confiados en sus caballos, y en la muchedumbre de sus carros, en ti Libia desierta; y, en su vigor y fuerzas engañados, no alzaron su esperanza a aquella cumbre de eterna luz; mas con soberbia cierta se ofrecieron la incierta victoria, y sin volver a Dios sus ojos, con yerto cuello y corazón ufano solo atendieron siempre a los despojos; y el santo de Israel abrió su mano, y los dejó; y cayó en despeñadero el carro, y el caballo y caballero. Vino el día cruel, el día lleno de indignación, de ira y furor, que puso en soledad, y en un profundo llanto de gente, y de placer el reino ajeno. el cielo no alumbró, quedó confuso el nuevo Sol, présago de mal tanto. y con terrible espanto el Señor visitó sobre sus males, para humillar los fuertes arrogantes; y levantó los bárbaras no iguales, que con osados pechos y constantes no busquen oro; mas con crudo hierro venguen la ofensa y cometido hierro. Los impíos y robustos, indignados las ardientes espadas desnudaron sobre la claridad y hermosura de tu gloria y valor; y no cansados en tu muerte, tu honor todo afearon, mezquina Lusitania sin ventura. y con frente segura rompieron sin temor con fiero estrago tus armadas escuadras y braveza. la arena se tornó sangriento lago, la llanura con muertos aspereza. cayó en unos vigor, cayó denuedo, mas en otros desmayo y torpe miedo. Son estos por ventura los famosos, los fuertes y belígeros varones, que conturbaron con furor la tierra? que sacudieron reinos poderosos? que domaron las hórridas naciones? que, pusieron desierto en cruda guerra, cuanto enfrena y encierra el mar Indo; y feroces destruyeron grandes ciudades? do la valentía? como así se acabaron, y perdieron tanto heroico valor en solo un día; y lejos de su patria derribados, no fueron justamente sepultados? Tales fueron aquestos, cual hermoso cedro del alto Líbano, vestido de ramos, hojas, con excelsa alteza; las aguas lo criaron poderoso, sobre empinados árboles subido, y se multiplicaron en grandeza sus ramos con belleza; y, extendiendo su sombra, se anidaron las aves, que sustenta el grande cielo; y en sus hojas las fieras engendraron, e hizo a mucha gente umbroso velo. no igualó en celsitud y hermosura jamás árbol alguno a su figura. Pero elevóse con su verde cima, y sublimó la presunción su pecho, desvanecido todo y confiado; haciendo de su alteza solo estima. por eso Dios lo derribó deshecho, a los impíos y ajenos entregado, por la raíz cortado. que opreso de los montes arrojados, sin ramos y sin hojas, y desnudo, huyeron de él los hombres espantados; que su sombra tuvieron por escudo. en su ruina y ramos, cuantas fueron, las aves y las fieras se pusieron. Tú, infanda Libia, en cuya seca arena murió el vencido reino Lusitano, y se acabó su generosa gloria; no estés alegre y de ufanía llena; porque tu temerosa y flaca mano hubo sin esperanza tal victoria, indigna de memoria; que si el justo dolor mueve a venganza alguna vez el Español coraje, despedazada con aguda lanza, compensarás muriendo el hecho ultraje; y Luco amedrentado, al mar inmenso pagará de Africana sangre el censo. SONETO XXI Como en la cumbre excelsa de Mimante, do en eterna prisión arde, y procura alzar la frente airada, y guerra oscura mover de nuevo al cielo el gran gigante; Se nota de las nubes, que delante vuelan y encima, en hórrida figura la calidad de tempestad futura, que amenaza con áspero semblante; Así de mis suspiros y tristeza, del grave llanto y grande sentimiento se muestra el mal, que encierra el duro pecho. Por eso no os ofenda mi flaqueza, bella Estrella de Amor; que mi tormento no cabe bien en vaso tan estrecho. SONETO XXII Céfiro renovó en mi tierno pecho floridas ramas de esperanza cierta, a mansa pluvia, a sol templado abierta, y todo se mostraba en mi provecho. Cuando de hielo un crudo soplo hecho, de aquella parte de calor desierta, abate en tierra mi esperanza muerta, y el trabajo en un punto fue deshecho. Quedó en el mismo puesto el hielo frío, que con el fuego en mi dolor contiende; y vence alguna vez, otra es vencido. de allí siempre temí en el pecho mío la nieve, que aunque el fuego me defiende, medroso estoy del daño recibido. SONETO XXIII En la oscura tiniebla del olvido, y fría sombra, do tu luz no alcanza, Amor, me tiene puesto sin mudanza este fiero desdén aborrecido. Porque de su crudeza perseguido, hecho mísero ejemplo de venganza, del todo desampare la esperanza de volver al favor y al bien perdido. Tú, que sabes mi fe, y oyes mi llanto, rompe las nieblas con tu ardiente fuego; y torna me a la dulce suerte mía. Mas oh si oyese yo tal vez el canto de mi Enemiga, que saldría luego a la pura región de la alegría. SONETO XXIIII Oye tú solo, eterno y sacro río el grave y mustio son de mi lamento; y mezclado en tu grande crecimiento lleva al padre Nereo el llanto mío. Los suspiros ardientes, que a ti envío, antes que los derrame leve viento, acoge en tu sonante movimiento; porque se esconda en ti mi desvarío. No sean más testigos de mi pena los árboles, las peñas, que solían responder, y quejarse a mi gemido. Y en estas ondas, y corriente llena, a quien vencer mis lágrimas porfían, viva siempre mi mal, y amor crecido. SONETO XXV Salen mil pensamientos al encuentro, cuando estoy más ajeno, y pueden tanto, que a pena de mis males me levanto, y ya me hallo en el peligro dentro. Sin recelo mi afrenta sigo, y entro osando (oh ciego error) para más llanto. y aunque me esfuerzo, al fin no puedo, cuanto debo en tantas mudanzas, con que encuentro. No es la tristeza, ni el dolor, quien hace la guerra, que padezco, de mi daño; que el mal no espanta a quien lo tiene en uso. El bien, que temo y dudo, me deshace; que yo sé bien por el ausente engaño juzgar de este presente el fin confuso. SONETO XXVI Subo, con tan gran peso quebrantado, por esta alta, empinada, aguda sierra; que aún no llego a la cumbre, cuando yerra el pie, y trabuco al fondo despeñado. Del golpe y de la carga maltratado, me alzo a pena, y a mi antigua guerra vuelvo. mas que me vale? que la tierra misma me falta al curso acostumbrado. Pero aunque en el peligro desfallezco, no desamparo el paso; que antes torno mil veces a cansarme en este engaño. Crece el temor, y en la porfía crezco; y sin cesar, cual rueda vuelve en torno; así revuelvo a despeñarme al daño. SONETO XXVII El color bello en el humor de Tiro ardió, y la nieve vuestra en llama pura, cuando, Estrella, volvisteis con dulzura los ojos, por quien mísero suspiro. Vivo color de lúcido zafiro, dorado cielo, eterna hermosura, pues merecí alcanzar esta ventura, acoged blandamente mi suspiro. Con el mi alma, en el celeste fuego vuestro abrasada, viene, y se trasforma en la belleza vuestra soberana. Y en tanto gozo, en su mayor sosiego su bien, en cuantas almas halla, informa; que en el comunicar más gloria gana. SONETO XXVIII Suave Filomela, que tu llanto descubres al sereno y limpio cielo, si lamentaras tú mi desconsuelo, o si tuviera yo tu dulce canto; Yo prometiera a mis trabajos tanto, que esperara al dolor algún consuelo; y se movieran de amoroso celo los bellos ojos, cuya lumbre canto. Mas tú con la voz dulce y armonía cantas tu afrenta, y bárbaros despojos, yo lloro mayor daño en son quejoso. O haga el cielo, que en la pena mía tu voz suene, o yo cante mis enojos, vuelto en ti, Ruiseñor blando y lloroso. SONETO XXIX Huyo apriesa medroso el horror frío, y la aspereza y aterido invierno, y la aura espero de Favonio tierno contra su fuerza y contra el seco estío. Mas, Herrera, en el grave estado mío me ofende el prevenir, y al fin discierno Céfiro breve, y Aquilón eterno, y siempre en un error por mal porfía. Al cabo habrá de ser, que el destemplado estío acabe en fuego, o en tanta nieve rígido invierno el pecho endurecido. Vos, que en sosiego, si de amor cansado estáis, o si pasión presente os mueve, tened dolor de verme tan perdido. SONETO XXX Canso la vida en esperar un día de fingido placer. huyen los años, y nacen de ellos mil sabrosos daños, que esfuerzan el error de mi porfía. Los pasos, por do voy a mi alegría, tan desusados son, y tan extraños, que al fin van a acabarse en mis engaños, y de ellos vuelvo a comenzar la vía. Descubro en el principio otra esperanza, si no mayor, igual a la pasada, y en el mismo deseo persevero. Mas luego torno a la común mudanza de la suerte en mi daño conjurada, y esperando contino desespero. ELEGIA III No bañes en el mar sagrado y cano, callada Noche, tu corona oscura, antes de oír este amador ufano. Y tú alza de la húmeda hondura las verdes hebras de la bella frente, de Náyades lozana hermosura. Aquí, do el grande Betis ve presente la armada vencedora, que el Egeo manchó con sangre de la Turca gente, Quiero decir la gloria, en que me veo; pero no cause envidia este bien mío a quien aún no merece mi deseo. Sosiega el curso, tú, profundo río, oye mi gloria, pues también oíste mis quejas en tu puro asiento frío. Tú amaste, y como yo también supiste del mal dolerte, y celebrar la gloria de los pequeños bienes que tuviste. Breve será la venturosa historia de mi favor; que breve es la alegría, que tiene algún lugar en mi memoria. Cuando del claro cielo se desvía del Sol ardiente el alto carro apena, y casi igual espacio muestra el día; Con blanda voz, que entre las perlas suena, teñido el rostro de color de rosa, de honesto miedo y de amor tierno llena, Me dijo así la bella desdeñosa, que un tiempo me negaba la esperanza, sorda a mi llanto y ansia congojosa; Si por firmeza y dulce amar se alcanza premio de Amor, yo tener bien debo de los males, que sufro, mas holganza. Mil veces, por no ser ingrata, pruebo vencer tu amor, pero al fin no puedo; que es mi pecho a sentillo rudo y nuevo. Si en sufrir más me vences, yo te excedo en pura fe y afectos de terneza; vive de hoy más ya confiado y ledo. No sé, si oí, si fui de su belleza arrebatado, si perdí el sentido; sé, que allí se perdió mi fortaleza. Turbado dije al fin; por no haber sido este tan grande bien de mí esperado, pienso, que debe ser (si es bien) fingido. Señora, bien sabéis, que mi cuidado todo se ocupa en vos; que yo no siento, ni pienso, sino en verme más penado. Mayor es que el humano mi tormento, y al mayor mal igual esfuerzo tengo, igual con el trabajo el sentimiento. Las penas, que por sola vos sostengo, me dan valor, y mi firmeza crece, cuanto más en mis males me entretengo. No quiero concederos, que merece mi afán tal bien, que vos sintáis el daño; mas ama, quien más sufre y más padece. No es mi pecho tan rudo, o tan extraño, que no conozca en el dolor primero, si, en esto que dijistes, cabe engaño. Un corazón de impenetrable acero tengo para sufrir, y está más fuerte, cuanto más el asalto es bravo y fiero, Diome el cielo en destino aquesta suerte, y yo la procuré, y hallé el camino, para poder honrarme con mi muerte. Lo demás, que entre nos pasó, no es digno, Noche, de oír el Austro presuroso, ni el viento de tus lechos más vecino. Mete en el ancho piélago espumoso tus negras trenzas y húmedo semblante; que en tanto que tu yaces en reposo, podrá Amor darme gloria semejante. SONETO XXXI El tiempo, que se alarga al mal extraño, y me muestra mis pasos bien contados; si término pusiese a mis cuidados, sería a mi esperanza desengaño. que el oro, que me tiene en nuevo engaño, los ojos dulcemente regalados, sin valor a mis años mal gastados el remedio serían de su daño. Pero si en él se aumenta el dolor mío, si el oro es y las luces inmortales, y es eterno el valor y altivo intento; Será de amor perpetuo el desvarío; y en las penas, que a todos son mortales, renacerá contino mi tormento. SONETO XXXII Oh cara perdición, oh dulce engaño; suave mal, sabroso descontento; amado error del tierno pensamiento; luz, que nunca descubre el desengaño; Puerta, por la cual entra el bien y el daño; descanso y pena grave del tormento; vida del mal; alma del sufrimiento; de confusión revuelta cerco extraño; Vario mar de tormenta y de bonanza; segura playa y peligroso puerto; sereno, instable, oscuro y claro cielo; Por qué como me diste confianza de osar perderme, ya que estoy desierto de bien, no pones a mi mal consuelo? SONETO XXXIII Ardientes hebras, do se ilustra el oro, de celestial ambrosía rociado, tanto mi gloria sois y mi cuidado, cuanto sois del Amor mayor tesoro. Luces, que al estrellado y alto coro prestáis el bello resplandor sagrado, cuanto es Amor por vos más estimado, tanto humilmente os honro más y adoro. Purpúreas rosas, perlas de Oriente, marfil terso, y angélica armonía, cuanto os contemplo, tanto en vos me inflamo; Y cuanta pena la alma por vos siente, tanto es mayor valor y gloria mía; y tanto os temo, cuanto más os amo. SONETO XXXIIII Venció las fuerzas el Amor tirano, cortó los niervos con aguda espada de aquella dulce libertad amada, que sin vigor suspiro siempre en vano. El me vuelve y me trae por la mano a do mi error y perdición la agrada. mas ya la vida, de su mal cansada, osa tornarse al curso usado y llano. Pero es flaca osadía, y con la muerte luchando, abrazo alegre el dulce engaño, y me aventuro en el deseo y pierdo. Que yo no puedo ser al fin tan fuerte, que contraste gran tiempo a tanto daño; ni en tal error me vale ya ser cuerdo. CANCION II Si alguna vez mi pena cantaste tiernamente, Lira mía, y en la desierta arena de este campo extendido dende la oscura noche al claro día rompiste mi gemido; ahora olvida el llanto, y vuelve al alto y desusado canto. No celebro los hechos del duro Marte, y sin temor osados los valerosos pechos, la siempre insigne gloria, de aquellos Españoles no domados; que para la memoria, que canto, me da aliento Febo a la voz, y vida al pensamiento. Escriba otro la guerra, y en Turca sangre el ancho mar cuajado, y en la abrasada tierra el conflicto terrible, y el Lusitano orgullo quebrantado con estrago increíble; que no menor corona teje a mi frente el coro de Helicona. A la grandeza vuestra no ofenda el rudo son de osada lira; que en lo poco que muestra, glorioso Fernando, aunque desnuda de destreza espira, el curso refrenando el sacro Hesperio río mil veces se detuvo al canto mío. El linaje y grandeza, y ser de tantos reyes descendiente, la pura gentileza y el ingenio dichoso, que entre todos os hacen excelente, y el pecho generoso y la virtud florida de vos prometen una heroica vida. No basta no el imperio, ni traer las cervices humilladas presas en cautiverio con vencedora mano; ni que de las banderas ensalzadas el Cita y Africano con medroso semblante, y el Indo y Persa sin valor se espante. Que quien al miedo obliga y rinde el corazón, y desfallece de la virtud amiga; y va por el camino, do la profana multitud perece, sujeto al yugo indigno pierde la gloria y nombre, pues siendo más, se hace menos hombre. Los Héroes famosos los niervos al deleite derribaron, que ni en los engañosos gustos, ni en lisonjeras voces de las Sirenas peligraron; antes las ondas fieras atravesando fueron, por do ningunos escapar pudieron. Seguid, Señor, la llama de la virtud, que en vos sus fuerzas prueba; que si bien os inflama de su amor en el fuego, viendo su bella luz, con fuerza nueva, sin admitir sosiego, buscaréis en el suelo la que consigo os alzará en el cielo. No os desvanezca el pecho la soberbia ignorante y engañada, ni lo mostréis estrecho; que para aventajaros entre las sombras de esta edad culpada, debéis siempre esforzaros. que solo es vuestro aquello, que por virtud pudisteis merecello. Aquel, que libre tiene de engaño el corazón, y solo estima lo que a virtud conviene; y sobre cuanto precia el vulgo incierto, su intención sublima, y el miedo menosprecia, y sabe mejorarse, solo señor merece y rey llamarse. Que no son diferentes en la terrena masa los mortales; pero en ser excelentes en virtud y hazañas, se hacen unos de otros desiguales. estas glorias extrañas, en los que resplandecen, si ellos no las esfuerzan, se entorpecen. Por el camino cierto de las divinas Musas vais seguro; do el cielo os muestra abierto el bien, a otros secreto, con guía tal, que en el peligro oscuro de perturbado afecto venciendo el duro asalto, subiréis de la gloria en lo más alto. Y porque las tinieblas, fatal estorbo a la grandeza humana, no escondan en sus nieblas el valor admirable, haré, que en vuestra gloria soberana siempre Talía hable; y que la bella Flora, y los reinos la canten de la Aurora. SONETO XXXV Por un camino solo, al Sol abierto, de espinas y de abrojos mal sembrado, el tardo paso muevo, y voy cansado a do cierra la vuelta el mar incierto. Silencio triste habita este desierto; y el mal, que ay, conviene ser callado. cuando pienso acaballo, acrecentado veo el camino, y mi trabajo cierto. A un lado levantan su grandeza los riscos juntos, con el cielo iguales, al otro cae un gran despeñadero. No sé, de quien me valga en mi estrecheza, que me libre de Amor, y de estos males; pues remedio sin vos, mi Luz, no espero. SONETO XXXVI Llevarme puede bien la suerte mía al destemplado cerco y fuego ardiente de la abrasada Libia, o do se siente casi perpetua sombra y noche fría; que en la niebla tendré lumbre del día, templanza en el calor, aunque esté ausente de vos, mi bien, y Amor siempre inclemente me niegue la esperanza de alegría. Y no podrá mi áspero tormento, y el inmenso dolor, que temo tanto, turbarme un solo punto de mi gloria; que en medio de mi grave sentimiento, de mi hielo y mi llama alegre canto de mi dichoso mal la rica historia. SONETO XXXVII Mi bien, que tardo fue a llegar, en vuelo pasó, cual rota niebla por el viento; y fue siempre terrible mi tormento, después que me cercó el temor y el hielo. Alzaba mi esperanza al alto cielo; pero en el comenzado movimiento cayó muerta; y sin fuerza y sin aliento llorando estoy desierto en este suelo. Do, solo satisfecho de mi llanto huyo todas las muestras de alegría, ausente, aborrecido y olvidado. Membranzas tristes viven en mi canto; y, puesto en la presente pena mía, descanso, cuando estoy más lastimado. SONETO XXXVIII Serena Luz, en quien presente espira divino amor, que enciende y junto enfrena el noble pecho, que en mortal cadena al alto Olimpo levantarse aspira; Ricos cercos dorados, do se mira tesoro celestial de eterna vena; armonía de angélica Sirena, que entre las perlas y el coral respira; Cual nueva maravilla, cual ejemplo de la inmortal grandeza nos descubre aquesa sombra del hermoso velo? Que yo en esa belleza, que contemplo, (aunque a mi flaca vista ofende y cubre) la inmensa busco, y voy siguiendo al cielo. SONETO XXXIX Pura, bella, suave Estrella mía, que sin, que os dañe oscuridad profana, vestís de luz serena la mañana, y la tierra encendéis desnuda y fría; Pues vos, por quien suspiros mil envía mi alma, cual castísima Diana, movéis la empresa vuestra soberana contra Venus y Amor con osadía; Yo seré, como aquel, que su belleza con hierro amancilló; y el casto hecho lo mostró con más gloria y hermosura. Pero tendré de Ladmo en la aspereza, si Luna sois, del cazador el pecho, y no de él, que honró Arcadia, la figura. SONETO XL Viví gran tiempo en confusión perdido, y todo de mí mismo enajenado, desesperé de bien; que en tal estado perdí la mejor luz de mi sentido. Mas cuando de mí tuve más olvido, rompió los duros lazos al cuidado de Amor el enemigo más honrado; y ante mis pies lo derribó vencido. Ahora, que procuro mi provecho, puedo decir, que vivo; pues soy mío, libre, ajeno de Amor y de sus daños. Pueda el desdén, Antonio, en vuestro pecho acabar semejante desvarío; antes que prevalezcan sus engaños. SONETO XLI Estoy pensando en mi dolor presente, y procuro remedio al mal instante; pero soy en mi bien tan inconstante, que a cualquier ocasión vuelvo la frente. Cuando me aparto, y pienso estar ausente, de mi peligro estoy menos distante. siempre voy con mis yerros adelante, sin que de tantos daños escarmiente. Noble vergüenza del valor perdido, porque no abrasas este frío pecho, y deshaces mi ciego desvarío? Si tú me sacas de este error de olvido; podré decir en honra de este hecho, que solo debo a ti poder ser mío. ELEGIA IIII A la pequeña luz del breve día, y al grande cerco de la sombra oscura veo llegar la corta vida mía. La flor de mis primeros años pura siento, Medina, ya gastarse , y siento otro deseo, que mi bien procura. Voluntad diferente y pensamiento reina dentro en mi pecho, que deshace el no seguro y flaco fundamento. Lo que más me agradó, no satisface al ofendido gusto; y solo admito, lo que sola razón intenta y hace. Del ancho mar el término infinito, la inmensa tierra, que su curso enfrena, al bien que estimo, son lugar finito. Lo que la vana gloria alcanza apena, por quien se cansa la ambición profana, y en mil graves peligros se condena; La virtud menosprecia soberana, y contenta de sí, no para en cosa de las que admira la grandeza humana. Yo lejos por la senda trabajosa sigo entre las tinieblas a su lumbre, abrasado en su llama gloriosa. Y si no rompe, antes que a la cumbre suba el hilo mortal, hallarme espero libre de esta confusa muchedumbre. Porque ya veo apresurar ligero, y volar, como rayo acelerado, del tiempo el desengaño verdadero. Huyen, como saeta, que el armado arco arroja, los días no parando, envidiosos del no firme estado. Va el tiempo siempre avaro derribando nuestra esperanza, y llevase consigo las cosas todas del terreno bando. Esta caduca vida, por quien sigo lo que en su gusto conformar no debe, y soy de mí por ella mi enemigo; Sombra es desnuda, humo, polvo, nieve, que el Sol ardiente gasta con el viento en un espacio muy liviano y breve. Es estrecha prisión, do el pensamiento repara, y ve en la niebla una luz clara de la razón, que oprime al sentimiento. Y, como quien mi libertad prepara, siento, que de mi sueño entorpecido me llama, y de esta suerte se declara; Oh mísero, oh anegado en el olvido, oh en Cimeria tiniebla sepultado, recuerda de ese sueño adormecido. Estás en ciego error enajenado, que contigo se cría y envejece; y no das fin a tu mortal cuidado? Por ventura, mezquino, te parece que el Sol no toca el medio de su alteza, y la cercana noche te oscurece. En tanto que está verde esta corteza frágil, y no la cubre torpe hielo, y blanca nieve llena de graveza; Vuelve por ti, refrena el presto vuelo; y coge al tiempo la mal suelta rienda; no te condene de ignorancia el velo. Porque si vas por esta abierta senda, serás uno en la errada y ciega gente, do nunca el fuego de virtud te encienda. Cuanto Febo de Aurora al Occidente, y ciñe dende el Austro hasta Arturo, perece sin virtud indignamente. Aquel dichoso espíritu, seguro de estos asaltos vivirá contino, que fuere en obras y en palabras puro. Fuerza es de la virtud, y no es destino, romper el hielo y desatar el frío con vivo fuego de favor divino. Desampara tu osado desvarío, no des más ocasión a tanto engaño; que la edad huye, cual corriente río. Serán de tu fatiga premio extraño dolor confuso, vergonzosa afrenta, tristes despojos de tu eterno daño. Si esto no te congoja y descontenta, que puede dar congoja y descontento, a quien del suelo levantar se intenta? Tú te acabas en mísero tormento, pensando vanamente ser dichoso, y contigo tu incierto fundamento. Arranca de tu pecho desdeñoso la impía raíz, que cría tu esperanza falsa en loco deseo y engañoso. Y no es otra tu gloria y confianza, sino perder y aborrecer (cuitado) a ti por quien descansa en la mudanza. Este sano consejo y acertado la venda de los ojos me descubre, y me hace mirar con más cuidado. Viéndome en el error, y que se encubre la luz, que me guiaba, en el desierto, un frío miedo el corazón me cubre. Mas yo no puedo de mi engaño cierto librarme; porque el fuego espira ardiente, que al mal me tiene vivo, y al bien muerto. Y cuando espero con la luz presente sacalla del incendio, con dulzura extraña la alma presa se resiente. Al resplandor de la belleza pura corre encendida con tan alta gloria, que ni otro bien, ni otro placer procura. Porque Amor me refiere a la memoria de mi dulce pasión el triste día, que le dio nueva causa a su victoria. Yo ya de mil peligros recogía el corazón cansado con reposo, y conmigo indignado así decía; Después de este trabajo congojoso razón será, que en agradable estado viva algún tiempo alegre y no medroso. Que fuerza del Amor, que brazo airado penetrará mi pecho endurecido con un hielo perpetuo y obstinado? No sufra el cielo, que ya más perdido pueda yo ser en tanto desvarío; baste el tiempo en engaños despendido. El grave yugo y duro peso frío, que oprime a la alma, y entorpece el vuelo al generoso pensamiento mío. Descienda roto y sacudido al suelo; que la cerviz ya siento deslazada, ya niego el feudo a Amor, ya me rebelo. Será el prado, y la selva de mi amada, y cantaré, como canté, la guerra de la gente de Flegra conjurada. Y levantando la alma de la tierra, subiré a las regiones celestiales; do todo el bien y quietud se cierra. La vanidad de míseros mortales miraré, despreciando su grandeza, causa de siempre miserables males. En estos pensamientos y nobleza pasar contento y ledo yo pensaba de esta edad corta y breve la estrecheza; Que aun ya de la cruel tormenta y brava no estaba enjuto mi húmedo vestido ni apena el pie en la tierra yo afirmaba. Cuando Amor, que me trae perseguido, en tempestad más áspera pretende que yo peligre en confusión perdido; Con tal belleza el corazón me ofende, que no puede huir su nueva pena, ni del mal, que padece, se defiende. Un furor bello, que con luz serena me representa una inmortal figura, en perpetuo tormento me condena. De la suave faz la nieve pura, la limpia, alegre, y mesurada frente, do mostrársela púrpura procura, Y apena osa, y al fin osadamente quiere mostrarse; fueron en mi daño causa de este pestífero accidente. Cual yo quedase, hecho de mi extraño, sábelo Amor, que en la miseria mía me da ocasión para mayor engaño. Suspiro y lloro cuanto es largo el día, y nunca cesan el suspiro y llanto cuanto es larga la noche oscura y fría. La dulce voz de aquel su dulce canto mi alma tiene toda suspendida; mas no es canto la voz, es fuerte encanto, Que tras su viva fuerza y encendida me lleva compelido sin provecho, para perder en tal dolor la vida. Duro jaspe cercó su tierno pecho, do Amor despunta con trabajo vano las flechas todas del carcaj deshecho. El rostro, do escribió Amor de su mano, dichoso quien por mi pena y suspira, si cabe tanto bien en pecho humano; De este miedo y peligro me retira, y hace, que levante el pensamiento a la grandeza, que en su lumbre mira. A todos pone espanto mi tormento, y a quien no espantará el dolor, que paso? y, lo menos descubro, en lo que siento. Yo voy siguiendo de uno en otro paso a mi bella Enemiga presurosa, y la pienso alcanzar con tardo paso. Cuando la Aurora pura y luminosa muestra la blanca mano al nuevo día, veo la de mi Estrella más hermosa. Mas cuanto mi fortuna me desvía de su grandeza, tanto más osado por ella sigo la esperanza mía. Tus viras en mi pecho traspasado ya no caben, Amor, porque está lleno de tantas, como en él has arrojado. En la luz bella y resplandor sereno estabas de sus ojos escondido, y me penetró de ellos el veneno. de allí arrojaste en ímpetu encendido flechas de mi Enemiga, y tu victoria de ellos nació, y fui de ellos yo herido. Amor, tu bien les debes esta gloria; que, si no fuera por la fuerza de ellos, en mí ya se perdía tu memoria. Tal es la nieve de los ojos bellos, tal es el fuego de la luz serena; que hielo y ardo a un mismo punto en ellos. Del frío Euxino a la encendida arena, que el Sol requema en África abrasada, no se ve, cual la mía, otra igual pena. Pero podrá dichosa ser llamada por quien me causa esta pasión interna, con envidia de todos admirada. Así fuese yo el cielo, que gobierna en cerco las figuras enclavadas, para siempre mirar su luz eterna; Así sus luces puras y sagradas volviese siempre a mis vencidos ojos, y me abrasase en llamas regaladas; Como todas mis ansias, mis enojos serían bien y gloria, y mi tormento descanso en el ardor de mis despojos. Mal podré yo decir mi sentimiento, si el dolor no me deja de la mano; si vence su rigor al sufrimiento. Grande esperanza en un deseo vano es la molesta causa de mi pena, y un ciego error de dulce Amor tirano. No me espanto, que esté mi Estrella ajena de amor, pues he el amor todo ocupado, y del solo mi ánima está llena; que en él todo se ha toda trasformado; y así amo solo, y ella sola amada es, no amando un amor tan extremado. Tal vez suele poner la faz rosada de aquel color, que suele al tierno día mostrar la fresca Aurora rociada; Y le digo, Señora dulce mía, si pura fe, debida a vuestra alteza, merece algún perdón de su osadía; Vuestro excelso valor, y gran belleza no se ofendan en ver, que oso y espero premio, que se compare a su grandeza. Tanto por vos padezco, tanto os quiero, y tanto os di, que puedo ya atrevido decir, que por vos vivo, y por vos muero. Así digo; y en esto embebecido con dulce engaño desamparo el puerto, y me abandono por el mar tendido. Sopla el fiero Aquilón, de bien desierto, las ondas alza y vuelve un torbellino, y el cielo en negra sombra está cubierto. No puedo, ay oh dolor, ay oh mezquino, remediar el peligro, que recela el corazón en su dolor indigno. Bien fuera tiempo de coger la vela con presta mano, y revolver a tierra la proa, que cortando el ponto vuela. Mas yo, para morir en esta guerra, nací inclinado; y sigo el furor mío, por donde del sosiego me destierra. Vos, que de este amoroso desvarío vivís libre, si puedo ser culpado, por volver a este mal con tanto brío, sabed, que debo más a mi cuidado. SONETO XLII Aura mansa, y templada de Occidente, que con el tierno soplo y blando frío halagas el ardor del pecho mío, qué espíritu te mueve vehemente? Ni Euro espira, ni Austro suena ardiente en el furor más grave del estío ; y tú abrasas el verde prado y río, cual al suelo Africano el Sol caliente. Mas ay, tú te encendiste en mi Luz bella, y, enemiga del bien de mi ventura, abrasaste las ondas y las flores. Cesa Aura, no me enciendas más, que en ella ardo siempre, y me abraso en llama pura. ah no añadas más fuego a mis ardores. SONETO XLIII Oh como vuela en alto mi deseo, sin que de su osadía el mal fin tema! que ya las puntas de sus alas quema, donde ningún remedio al triste veo. Que mal podrá alabarse del trofeo, si estando ufano en la región suprema del fuego ardiente, en esta banda extrema cae por su siniestro devaneo. Debía en mi fortuna ser ejemplo Dédalo, no aquel joven atrevido, que dio al cerúleo piélago su nombre. Mas ya tarde mis lástimas contemplo. pero si muero, porque osé, perdido, jamás a igual empresa osó algún hombre. SONETO XLIIII En esta soledad, que el Sol ardiente no ofende con sus rayos, estoy puesto, a todo el mal de ingrato Amor dispuesto, triste, y sin mi Luz bella, y siempre ausente. Tal vez me finjo y creo estar presente en el dichoso, alegre y fresco puesto, y en la gloria me pierdo; que el molesto dolor de la alma aparta este accidente. Nunca silencio y soledad oscura pueden dar a quien ama tal contento, si no se cambiase la alegría. Poco en memoria el bien de amor me dura, que aun en este ocioso apartamiento no se afirma en segura fantasía. SONETO XLV Clara, suave luz, alegre y bella, que los zafiros y color del cielo teñís de la esmeralda con el velo, que resplandece en una y otra estrella; Divino resplandor, pura centella, por quien libre mi alma, en alto vuelo las alas rojas bate, y huye el suelo ardiendo vuestro dulce fuego en ella; Si yo no solo abraso el pecho mío, mas la tierra y el cielo, y en mi llama doy principio inmortal de fuego eterno; Por qué el rigor de vuestro antiguo frío no podré ya encender? por qué no inflama mi estío ardiente a vuestro helado invierno? SONETO XLVI Cubre en oscuro cerco y sombra fría del cielo puro el resplandor sereno la húmeda noche, y yo, de dolor lleno, lloro mi bien perdido, y mi alegría. Ningún alivio en la miseria mía hallo, de ningún mal estoy ajeno; cuanto en la confusión nublosa peno, padezco en la rosada luz del día. En otro nuevo Cáucaso enclavado, mi cuidado mortal y mi deseo el corazón me comen renovado; Do no pudiera el sucesor de Alceo librarme del tormento no cansado, que excede al del antiguo Prometeo. SONETO XLVII Quien osa desnudar la bella frente del puro resplandor y luz del cielo? quien niega el ornamento y gloria al suelo de las crespas lazadas de oro ardiente? El impío Febo este dolor consiente con sacrílega envidia y mortal celo, después que ve cubrir de oscuro velo la llama de sus hebras reluciente. Con dura mano lleva los despojos, y quiere mejorar cuanto perdía, y altivo de sus trenzas se corona; Porque ya vean los mortales ojos siempre con viva luz un claro día en sus sagrados cercos y corona. CANCION III Cuando con resonante rayo, y furor del brazo poderoso a Encélado arrogante Júpiter glorioso en Etna despeñó victorioso; Y la vencida Tierra, a su imperio sujeta y condenada, desamparó la guerra por la sangrienta espada de Marte, con mil muertes no domada; En la celeste cumbre es fama, que con dulce voz presente Febo, autor de la lumbre, cantó suavemente revuelto en oro la encrespada frente. La sonora armonía suspende atento al inmortal senado; y el cielo, que movía su curso arrebatado, se reparaba al canto consagrado. Halagaba el sonido al alto y bravo mar y airado viento su furor encogido, y con divino aliento las Musas consonaban a su intento. Cantaba la victoria del cielo, y el horror y la aspereza, que les dio mayor gloria, temiendo la crudeza de la Titania estirpe y su bruteza. Cantaba el rayo fiero, y de Minerva la vibrada lanza, del rey del mar ligero la terrible pujanza, y del Hercúleo brazo la venganza. Más del sangriento Marte las fuerzas alabó y desnuda espada, y la braveza y arte de aquella diestra armada, cuya furia fue en Flegra lamentada. A ti, decía, escudo, a ti valor del cielo poderoso, poner temor no pudo el escuadrón dudoso con enroscadas sierpes espantoso. Tú solo a Oromedonte diste bravo y feroz horrible muerte junto al doblado monte, y con dichosa suerte a Peloro abatió tu diestra fuerte. Oh hijo esclarecido de Juno, oh duro y no cansado pecho, por quien Mimas vencido, y en peligroso estrecho el pavoroso Runco fue deshecho. Tu ceñido de acero, tu estrago de los hombres rabioso, con sangre hórrido y fiero, y todo impetuoso, el grande muro rompes presuroso. Tú encendiste en aliento y amor de guerra y generosa gloria al sacro ayuntamiento, dándole la victoria, que hará siempre eterna su memoria. A ti Júpiter debe, libre ya de peligro, que el profano linaje, que se atreve alzar armada mano, sujeto sienta ser su orgullo vano. Mas aunque resplandezca esta victoria tuya esclarecida con fama, que merezca tener eterna vida, sin que de oscuridad esté ofendida; Vendrá tiempo, en que sea tu nombre, tu valor puesto en olvido; y la tierra posea valor tan escogido, que ante él el tuyo quede oscurecido. Y el fértil Occidente, en cuyo inmenso piélago se baña mi veloz carro ardiente, con claro honor de España te mostrará la luz de esta hazaña. Que el cielo le concede de César sacro el ramo glorioso, que su valor herede; para que al espantoso Turco quebrante el brío corajoso, veráse el impío bando en la fragosa, inaccesible cumbre, que sube amenazando a la celeste lumbre, confiado en su osada muchedumbre. Y allí de miedo ajeno corre, cual suelta cabra, y se abalanza con el fogoso trueno de su cubierta estancia, y sigue de sus odios la venganza. Mas luego que aparece el joven de Austria en la enriscada sierra, el temor entorpece a la enemiga tierra, y con ella acabó toda la guerra. Cual tempestad ondosa con horrísono estruendo se levanta y la nave medrosa de aquella furia tanta, entre peñascos ásperos quebranta. Oh cual del cerco estrecho el flamígero rayo se desata con largo surco hecho, y rompe y desbarata, cuanto al encuentro su ímpetu arrebata. La Fama alzará luego, y con doradas alas la Victoria sobre el orbe del fuego, resonando su gloria con puro resplandor de su memoria. Y llevarán su nombre de los últimos soplos de Occidente con inmortal renombre al purpúreo Oriente, y a do hiela y abrasa el cielo ardiente. Si Peloro tuviera de su excelso valor alguna parte, el solo te venciera, aunque tuvieras, Marte, doblado esfuerzo y osadía y arte. Si este valiera al cielo contra el profano ejército arrogante, no tuvieras recelo, tú Júpiter tonante, ni arrojaras el rayo resonante. Traed pues ya volando oh cielos este tiempo espacioso, que fuerza dilatando el curso glorioso; haced, que se adelante presuroso. Así la lira suena, y Jove el canto afirma, y se estremece sacudido, y resuena el cielo, y resplandece, y Mavorte medroso se oscurece. SONETO XLVIII Rompió la proa en dura roca abierta mi frágil nave, que con viento lleno veloz cortaba el piélago sereno, y apena escapo de la muerte cierta. Afirme el pie yo en tierra, que la incierta onda del mar no me tendrá en su seno; ni de mí me podrá traer ajeno vana esperanza, de salud desierta. Si la sombra del daño padecido puede mover, Filipo, vuestro pecho, huid surcar del ponto la llanura; Y creed, que en el golfo de Cupido ninguno navegó, que al fin deshecho, no se perdiese falto de ventura. SONETO XLIX Esperé un tiempo, y fue esperanza vana, librar de esta congoja el pensamiento, subiendo de Castalia al alto asiento, do no puede alcanzar Musa profana; Para cantar la honra soberana (ved cuán grande es, Girón, mi atrevimiento) de quien con inmortal merecimiento contrasta el hado, y su furor allana. Qué bien sé, que es mayor la insigne gloria de quien Melas bañó, y el Mincio frío, que de quien lloró en Tebro sus enojos. Mas que haré, si toda mi memoria ocupa Amor, tirano señor mío? qué? si me fuerzan de mi Luz los ojos. SONETO L Pierdo, tu culpa Amor, pierdo engañado, siguiendo tu esperanza prometida, el más florido tiempo de mi vida, sin nombre, en ciego olvido sepultado. Ya no más, baste haber siempre ocupado el pensamiento y la razón perdida en tu gloria, mi infamia aborrecida; que quien muda la edad, trueca el cuidado. Yo he visto a los pies puesto un duro hierro, y torcello la mano del cautivo, y desatarse de aquel nudo fuerte. Mas oh que ni el desdén, ni mi destierro pueden borrar del corazón esquivo, lo que nunca podrá gastar la muerte. SONETO LI No espero en mi dolor lo que deseo, que tanto bien no cabe en mi mal fiero; mas deseo ya solo, lo que espero; que es acabar en este devaneo. Tan cansado me tiene este deseo, que del mísero efecto desespero, y engañado en mi intento persevero; y al cabo el vano error, que sigo, veo. Pero que vale ver el mal presente, si porfío y contrasto no espantado a los bravos asaltos de amor crudo? No temo, y oso todo libremente; porque es al corazón desesperado la obstinación impenetrable escudo. SONETO LII Aquí, do estoy ausente y escondido, lloro mi mal, pero es el dolor tanto, que en mis ojos desmaya el triste llanto, y fallece en silencio mi gemido. Por esta oscura soledad perdido huyo, y voy alejándome, mas cuanto me aparto, el mal me sigue, y pone espanto; y no me vence en tanto afán sufrido. Duro pecho, porfía no cansada, rebelde condición, que osa y contrasta a tan grande mudanza y desventura; Llevadme por la senda acostumbrada de mi error al peligro, que ya basta ver el fin, sin tentar nueva ventura. SONETO LIII De este tan grave peso, que cansado sufro, Fernando, y sin valor contrasto, procuro alzar el cuello; mas no basto, que al fin doy con la carga desmayado. De mil flaquezas mías afrentado, me enciendo en ira, y la paciencia gasto; pero nunca león hambriento al pasto va, como yo al error de mi cuidado. Mas aunque oprima en mí mi mejor parte, ved si estoy ya de Amor aborrecido, oso al fin, y me opongo a mi deseo. Y en estos trances de dudoso Marte será de mí, si soy varón, vencido otro, mayor que el Africano Anteo. SONETO LIIII Lloré, y canté de Amor la saña ardiente; y lloro, y canto ya la ardiente saña de esta cruel, por quien mi pena extraña ningún descanso al corazón consiente. Esperé, y temí el bien tal vez ausente; y espero, y temo el mal que me acompaña; y en un error, que en soledad me engaña, me pierdo sin provecho vanamente. Veo la noche, antes que huya el día, y la sombra crecer, contrario agüero, mas que me vale conocer mi suerte? La dura obstinación de mi porfía no cansa, ni se rinde al dolor fiero; mas siempre va al encuentro de mi muerte. ELEGIA V Bien puedo, injusto Amor, pues ya no tengo fuerza, con que levante mi esperanza, quejarme de las penas, que sostengo. No temo ya, ni siento la mudanza, que en la sombra de un bien me dio mil daños, nacidos de una vana confianza. Larga experiencia en estos cortos años de tantos males trueca a mi deseo el curso, enderezado a sus engaños. Pienso mil veces, y ninguna creo, que he de llegar a tiempo, en que descanse del grave afán, en que morir me veo. Mas porque tu furor tal vez se amanse, no tienes condición, que se conduela de ver, que yo de padecer no canse. Tendí al prospero Céfiro la vela de mi ligera nave en mar abierto, donde el peligro en vano se recela. El cielo, el viento, el golfo siempre incierto cambiaron tantas veces mi ventura, que nunca tuve un breve estado cierto. Anduve ciego, viendo la luz pura, y, para no esperar algún sosiego, abrí los ojos en la sombra oscura. La fría nieve me abrasó en tu fuego; la llama, que busqué, me hizo hielo; el desdén me valió, no el tierno ruego. Subí, sin procurallo, hasta el cielo; que se perdió en tal hecho mi osadía. cuando me aventuré, me vi en el suelo. No estoy ya en tiempo, donde a la alegría dé algún lugar, ni puedo a mi cuidado sacar del vano error de su porfía. Do está la gloria de mi bien pasado, que, como en sueño, vi tal vez delante? a do el favor a un punto arrebatado? Mísera vida de un mezquino amante, siempre en cualquier sazón necesitada del bien que huye, y pierde en un instante. Mal puedo hallar fin a la intrincada senda, por donde solo voy medroso, si no la tuerzo, o rompo en la jornada. Tan alcanzado estoy y menesteroso, que desespero de salud, y pienso, que vale osar en hecho tan dudoso. Mas oh cuán mal en este error dispenso las cosas, que contienen mi remedio! con cuanto engaño voy al mal suspenso! Tiénesme puesto, Amor, un duro asedio; yo no sé, si me rindo, o me defiendo; ni sé hallar a tanto daño un medio. Nuevo fuego no es este, en que me enciendo; pero es nuevo el dolor, que me deshace, tan ciega la ocasión, que no la entiendo. La soledad abrazo, y no me aplace el trato de la gente, en el olvido el cuidado mil cosas muda, y hace. En árboles y peñas esculpido el nombre de la causa de mi pena honro con mis suspiros y gemido. Tal vez pruebo, rompiendo en triste vena primero el llanto, con la voz quejosa decir mi mal, mas el temor me enfrena. Pienso, y siempre me engaño en cualquier cosa; que encuentra con el vago pensamiento la atrevida esperanza y temerosa. Dísteme fuerza, Amor, dísteme aliento, para emprender una tan gran hazaña; y me olvidaste en el seguido intento. No tiene el alto mar, cuando se ensaña igual furor, ni el ímpetu fragoso del rayo tanto estraga, y tanto daña; Cuanto en un tierno pecho y amoroso se embravece tu furia; cuando siente firme valor y corazón brioso. Que me valió hallarme diferente en tu gloria, que huye, y conocerme superior entre tu presa gente? Ni tú podías más ya sostenerme, ni yo en tan grande bien pude, mezquino, aunque más me esforzaba, contenerme. Yo siempre fui de tanta gloria indigno, y también de este fiero mal, que paso; ni tú, ni yo acertamos el camino. Una ocasión y otra a un mismo paso se me presentan, que perdí, y conmigo me culpo, y avergüenzo en este paso. Tú solo puedes ser, Amor, testigo de aquellos días dulces de mi gloria, y cuán ufano me hallé contigo. No te refiero yo mi alegre historia con presunción, antes la traigo a cuenta para más confusión de mi memoria. No es tanto el grave mal, que me atormenta, que no merezca más, pues viendo abierto el cielo al bien, me hallo en esta afrenta. Austro cruel, que en breve espacio has muerto la bella flor, en cuyo olor vivía, y me dejaste de salud desierto; Siempre te hiera nieve, y sombra fría te cerque, y a tu soplo falte el vuelo, impío ofensor de la ventura mía. Yo, me vi en tiempo, libre de recelo, que aun el bien me dañaba, ahora veo, que el más mísero soy, que tiene el suelo. Desespero, y no mengua mi deseo; y en igual peso están villano miedo, osadía, cordura y devaneo. Estos cuidados, que olvidar no puedo, me desafían a sangrienta guerra, porque esperan vencerme o tarde, o cedo. El hijo de Agenor la dura tierra labra, y le ofende el fruto belicoso, que en armadas escuadras desencierra; A mí de mi trabajo sin reposo nace de cuitas una hueste entera, que me trae afligido y temeroso. Del lago Argivo la serpiente fiera no se multiplicó con tal espanto, como en crecer mi daño persevera. Para mayor caída me levanto del mal tal vez, y luego desfallezco, y me acuso de haber osado tanto. El tormento, que sufro, no encarezco; que pasar mal no es hecho de alabanza, más descanso en decir como padezco. Horas, que tuve un tiempo de holganza, cuando pensaba, que era agradecida mi pena, tomad ya de mi venganza. Yo soy, yo el que pensé en tan dulce vida no mudar algún punto de mi suerte, yo soy, yo el que la tengo ya perdida. El corazón en fuego se convierte, en lágrimas los ojos, y ninguno puede tanto, que venza por más fuerte. A ti me vuelvo, amigo no oportuno, antes cruel contrario, antes tirano, robador de mis glorias importuno. Tú me traes a una y otra mano sujeto al freno, y voy a mi despecho por el fragoso y el camino llano. Condición tuya es rendir el pecho feroz; oso decir, que ya te olvidas de ella, con quien me pone en tanto estrecho. Tu arco y flechas donde están temidas? do está la ardiente hacha abrasadora de tantas almas, a tu ley rendidas? Eres tú aquel, que al padre de la Aurora, vencedor de la fiera temerosa, quebró el orgullo, y sojuzgó a deshora? Aquella diestra y fuerza poderosa, que derriba los pechos arrogantes, do está ocupada, o dónde está ociosa? Puedes vencer los ásperos gigantes, los grandes reyes abatir, trocando a un punto sus intentos inconstantes; Y no te ofendes ver ahora, cuando más tu valor mostrabas, que perdiste las honras, que ganaste triunfando? Mísero Amor, tan poco (di) pudiste, que un tierno pecho, a tanta furia opuesto, sin temor te desprecia, y te resiste? Ya conozco el engaño manifiesto, en que viví; ninguna fuerza tienes, jamás a quien te huye eres molesto. Solo en mi triste corazón te vienes a mostrar tu poder. no más, oh crudo, que ni quiero tus males, ni tus bienes. Ves este pecho de valor desnudo, abierto, traspasado, a tantas flechas hará de tu desdén un fuerte escudo. Aunque pesadas vengan y derechas, puede tanto el agravio de mi ofensa, que sin efecto volverán deshechas. No sé, cuitado, si hacer defensa será más daño; que tu dura fuerza la siento cada hora más intensa. Quien puede haber tan bravo, quien que tuerza un ímpetu tan grande, y que deshaga tu furor, cuando más furor lo esfuerza? Tan dulce es el dolor de esta mi llaga; que en sentirme quejoso soy ingrato, porque en mi pena el mal es mucha paga. Atrevido deseo sin recato, memoria, que del bien ya tuve, ufana, mueven mi lengua al triste mal, que trato, Engaño es este de esperanza vana, que piensa en sus mudanzas mejorarse, instable siempre, y sin valor liviana. No pueden las raíces arrancarse, que en lo hondo del pecho están trabadas, donde pueden del tiempo asegurarse. No esperen pues tus penas nunca usadas, ni espere, Amor, la voluntad de aquella, que las tiene en mi daño concertadas, Hacer, que de ellas yo me aparte, y de ella me olvide un punto; porque el vivo fuego, que nace de su luz serena y bella, cual siempre, me traerá vencido y ciego. SONETO LV Yerto y doblado monte, y tu luciente río, de mi zampoña conocido, cuando de los pastores el gemido canté, y mi mal con cítara doliente; Si nunca en vuestra cima y pura fuente de oír se deja mi dolor crecido; y si, por el camino, que han seguido otros, su afán llorando, voy presente; Dos bellos ojos, y un semblante honesto son causa, que cantar bien deseara el principio y los fines de las cosas. El tiempo a todo pone en ser perfecto, espero pues (si me es la edad no avara) mostrar, cuan varias son, y cuan hermosas. SONETO LVI Temiendo tu valor, tu ardiente espada, sublime Carlo, el bárbaro Africano, y el bravo horror del ímpetu Otomano la altiva frente humilla quebrantada. Italia en propia sangre sepultada, el invencible, el áspero Germano, y el osado Francés con fuerte mano al yugo la cerviz trae inclinada. Alce España los arcos en memoria, y en colosos a una y otra parte despojos y coronas de victoria; Que ya en la tierra y mar no queda parte, que no sea trofeo de tu gloria, ni le resta mas honra al fiero Marte. SONETO LVII Cual rociada Aurora en blanco velo muestra la nueva luz al claro día; cual sagrado lucero, del Sol guía, sus rayos abre y tiende al limpio cielo; Cual va Venus a honrar el fértil suelo de Cipro, y va en hermosa compañía con ella Amor, las Gracias y Alegría, que Céfiro las lleva en blando vuelo; Tal, oh más pura, esclareciente y bella al día y cielo y suelo dando gloria salisteis, aquistando mil despojos. Tendió a aquel punto Amor su red, y en ella sus alas quemó preso; y la victoria entregó de mi alma a vuestros ojos. SONETO LVIII Alegre, fértil, vario, fresco prado, tu monte, y bosque de árboles hermoso, el uno y otro siempre venturoso, que de las bellas plantas fue tocado; Betis, con puras ondas ensalzado, y con ricas olivas abundoso, cuanto eres más felice y glorioso, pues eres de mi Aglaya visitado. Siempre tendréis perpetua primavera, y del Elisio campo tiernas flores, si os viere el resplandor de la Luz mía. Ni estéril hielo, o soplo crudo os hiera; antes Venus, las Gracias, los Amores os miren, y en vos reine la Alegría. SONETO LIX Vos, celebrando al son de noble lira (insigne Soto) vuestra dulce pena, del Dauro la ribera tenéis llena, y el verde bosque, que de vos se admira; Yo aquí, do Amor en mi dolor conspira, solo en esta desierta, ardiente arena rompo mis ojos en profunda vena, y el grande Betis con mi mal suspira. Dichoso vos, que en luz de inmortal fuego de vuestra Fénix renováis la gloria, que no podrá cubrir niebla de olvido. Yo mísero, sin bien, herido y ciego avivo de mis males la memoria, desesperado, y nunca arrepentido. CANCION IIII Esparce en estas flores pura nieve y rocío blanca y serena luz de nueva Aurora, y con varios colores se vista el bosque frío de los esmaltes de la rica Flora; pues la excelsa Heliodora ya muestra su belleza, a do con alta frente da Betis su corriente, llevando al mar tendida su grandeza; y vos, lumbres del cielo, mirad felices nuestro Hesperio suelo. Rojo Sol, que el dorado cerco de tu corona sacas del hondo piélago, mirando el Ganges derramado, el Darien, la Sona, y del divino Nilo el fértil bando; si tu llegares, cuando esta serena Estrella alza al rosado cielo, dando alegría al suelo, los ojos, do está Venus casta y bella, de aquellos rayos ciego, arderás, en tus llamas hecho fuego. Luna, que resplandeces sola, fría, argentada en el callado velo tenebroso; y tu luz enriqueces en la hacha inflamada del Sol con resplandor maravilloso; si el Lucero hermoso, do el puro Amor se alienta, mirares, encendida en llama esclarecida, que a limpias almas en vigor sustenta, correrás por la cumbre con grande y siempre eterna y clara lumbre. Junta a inmensa belleza ya está la cortesía, y suma honestidad y humilde trato con valor y grandeza, en el dichoso día que el cielo largo la volvió más grato. vivo y puro retrato de inmortal hermosura, rayo de amor sagrado que a su consorte amado consigo junto en fuego eterno apura; y si parte le ofende, es que el velo mortal su bien comprende. El sacro rey de ríos, que nuestros campos baña, al bello aparecer de este Lucero cubrió los vados fríos al pie de la montaña, do vio resplandecer su Sol primero, del oro, que el Ibero en las cavernas hondas procura, y con las flores compuso en mil colores, y con perlas el curso de las ondas; y esclareciendo el cielo, esparció olor suave en torno el suelo. Las gracias amorosas con las Ninfas un coro tejieron en el claro, undoso seno; y de purpúreas rosas envueltas en el oro con ámbar oloroso y flores lleno, dulce despojo ameno del revestido prado, las guirnaldas mezclaron, y alegres coronaron el cabello sutil, crespo y dorado, que, cual de las estrellas, por el aire volaron sus centellas. El alto monte verde, que de Palas es gloria, sintiendo en sí los pies de su señora, su tristeza ya pierde, y le da la victoria aquel, do Prometeo gime y llora; y donde la sonora lira de Tracia expira; el sagrado Helicona con florida corona, y do Atlante del peso no respira; pues su cumbre sostiene la belleza, que el cielo en tierra tiene. Yo entretejer quisiera su nombre esclarecido entre la blanca Luna y Sol dorado; y su gloria pusiera en el peplo extendido, que en otra edad Atenas vio estimado; cuando el tiempo llegado Minerva es celebrada. dichoso el año y día; y es quien ve el año y día. allí herido está con asta airada el áspero Tifeo, que muerto pierde todo su deseo. Mas pues que la rudeza de este mi débil canto, causado de un deseo simple y vano, no puede a su belleza dalle la gloria, cuanto merece el valor suyo soberano, y mi intento es en vano; Cisnes, que la corriente de Betis vais cortando, el canto vuestro alzando, su nombre y gloria resonad presente; y oigan Céfiro y Flora su inmensa hermosura con la Aurora. Di humilde a esta luz pura; sufra vuestra belleza mi rústica simpleza. SONETO LX Esconde tardo Bágrada en tu seno la fiera armada de tu osada gente, y, arrancando los cuernos de la frente, pierde el orgullo, ya de esfuerzo ajeno; que a todo el ancho ponto pone freno, vengando con la aguda espada ardiente los insultos, que sufre el Occidente, el domador del Cita y Agareno. Verás la tierra presa, el mar sangriento, y al nombre de Bazán temblar medroso el corazón más bravo y arrogante; Y atado en hierro el cuello descontento, rendirse al brazo suyo poderoso cuanto abrazan el Nilo y grande Atlante. SONETO LXI Cual de oro era el cabello ensortijado, y en mil varias lazadas dividido; y cuanto en más figuras esparcido, tanto de más centellas ilustrado. Tal de lucientes hebras coronado, Febo aparece en llamas encendido; tal discurre en el cielo esclarecido un ardiente cometa arrebatado. Debajo el puro, propio y sutil velo Amor, gracia, y valor, y la belleza templada en nieve y púrpura se vía. Pensara, que se abrió esta vez el cielo, y mostró su poder y su riqueza, si no fuera la Luz de la alma mía. SONETO LXII Hacer no puede ausencia, que presente no os vea yo, mi Estrella, en cualquier hora; que cuando sale la purpúrea Aurora, en su rosada falda estáis luciente. Y cuando el Sol alumbra el Oriente, en su dorada imagen os colora; y en sus rayos parecen a deshora rutilar los cabellos y la frente. Cuando ilustra el bellísimo lucero el orbe, entre los brazos puros veo de Venus encenderse esa belleza. Allí os hablo, allí suspiro y muero. mas vos, siempre enemiga a mi deseo, os mostráis sin dolor a mi tristeza. ELEGIA VI De aquel error, en que viví engañado, salgo a la pura luz, y me levanto tal vez del peso, que sufrí cansado. Pudo mi desconcierto crecer tanto, que anduve de mi mismo aborrecido, sujeto siempre a la miseria y llanto. Ya vuelvo en mí, y contemplo, cuan perdido rendí el lozano corazón sin miedo a los dañados gustos del sentido. Mas sé, que , aunque me esfuerzo, apena puedo abrazar la razón; porque el engaño no se me aparta de la vista un dedo. Y no me vale, aunque en mi bien me engaño, pensar quien soy, ni deducir del cielo la clara origen contra un dulce daño. Cuán mal se limpian del corpóreo velo las manchas, y cuán tarde se desata de su pasión quien anda en este suelo! Mil buenos pensamientos desbarata la ocasión a deleites ofrecida, cuando menos el hombre se recata. Mas estos son peñascos de la vida, do se rompe la nave en mar ondoso, si no va con destreza bien regida. Quien es tan temerario y desdeñoso, que se entregue a la muerte en esperanza del caso siempre incierto y peligroso? Quien quisiera hartarse en la venganza de mis males, hallara a su deseo colmada la medida sin mudanza; Si, conociendo yo mi devaneo, no diera al vano gusto de la mano, y alzara de la tierra al fiero Anteo. Grande trabajo es, aunque no es vano, querer mudar una costumbre larga; grande es, pero es el premio soberano. Traje en los hombros esta grave carga sin reposar, como otro nuevo Atlante, en quien del cielo el peso todo carga. No soy después del daño tan constante, que no tiemble en pensar lo que sufría, y de mi obstinación que no me espante. Ahora voy por una llana vía a la seguridad del bien, que sigo, do no acertar será desdicha mía. Considero apartado yo conmigo del rojo Sol la inmensa ligereza, y en cuanto infunde su calor amigo; La tibia instable Luna, la grandeza del ancho mar, su vario movimiento; el sitio de la tierra y su firmeza. Juzgo, cuanto es el gusto y el contento de gozar la belleza diferente, que en sí contiene este terrestre asiento; Y cuan dulce es vivir alegremente espacios largos de una edad dichosa, y contemplar tan alto bien presente; Do en esta vista y luz maravillosa el ánimo encendido ensalce el vuelo a la profunda claridad hermosa; Y allí se afine de aquel torpe velo, que en sí lo trajo opreso; y no le impida la gruesa niebla y el error del suelo. Cuánta miseria es perder la vida en la purpúrea flor de la edad pura, sin gozar de la luz del Sol crecida! Cuán vana eres humana hermosura! cuán presto se consume y se deshace la gracia y el donaire y compostura! La bella virgen, cuya vista aplace, y regala al sentido, en tiempo breve al mismo, que agradó, no satisface. No así tan presto aparta el viento leve, y disipa las nieblas, y el ardiente Sol desata el rigor de helada nieve; Como a la tierna edad la flor luciente huye, y los años vuelan, y perece el valor y belleza juntamente. Cuán breve, y cuán caduca resplandece nuestra gloria! cuán súbito, en el punto que deleita a los ojos, desparece! Mas oh si ser pudiese, que este punto de breve vida alegres en sosiego gozásemos sin miedo y dolor junto. Cual, de ambición y de avaricia ciego, surca el piélago inmenso peregrino, y ve del Sol más tarde el claro fuego. Cual, ardiendo en furor de Marte indigno, arma el osado pecho en duro hierro contra el estrecho deudo y el vecino. Cual, de si mismo puesto en un destierro, niega su voluntad por otra ajena, y sigue inferior el mayor hierro. Lisonjeros halagos, dulce pena, buscado mal del desvarío humano traen de gusto la esperanza llena. Ningún monte, o desierto, ningún llano, a do pueda llegar gente atrevida, nos tendrá libres del error profano. Ira, miedo, codicia aborrecida nos cercan, y huir no es de provecho, que las llevamos siempre en la huida. Incierto y congojoso tiene el pecho, quien espera, no goza ni sosiega, si sus vanos contentos no ha deshecho. Quien sabe en que se goza, y nunca entrega su buena dicha en el poder ajeno, de la virtud a la alta cumbre llega. Estos deleites, tras quien fui sin freno, que al fin tan caro cuestan, me trajeron siempre de confusión y temor lleno. Ni fueron firmes, ni fieles fueron, dañáronme huyendo; y si hubo alguno, que no, huyó con cuantos me huyeron. Seguro gozo puede ser ninguno, ninguno puede ser perpetuo, en cuanto la tierra cría, y cerca el gran Neptuno. Sola Virtud, tú sola puedes tanto, que el gozo dar perpetuo, y bien seguro puedes, si en amor tuyo me levanto. Lugar puede hallarse tan oscuro, do se esconda algún tiempo el error cierto, mas sale a fuerza al cabo al aire puro. La vergüenza del propio desconcierto, el miedo, vengador de nuestras penas, nos muestran nuestra falta en descubierto. El delito y las culpas son ajenas de nuestra condición, pero nacimos con mil flaquezas de miseria llenas; Y tan mal nuestros bienes conocimos, y dimos tanta mano al torpe gusto, que solos sus regalos admitimos. Do está el deseo ya del honor justo? do el amor verdadero de la gloria? do contra el vicio el corazón robusto? Gran hazaña es gozar de la victoria del bravo contendor, y los despojos guardar para blasón de la memoria; Pero es mucho mayor ante los ojos, que miran bien, por la no usada senda caminando entre peñas y entre abrojos Sobrepujar en áspera contienda sus contrarios, y verse en la ardua cumbre, do no alcance el nublado, ni la ofenda. Mas quién podrá subir sin viva lumbre? quién sin favor que aliente su flaqueza, y la alce de esta grave pesadumbre? Si yo pudiese bien en tu belleza fijar mis ojos, Musa soberana, y contemplar cercano tu grandeza; Del ciego error y multitud profana, que se entorpece en la tiniebla oscura, no seguiría la opinión liviana. Antes con voluntad libre y segura, abrasado en tu amor, ocuparía la vida en admirar tu hermosura. Y aquí, do el Betis desigual varía el curso, y vuelve y trueca la creciente, un apartado puesto escogería. Do la ambición de tanta errada gente, los deseos injustos, la esperanza, dulce engaño del ánimo doliente; En este estado, libre de mudanza, no podrían turbarme del sosiego, que en la discreta soledad se alcanza. Rompa los senos otro del mar ciego con prestas alas de su osada nave, do no se aventuró Romano, o Griego; Llegue, do el sacro Océano se trabe con el piélago Austral, y no cansado cerque el golfo, que el hielo torna grave; Que bien puede alabarse confiado de haber visto, tratado y conocido, y mil varios peligros allanado; Pero no habrá gozado, ni entendido los bienes, que el silencio en el desierto da a un corazón modesto y bien regido, fuera de todo humano desconcierto. EGLOGA VENATORIA De aljaba y arco tu Diana armada, que por el monte umbroso y extendido fatigas a las fieras presurosa, huye del alto Ladmo desdichada, donde tu cazador duerme escondido; que ya otra cazadora más hermosa persigue impetuosa al jabalí espumoso y enojado; que ya otra más hermosa cazadora al ciervo sigue ahora. si Endimión la viere, tu cuidado, venciendo de la fiera la braveza, te dejará por ella con tristeza. A Endimión no dejes tu Diana, queda con él, no siga al amor mío. tu amor, Endimión esté contigo. en la callada noche, en la mañana, al Sol ardiente, al importuno frío mi dulce cazadora esté conmigo. este bosque es testigo, cuantas veces la llamo y busco en vano. la Aurora me oye sola sin su amante, y se ofrece delante, cuando espera las fieras en lo llano. suspira ella su amor, yo lloro el mío, si al monte mira, yo a mi valle y río. Hermosa cazadora, que has llevado del frío bosque mi herido pecho con el cabello de oro suelto al viento, y de flores y rosas coronado; eres Napea de este valle estrecho, que alcanza con ligero movimiento al jabalí sediento, y del ciervo la planta voladora? que tu paso, y tu voz, y tu belleza más que mortal grandeza descubre a tu Menalio, que te adora. tal va Cintia con traje soberano, y enciende en fuego al amador Silvano. Qué dios, oh Clearista, te ha ofrecido a mis ojos, corriendo yo una fiera sin cuidado de Amor; y vista luego te me llevó, dejándome perdido, porque en llama inmortal ardiendo muera? de tus luces probó el tirano ciego con mi daño su fuego. mas tú habites el bosque oscuro y prado, o la tendida selva de este río, jamás del pecho mío se apartará el Amor, que me ha abrasado, el bosque y prado del amor testigo, a amarte aprenderá también conmigo. O la ligera garza levantando mire al halcón veloz y atrevido, o espere al jabalí cerdoso y fiero, o la aura entre los árboles gozando; con silencio y voz muda en lo escondido del pecho solo lloraré primero el dolor, en que muero. sin ti el feroz caballo, el rayo ardiente del imitado trueno, y la sabrosa caza, me es enojosa, pues tú me dejas mísero y doliente. todo me agradará, y será mi gloria, si vuelves, y de mi tienes memoria. Por qué huyes, y quieres que sin lumbre en estas breñas muera con tormento, y no miras tu amante, que te llama? baja de esa fragosa y alta cumbre; que, según el ruido grave siento, por entre una y otra espesa rama, que las hojas derrama, un feroz jabalí se ha recogido. con el arco en la blanca y tierna mano baja, que antes, que al llano llegues, atravesado, y extendido de mi venablo, y muerto, la espumosa cabeza, llevarás victoriosa. No fíes, Clearista, en tu belleza, que vendrá el día, en que las hebras de oro mude la edad ligera en blanca plata. antes muera, que vea tu tristeza. mas para que suspiro triste, y lloro por quien a mis querellas es ingrata? si tu dureza mata a quien te sigue, aquel, que te aborrece, qué pena habrá, que iguale con su culpa? pero quién no me culpa, pues sigo solo el mal, que se me ofrece? suspenso en el amor y en el deseo, al fin doy en un ciego devaneo. Mas vos Amores, rojos dulcemente, dejad las ondas claras de Citera, y a mi Ninfa herid con vuestra llama; que su hermosa flor perder no siente sin fruto inútil en la edad primera. y tú Latonia, pues Amor te inflama, cuando el monte te llama por el dormido amante, y ya el tormento conoces del Amor; si he venerado tus aras, y colgado del jabalí terrible y violento la alta frente, y del ciervo la ramosa, muéstrate a mis dolores piadosa. Si contigo viviera, Ninfa mía, en esta selva, tu sutil cabello adornara de rosas, y cogiera las frutas varias en el nuevo día; las blancas plumas del gallardo cuello de la garza ofreciendo, y te trajera de la silvestre fiera los despojos, contigo recostado, y en la sombra cantando tu belleza; y en la verde corteza de la frondosa encina mi cuidado extendiendo, conmigo lo leyeras, y sobre mí las flores esparcieras. Ah cuantas veces entre aqueste juego a tu cuello los brazos rodeara! y en tus ojos mis ojos encendiendo, cuando más descuidada de mi fuego, a tu boca el espíritu hurtara, mi espíritu en el tuyo convirtiendo, dulcemente muriendo. esto preciara más, que ver el vuelo del halcón, más que dar de un golpe muerte al jabalí más fuerte, o alcanzar por el ancho y largo suelo junto a la agua herido y sin aliento el ciervo, que atrás deja el presto viento. No dudes, ven conmigo, Ninfa mía. yo no soy feo, aunque mi altiva frente no se muestra a la tuya semejante. mas tengo amor, y fuerza y osadía, y tengo parecer de hombre valiente; que al cazador conviene este semblante robusto y arrogante. iremos a la fuente, al dulce frío, y en blando sueño puestos al ruido del murmurio esparcido de la agua, tú en mis brazos, amor mío, y yo en los tuyos blancos y hermosos, a los Faunos haría envidiosos. Mas si te agrada, y oh si te agradase, ven conmigo a esta sombra, do resuena la aura en los ciclamoros revestidos de hiedra; do se vio jamás que entrase alzado el Sol con luz ardiente y llena. aquí hay álamos verdes y crecidos, y los pobos floridos, y el fresco prado riega la alta fuente con murmurio suave y sosegado. aquí el tiempo templado te convida a huir el Sol caliente. ven Clearista, ven ya Ninfa mía, este prado te llama y fuente fría. SONETO LXIII Error fue vano disponer el pecho, enseñado al dolor de Amor esquivo, a nueva libertad; que al fin cautivo vuelvo, no sé si diga, a mi despecho. Pudo traerme el crudo a tal estrecho, que abrió en la fuerza de un semblante altivo la vena, que de nuevo en fuego vivo encendió al corazón, ya un hielo hecho. Mas qué mucho? no vemos inflamarse un pedernal herido, y encontrado un hierro en otro despedir centellas? Como puede mi pecho no abrasarse al golpe del Amor, si está tocado siempre en el fuego de mis dos estrellas? SONETO LXIIII Ya que el sujeto reino Lusitano inclina al yugo la cerviz paciente; y todo el grande esfuerzo de Occidente tenéis, sacro Señor, en vuestra mano; Volved contra el suelo hórrido Africano el firme pecho y vuestra osada gente; que su poder, su corazón valiente, que tanto fue, será ante el vuestro en vano. Cristo os da la pujanza de este imperio, para que la fe nuestra se adelante, por do su santo nombre es ofendido. Quién contra vos, quién contra el reino Hesperio bastará alzar la frente, que al instante no se derribe a vuestros pies rendido? SONETO LXV Ya el rigor importuno y grave hielo desnuda los esmaltes y belleza de la pintada tierra, y con tristeza se ofende en niebla oscura el claro cielo. Mas, Pacheco, este mismo hórrido suelo reverdece, y pomposo su riqueza muestra; y del blanco mármol la dureza desata de Favonio el tibio vuelo. Pero el dulce color y hermosura de nuestra humana vida, cuando huye, no torna; oh mortal suerte, oh breve gloria! Mas sola la virtud nos asegura; que el tiempo avaro, aunque esta flor destruye, contra ella nunca osó intentar victoria. SONETO LXVI Esta rota y cansada pesadumbre, osada muestra de soberbios pechos; estos quebrados arcos y deshechos, y abierto cerco de espantosa cumbre; Descubren a la ruda muchedumbre su error ciego, y sus términos estrechos; y solo yo en mis grandes males hechos nunca sé abrir los ojos a la lumbre. Pienso, que mi esperanza ha fabricado edificio más firme; y aunque veo que se derriba, sigo al fin mi engaño. De qué sirve el juicio a un obstinado, que la razón oprime en el deseo? de ver su error, y padecer más daño. SONETO LXVII Oh breve don de un agradable engaño, dulce mal del contento aborrecido, cuán presto pierdes el color florido, y muestras los despojos de tu daño! El oro vuelto en plata un blanco paño cubre, y el color vivo y encendido de los ojos, sin fuerza ya y perdido, de tu vencido orgullo es desengaño. Acabas, y tu dura tiranía; y al fin si acabas, mueres con victoria de nuestro error en devaneo tanto. Mas quien por ti se olvida, y desvaría del camino, perece sin memoria con mayor culpa en un perpetuo llanto. CANCION V Inclinen a tu nombre, oh luz de España, ardiente rayo del divino Marte, Camilo, y el belígero Africano, y el vencedor de Francia y de Alemania la frente armada de valor y de arte; pues tú con grave seso y fuerte mano por el pueblo Cristiano contra el ímpetu bárbaro sañudo pusiste osado el generoso pecho. cayó el furor ante tus pies desnudo, y el impío orgullo Vándalo deshecho, con la fulmínea espada traspasado, rindió la acerba vida al fiero hado. De ti temblaron todas las riberas, todas las ondas, cuantas juntamente las columnas del grande Briareo miran: y al tremolar de tus banderas torció el Nilo medroso la corriente, y el monte Libio, a quien mostró Perseo el rostro Meduseo, las cimas altas humilló rendido con más pavor, que cuando los gigantes, y el áspero Tifeo fue vencido. prostráronse los bravos y arrogantes, temiendo con espanto y con flaqueza el vigor de tu excelsa fortaleza. Pero en tantos triunfos y victorias, la que más te sublima y esclarece, de Cristo oh excelso capitán, Fernando, y remata la cumbre de tus glorias, con que a la eternidad tu nombre ofrece; es, que peligros mil sobrepujando, volviste al sacro bando, y a la Cristiana religión trajiste esta insigne ciudad y generosa; que en cuanto Febo Apolo de luz viste, y ciñe la grande orla espaciosa del mar cerúleo, no se ve otra alguna de más nobleza y de mayor fortuna. Cubrió el sagrado Betis de florida púrpura y blandas esmeraldas llena y tiernas perlas la ribera ondosa, y al cielo alzó la barba revestida de verde musgo; y removió en la arena el movible cristal de la sombrosa gruta, y la faz honrosa, de juncos, cañas y coral ornada, tendió los cuernos húmedos, creciendo la abundosa corriente dilatada, su imperio en el Océano extendiendo; que al cerco de la tierra en vario lustre de soberbia corona hace ilustre. Tú después que tu espíritu divino, de los mortales nudos desatado, subió ligero a la celeste alteza, con justo culto, aunque en lugar, no digno a tu inmenso valor, fuiste encerrado; hasta que ahora la real grandeza con heroica largueza en este sacro templo y alta cumbre trasfiere tus despojos venerados. do toda esta devota muchedumbre, y sublimes varones, humillados honran tu santo nombre glorioso, tu religión, tu esfuerzo belicoso. Salve oh defensa nuestra, tú que tanto domaste las cervices Agarenas, y la fe verdadera acrecentaste. tú cubriste a Ismael de miedo y llanto y en su sangre ahogaste las arenas, que en las campañas Béticas hollaste. tú solo nos mostraste entre el rigor de Marte violento, entre el peso y molestias del gobierno juntas en bien trabado ligamento justicia, piedad, valor eterno ; y como puede, despreciando el suelo, un príncipe guerrero alzarse al cielo. SONETO LXVIII Yo bien pensaba, cuando el desdén justo refrió en duro hielo el fuego ardiente del corazón, y con osada frente se opuso contra Amor fiero y robusto; Que no bastara a derribarme el gusto, ni a torcerme el intento otro accidente; que ya me conocía diferente, y libre de un tirano tan injusto. Mas al primer sonido del asalto desamparo la fuerza, y el escudo rindo y armas temblando antes del hecho. Bien sé que , en lo que debo a la honra, falto; mas el temor, que de ella está desnudo, y otra fuerza mayor vencen mi pecho. SONETO LXIX Pongan en tu sepulcro, oh flor de España, la virtud militar y la victoria grandes ciudades presas en memoria, y todo el noble mar, que a Grecia baña. Tú solo, tú con singular hazaña ganaste vencedor tan alta gloria, que las voces se cansan de la historia, que tus ínclitos hechos acompaña. El furor de Otomano quebrantado será justo despojo, que esculpido en lengua de la fama alce tu nombre Con tal blasón; valor nunca domado, ingenio y arte hacen, que vencido no pueda ser del tiempo un mortal hombre. SONETO LXX Solo y medroso, del peligro cierto, que en la guerra de Amor temido había, con fortuna mejor tarde huía en tanta tempestad seguro al puerto. Mas en el paso del camino incierto, cuando con más descuido proseguía, Amor, que en vuestros ojos me atendía; de un golpe atravesó mi pecho abierto. Y antes, que yo pudiese de mi pena alabar la ventura, envidioso huyó con vos, y me dejó perdido; Cual huye el Parto, do el Éufrates suena, y revuelve el caballo presuroso, dejando al fiero contendor herido. SONETO LXXI Del fresco seno ya la blanca Aurora perlas de hielo puras esparcía, y con serena frente alegre abría el esplendor suave, que atesora; El lúcido confín de Euro y de Flora con la rosada llama, que encendía Delio aún no rojo, al tierno y nuevo día esclarece y esmalta, orla y colora; Cuando sale mi Luz, y en Oriente desmaya el vivo lustre; oh vos del cielo vagas lumbres, si tanto se consiente, Digo con vuestra paz, que en mortal velo pareció más que vos bella y fulgente mi Luz, que honora el rico, Hesperio suelo. SONETO LXXII Amor en mí se muestra todo fuego, y en las entrañas de mi Luz es nieve. fuego no hay, que ella no torne nieve, ni nieve, que no mude yo en mi fuego. La fría zona abraso con mi fuego, la ardiente mi Luz vuelve helada nieve. pero no puedo yo encender su nieve, ni ella entibiar la fuerza de mi fuego. Contrastan igualmente hielo y llama; que de otra suerte fuera el mundo hielo, o su máquina toda viva llama. Mas fuera; porque ya resuelto en hielo, o el corazón desvanecido en llama, ni temiera mi llama, ni su hielo. ELEGIA VII Si el presente dolor de vuestra pena sufre escuchar de la pasión, que siento, esta mi Musa de dulzura ajena; Estad, Señor, un breve espacio atento a las llorosas lástimas, que canto solo, puesto en olvido y descontento. Que si yo puedo declarar bien, cuanto estrago hace Amor en mis entrañas, no será en vano mi quejoso llanto. Mas cómo las crudezas y hazañas del fiero usurpador de la alma mía decir podré, y sus vueltas siempre extrañas? Seguro, alegre, en quietud vivía con libertad y corazón ufano, mostrando contra Amor grande osadía. Pensaba, mas al fin pensaba en vano, que contra la dureza de mi pecho no pudiera el rigor de este tirano. No me valió; que al cabo a mi despecho rendí a su yugo el quebrantado cuello, y fue mi orgullo sin valor deshecho. Un sutil hilo pudo de un cabello, más bello que la luz del Sol dorado, traerme preso sin jamás rompello; Y unos ojuelos de color mezclado, que prometen mil bienes, sin dar uno, tomaron el imperio en mi cuidado. Vilos, y me perdí, mas oh importuno remedio, que no viéndolos me pierdo del mayor mal, que tuvo amante alguno. El seso pierdo, cuando estoy más cuerdo. pero Amor es furor. quien no está loco, dirá, que hablo sin algún acuerdo. Las cosas, que de amor apunto y toco, no alcanza esa profana y ruda gente; vos sí, que de su mal no sabéis poco. Yo voy por un camino diferente en los males que tengo, y nunca espero sanar de este dolor, que la alma siente. Al bien medroso, al mal osado y fiero, y estoy de gloria y ufanía lleno, cuando en la fuerza del tormento muero. Si puedo alguna vez hallarme ajeno de mi pasión, ocupo la memoria; en cuan poco merezco, lo que peno. No cabe en mí pensar que tanta gloria se debe a mi dolor; ni que se entienda de mis afanes la dichosa historia. No hallo ya razón, que me defienda de perdición, pues corro tras mi engaño, y me despeño sin cobrar la rienda. de un día en otro voy al fin del año, desvanecido y lleno de esperanza, sin abrazar el claro desengaño. Pienso y entiendo, que hacer mudanza podrá valerme, mas la cruda vira de Amor o cerca, o lejos todo alcanza. Mil veces contra mí me pongo en ira, y culpo mi temor y mi flaqueza, que del honrado intento me retira. Mas quién tiene tan grande fortaleza? quién ve libre del mal aquel semblante y pura flor de angélica belleza? No soy peña, ni duro diamante; tal furor tierno vive en estos ojos, que de su luz se enciende en un instante. Pequeños son, no alcanzan mis enojos a merecer la gloria del mal mío, ni verse juntos entre sus despojos. Nevoso invierno y abrasado estío destruyen mi esperanza de tal suerte, que me mata el calor, y acaba el frío. Mas, que otro pudo ser, mi pecho es fuerte, pues no fallece en tal dolor, sufriendo los extremos efectos de la muerte. Cual suele Febo aparecer, trayendo la luz, y los colores a las cosas, cuando del sacro mar sale luciendo; Tales sus dos estrellas gloriosas dan a mi alma claridad divina, que me enciende en mil llamas amorosas. Y cual se muestra el cielo, si declina la luz, y con la sombra tenebrosa el horror de la noche se avecina; Tal yo, sin su beldad maravillosa, estoy confuso y lleno de recelo, desierto y triste en soledad penosa. Las ricas hebras del dorado velo vencen a las que cercan a Ariana en el eterno resplandor del cielo. Cuánto me engaña esta esperanza vana en contar de mi afán la triste historia, y el desdén de mi Estrella soberana! No sufre mi fortuna tanta gloria, que espere merecer alguna parte de mi dolor lugar en su memoria. El fiero estruendo del sangriento Marte, de que tiembla medroso el Lusitano, atónito de tanto esfuerzo y arte; Incita este mi canto humilde y llano en su alabanza, pero apena puedo juntar las Musas al furor insano. Otro, que tenga espíritu y denuedo, podrá cantar igual a tan gran hecho; que yo en decir mis males estoy ledo. El dolor, que padece vuestro pecho, permita, y la serena luz ardiente, y el oro, que os enlaza en nudo estrecho, Que yo, oh sublime gloria de Occidente, ose mostrar en este rudo canto lo que el deseo publicar consiente. Que si, como pretendo, yo levanto la voz, el Indo extremo, el Lapon frío, y aquel, que el alto Febo abrasa tanto; Y quien habita el Amazonio río honrarán vuestro nombre generoso, admirados de oír el canto mío. Cuando será aquel día, en que el hermoso rayo de Amor y celestial Lucero hiera este campo y río venturoso? Betis, que al grande Océano ligero con curso ufano contrastar porfías, sin espantarte su semblante fiero; Con creciente mayor, que la que envías, rebosa, y salgan del ondoso seno tus Ninfas a ayudar las voces mías. Descubra el cielo el resplandor sereno, y virtud nueva infunda a tu ribera, y al campo de mis flores siempre lleno. La luz de hermosura verdadera, por quien suspira el venturoso amante, por quien en esperanza desespera; Con pura faz de rosas, semejante a la bella y divina cazadora, se te muestra, y ya casi está delante. Pinta pues variando, orna y colora de perlas y esmeraldas tus cristales, y tus arenas enriquece y dora; Y ciñe con mil ramos de corales la venerable frente, a cuya alteza son los más grandes ríos desiguales; Y ofrece humildemente a su belleza los nobles dones, que abundante cría de tu fértil corriente la riqueza; Venid, diciendo, ya Señora mía, merezca ya por vos aquesta tierra el bien, que mereció esa tierra fría. En esta parte el largo cielo encierra (tanto puede alcanzar la suerte humana) cuanto aparta de otras y destierra. Sola vuestra grandeza soberana le falta, para ser siempre dichosa, venid pues, oh clarísima Diana. Este prado y ribera venturosa, este bosque, esta selva y esta fuente os llama y os suspira deseosa. Ceñid vuestra serena y limpia frente de este florido cerco, entrelazado de los ricos esmaltes de Oriente. Humilde don, más debe ser preciado; que yo doy solo a vos estos despojos, a pagar mayor censo condenado. Ya son eternas flores los abrojos, y el frío invierno vuelto ya en verano con la cercana luz de vuestros ojos. En medio de este abierto y fértil llano alzará de mis Ninfas todo el coro un templo a vuestro nombre soberano. Y con guirnaldas en las hebras de oro tejerán vueltas, y traerán consigo las que en sus ondas cría el seno Moro. Y todas juntas cantarán conmigo del sagrado himeneo en alabanza, de que el cielo ha querido ser testigo. Venid, oh gloria nuestra y esperanza; deshaga vuestra vista el sentimiento de quien tanto se ofende en la tardanza. Mas dónde me arrebata el pensamiento? do en tan alta grandeza me levanto con vano y temerario atrevimiento? Vos tenéis, gran Marqués, de esto, que canto, la culpa, y me hicisteis atrevido; que yo de mí no pienso, ni oso tanto. Mi ruda Musa solo en mi gemido se ocupa y en memoria de los daños, que a tan mísero estado me han traído. Sabrosa perdición, dulces engaños, siempre temido mal, eterna pena, que sufrí triste de mis tiernos años, Dieron la gloria de desdichas llena al simple canto, a cuya rustiqueza abrió el Amor una profunda vena. Mas para celebrar la gran belleza de la inmortal Diana y su luz pura, y del mucho amor vuestro la grandeza, ni puedo, ni merezco tal ventura. SONETO LXXIII Tú, que con la robusta y ancha frente y grandes hombros sustentaste alzado, rey Africano, todo el consagrado cerco de las estrellas reluciente; Y tú, que cuando Atlante temblar siente la inmensa carga, sin doblar cansado el vigor de tu cuello, levantado sufriste tanto peso osadamente; Yo no os envidio, aunque en la grandeza y en valor desigual; porque el sereno cielo y estrellas, do el Amor se cría; Y donde reina eterna la belleza, sostuve glorioso y de bien lleno, cuanto sufrió la corta suerte mía. SONETO LXXIV Donde el dolor me lleva, vuelvo el paso tan cansado y perdido, que no tengo para arribar fuerza, y nunca vengo a conceder holganza al cuerpo laso. El mal me sigue de uno en otro paso, perpetuo y grave, tal, que lo sostengo solo por entender, que en mí me vengo de cuanta pena por Amor yo paso. Si en este afán, que ha de acabarse tarde, osara esperar bien, fuera descanso dulce y regalo mi mortal congoja. Mas ya remedio no vendrá, que guarde el corazón caído; y más me canso, cuando el trabajo intenso en algo afloja. SONETO LXXV Sigo por un desierto no tratado, sin luz, sin guía, en confusión perdido, el vano error, que solo me ha traído a la miseria del más triste estado. Cuanto me alargo más, voy más errado, y a mayores peligros ofrecido. dejar atrás el mal me es defendido; que el paso del remedio está cerrado. En ira enciende el daño manifiesto al corazón caído, y cobra aliento, contra la instante tempestad osando. O venceré tanto rigor molesto, o en los concursos de su movimiento moriré, con mis males acabando. SONETO LXXVI El triste afán del corazón doliente con la memoria de mis males llena voy repitiendo por tu sola arena, sacro rey de las aguas de Occidente. Las ondas acreciento a tu corriente, socorriendo a tu curso con la vena de mis ojos llorosa, y junto suena el suspiro, que esfuerza a la creciente. Al fin gasto el humor, y cesa el viento, y exhala el fuego con incendio tanto, que de húmedo te hace ardiente río. En vano intentas a este encendimiento resistir; pues no pudo el grave llanto, quebrantar su rigor, del dolor mío. SONETO LXXVII Cese tu fuego, Amor, cese ya, en tanto que respirando de su ardor injusto, pruebo a sentir este pequeño gusto de ver mi rostro humedecido en llanto. Que nunca el alto Etna con espanto los grandes miembros y el rebelde busto del impío, que cayó con rayo justo, puede encender, ni nunca encendió tanto. No amortiguan mis lágrimas tu fuego, antes avivan su furor creciendo, aunque venzan del Nilo la corriente. Si suelto en agua rompo el nudo luego, que más te agrada desatallo ardiendo? es menos mal lo que es más diferente? SONETO LXXVIII Amor, en un incendio no acabado ardí del fuego tuyo, en la florida sazón y alegre de mi dulce vida, todo en tu viva imagen trasformado. Y ahora (oh vano error) en este estado, no con llama en cenizas escondida, mas descubierta, clara y encendida, pierdo en ti lo mejor de mi cuidado. No más, baste, cruel, ya en tantos años rendido haber al yugo el cuello yerto, y haber visto en el fin tu desvarío. Abra la luz la niebla a tus engaños, antes que el lazo rompa el tiempo, y muerto sea el fuego del tardo hielo mío.