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Hay además algún intento de narración larga, como los cinco capítulos de la "novela" inconclusa Fray Antonio, cuyo protagonista es un fogoso joven que ama a todas las mujeres y por eso no puede poseer a ninguna; su amor se sublima en la vocación religiosa y en la fusión panteísta con la naturaleza. El poeta se identifica con los anhelos y frustaciones del personaje.
Prólogo: larga descripción del paisaje. Aparece un niño abandonado que se encuentra con un hombre mayor, quien le envía a un convento cercano. 1: descripción de un jardín. 2: se presenta a Antonio, algunos detalles de su pasado y sus problemas actuales. 3: descripción de la mañana. Antonio ama a tres mujeres. Realiza una oración y se insinúa una aparición del demonio. 4: se presentan ideas sobre música y sobre las amantes. 5: amigo de Antonio muere. Antonio acude al funeral, donde el cadáver ya está parcialmente descompuesto. Antonio vuelve solo por la ciudad nevada, donde cree que es perseguido, sin que vea a nadie, por lo que finalmente tiene un ataque nervioso.
Todo lo que os cuentan de los peregrinos espirituales será verdad... Las almas que no tengan en su corazón la piedad para los atormentados de ser de existir y tener por fuerza que seguir el eterno camino en contra de sus sentimientos. Los que no sientan agobio y tristeza dulce ante esas vidas tronchadas por los vientos de la multitud y de lo imbécil. Los que no comprendan el porqué del porqué... no podrán nunca creer que hay almas briosas del amor que no existe que, al encontrarse solas con su carne y con sus pensamientos, ven lo imposible de lo imposible y se llenan de terror y de miedo a lo que vendrá. Las leyes de la naturaleza son una para cada hombre adoptando siempre matices distintos y sembrando dudas por todas partes. Los hombres no pueden ni podrán jamás dar la norma de la verdad y del bien, porque no tienen ni aún presienten la eterna luz. Siguen su camino hacia la muerte sin haber meditado para qué vinieron a la tierra y qué papel tienen que representar... y, abrazándose a las misericordiosas leyendas que les dan la probabilidad del consuelo, van hacia el fin. Pero hay otros que preguntan preguntan y quieren creer y no creen y se espantan de la vida y de los espíritus de hipocresías, y se retuercen de amores que los demás no saben y llegan en su dolor grandioso a ser enamorados de ideas y deseos que consumen su carne con maceraciones infinitas... Porque la naturaleza tiene momentos angustiosos en los hombres que los hace olvidar de todo para ser nada y los llena de temores y de indecisiones crueles... Además hoy el mundo está hecho para que vivan unos cuantos y se los llame perfectos, sin notar que la perfección es una imperfección según canta la naturaleza y la vida... Estamos bajo la aplastante y silenciosa canción del creer y no creer y no podemos dar la sentencia severa de lo que es y lo que debe ser. Todo lo ruin que tenemos dentro reina por nuestros caminos, la red absurda cada día se aprieta más. Los cielos continúan con sus eternos colores, cada día está más lejos la lluvia de fuego, pero también lo está la eterna alborada de amor humano. Si queréis saber una vida de tantas llenas de sufrimientos, de dudas y de pesimismos, leed esta vida de Fray Antonio de la Purificación, edificante por su amor inmenso y desconsoladora por su gran melancolía. Los antiguos juglares aún pasean por las alamedas del ensueño, envueltos en sus rojas capas de corazón. Los parques con sus almas de cisnes y de lujurias sublimes encierran en relicarios aquellos espíritus que dejaron en la tierra mística luz. Los grandes pensamientos rugen sobre la enorme balumba plateada de las nubes. Por los amaneceres de rosa y blancor indecisos vagan los antiguos poetas con sus ánforas de risas y lágrimas. En los misterios románticos de los ríos, los que pasaron desconocidos estrujan la fresca miel azul de sus pensamientos. Por los valles dulcísimos llenos de heniles, de yedras, de madreselvas, de espigas y de esquilas ingenuas aún pasean las cabalgatas de pastores que Virgilio y Horacio soñaron. Por los montes de azul y oro y entre el brotar de las aguas teñidas de luz duermen las Doroteas y las Susanas y revive la Arcadia feliz. Don Quijote está recorriendo su eterno camino sin fin. Aún suenan los gritos de Jesús y de Elena y ya se siente el inmenso clamor del mar saludando al Anticristo... Los geniales amadores merodean en la noche por los campos ilusorios de los grandes. San Juan de la Cruz está preguntando a un rosal por su Amado y Juana la Loca tiene su trágica y negra mirada puesta en el más allá imposible. Vida no es pasear por esta miseria con los ojos puestos en un pensamiento ridículo... sino tener muy arriba el corazón mirando hacia todas partes y soñando siempre con lo dulcemente adorable... Soñad que bajo el añilado dosel de Grecia surge un nuevo Partenón y soñad que la deslumbradora antorcha infinita nos habla de la gran vida. Y soñad que al fin hemos salido del pozo inquietante y que estamos contemplando el paisaje de la verdad... Fray Antonio de la Purificación soñó con lo imposible y lo imposible se lo tragó. Fray Antonio de la Purificación fue un dulce místico de la carne, que desapareció en la bruma de lo desconocido, lleno de bien y de perversión. Fray Antonio de la Purificación no encontró sobre la tierra lo que ansiaba su alma, ni en lo más espiritual que poseemos... Pasó su cuerpo por aquí, no su alma que ahora estará soñando en la eternidad.. Yo que lo conocí lo quisiera cantar muy apasionado... no sé si podré... porque en nuestras ideas y en las ideas mundiales no caben ciertas vibraciones de otros espíritus que son los verdaderos y por lo tanto los que son despreciados por todos los hombres. Yo soy un pobre juglar enamorado que quiere contaros una historia... de tortura espiritual... Ya destapo mi lira humildísima... Escuchad la canción y después o reír o llorar... o meditad o despreciad... vuestros corazones os dirán lo que sois... pero yo os digo que dichosos los que podáis reír, porque en vosotros está la terrena felicidad.
Una vida es una luz y una sombra muy difícil de mirar. Ningún carácter tiene definición precisa porque existen las emociones y las divinas pasiones, que cambian de rumbo a las almas. Muchas veces los grandes observadores son equivocados porque en lo íntimo nadie penetra... Nada dicen las acciones porque en la mayoría de los casos van encaminadas a conseguir un fin material... Únicamente se adivina verdad cuando nos hablan los corazones escondidos de los que [palabra ilegible] en la medianoche de nuestras conciencias...
Llegaba sobre los campos quietos y espléndidos una dulce brisa crepuscular. Era una mañana de mayo y el color admirable del aire se había hecho esencias tranquilas. En un prado verde bordado de margaritas y flores silvestres un rebaño rumoreaba al son de la esquila la magnífica soledad del momento. Alguna vez pasaban campesinos de tipos indefinidos y extraños y pasaban vacas y mulos que se perdían en el vértice de la carretera... En el ambiente flotaba esa tristeza íntima de las mañanas frescas de la primavera, esa tristeza que es heraldo de la gran pasión espiritual que nos invade al mediodía... El sol apenas nacido derramaba su color pálido amarillento y ñenaba de chorros luminosos a las mansas sonrisas de las acequias. Había olores de hierba mojada, de trigos suaves y, sobre todo, se respiraba ese perfume viril y
La figura del niño se fue alejando por el camino. Un sapo cantó en la acequia al paso de una golondrina. El campesino meditaba en los hombres y en el dinero y en Dios... Esfumaba ideas santas acerca del mundo... "¿Para qué servimos los hombres? Carecemos del gran amor necesario... Ese niño... ¿quién será...? Ahora mismo es barro débil su alma... ¿Qué manos la modelarán...? Porque ese niño inocente no sabe nada... ¿Qué culpa tendrá luego de lo malo que aprenda...? Estoy triste... La misericordia está escondida... ¿Dónde irá ese niño con su corazón? ¡Bah! ¡Bah! ¡A trabajar...!"
El perro seguía moviendo la cola y azuzando las ovejas, como si pasara algún reptil por su lado... La campana del convento sonó a lo lejos... Estaban los campos maravillosos de luz.
Sobre la dulzura evangélica del jardín silencioso, los jazmines habían roto sus almas perfumadas. Había en el aire sofocación de tarde veraniega con su color amarillo transparente. En los álamos chorraba la melancolía solar y bajo los parrales lúbricos y profundos sonaban los caños de la fuente muy suaves como si resbalaran sobre el desnudo bronceado de una gitana pasional. Los grises maravillosos se fundían con los azules de la noche cercana y llenaban al jardín de desfallecimientos vagos. Dos enormes cipreses como romanzas chopinescas hechas forma y olor ponían la nota funeral. Unas cabras rumiaban el romero tras su celosía llena de arañas... Las campanas de las lejanías envolvían de tristeza al jardín, las avispas de oro y azabache se escondían entre las rosas y los pámpanos mientras que turbaban el silencio los resoplidos de dos gatos furiosos... En medio de la soledad religiosa borboteaba sobre los aires el olor de tarde y de jardín divino y allá muy lejos lucía el infinitó inquietante de oro sobre una montaña morada. ¡Divina hora del crepúsculo! Hora para la muerte. Hora para el pensamiento. Hora para la rebeldía del espíritu. Maravilloso instante de la naturaleza en que todo es de mujer inmensa de incienso cálido y de supremo desbordamiento. Tiempo en que todo es esencia de tono menor, ojos que pasaron y ternura desconsoladora. En los jardines el crepúsculo toma matices deslumbradores y tenues con toda la gama del color triste. Parece que se hicieron para servir de relicario a todas las escenas románticas que pasaran por la tierra. Tras las marañas oscuras de las yedras y campanillas asoman siempre cabezas de mujeres rubias imposibles y muchos ojos que miran trágicos, y la plata melosa de la fuente y la intranquilidad constante de las hojas ponen en las almas visiones espirituales por la sugestión del ambiente. Un jardín es algo superior, es un cúmulo de almas, silencios y colores que esperan a los corazones místicos para hacerlos llorar. Un jardín es un gigante de esencia y un beso de rubia ideal. Un jardín es algo que abraza amoroso y un ánfora tranquila de melancolías. Un jardín es un sagrario de pasiones y una grandiosa catedral para los bellísimos pecados. En ellos se esconden la mansedumbre y el orgullo, el amor y la vaguedad del
El piano se calló con una contracción carnosa y el jardín quedó sumido en el silencio de la noche. Se oyó abrir una puerta vieja con un chirriar cansado y unos pasos lentos por la avenida. De la oscuridad surgió la figura de un hombre con la frente ancha, larga cabellera, cuerpo menudo y agobiado, boca expresiva y manos blancas. Surgió como un espectro envuelto en la oscuridad da las marañas. Avanzó despacio y, haciendo una mueca rara, se dejó caer sobre un banco. El vacío era infinito. Se pasó la mano por la frente y sus ojos miraron a la noche... Eran unos ojos extraños, llenos de melancolías y de luchas de corazón. Miraban como preguntando algo que no tenía contestación o como pidiendo una solución a un sufrimiento constante. Se dejaba caer la melena sobre la boca y se la levantaba brioso, estirando la frente y entornando los ojos muy pensativos. Era un mar de dolor y de preguntas. Se levantó y se volvió a sentar. La noche, tan sublime en su religiosidad solemne, era un sarcasmo para su alma. El jardín, tan lleno de ternuras para los dulcemente tristes, era agobio para sus pesares. El paisaje del campo lejano, de blanda plata con ojos de luz dorada y ráfagas negras de alamedas, era muerte para su aplanamiento... Todo lo que pasaba por su imaginación era desgarrador. Hay instantes en la vida en que las pasiones con todo su mortal esplendor nos hieren demasiado y sentimos sobre nuestras conciencias todo el peso fatal del porqué. Toda la filosofía nocturna se adentraba en el hombre y le hacía temblar y llorar y tener visiones de un histerismo desquiciado... El jardín estaba sonando su vivo rumor, escuchando a una vida trágica que iba a pasar por él... y la canción desolada brotó cadenciosa de los gruesos labios del hombre-.
"No me quejo, únicamente lamento. Me lamento de ser todo pasiones y deseos grandiosos para mi pequeñez. Me lamento de mi trágica vida sin rumbo... Me lamento de mi demasiada convicción del mal. Mi educación fue como todas: me dejó sus vicios y alejó a las virtudes... pero tuve la gran desgracia de pensar por encima de lo que me enseñaron. Pensé en la vida y en la muerte y en lo misterioso del más allá... y por eso estoy sumido en el más hondo desconsuelo... Toda mi tragedia está puesta en mis sentidos; ellos me vencen y me hacen vivir. Lo más alto que hay en mí quisiera convertirme en luz y en pureza de pensamientos, pero mi cuerpo me manda cálido, y está robando a mi alma. Yo creo que mi alma morirá conmigo porque se ha hecho cerebro y corazón. Yo ansío aspirar la infinita flor del pecado religioso. Yo espero la gran misericordia que me libre de la brutalidad. Porque mi fin, según yo lo he pensado, es el espíritu de mi carne eternamente enamorado de la espiritualidad de lo material. Y que estas mis grandes pasiones se hagan formidables y así descansar en el sacro fuego de la inmensidad de los siglos. Pero no concibo ni quiero concebir la eterna bienaventuranza, porque mi alma la desprecia al considerarla como poca recompensa después de los sufrimientos de la vida por no conseguir un supremo y gigante ideal. El fin es el ideal de cada uno. Por eso Mahoma creó su paraíso encantado... Todos mis grandes amores están muy lejos, nunca los veré cerca de mí, y por eso pienso como único consuelo que mi fin son ellos, y que nunca más acabarán las furias de mi corazón por su abrazo gigantesco... Pero me temo que este mi cuerpo sea podre malolíente y nada, y que mi alma viva la vida eterna que no amo, o que me acabe para siempre después de esta inutilidad del sufrimiento... Y miro la noche y me lleno de optimismo por la eternidad pero pienso en el principio y me sumo en desesperada interrogación... y si luego me escucho al corazón, me anego en llanto desconsolador. ¿Por qué me anegan estas ansias locas sin yo desearlo? ¿Por qué estos amores tan fuertes por las mujeres dulces? ¿Qué tendré en el pecho, que por todo suspira? ¡Ay! No sé qué pensará el mundo ni quiero saberlo... pero no, que aunque no piense, tengo que pensar, porque no logro arrancarme la vanidad. Nadie me salvará, nadie... Parece que me besa el Satanás de lo espantoso. Y dudo aún de lo que presiento... por eso estoy sumido en desesperación.
El jardín estaba como adormilado por la medianoche. El agua sonaba lúgubremente y los rosales eran como las copas que recibieran las tranquilas lágrimas de la noche... y las estrellas siempre lo mismo, y la inmensidad burlándose con su frío azul de nuestros pensamientos de su fin. La bruma comenzó su obra de indecisión. La fuente hablaba fortísimos, vehemente, y cantos embriagadores por su ternura suave. ¿Qué querrá decir? El hombre lloró muy fuerte y entonces las sombras se apretaron y susurraron: "Miserere. Miserere."
El hombre que vimos llorar en el tranquilo y romántico jardín se asomó a una ventana de su casa, la que estaba aterciopelada por un maravilloso jazminero... El día le daba toda su luz y hacía lucir su palidez como de marfil antiguo. Podía decirse muy bien que era un hombre todo ojos, porque era lo único vivo que poseía. Se llama Antonio y tiene por compañera inseparable a la melancolía. Suspiró cansado y entróse en el misterio de la habitación... El sol brillaba mucho y hacía presentir un mediodía cálido y brumoso. La puerta del jardín se abrió y por ella apareció la noble figura del hombre, envuelta en una pesada capota gris. Se detuvo indeciso y después comenzó a andar por el ángulo inmenso de la carretera. La mañana hacía resaltar el color de las cosas de una manera apacible y era tan sereno el cielo que ponía en el alma una tranquilidad suave y airulladora. Sonaban los ruidos mansamente y sonaba el trémolo sedoso de las acequias y el cuitado metálico de los árboles y el pianissimo solemne de las verdosas lejanías. Antonio avanzaba con la cabeza muy baja y deteniéndose cada instante para impregnarse de la sublime devoción de la Naturaleza... Ante él estaba el camino bordeado de álamos y de aguas tranquilas: el camino que conduce a otras partes desconocidas y donde quizá haya consuelos y espíritus hermanos. Por aquella senda se abre la puerta que nunca hemos franqueado y que tantas veces escondería felicidad para el desanimado andador por la vida... Muchas veces la desesperación encontró el beso que la hizo nieve en el más allá de los caminos. Muchas veces el vértice de estos ángulos inmensos de las carreteras fueron salud y gloria para el peregrino del espíritu. Siempre el cansado por el dolor tuvo en sus manos al finalizar el viaje, por unas horas o para toda su existencia, el ansiado elixir del olvido. ¡Quién sabe, sí nosotros sufrimos de amor, si allí encontraremos otro más fuerte que nuestro corazón! ¡Quién puede negar, si morimos por unos ojos, que Allí en la lejanía se esconden los ojos que no soñamos de puro infinitos!... y Antonio al mirar la bruma del horizonte pensaba en esto y sentía un ansia grande de andar andar y ver a los otros hombres y saber sus pensamientos y meditar de la vida de las gentes desconocidas. Es grande, muy grande, la inquietud que sentimos ante un camino porque él nos enseña en su libro de abrumadora filosofía toda nuestra pequeñez... La mañana tiene mucho optimismo en su aire, en su color y en su frescura, y una senda llena de sol y de olor campestre ante un alma enamorada es un consuelo y una esperanza, por muy sumida que esté en la tragedia. Nos sentimos pequeños, muy pequeños pero con bríos para la lucha y con el corazón lleno de sangre para recibir a los dulces sentimientos. El camino se esfuma en oros fuertes y bruma cenizosa y nuestros ojos quisieran poder contemplar su fin y lo que hay más allá de su fin y... soñamos con ciudades y con personas y nos asaltan pensamientos agradables, pero volvemos en sí cuando nos vemos caminar. Allá muy cercana hay una figura de piedra sonrosada. ¡Corramos a mirarla! Y lo que creíamos cercano se aleja a medida que andamos y, cuando al fin la hemos alcanzado, el cansancio de la marcha no compensa a la belleza de la estatua... El alma ve las ideas todas de rosa en el espléndido jardín de la imaginación... La voluntad empieza la caminata apasionada para darles forma, pero cuando el sueño se hace materia y nosotros creímos que volvíamos a nacer, sentimos a nuestro lado el frío morboso de la indiferencia, y después la muerte con el dolor de la carne... Antonio caminaba con toda la pena de estas meditaciones sobre su corazón, mirando angustiado al final del camino, y todo el optimismo que antes vio en la mañana trocóse en áspera indecisión espiritual. Ya no sabía ni qué era su tormento ni por qué. "¿A quién amo yo?", se preguntaba desolado. "¿Es a Elia, a Susana o a María? ¿Las amo verdaderamente o sólo es ambición carnal? Y si las tres son mi vida, porque sin ellas no presiento la felicidad, ¿qué hago con mi vida en medio de este tormento atroz? ¡Ay! Soy infeliz de tener tanto corazón en esta sociedad mentirosa de pureza y de religión..." La vida no puede tener normas fijas, porque cada hombre es una vida, y por eso todos los que piensan, aunque sea remotamente en su ideal, reniegan de ella al comprender que nunca conseguirán la tranquilidad de su espíritu. Por eso casi todos los hombres que pensaron se asieron al gran pegaso incoloro de la vida de la sociedad actual y marcharon asustados de sí mismos al fin... Yo pienso así aun sin querer, y no digo que mis palabras sean la verdad, por no saber dónde se esconde ese preciado tesoro... Tengo miedo e inquietud ante este camino inacabable para mis fuerzas, y amargura de mi podredumbre ante el color divino de los campos... Siento en mi alma la eterna angustia de pensar en mí y en los demás. En mí encuentro la sima profunda de mis pensamientos y lo imposible material y espiritual de mis deseos. En los demás hallo el porqué incomprensible de las acciones y lo abrumador de su falta de sentimientos de rebeldía hacia el mal. Miro a la inmensidad para ver si aparece Cristo exterminando a los mercaderes de su religión y consolando a los sin rumbo. Suspiro ante las estrellas para sentir dentro de mí los fervores primitivos de la divina gracia... Lloro siempre y caigo en el abismo de las interrogaciones al besarme la noche doliente porque en esos momentos vivo lleno de sentimientos indecibles y me anonado ante lo lejano de la verdadera luz... Ante este camino que nunca acaba para mis ojos adivino el resplandor azulado y tibio de las bienaventuranzas que dejó tras de sí aquella paz celeste con cuerpo de hombre que pasó por la tierra... Ante este camino siento a Cristo en mi corazón y me anego en sus amarguras. Muy lejos está su ternura de los hombres, muy falsificado su sentir, muy enmascarada su humildad... pero yo la quiero conservar pura en mi corazón. Ante este camino comprendo la inmensidad de la humanidad y el imposible del bien. Todo son apariencias de bien... Los que lo llevaron en sus pechos y se inundaron de fe al hablar ante conciencias y llamaron hermanas a las flores y a los animales fueron despedazados por las fieras custodias del mal... Me ahogo de angustia al pensar que la base de los hombres, Adán y Eva, fueron el mal porque la serpiente triunfó... y eran obra de Dios como también el mal había sido obra suya... El mal está escondido en todo lo agradable de la tierra. El bien es una cruz de espinas, que quien lo ama muere traspasado por sus púas... Este camino acabará en el infinito pasando por toda la tierra y todas las vidas que pasen por aquí marcharán con los ojos puestos en él, porque nacer es morir... Cada día que transcurre es un velo que se descorre en la inmensidad para dejarme paso... y siempre igual. Por el mundo corre el viento de la incredulidad imbécil. Tan sólo por el placer de la negación todos corren tras su conveniencia atropellando a la razón sin el temor del Quijote ideal... y yo, consumiéndome en estos pensamientos hondos, sin probar a conseguir lo que mi carne y mi alma desea. ¡Susana! ¡Elia! ¡María! Son tres y ello significa lo imposible de mi idea de sus caracteres. María es blanca y tímida, a ésa le causo temor... pero su corazón es fácil conseguir. Susana y Elia se ríen de mí... les parezco... lo que soy: un amador de la luna... Ellas aspiran al elegante joven que las compre por su oro... ¡Pero los ojos de Elia! ¿Cómo es posible que encierren todo ese mundo fantástico de idealidad? Porque ella tiene el alma sin nacer... y habrá ojos como los de Elia, pero quizá no los sepa mirar y por eso no me enamoran... Tengo sobre mi cerebro todo el nocturno nevado de la voz de Susana.. Es miel recién formada que cae sobre mi pecho, llenándolo de deseos de llorar. Cuando la oigo creo estar oyendo a una viola apasionada sobre el lejano violado de la tarde... Se ríe de mí porque me apeno ante la tristeza de su estanque lleno de patos y de constelaciones de [palabra ilegible] por las verdosas algas. Me llama loco y desgraciado porque beso a las azucenas, más mujeres que ella, y espanto a los gorriones del lazo que les da muerte. Y comprendo que es tan sólo una estatua bellísima sin alma y sé que me desprecia olímpicamente pero el amor me vence y la amo con desenfreno, con pasión. Comprendo que la vida del espíritu es imposible con ella, incapaz de pensar en tristezas amables ante una puesta dorada del sol, y la quiero y la deseo con toda la fuerza de mi corazón de fuego. Sé que tan sólo posee los ojos en que yo quiero mirarme en la cumbre del hombre y no veo más allá. Sé que después lloraría, pero la amo sin saber por qué... Y si pienso en Susana me estremezco ante la furia lujuriosa que encierran sus labios y la contracción de su talle... No me considera hombre, pero si me amara yo sería un sacrificado a su inmenso deseo. Se mofa de mi figura y de mi ridiculez. Yo no le sirvo para sus locuras sexuales... pero la amo y la deseo ardientemente... y ella lo sabe porque ayer levantó su falda mostrándome toda la maravilla de su carne en un movimiento que hizo con descuidada intención. Ella hace estallar en mí toda una lujuria espiritual... Luego el doloroso encanto de María... yo amo su blancura de niña casta, sus ademanes tímidos, sus palabras dichas con todo su candor nacarino, pero no la deseo... sería mi compañera espiritual, sería la mano blanca que me adormeciera en mis tormentos... una amiga, en fin, no una novia. Con las amigas se habla y se cuenta. Con las novias se reza y se ama... El deseo sexual aunque lejanamente mirado, da a nuestras palabras la inflexión hipnótica del mareo amador que hace suspirar y besar a la mujer y el brillo vago y reluciente en los ojos que, al ser mirados, adivina todo lo que nosotros queremos decir muy apasionados... Al lado de la amiga estamos llenos de la blancura que nieva a los deseos. Cuando hablamos con la novia sentimos por nuestra sangre toda la calidez del alma que presentimos formar. Una amiga es un amable consuelo. Una novia es un dolor maravilloso... Una amiga es un arca para los secretos más íntimos. Una novia es la copa temblorosa de nuestro corazón... No, no, a María no la quiero, y quisiera quererla, pero no siento ante ella lo abrumador del beso. La besaría como una hermana. Yo pondría en sus deliciosas mejillas el beso marmóreo del bienestar amistoso... y ella tiembla cuando yo la miro y me habla atropelladamente si le cojo las manos. ¡Dios mío, ella me ama y me desea! ¿Por qué no siento sus encantos? ¿Por qué no lloro ante su carne transparente, rendido de amor y deseo? ¿Qué tengo en el corazón que la rechaza? ¿Qué tendrá mi alma que no se funde con la suya? ¿Es que estamos los hombres puestos en un teatro de pasiones que la eternidad manda? Y ella me ama, me ama: lo dicen sus ojos negros cuando me miran, lo dicen sus senos que tiemblan como el agua de las albercas tranquilas cuando la elogio; lo dice su alma que quiere adueñarse de la mía. ¡Dios mío, Dios mío! ¿Dónde estás con tu bien? Por todas partes estoy viendo el mal admirablemente ensañado... Yo sería feliz para siempre si amara a María, porque en ella veo un espíritu superior y quiero amarla, pero el no desearla y a ratos hasta aborrecerla me apartan de su corazón. Y ella me ama. Yo sería feliz porque sus manos de perlas arrancan al piano tan amado por mí toda la nostalgia que encierra la música... El viento que viene de lo desconocido me trae en sus flores temblorosas e invisibles sonidos de las otras vidas, todas de sufrimientos ocultos, y habrá apasionados errantes de fin, como yo, y habrá Susanas y Elias y Marías... y mi historia se repetirá constantemente siempre...
Tengo ante mis ojos al camino brumoso. Sé lo que soy, sufro por el mundo, y sin embargo siento el ansia loca de andar hasta conocer lo desconocido. Estoy lleno de pesimismos y quiero ver lo que hay allí, detrás de las brumas del sol..."
El camino estaba solitario. Allá a lo lejos las norias cantaban su canción perezosa y los álamos eran un fluir constante de melodías sonoras. Antonio, cargado con el hondo pesar de sus pensamientos, andaba lentamente, sumido en el mar de sus melancolías. Sobre él estaba la naturaleza, y los hombres todos lo consideraban en su miserable pequeñez. La vida iba pasando perfumada con mil dolores y la acabaría el último gran dolor. Las torturas de su alma cada vez lo ahogaban más y más. Caminaba envuelto en su capote grueso, contemplando con tristeza la inmensidad de los sembrados y del cielo... El sendero se torció y apareció una fuente antigua abrazada por una parra umbrosa bordada de negros panales y de un tremolar de avispas. Junto a ella un calvario lucía su Cristo ventrudo con su cabeza inclinada y sus brazos larguísimos. Estaba todo el suelo cubierto de hierbas y de flores incoloras. En el fondo había unas higueras y unos guindos puestos como para servir de marco a una escena desnuda. La fuente hablaba muy silenciosa, y un fuerte aire hacía rosas, bosques, pegasos, mares y coronas gigantes con las nubes. Antonio se detuvo y, descubriéndose pausadamente, suspiró. Después se dirigió hacia el crucifijo que enseñaba su martirio inexpresivamente y arrodillándose ante él y puestas las manos sobre el pecho, exclamó: "Tú que enseñaste la compasión, compadécete de mí. Tú que llenaste de claridad a las tinieblas de los abismos del primer principio, apiádate de mí. Tú que eres burlado y vendido por los Judas que te enseñan vengador, dame luz de tus llagas divinas. Yo, que te amo en toda tu hermosura de corazón humano... Tú que fuiste el casto de los castos, sálvame de mi desgarradora pasión. Tú que eres la providencia y la sabiduría, lléname de fe... Haz esta mágica transformación en mi voluntad y en mi alma, y yo seré mas enamorado aún de tus bellezas místicas, y te predicaré por los mundos, como tus antiguos y leales peregrinos." El apasionado y doloroso rompió a llorar abrazando a la cruz. La fuente y los campos estaban sumidos en hondo sopor. Las norias casi no se sentían... Pero el aire había empujado a las nubes de plata y de rosa y primero fue una forma indefinida lo que se vio, después unas esfumaciones como cuernos, y, por último, el aire fue más recio y sobre el crujiente azul insondable surgió la maciza figura de un chivo colosal con unos enormes cuernos y un gran rabo de nubes rosadas... Antonio miró al cielo y vio la visión lujuriosa que ya se empezaba a borrar... Inclinó abatido la cabeza y, mirando al calvario fijamente, susurró muy quedo: "¿Qué dices tú...?" De la parra brotaban a centenares las avispas y allá a lo lejos el entrecortado metálico de las norias sonaba como si fueran carcajadas de gigantes que turbaran el silencio soleado de la vega. Antonio, con los brazos caídos y sumido en amargas y crueles reflexiones, comenzó el caminé hacia su casa, mientras los campos serenos y tranquilos daban su maravillosa lección de quietud.
14 de Septiembre. 1917
En el interior plácido lleno de luz de sol lucía un piano antiguo toda su melancólica dignidad. Sobre un cojín bordado de amables manchas íntimas un gato miraba fascinado a las moscas que soñaban sobre la dulzura luminosa, y en el fondo un gran espejo esperaba mostrar. Lo demás era suave sombra gris. Tenía la habitación una tranquilidad de abandono e indiferencia admirable hacia todo dolor... en la cual se escondía el alma sin forma del piano. El piano tiene un alma escondida que se despierta cuando siente cerca un corazón... y cuando llega a cantar escucha el que llora una voz de mujer.... El suave martillo hiere la cuerda en tensión y ésta pocas veces dice lo que el creador de la melodía sentenció... Nosotros oímos la cantata, pero no en su formidable expresión... y es que el piano sigue dormido, porque en nuestro contacto no sintió al corazón... El violín es el eterno romántico que siempre llora por la causa más débil. El violín es el bohemio apasionado de la música que suspira en todas las manos aunque lo hieran torpes. El gemido vehemente de sus graves y agudos nos muestra su desatada ternura de eterna juventud. Las trompas siempre quieren decir algo de grandeza o algo fuertemente meloso. En las flautas y los clarinetes dicen todos los espíritus las melodías, al soplar sus gargantas aterciopeladas y dulces. El timbal, siempre que suena, dice algo muy trágico y solemne. Cuando habla el fagot se adivina la serenidad sepulcral. Todas las almas dormidas de los instrumentos musicales adivinan más pronto al corazón... y son más amados del escalofrío que el pesado y grave piano. Las melodías que están desprovistas de apasionamiento doloroso o de la triste alegría musical pasan por todos estos transformadores de espíritu increado como si fueran de nieve. Aunque el alma que las haga sonar sea de fuego, las sublimes voces de los instrumentos no las dejan hablar. Ellos las cantan con todos sus sentidos despiertos cuando la canción tiene esa vaguedad y soñolencia infinita del dolor y la pasión... pero el piano tiene un alma lejana muy difícil de llamar... y que ella no acude mientras no la llame a voces el corazón. El piano es una mujer que duerme siempre y que para hacerla despertar es necesario estar lleno de cálidas armonías y de pena de no saber por qué. Sonarán todos los pianos. Los fuertes, de sus graves cantarán triunfales. El desquiciamiento hipnótico de sus escalas cromáticas temblará sobre el marfil... pero su alma eterna seguirá dormida. Chasquearán los martillos sobre las fibras sonoras. Blancas manos besarán a las teclas. Quizá la maravilla del tono menor encienda sus cirios de melancolía. Quizá las nobles ideas de Beethoven o la gallardía acrobática de Liszt crucen sus caminos inciertos... pero su alma eterna seguirá dormida... Sentiremos las tristezas y los apocamientos y las furiosas voces musicales, pero no las percibiremos en su más alta esencia y con toda su expresión. Todos los días sonarán en los pianos los romanticismos sangrientos y espiritualmente sensuales de Chopin, pero ¡qué pocas veces suspira atormentada el alma del músico! El violín es el desbordamiento de pasiones, el alma del instrumento siempre dormida que dice más que el alma del hombre... En el piano es el alma soñolienta, llena de escarcha y rocío indiferente, que espera ansiosa a la mano-corazón que la haga hervir... Y como es mujer, es voluble... porque no siempre acude a la voz del que la logró despertar. El que esté lleno de emociones y recuerdos amargos, el que tenga en su pecho guardada la nostalgia infinita de lo que pasó, el que posea en sus ojos aquellos ojos que, al mirarlos, nos dieron la idea de Dios, el que mire al cielo y pregunte afligido... que se acerque a pulsar el piano bajo la madrugada silenciosa, que seguramente el alma dormida se despertará... y hablará el Beethoven que pocas veces escuchamos... Brotará la nebulosa inmensidad azulada de Chopin... Unas manos toscas y torpes arrancan de la guitarra toda su espantosa tragedia y sufrimiento, porque la guitarra es un alma en pena de todos los amores imposibles, y en su forma y en sus bordoneos, que suenan a ojos enormes con ojeras moradas, nos dice su apasionamiento y su constante sufrir. ¡Pero un piano...! Pobres pianos cubiertos de paños burdos, ¡tan chatos!, y llenos de escenas cursis, ¡esclavos de unos amos que os hacen hablar chabacanerías! ¡Pobres pianos adornados con colorines toreros y con retratos odiosos de gentes que os despreciaron! ¡Pobres pianos que nacisteis para nunca mostrar vuestras pasiones! ¡Hacéis bien en no enseñar siempre vuestras almas secretas...!
Este piano de la habitación soleada era muy antiguo y melancólico. En él pusieron sus manos muchas almas desaparecidas que confiaron sus idilios a los tonos bañados de castidad. Está cubierto con un gran manto de seda amarilla, en donde se ríe una escena china con su monte volcánico en rosa y su pulida lejanía en azul. Sobre él, un ramo de rosas blancas se está consumiendo con su perfume indescriptible... El sol se fue de la habitación. En la calma se oía rumorear al jardín... Si la idea hiciera sonar al piano, la ensoñación trastornaría... pero el personaje apareció por un oscuro tapiz... Antonio, con los ojos de eterno soñador y con los labios de suspiro continuo, se paseó lento por entre los muebles. Acarició al gato, que se estremeció eléctricamente. Salió a la ventana para recibir la frescura verdosa del jardín y con una indecisión en tono indefinido se dirigió hacia el piano y, oliendo las rosas, se dispuso a hacerlo sonar. Con una mano y descuidadamente dejó sentir el triste tono de
El piano tuvo una modulación decaída y el nocturno maravilloso cambió. Era religioso, austero y de angustia lo que decía... La bruma azul tomóse negra y a los acordes graves y a la melodía en clave de fa surgió una forma de luz roja que danzaba asustada sobre la negrura insondable. Las sombras se estrechaban y querían aprisionar el alma cuando otra vez brotó lo azul y nacieron las mujeres, que huían con grandes alegrías de la luz roja que tenía forma de hombre... Hubo un final definitivo por su fortaleza y el piano se calló. Antonio, con los ojos cerrados dolorosamente, se quedó inmóvil y como en éxtasis. El alma del piano había respondido a su llamamiento. El tiempo iba pasando sobre el silencio... Era la noche y los gallos empezaron con sus gritos y sus extrañas respuestas... Una cuerda del piano vibró sola. Por la negra madera marfileña una sombra tembló... El romántico se levantó pausadamente, aspiró las rosas blancas casi marchitas y dejóse caer con desaliento en un sillón... Llevóse las manos al pecho en una mística actitud y, como siempre, rompió a llorar desesperado... Veía su vida cercada de inquietudes y de amores espirituales. Creía en su pequeñez y en su dolor de todas las cosas, y se abandonaba a su desesperación. Gemía fuertemente de todo y de nada, y en su horizonte de pensamiento no adivinaba al consuelo... El piano dio un acorde suavísimo con todas sus notas y de la oscuridad de la noche brotó el magnífico bálsamo espiritual-, "Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados." Antonio creyó ver el consuelo y se calló con una religiosidad pensativa. Mientras tanto, los gallos cantaban unos con otros, presintiendo la dulzura inefable del amanecer.
Un día de enero lleno de brumas opacas y de aire helado, Antonio se hallaba dormitando tranquilamente a la tibieza dulcísima de la lumbre, cuando un criado entró con una carta de luto. La abrió ansiosamente y suspiró muy hondo. "Una mala noticia", exclamó. "Carlos, mi compañero de estudios, ha muerto." Se fijó en la hora del entierro y, volviendo a recostarse en la butaca, comenzó a recordar toda la vida del desgraciado... "Cuatro hijos, cuatro hijos", repetía inconscientemente, "y sin fortuna. Bien se ceba la muerte en esos infelices...". Las llamas lo iluminaban fantásticamente con luz crepuscular y esfumaban en oro viejo a los muebles. Las nubes formaban un palio gigantesco lleno de miedo y tragedia y los cristales, al entrechocar con las maderas, hablaban al teléfono incomprensible del aire. La leña, que al arder crujía desesperada con pregón doloroso, habló en el silencio, y el terciopelo cálido de la penumbra envolvía a la habitación... Antonio tan sólo pensaba en la muerte de aquel amigo tan inesperada, muerto en el mediodía de la virilidad. Y todas sus ideas surgían como fantasmas temerosos al lado de la muerte. En sus pensamientos briosos de espiritualidad la viscosa frialdad de la muerte había puesto una negra cadena. Veía a la muerte como el gran castigo, no como la recompensa al espíritu, y se espantaba de sus cárdenas morbideces y de su olor escalofriante... Veía a la muerte en el cadáver, no en lo que voló del cadáver, que era siempre vida. Se horrorizaba de la materia en descomposición, sin recordar los consuelos que explican las religiones del más allá, de la resurrección de la carne... Pensaba que lo que desaparece no vuelve a aparecer, sin acordarse del tremendo
Un reloj dio las tres con sonido apagado y melancólico. La lumbre chisporroteaba muy sonora. Antonio se levantó con todo el peso de su pensamiento y, al sentir el silencio suave de la habitación, tuvo miedo involuntariamente. Acontece que casi siempre que pensamos en la muerte nos llenamos de una gran inquietud y zozobra en que todas las cosas inanimadas toman una viva personalidad... Y si posamos nuestra atención temblorosa sobre algún objeto, aseguraríamos que se muere. Parece que el alma amiga que voló nos envuelve el corazón. Antonio, bajo esta rara impresión, paseó hacia la ventana y contempló el paisaje. El jardín, rociado de gris, estaba mudo. El cielo era una gran plancha de acero mate y en las lejanías insondables el sol muerto teñía de rosa interior a las
La mañana. Antonio en un convento encontrado por unos arrieros. El enemigo interior e invisible. Santa Teresa... El convento...
Meditación de muerto anterior —se acuerda de los pasos
Fray Antonio de la Purificación
Un muchacho de Universidad que tiene corazón fogosísimo y que ama a todas las mujeres pero que a ninguna puede poseer por quererlas todas y va [a] la calma de un convento y la sensualidad más enérgica le atrae, y se marcha por los campos lleno de amor hacia todas las cosas.